Durante las últimas dos décadas, el proceso encabezado en Venezuela por el fallecido Hugo Chávez (autodenominado Socialismo del Siglo XXI) fue reivindicado y defendido (o apoyado con algunas críticas) por una amplia mayoría de la izquierda mundial.

Por: Alejandro Iturbe

Hoy, el régimen chavista está muy lejos de sus momentos de apogeo. Por el contrario, luego de una amplia derrota frente a la oposición de derecha en las elecciones legislativas de 2015, en medio de una crisis socioeconómica que se agudiza, hay grandes movilizaciones opositoras que chocan con la represión, con un saldo de decenas de muertos; la legislatura es asaltada por grupos armados pro-gobierno, etc. ¿Cuál es el significado de estos hechos? ¿Cómo y por qué se llegó a esta situación?

En trazos gruesos, la izquierda mundial presenta tres posiciones y políticas diferentes. La primera continúa defendiendo incondicionalmente a Nicolás Maduro y el régimen chavista, caracteriza que se está enfrentando una ofensiva fascista y que, por lo tanto, la dura represión está justificada. La segunda posición es la de aquellos que apoyaron al chavismo y ahora toman distancia y son opositores al gobierno de Maduro: realizan críticas a su política y a la represión, e incluso señalan debilidades y errores del período de Chávez, pero sus propuestas se limitan a “volver al chavismo de los orígenes”, solo mejorándolo un poco. Por su parte, desde la LIT-CI, sostuvimos desde el inicio del proceso que la raíz de clase burguesa de la dirección chavista y su negativa a superar el sistema capitalista (más allá de su fraseología “roja”) llevaban inevitablemente a su fracaso y a esta triste realidad de hoy. Por eso, siempre nos ubicamos en una oposición de izquierda y de clase obrera al chavismo (1).

Un poco de historia

Para fundamentar nuestro análisis y nuestra posición es necesario ver de modo resumido el contexto histórico del surgimiento del chavismo y su papel real en este contexto.

El chavismo comienza a gestarse a partir de la crisis agónica del régimen de Punto Fijo (establecido en 1958), luego del levantamiento popular conocido como Caracazo, en 1989. El Caracazo no solo hirió de muerte al régimen sino que además dividió a las FFAA frente a la durísima represión del movimiento.

En el marco de esta profunda crisis en todos los planos del sistema capitalista venezolano, en 1992 el entonces coronel Chávez y un grupo de oficiales de segunda línea intentan un golpe de estado que fracasa. Desde la cárcel, Chávez comienza a impulsar su movimiento político y a ganar prestigio popular y, luego de ser liberado, gana las elecciones de 1998.

Ahí comenzó ya el debate dentro de la izquierda:

“Para la mayoría de las corrientes de izquierda que reivindican al chavismo, su triunfo electoral y su posterior gobierno son el producto directo del Caracazo y del ascenso que lo continuó, es decir, su genuina y progresiva expresión política. Para nosotros, en cambio, siendo un subproducto del ‘Caracazo’ y del ascenso, el chavismo es un movimiento de la segunda línea de la oficialidad militar, que se montó sobre el ascenso para frenarlo o, por lo menos, controlarlo para que no desbordase hacia la revolución socialista y, esencialmente, para cerrar la fractura de las FF.AA. y así reconstruir plenamente el estado burgués” (2).

Chávez en el gobierno

El gobierno de Chávez reflejaba una profunda contradicción. Por un lado, era una expresión distorsionada del ascenso revolucionario y por eso “vistió de rojo” y de antiimperialista su discurso, tomó algunas medidas nacionalistas tibias y parciales, y dio algunas concesiones a las masas. Por el otro, era burgués hasta la médula y su objetivo central era frenar la revolución y salvar el capitalismo. Por eso, jamás sobrepasó los límites del sistema económico capitalista ni de su Estado. Acá se aplica con todo rigor una premisa cada vez más actual: quien no rompe con el imperialismo y con el capital financiero acaba, tarde o temprano, siendo su instrumento.

Por su origen, los gobiernos de Chávez tuvieron roces reales con el imperialismo yanqui, especialmente durante el período de George Bush, que intentó derrocarlo en 2002. Pero se trató de un antiimperialismo muy limitado, más que nada en el terreno de los discursos, cuyo “tono guerrero” bajó notoriamente con Obama (incluso Chávez declaró, en 2008, que si fuera estadounidense votaría por Obama). Con los imperialismos europeos, su relación fue siempre mucho más amistosa.

En el terreno económico-social, hemos dicho que el chavismo nunca sobrepasó los límites del capitalismo. Por ello, a pesar de su retórica socialista, nunca amenazó realmente cambiar la raíz de este sistema. Así quedó evidenciado en el contenido profundo de las diferentes constituciones que se aprobaron en estos años, en la entrega de 50% de la explotación petrolera a empresas extranjeras, en el dominio absoluto del imperialismo de ramas centrales de la industria (como la automotriz), y en el pago puntual de la deuda externa (el propio presidente Maduro informó hace poco que “Venezuela ha pagado 60.000 millones de dólares en compromisos internacionales durante los últimos dos años” (3). Ni siquiera las tan publicitadas nacionalizaciones de empresas (como las de electricidad de Caracas o la siderúrgica del Orinoco) quebraron esta regla, porque fueron hechas de acuerdo con criterios capitalistas aceptados (compra del paquete accionario).

El modelo de acumulación

La política del chavismo no tuvo nada de “socialista”. Además, en el marco del capitalismo, tampoco avanzó hacia tornar a Venezuela un país más independiente del imperialismo. El chavismo no solo mantuvo sino que profundizó el modelo de acumulación que hemos denominado rentista petrolero, parasitario y semicolonial, creado durante las décadas anteriores. Veamos algunos datos: el petróleo pasó de representar 64% de las exportaciones en 1998, a 92% en 2012. A su vez, los ingresos por el petróleo representan 90% de los recursos del Estado. Al mismo tiempo, el país se desindustrializó: este sector representaba 18% del PIB en 1998, mientras que en 2012 cayó a 14%.

Este modelo de acumulación logró funcionar más o menos bien en tanto se mantuvieron altos los precios del petróleo. La parte de la renta que quedaba en el Estado permitía cumplir con el pago de la deuda externa, otorgar algunas concesiones a las masas (como las Misiones), renacionalizar alguna industria (como Sidor o Electricidad de Caracas), dar negocios para otros sectores burgueses, y también crear su propia “boliburguesía”.

Esta “boliburguesía” (cuyo máximo exponente es el ex militar y uno de los principales dirigentes del chavismo, Diosdado Cabello) acumuló numerosas empresas propias e hizo fortuna parasitando al Estado (como los presupuestos de las Misiones y de PDVSA) y también especulando con las grandes diferencias de cotización entre el dólar paralelo y el oficial.

Este carácter de clase burgués de la dirección del chavismo y la política que de ella emerge son la raíz más profunda de su fracaso. Como no se cambiaron (ni siquiera se atenuaron) las bases de este capitalismo rentista seimicolonial, se preparó una caída inevitable, que en los últimos años se haría mucho más rápida y estruendoa, a partir de la baja de los precios del petróleo. La muerte de Chávez y la asunción de Nicolás Maduro (con mucho menos prestigio y habilidad política) pueden haber acelerado un poco el proceso, pero el origen del fracaso ya existía desde hace varios años.

¿Qué régimen político hay hoy en Venezuela?

Hay un tema que es central para comprender la realidad actual del país: ¿qué tipo de régimen político construyó el chavismo luego de la muerte del Punto Fijo? Un primer aspecto central (su carácter de clase) ya lo hemos respondido: no era socialista ni de transición al socialismo sino burgués hasta la médula.

Dentro de este carácter burgués, siempre caracterizamos que el chavismo había construido un tipo de régimen político que Trotsky (en su análisis sobre México de la década de 1930) denominó bonapartistasui generis de carácter populista (4). Trotsky caracterizaba que, para compensar su debilidad relativa como clase, las burguesías de los países semicoloniales precisaban construir un régimen político fuerte, apoyado en las FFAA.

Una de sus variantes era la dictadura clásica de derecha. La otra adoptaba un perfil populista que por un lado tenía roces con el imperialismo para negociar mejores condiciones, y por otro lado intentaba apoyarse en un grado controlado de movilización de las masas, para fortalecerse en su negociación con el imperialismo. Por eso, a la vez que le daban algunas concesiones a las masas, necesitaban establecer un férreo control sobre ellas, para evitar el desborde de esa movilización. Así, incluso los más fuertes de estos movimientos (como el peronismo argentino o el nasserismo egipcio) tuvieron siempre un componente represivo.

El chavismo no fue una excepción en este sentido: incluso en sus “años de gloria” existen numerosos ejemplos de represión al movimiento obrero y de masas. Por ejemplo, la durísima represión de la Guardia Nacional a los trabajadores de Sanitarios Maracay, en 2007, o el asesinato de dos trabajadores de la fábrica Mitsubishi por la represión policial, en 2009.

La situación actual

La crisis profunda del modelo rentista agudiza todas las contradicciones. Por un lado, hace mucho más duros los enfrentamientos con los otros sectores burgueses que quieren retomar el control del Estado para garantizar sus negocios. Por el otro, como elemento fundamental, enfrenta al régimen con las masas a las que no solo no puede darles más concesiones sino que las condena a una existencia cada vez más miserable. Y, por eso, estas se movilizan contra él.

En este marco, con un apoyo minoritario de la población, el régimen chavista ya no tiene nada de populista ni de progresivo sino que es cada vez más dictatorial y represivo. Su institución fundamental ha pasado a ser, objetivamente, la cúpula de las Fuerzas Armadas, profundamente imbricada con la boliburguesía y la defensa de sus beneficios.

Lo que estamos viviendo hoy en Venezuela no es la lucha entre un régimen socialista o progresivo y una ofensiva fascista, sino la lucha entre un régimen burgués regresivo y agonizante y el hastío de un pueblo frente a esa realidad. Por eso, repudiamos su accionar represivo.

El gran problema es que el feo rostro de la realidad actual del chavismo y la desmoralización en que ha quedado la mayoría de la izquierda que lo apoyó han hecho que sea la vieja derecha camuflada con nuevos rostros (agrupada en la Mesa de Unidad – MUD) quien capitalice parte importante de este descontento. La responsabilidad de esta situación es del propio chavismo. Entre otras cosas, porque (con su accionar represivo) le regaló a esa derecha las banderas de la defensa de las libertades democráticas.

¿Qué hacer? ¡Fuera Maduro y su gobierno de hambre!

Por eso, tal como dice la reciente declaración de la UST (organización venezolana de la LIT-CI):“denunciamos al gobierno, al PSUV y a la oposición de la MUD de esconder verdaderamente sus propuestas, y decimos: unos y otros buscarán hacernos pagar aún más al pueblo trabajador, la crisis que ya padecemos. No se debe tener ninguna confianza en estos dirigentes patronales”.

Los socialistas seguiremos insistiendo que son los trabajadores, con sus propias banderas y organizaciones, y desde abajo, los que debemos organizar una gran lucha nacional para salir de Maduro. Solo así se podrá pelear por un verdadero plan económico de emergencia, al servicio de los trabajadores y el país. Entre otros puntos proponemos:suspensión inmediata del pago de la deuda externa, plata para salarios dignos, comida, medicina, salud y educación; (…) inversión en la recuperación de los campos para producir alimentos, rescate de las empresas básicas; no al arco minero, nacionalización de todo el petróleo, fin de las empresas mixtas; vigencia plena de las libertades democráticas: elecciones libres, libertad a los presos por luchar; investigación de todos los hechos de violencia y asesinatos por una comisión especial integrada por organismos de derechos humanos, de los trabajadores, familiares, y personalidades independientes; repudiamos los ataques a los sindicatos, partidos y organizaciones sociales y populares; por el fin de la intervención estatal en los sindicatos: ¡elecciones ya! (…) Por una Huelga General y un “Venezolanazo”, para salir de Maduro y cambiar el país. ¡Fuera Maduro y su gobierno de hambre y miseria!

Este Plan Económico de Emergencia solo puede ser llevado adelante hasta las últimas consecuencias por un Gobierno de los Trabajadores y el pueblo pobre. Es para eso que luchamos y llamamos a todos los trabajadores a unirnos para llevar adelante esta lucha (5).

[1] La primera posición está expresada, por ejemplo, en el boletín de internet “Resumen Latinoamericano y del Tercer Mundo” (ver resumenlatinoamericano.org). Como ejemplo de la segunda está la organización venezolana Marea Socialista (ver http://mareasocialista.com.ve/). Para quienes tengan interés en conocer más las posiciones de la LIT-CI, recomendamos el libro “Venezuela después de Chávez: un balance necesario” de ediciones Marxismo Vivo, la revista Correo Internacional n.o 14, y numerosos artículos del site www.litci.org

[2] Iturbe, Alejandro, Venezuela después de Chávez: un balance necesario.

[3] http://rnv.gob.ve/venezuela-ha-pagado-60-000-millones-de-dolares-en-compromisos-internacionales/

[4] En este tema, ver diversos artículo del libro “Escritos latinoamericanos” enhttp://www.ceipleontrotsky.org/Escritos-Latinoamericanos-compilacion-3ra-edicion

[5] https://litci.org/es/especial/debates/venezuela-repudio-al-ataque-a-la-asamblea-nacional-y-los-hechos-ahi-acontecidos/

Artículo original, publicado en Opinião Socialista n.° 539 con el título: “Um ‘venezuelaço’ para derrubar Maduro” [Un ‘venezolanazo’ para derrocar a Maduro], 18 de julio de 2017, pp.10-11