¿Qué es lo que pasa en el Estado Español para que los partidos oficiales del régimen, PPSOECs, y los que quieren subirse al carro de su estabilidad, no sean capaces de desbloquear la situación, y pacten una «gran coalición», tal y como defienden todos los sectores del poder burgués, desde el IBEX 35 hasta la Iglesia, pasando por los dinosaurios de la política española, como Felipe González y demás? ¿Qué mar de fondo debe haber en la sociedad para que no sean capaces de desbloquear la situación, así sea a través de abstenciones que permitan que gobierne el más votado? Si no es por este motivo, no se entiende el desencuentro contumaz entre Rajoy, Rivera y Sánchez.

Por Roberto Laxe

Conscientemente pongo fuera de esta ecuación a Iglesias, no tanto por su programa, que es bien reaccionario, sino porque tras de ellos hay fuerzas sociales que, a pesar de estar bastante domesticadas, escapan al control de los medios oficiales, o han roto con ellos (Podemos está lleno de ex pesoes, ex ius -ahora IU oficialmente- y ex nacionalistas). De hecho, el miedo del PPPSOECs frente a Podemos, y sus «confluencias» (que paternalista suena esto), es que en ellos, sectores sociales de las clases medias e incluso de las clase obrera han encontrado un mecanismo no cruento para expresar su indignación. Es más fácil indignarse a través del voto que a través de la huelga general y la lucha en la calle.

Pero justo esto es lo que asusta a la derecha, que estos sectores dejen la indignación virtual y vuelvan a la calle, donde estaban hasta el 22 de marzo del 2014, cuando las Marchas de la Dignidad movilizaron a cientos de miles y las fuerzas del «orden» se vieron desbordadas en los enfrentamientos de ese día. Lo que asustó a todos, incluidos los convocantes fue que esos enfrentamientos no contaron con el rechazo social, sino que se vieron como parte de la lucha contra el gobierno: a la indignación social respondía con la policía.

Aquí encontramos el quiz de la cuestión. Hasta marzo del 2014 en el Estado español se vivía en una situación de movilización permanente, fueron huelgas generales, tanto estatales como nacionales, fue el 15 M, fueron las Mareas contra las privatizaciones en la sanidad, la educación; fueron huelgas sectoriales como las de los jardineros en Madrid… Era una situación de lucha en la calle que, unido al llamado «desafío catalán» y al destape de una corrupción galopante fruto de las contradicciones interburguesas (a perro flaco todo son pulgas, el «perro» eran los empresarios y políticos ligados al ladrillo) ponía en cuestión instituciones básicas del régimen, comenzando por el mismo viejo rey, quien mientras el pueblo era recortado y reformado, él se iba de caza mayor.

En estas condiciones había una disyuntiva, o se profundizaba en las movilizaciones, que tras la dimisión del viejo rey, se comenzaban a transformar en directamente políticas (monarquía vs república), o se retomaba la vieja política de «reacción democrática», según la cual es preferible desviar la indignación social al voto, a que se profundice la movilización y autoorganización de la clase trabajadora y el pueblo. Los gobiernos, como las cúpulas de los partidos y sindicatos, temen como la peste la politización y la autoorganización de la sociedad independiente de las instituciones del estado.

Para aplicar esta política de reacción democrática son precisas todas las manos, las del gobierno haciendo pequeñas concesiones («ya hemos salido de la crisis»), y las organizaciones que dicen representar a la gente, que se ponen a la tarea de desmontar la movilización y la autoorganización bajo el lema, «votadme, y todos llegaremos al gobierno». Se canaliza la indignación al camino fácil de las elecciones cada cuatro años -o menos-. Pero, y esto es lo que atraviesa la situación actual, ni hemos salido de la crisis, ni las organizaciones que dicen representar a la gente han sido capaces de disolver la indignación; esta está enraizada en 9 años de crisis, y 6 años de recortes, sufrimiento, paro y miseria; de pérdida de derechos sociales y políticos.
El regimen (sus instituciones fundamentales, como el poder judicial) sigue siendo el mismo que mientras encarcela a trabajadores por utilizar una tarjeta y gastarse 70 euros, o a sindicalistas como Bódalo, le da «vacaciones» a Luis Barcenas y Rato sigue en la calle tranquilamente.

La sociedad, la clase trabajadora, percibe que nada ha cambiado desde hace dos años. Por ello, los que se apoyan en su voto no pueden, bajo ningún concepto aparecer como que permiten gobernar a los responsables de tanto sufrimiento, so pena de suicidarse políticamente. Sánchez, como el mismo Rivera o Iglesias saben que cualquier gesto que de alas a esa sospecha, es condenarlos al ostracismo ante su base social, que espera, como agua de mayo, el menor gesto de «regeneración».

Sin embargo, algo si ha cambiado, y para peor. La crisis por las alturas se mantiene, el PP sigue siendo el gobierno corrupto que era, el PSOE sigue siendo la «otra pata» del régimen (y no me refiero al bipartidismo, sino a patas del régimen como suma de instituciones de una clase social, la burguesía, el rey, el ejército, el poder judicial), C’s es evidente que es un recambio. Podemos desea ser la cuarta pata del cuatripartidismo perfecto, pero choca, como el PSOE, con su base social, enfrentados frontalmente a las políticas de los últimos años.

La base de estas contradicciones no es otra que la crisis económica, que digan lo que quieran, no hemos superado; solo han cambiado las formas: ahora está en el terreno de la política, y una vez paralizada la movilización social la lucha está en que fracción de las clases dominantes se hace con el control de la situación: los sectores más casposos, los sectores progresistas, dentro de ellos, los que apuestan por el régimen tal cual está, y los que apuestan por una regeneración de la democracia. El estrechamiento de los márgenes del mercado fruto de la crisis, es decir, de los beneficios extraídos de la explotación de la clase trabajadora, hace que estas contradicciones sean muy agudas.

En fin, si a las presiones de las bases sociales de los partidos muy polarizadas, sean desde la derecha hasta la izquierda, le unimos la pelea por el control del estado por cualquiera de las fracciones de la clase burguesa, podemos encontrar las causas del actual bloqueo de la situación, que amenaza con unas nuevas elecciones. Creyeron que con las elecciones tapaban la crisis del régimen, y se han encontrado con que se ha provocado más crisis, ahora trasladadas al mismo sistema de elecciones que, de producirse de nuevo, volverían a repetir la misma historia,… como está sucediendo en este momento.

Es la pescadilla que se muerde la cola.

Las diferentes fracciones de la clase burguesa se enfrentan por el control del estado para que legisle en su beneficio, dentro de un cuadro de crisis mundial y con la UE imponiendo los límites. A la clase obrera y a los pueblos del estado ni les va ni les vienen estas contradicciones no tienen nada que ganar; sea el que sea, ellos pierden, pues todos ellos apostaran por aumentar la explotación de la clase obrera, destruyendo sus derechos sociales (privatizaciones) y laborales (reformas laborales).

Por ello es la clase trabajadora la única que tiene en su mano desbloquear la situación, pero no a través de darle el apoyo a ninguna de las fracciones burguesas en conflicto, sino para prepararse para retomar la lucha donde la congelaron (no hace tanto tiempo, ¡solo dos años!) el 22 de marzo de 2014. Una lucha por los derechos laborales y sociales, inseparables de la lucha contra el régimen del 78, que garantiza a través de sus instituciones (el poder judicial, la policía, leyes represivas…) las políticas de recortes, y contra la Unión Europea, «madre de todos los recortes». Esto solo lo puede hacer desde la independencia política y organizativa de las fuerzas políticas que, se presenten como se presenten, son parte de las contradicciones intercapitalistas, a partir del lema marxista: «la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos».

El tacticismo electoralista de desviar las fuerzas de la clase obrera hacia otras opciones sobre la base del mensaje reaccionario del «enemigo de mi enemigo es mi amigo» y la confianza en que organizaciones de otras clases resolverán, o ayudarán a resolver, los problemas de la clase obrera debilita la construcción de la organización que exprese su independencia política, el partido revolucionario.

En vez de estar discutiendo si son «galgos o podencos», deberíamos aprovechar la parálisis y la crisis de gobernabilidad del régimen, incapaz de dotarse de un gobierno mínimamente creíble: cuando el enemigo esta débil y dividido es el momento de pasar a la ofensiva, deberíamos estar preparando huelgas y manifestaciones contra los recortes, por una salida obrera y popular a la crisis, camino de una huelga general política votada en asambleas populares de los centros de trabajo y estudio, en los barrios y las villas.

El problema es que los «generales» de nuestro ejército actúan como parte del enemigo, han optado por evitar el choque y de esta manera permitir que el enemigo recomponga sus fuerzas. La tarea, por lo tanto, es construir unos nuevos «generales» desde la lucha y la organización obrera, no desde el electoralismo enfermizo que atraviesa esta sociedad.