“Lo que me cuentas está muy bien, pero… ¿sabes cómo terminó todo, verdad?” Esa es la primera objeción que escuchamos al explicar los logros de la Revolución Rusa. Es natural; es un hecho innegable que un tiempo después de la Revolución se estableció una brutal dictadura, que terminó regresando al capitalismo de nuevo. ¿Es el socialismo imposible entonces?

El difícil nacimiento del socialismo

El imperio ruso era un territorio sumamente atrasado económica y culturalmente en el momento de la Revolución. La destrucción además se multiplicó con la Guerra Mundial y la posterior Guerra Civil que las grandes potencias lanzaron contra el joven estado revolucionario. En 1923 el país se encontraba extenuado y martirizado hasta límites que hoy se nos hacen difíciles imaginar; las muertes de pura hambre se extendían por doquier. La revolución en Europa había sido derrotada, especialmente en Alemania. Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht habían sido asesinados, y la oportunidad de que un país avanzado fuera la locomotora del socialismo mundial se había esfumado.

El socialismo nació con la realidad más hostil posible: aislada en un país pobre y atacado sin ninguna misericordia por los ejércitos más poderosos. Si consiguió resistir el primer embate fue únicamente por el entusiasmo y la tenacidad casi inverosímil de la primera revolución obrera victoriosa de la historia.  Aún así, gracias a la economía planificada racionalmente la URSS alcanzó un desarrollo espectacular con conquistas sociales impensables aún a día de hoy como el pleno empleo, una seguridad social que no dejaba a nadie por el camino, sanidad y educación completamente públicas, etc…

Los soviets obreros, el partido bolchevique, la clase obrera misma… todo quedó en ruinas. Tomaremos como ejemplo el Comité Central bolchevique que tomó el poder: de sus 25 miembros, 21 murieron por la guerra civil o la represión estalinista. En ese contexto el Partido y los soviets ya no eran más el reflejo de la clase obrera revolucionaria, sino que había mutado en un aparato de funcionarios y burócratas privilegiados. Como líder de esa camada social se colocó Stalin; la historia elige a sus personajes.

El llamado “socialismo real”

En la URSS volvió una profunda brecha social (que nada tenía que envidiar a la que existe entre clases en el capitalismo) entre privilegiados y humildes, entre los “hombres del aparato” y la gente trabajadora. Cualquier disidencia era aplastada mediante métodos propios del fascismo. Durante la década de los ´30 los viejos bolcheviques fueron fusilados (13 de los 16 miembros del Comité Central de 1917 supervivientes a la Guerra Civil), miles y miles de militantes obreros murieron en campos de concentración, como el de Vorkuta. Las purgas llegaron a cualquier ámbito de la vida social incluidos artistas, científicos, militares…. La represión se hacía con saña: la familia de Trotsky fue exterminada al completo (estuvieran o no interesados en política), sobreviviendo únicamente su nieto y esposa en el exilio.

Con el paso de las décadas, a pesar de la inédita estabilidad, los países del llamado “socialismo real” arrastraban una crisis económica crónica. El imperialismo, con EEUU a la cabeza, seguía siendo superior técnica y económicamente. La URSS y sus satélites nunca alcanzaban su nivel, y desangraban sus recursos en una loca carrera armamentística. Las familias intentaban escapar de la Alemania del Este a la del Oeste buscando mejores condiciones. Esa desigualdad había dos maneras de superarla: o bien la Revolución se extendía a países de primer orden económico o bien se aplicaban medidas económicas de corte capitalista.

La primera opción quedaba descartada para la burocracia “soviética”. Si había revolución, ellos serían los primeros en caer. Por eso optaron por estrechar cada vez más sus lazos con el imperialismo mundial a través del mercado global y sus instituciones financieras. Pero por supuesto el intercambio era desigualdad, con ello las deudas y la dependencia iban creciendo y creciendo. Internamente, se aplicaban medidas de liberalización económica. Hoy podemos ver en vivo medidas similares en Cuba. Ante la ineficiencia y los problemas económicos arrastrados, la vía de superación es legalizar e incentivar la economía privada, la iniciativa empresarial; en definitiva, el capitalismo. La burocracia se apropió de las empresas estatales y de la economía nacional. Los antiguos burócratas se transformaron naturalmente en propietarios y se repartieron el pastel.

La restauración capitalista.

Existe una visión generalizada de que fue “la gente” o el “pueblo” quien propició la restauración del capitalismo con las movilizaciones de finales de los ´80 y principios de los ´90. Esa visión fue compartida por la mayoría de la izquierda “comunista”, que no entendía cómo era posible que los trabajadores “acabaran con el socialismo” y terminó auto-disolviéndose en gran medida tras esa crisis de identidad. Pero la verdad es que fue la burocracia gobernante y no el pueblo quién acabó con el socialismo. Las movilizaciones populares fueron primero contra las férreas dictaduras estalinistas y en segundo lugar contra los problemas económicos del socialismo burocrático y las posteriores medidas de liberalización capitalista.

La clase trabajadora protagonizó verdaderas insurrecciones bajo el telón de acero como en Berlin´53, Hungría ´56, Checoslovaquia ´68, Solidarnosc en Polonia y de forma generalizada en los años del derrumbe de los regímenes del este. Algunos dictadores pagaron con su vida, como el delirante Ceaucescu en Rumanía. Pero la demostración de lo que decimos la encontramos allí donde esas movilizaciones consiguieron ser aplastadas a sangre y fuego por la burocracia.

China también tuvo su rebelión, abortada tras la masacre de Tiananmen´89. Si fue “la gente la que restauró el capitalismo” eso debería haber permitido conservar el socialismo en China. Lejos de eso, China es hoy uno de los países de capitalismo más salvaje del mundo. Los antiguos burócratas del Partido Comunista Chino son hoy capitalistas millonarios. Cerca de 30 años después de la caída del muro muchos “comunistas” siguen llorando por las esquinas, pero nosotros sólo podemos celebrar el fin del monstruoso aparato estalinista y su capitalismo disfrazado de rojo.

Revoluciones que vendrán

Es un hecho innegable que a un siglo vista de la Revolución Rusa terminaron ganándonos el pulso, aunque tuvieran que sudar como nunca para hacerlo. En ningún lugar del mundo se mantiene el socialismo o gobiernan los trabajadores. El capitalismo avanza globalmente depredando los derechos sociales y el equilibrio natural, avanzando a paso firme hacia un mundo cada vez más desigual y violento. Pero no es una ley divina que la historia siempre tenga que ser así. Aquella revolución se dio en circunstancias concretas y las que tengan que venir tendrán otras.

Lo que ocurrió hace ahora 100 años es la mayor experiencia sobre poder obrero, revolución y socialismo. Los bolcheviques estudiaron concienzudamente a Marx y Engels, a la Revolución Francesa, a la Comuna de París. Estudiar al partido bolchevique bajo la clandestinidad zarista, a Lenin asaltando el poder a un “gobierno de izquierdas”, la lucha de León Trotsky y la IV Internacional contra el estalinismo, el fascismo y el imperialismo o los Procesos del Este y la caída del muro es el deber de cualquier revolucionaria o revolucionaria que quiera afrontar con firmeza el futuro. Las revoluciones que están por venir no podemos conocer de antemano si conseguiremos ganarlas, pero sí sabemos que serán necesarias.