Uno de los aspectos más notables de las últimas elecciones es el desmoronamiento de Podemos. En 2015 obtuvo 5,2 millones de votos (sólo 340.000 menos que el PSOE) y conquistó muchos de los principales ayuntamientos. Ahora, cuatro años más tarde, ha perdido 1,5 millones de votos y se ha quedado sin los gobiernos municipales y sin la mayoría de diputados autonómicos. Este desmoronamiento, que se ha desarrollado a una velocidad vertiginosa, no es solo un desplome electoral sino también una crisis de descomposición.

Podemos: la nueva política convertida en ala izquierda del régimen

Podemos se dio a conocer en las elecciones europeas de 2014. Se formó recogiendo la ola de indignación social y política desatada con el 15-M y denunciando al «régimen del 78” y a sus partidos (“PSOE, PP, la misma mierda es”). Pronto, junto a Syriza, se convirtió en referencia internacional de una nueva izquierda que debía desplazar a la vieja socialdemocracia, desacreditada y en crisis tras protagonizar los salvajes planes de ajuste que siguieron a la crisis capitalista de 2008.

Los dirigentes de Podemos eran los apóstoles de una «nueva política» que sustituía la anticuada lucha entre las clases por el conflicto entre la «gente y la casta» y la revolución socialista por la “profundización de la democracia”. De esta manera, prometían recuperar el Estado de Bienestar y «refundar» la Unión Europea (UE).

La primera aparición política de Podemos fue con el manifiesto “Mover Ficha”, donde mostró una cara radical. Exigía la derogación del artículo 135 de la Constitución y la moratoria del pago de la deuda pública mientras se hacía una «auditoría ciudadana». Reivindicaba la nacionalización de la banca privada y de las empresas energéticas y reclamaba la derogación de las leyes de extranjería y la salida de la OTAN.

Este radicalismo inicial, sin embargo, duró muy poco. Ya en el siguiente evento electoral fueron eliminados los elementos más rupturistas, en un proceso a la derecha que prosiguió sin descanso. En paralelo, en su interior, se acentuaba el caudillismo de Iglesias, se vaciaban los círculos y Podemos se convertía en un aparato electoral donde los jefes y sus afines decidían sin contar con la base. Cuando convenía, los «inscritos», en una parodia de democracia interna, eran llamados a plebiscitar, por Internet, las decisiones ya tomadas por los líderes. Para colmo, Iglesias, que había presumido de pertenecer a un barrio obrero, se trasladaba a su chalet de Galapagar, en la sierra madrileña.

El PSOE pronto dejó de pertenecer a la «casta» enemiga. Cuando estaba en coma, Podemos salió en su auxilio y fue decisivo para encumbrar a Sánchez y permitir la recuperación del PSOE.

La última campaña electoral de Podemos ha sido lastimosa. El eje del discurso de Iglesias era mendigar un puesto en el gobierno Sánchez, abandonando toda crítica al PSOE y ajustando el programa a lo que Sánchez pudiera admitir: todo debía caber dentro del régimen y de los dictados de la UE. En cada mitin, Iglesias se reclamó de la Constitución del 78, mencionando artículos vacíos sobre derechos sociales que no obligan jurídicamente a nada. Con una campaña así ¿para qué votar a Podemos pudiendo hacerlo al PSOE?

Podemos es quien desactivó la potente contestación que surgió del 15-M y la integró en el cuadro del régimen monárquico. Se convirtió en el ala izquierda de éste y, finalmente, en una fuerza auxiliar del PSOE.

La pérdida de los «ayuntamientos del cambio»

Podemos ha perdido los “ayuntamientos del cambio”. La razón hay que buscarla en el contraste entre las promesas electorales y una gestión que no ha mejorado las condiciones de vida de los sectores populares, mientras los grandes negocios han seguido medrando. Los cambios impulsados han quedado reducidos al “talante” y a actuaciones menores, normalmente rodeadas de mucha publicidad. En ningún momento se han enfrentado a la legalidad, sino que la han respetado escrupulosamente.

Ha habido también actuaciones escandalosas como la de Carmena en Madrid, avalando la represión contra los titiriteros, la especulación inmobiliaria de la “operación Chamartín” o los recientes desahucios de la calle Argumosa en el barrio de Lavapiés.

En el caso de Barcelona, Ada Colau, a pesar de haber perdido las elecciones ante ERC, ha retenido la alcaldía gracias a un pacto con el PSC-PSOE y a los votos del ex primer ministro francés, el reaccionario Manuel Valls. La actuación de Colau constituye, ante todo, un inmenso blanqueo del PSC-PSOE, un cómplice necesario del 155 y alguien estrechamente asociado a la gran burguesía barcelonesa. Ahora lo presentan, en cambio, como el gran socio de un «gobierno progresista».

En la Comunidad Autónoma de Castilla-La Mancha, Podemos pasó a integrar el gobierno regional del PSOE. Con solo tres diputados, su dirigente local fue nombrado “vicepresidente” de Page y Podemos se convirtió en el perrillo faldero de un gobierno social-liberal y privatizador. Ahora, ha desaparecido del mapa de la región.

Hay que sacar lecciones

El desplome de Podemos exige una profunda reflexión. Su desmoronamiento provoca desconcierto en muchos y una sensación de impotencia en un sector de activistas que durante estos años había llegado a poner su confianza en Podemos como alternativa a una socialdemocracia corrompida y vendida al capital.

La vida ha mostrado que no hay soluciones fáciles, basadas en la construcción de aparatos electorales y triunfos efímeros. Que nadie nos va a ahorrar el trabajo cotidiano de construir una fuerza revolucionaria arraigada en el movimiento obrero y popular y entre la juventud. Una fuerza para quien la necesaria participación en las elecciones sea un instrumento al servicio de las luchas y de la defensa de un programa revolucionario. Una fuerza que luche por construir otro 15M, esta vez más masivo, más obrero y popular, autoorganizado democráticamente, que no se deje institucionalizar sino que enfrente al régimen monárquico para abrir paso a un proceso constituyente y a una transformación socialista.

Los que hicieron apología de Syriza y de Podemos están de duelo. Ahora sólo les queda el Bloco d’Esquerda portugués, cuyo gran objetivo es justo el mismo de Iglesias: entrar en el gobierno del PS. El destino final será similar.