El comportamiento y el lenguaje utilizados por los medios de comunicación en cuanto se refiere al deporte femenino deja mucho que desear. Actualmente su mediatización es mínima, pero cada cuatro años nos hacemos eco de la posición en la que se encuentran las jugadoras de las que, o bien hemos escuchado hablar cuando han ganado algún torneo o campeonato, o bien nunca nos han hablado de ellas.

En cuanto acaben los Juegos Olímpicos de Río se volverá a la rutina periodística-deportiva: cuánto cuesta que un jugador (hombre) de fútbol entre en un equipo masculino de primera.

Las deportistas sufren aislamiento mediático. Las portadas de los periódicos y la sección de deporte de los telediarios están protagonizadas por sus compañeros, incluso cuando ni siquiera son noticia. La nadadora Mireia Belmonte decía en una entrevista: «Importa más el pelo de Sergio Ramos que mi récord del mundo». Y parece que así es. En el periodismo deportivo no sólo apartan la atención de las jugadoras y la priorizan hacia los hombres, sino que también menosprecian sus esfuerzo y capacidades de muchas maneras, como atribuir sus victorias a sus entrenadores. Carolina Marín, ganadora de una medalla de oro en bádminton, y Ruth Beitia, quien también ganó el oro en la modalidad de salto de altura, fueron para los medios de comunicación, concretamente para los periódicos El País y As, simplemente un triunfo de sus entrenadores.

Además de atribuirle a los hombres los logros de estas deportistas, también se las compara con ellos. Esto le ocurrió a la gimnasta estadounidense Simone Biles, quien se indignó en una entrevista cuando le preguntaron si se consideraba la nueva Usain Bolt o la nueva Michael Phelps, a lo que ella respondió “Seré la primera Simone Biles”.

Pero esto no sólo pasa en los JJOO. Numerosos reportajes y titulares han considerado a la mujer que ha ganado, que ha conseguido una victoria, como “uno de ellos”, utilizando calificativos de tipo “vaya machote” o “qué tío”. No. No es un “machote” o un “tío”. Es una mujer que ha ganado con un apoyo mínimo de una sociedad machista, la cual la está invisibilizando.

No sólo es el mérito que se les quita. Cuando los comentaristas o periodistas hablan de mujeres, suelen mencionar su estado civil, su apariencia, su edad, su vida privada… El caso de la tiradora olímpica Corey Cogell, ganadora de varias medallas, es un claro ejemplo. El diario The Chicago Tribune la redujo a “esposa de”. Además de infravalorar el hecho de que hubiera ganado una medalla olímpica, se la despersonaliza calificándola como la esposa de alguien.

Por si fuera poco, no importa que las deportistas estén optando por el oro en un juego perfecto, ni que hayan superado un récord mundial. Estas mujeres son cosificadas por un periodismo deportivo misógino que tiende a tener a la mujer como un objeto sexual del que se pueden mofar. Los periodistas se permiten hacer clasificaciones como las siguientes: el periódico El Mundo publicó “La lista de buenorras internacionales en los JJOO”. El diario deportivo italiano QS Quotidiano Sportivo, en un titular calificaba a las tres tiradoras italianas de arco Guendalina Sartori, Lucilla Boari y Claudia Mandia como “el trío de las gorditas”. Otro caso es del diario Marca, que en su cuenta de twitter insinuó la “sorprendente destreza” de la portera del equipo de balonmano de Angola, Teresa
Almeida, por su “sobrepeso”. Estos son sólo tres de los muchísimos casos de machismo en la prensa deportiva en la edición de los Juegos Olímpicos de Río. La lista, por desgracia, es increíblemente larga.

También ha habido controversia sobre cómo el islam oprime a la mujer. Esto viene por un partido de voley playa femenino entre Egipto y Alemania. El equipo de Egipto llevaba una equipación que cubría sus cuerpos de la cabeza a los pies, y el equipo Alemán, un bikini. Esto ha llevado a que se creara una discusión solamente en torno a la equipación de las egipcias. Ha llegado a provocarse una ola islamófoba alrededor de este tema. La discusión ha sido en su mayor medida sobre lo increíblemente machista que es el islam y los países árabes, ya que no dejan mostrar a las mujeres sus cuerpos.

Pero no podemos olvidar que hay machismo a los dos lados de la red. En este caso, el otro lado sería algo como “el lado occidental”. No porque sea un bikini o porque se vea más o menos cuerpo. Es más, desde 2012 se da libertad relativa (ya que las federaciones son las que deciden las normas de vestuario) de poder elegir la vestimenta para los partidos; en el caso del voley playa, bikinis, pantalones y camisetas, hiyabs, etc., aunque en varias ocasiones ha habido jugadoras que se han quejado, ya que las equipaciones que han utilizado les han provocado problemas para poder moverse con comodidad. El problema no es el bikini, sino cómo se sexualiza a la mujer en este tipo de juegos. Comentaristas y, sobretodo, fotógrafos y cámaras, contribuyen en gran medida en hacer de un deporte complicado y en el que se necesita una gran destreza física y mental en imágenes y comentarios sexistas. Un sexismo increíblemente normalizado y mediatizado,
en el sentido que se expone el cuerpo de la mujer de forma sexualizada y enfocado hacia un público mayormente masculino, cuando no debería ser así.

No podemos mirar sólo la paja en el ojo ajeno. Sí, hay sociedades que no son occidentales y que son misóginas, pero la nuestra, la sociedad europea y “avanzada” en la que vivimos, es increíblemente machista. No podemos acusar de machismo a otras culturas sin antes miramos a nosotros mismos, y menos, cuando lo negamos y no intentamos cambiar esta realidad.

Este trato hacia el deporte femenino no es más que el reflejo de una sociedad sustentada en un sistema patriarcal. Las mujeres llevamos luchando siglos para que se nos trate de manera digna, para que desaparezcan los roles de género y por un trato igualitario con respecto a nuestros compañeros. Ya basta de cosificarnos, de sexualizarnos, de tratarnos como si fuéramos de alguien; somos de nosotras mismas.

Existe un miedo feroz a que las mujeres consigamos logros y victorias que los hombres han estado consiguiendo a lo largo de la historia, o que ni siquiera han conseguido aún. Que ellos pierdan privilegios para que nosotras podamos conseguir derechos y deshacernos de la opresión machista, ser dueñas de nuestras vidas, de nuestros logros y fracasos, causa un terror incontrolable a un sistema que siempre ha mantenido a la mujer en un segundo plano, invisible, despreciada y maltratada.

Si no llevamos a cabo una lucha feminista en todos los sentidos, esta opresión seguirá, y los comportamientos machistas serán imposibles de combatir.