Existe una tendencia en la izquierda a separar de una manera artificial las cuestiones sociales de las políticas, estableciendo una contraposición entre ellas, entre las reivindicaciones particulares de los sectores sociales y las diferentes salidas políticas. La contradicción entre ambas la resuelven utilizando una viejísima frase ya criticada por Lenin en el Que hacer?: la gente no está preocupada por los aspectos políticos (régimen, soberanía, gobierno, libertades), nos dicen, sino por lo que aprieta en el pie, las llamadas «cuestiones sociales». Las cuestiones políticas son cosas de las vanguardias, de los partidos, y la gente trabajadora sólo se movilizará por las sociales.

Por Roberto Laxe

Desde un punto de vista histórico esta es, de alguna manera, la diferencia que hacían en la II Internacional entre el Programa Mínimo, de las reivindicaciones sociales, y el Programa Máximo, es decir, el socialismo. Digo «de alguna manera», porque hoy el Programa Mínimo sigue siendo más o menos igual, pero el Máximo ya no es ni tan siquiera el socialismo “en los días de fiesta”, sino la mera «radicalización de la democracia». Sin embargo, la lógica sigue igual: lo que interesa a la gente no son las «grandes cuestiones» políticas, sino los aspectos particulares, sociales, de la lucha.

Esta concepción es tremendamente paternalista, haciendo una diferenciación de las capacidades intelectuales entre los «organizados» (así sea en la «nueva» política, y de ahí viene el «gobierno de los mejores» que promueven desde el “núcleo irradiador” de la Complutense) y los «no organizados», que desde un punto de vista político sólo tiene una lectura: oportunismo. Como la sociedad no habla de política, no hablemos de política, no pongamos las reivindicaciones políticas en el centro… Eso lo dejamos para los «organizados».

Es oportunismo porque los que defienden esta lógica de separar artificialmente lo social de lo político, claudican en toda línea a las concepciones burguesas de despolitizar a la sociedad, y por eso hallan fácilmente «lugar» en los medios de comunicación de masas, que, encantados, utilizan ese argumento para separar a la ciudadanía de la política. En el fondo los dos dicen lo mismo: la gente no habla de política, eso es cosa de los “políticos”.

Sin embargo, tiene otra lectura más profunda esa tesis: al no hablar de política, quedan de lado las salidas políticas a la crisis, y al final los que defienden esa posición se convierten en verdaderos «gestores» del sistema, aunque tengan toda la buena voluntad del mundo. Porque éste es el problema: a estas alturas de la crisis quien piense que sólo reformando y gestionando bien el sistema se puede salir de ella en un sentido social y de clase, esta engañándose, y lo que es peor, engaña a la población trabajadora; pues le dicen que en el fondo, el problema de la crisis no es un problema del sistema, como decía el 15M, sino «de las personas», como no decía el 15M.

La crisis es tan honda, es social y económica, y no tiene una solución parcial (social o economicista), separada de la política. Es la confusión muy habitual de la parte (lo social o económico) con el todo (el político).

En una sociedad de clases como la actual lo político es el resumen de lo social y lo económico. Dicho de otra manera, lo político expresa la manera que tiene la sociedad de organizarse y garantizar su supervivencia, sean estas meramente económicas o sociales (familiares, de raza, de género,…). Lo político, la política, es la síntesis formal del fondo social expresada en el Poder.

Pablo Iglesias acertó cuando criticaba a la izquierda (hacía una trampa intelectual y criticaba a toda la izquierda cuando solo se refería a IU): no quieren el poder; por eso tuvo tanto éxito el término «Podemos». Porque habla de hacer lo que los poderosos no dejan hacer, y nosotros, el pueblo, sí queremos hacer. Situaba el problema donde tenía que estar en el poder político. Otra cosa es el camino que buscó, de adaptarse a las reglas de juego de la seudo democracia en la que vivimos. Ese era su error, siendo indulgentes, estratégico.

Y que significa «Poder». No es una palabra abstracta, ajena a las relaciones sociales, sino todo el contrario: es la síntesis de esas relaciones sociales, de las correlaciones de fuerzas entre las clases sociales, entre los sectores sociales, entre los opresores y los oprimidos, que tiene un nombre: régimen político. Es decir, unas instituciones concretas organizadas de una manera propia. Por eso cada estado, cada nación, tiene sus reivindicaciones sociales y políticas, sus formas de organizarse, su manera de luchar.

Es cierto que existe una unidad internacional, horizontal, en la división social del trabajo, en la que unos son la mayoría asalariada que vende su fuerza de trabajo, y otros son los propietarios o sus gestores (gerentes, consejeros delegados, abogados, economistas, …) que viven de la explotación de la mayoría asalariada.

Existe otra división, fruto también del desarrollo histórico, vertical, que son las naciones. La organización de estas naciones, las relaciones entre ellas se definen de igual manera que la división entre las clases, por la fuerza de las armas, y se sintetizan en el poder de unas sobre otras: las naciones opresoras y las naciones oprimidas. Las guerras son la máxima expresión de esta lucha por el poder, como bien dijo von Clausewitz, siguiendo a Tsun Zu, «la guerra es la política por otros medios». En ellas se definen las relaciones sociales, que después se van a manifestar en las reivindicaciones que algunos elevan a la categoría de principio rector de su actividad política.

Separar lo social de lo político no es más que decirle a la sociedad lo que el capital y sus medios quieren escuchar: no asaltéis los cielos, limitaros a gestionar las migajas que caen de nuestras mesas, y a través del voto en unas elecciones arregladas por nosotros y nuestra legislación, escoger los que lo van a hacer. Vamos, jugar nuestro juego con las cartas marcadas.

El problema para la transformación social es justo, darle la vuelta el argumento: claro que vamos a hablar de política, porque la solución de nuestros problemas no caben dentro de vuestro «juego», de las estructuras creadas para mantener la explotación y la opresión. No solo vamos a hablar de política, sino que vamos a poner en el centro de nuestra lucha destruir las estructuras de poder que frenan nuestras ansias de transformación social.

Cuidado, hablar de política no es saltar del «programa mínimo» al «programa máximo» sin mediaciones; sino que encontrarlas es el arte de la política revolucionaria. Saltarse las mediaciones no es hablar de política, es justificar en el fondo la adaptación al programa mínimo, porque el programa máximo -el socialismo- no cae del cielo, ni se conquista en un día… Es un largo proceso de lucha social y lucha política, que va acumulando las fuerzas sociales precisas para el salto de la transformación social a través de la revolución. Poner en el centro lo político significa descubrir cuáles son las formas, las instituciones fundamentales, en las que se basa la explotación y la opresión en las condiciones de un estado y de una nación concreta. Cómo se organizan esas relaciones sociales y qué instituciones son las que mantienen el «estatus quo».

Dos ejemplos: uno, la deuda pública. Hoy uno de los problemas centrales de todos los estados europeos es una deuda monumental; algunos, los más poderosos, pueden pagarla por que tienen ingresos internos (desarrollo interno) y externos (saqueo de otros pueblos) que les permite hacerlo, pero la mayoría no están en esas circunstancias y la deuda es un nudo corredizo en el cuello de los pueblos.

La deuda fue generada por un Tratado, el de Maastricht, que legalizó la economía de «casino» a costa de las necesidades sociales al obligar a los estados a financiarse en los mercados financieros, no a través del banco central.

Pues bien, ¿es posible liberarnos de la deuda, del nudo corredizo en nuestro cuello sin romper con las instituciones construidas en ese Tratado de Maastricht, fundacional de la Unión Europea? Lo social, las reivindicaciones ligadas al no pago de la deuda como los recortes o las privatizaciones, se trasladan a lo político de una manera cuasi mecánica: sólo acabando con el Tratado de Maastricht y sus consecuencias institucionales, la UE y el euro, es posible avanzar en la resolución de las reivindicaciones sociales.

El otro ejemplo va al otro extremo. De la Unión Europea a las naciones sin estado. El derecho a decidir, según los que lo niegan en los hechos en el nombre de una supuesta unidad de la clase obrera, dicen en el mejor de los casos que es un derecho democrático, pero ajeno a las necesidades sociales, que no tiene que ver con la resolución de sus reivindicaciones.

En general, es cierto que el derecho a decidir es un derecho democrático básico cuyo ejercicio asusta a los poderosos, y resuelve sin lugar a dudas necesidades sociales, negarlo es aceptar su lógica asustadiza. El derecho a decidir de las mujeres sobre su cuerpo, es el derecho a ejercer el aborto sobre seguro y en la seguridad social, y a nadie se le ocurriría decir que no defiende el derecho el aborto porque hay muchas mujeres (y hombres) de la clase obrera que no lo entienden, y que divide a la clase. El derecho de la mujer sobre su cuerpo atenta contra los «sagrados intereses» de la burguesía de controlar la base de su poder, la fuerza de trabajo, y para ello se apoyará en las ideologías más reaccionarias como la religión.

El derecho a decidir de un pueblo oprimido no es muy diferente; es el derecho de un pueblo a decidir como resuelve sus necesidades sociales; no es ajeno a las necesidades sociales, sino todo el contrario, es la manera de cómo ese pueblo, sin intervenciones ajenas, democráticamente decide sobre sus riquezas, sus fuerzas humanas, etc. Negarle el derecho a un pueblo a decidir cómo se quiere organizar porque «divide» a la clase obrera, es cómo negarle a mujer su derecho a decidir sobre su cuerpo porque muchas mujeres (y hombres) trabajadoras no lo entienden. Es un argumento profundamente reaccionario.

Pero pasar a lo político no significa quedar atado a las cuestiones democráticas esenciales, individuales o colectivas. De igual manera que quedar atados a la cuestión social sin ver que la solución es política. Para eso tenemos que ir mas allá, ir a la base social en la que se estructura la sociedad de clases, en las contradicciones sociales que la marca a rojo, y como cada estado organiza esas contradicciones.

Siguiendo con los ejemplos. Lo de la deuda en la UE y el Tratado de Maastricht es valido para las naciones que a ella pertenecen, pero no para los que no hacen parte de ella; e incluso dentro de ella, no es igual como afecta, y por lo tanto, como ha que luchar en los países centrales de los periféricos. Dentro de la unidad existe la diversidad.

Sobre el derecho a decidir, es decir, los derechos democráticos no son vulnerados del mismo modo en países de larga tradición democrática que hicieron su revolución democrática, resolviendo muchas de las tareas básicas (separación Iglesia estado, reforma agraria, unidad nacional, etc.), de aquellos que, por los motivos históricos que fueran, no fueron capaces y quedan por resolver (separación Iglesia estado, unidad / autodeterminación nacional, reforma agraria).

En todos los casos las contradicciones de clase son iguales, pero su manifestación nacional o estatal no. Como decía un economista brasileño, Jose Martins, «el capital es genéticamente internacional, la burguesía es genéticamente nacional»; dicho de otra manera, la relación Capital / Trabajo es mundial, la relación personal, física e institucional, burguesía / proletariado es estatal y nacional, dependiendo de las condiciones históricas de desarrollo.

Entre ambos extremos, internacional y las relaciones de clase, se montan las formas concretas de explotación y opresión, los diferentes regímenes políticos, con sus características propias. Para pasar de lo social a lo político, sin caer en piruetas muchas veces ultraizquierdistas como el no al derecho a decidir o la reforma agraria porque son “burguesas», es preciso descubrir cuáles son las líneas de fuerza de esos regímenes, cuál es su eslabón débil por donde puede entrar la movilización social; preguntarse porqué este régimen concreto impide la resolución de las necesidades sociales.

Si quedamos atados a lo social nunca resolveremos los nudos políticos que impiden la resolución de las necesidades sociales. Dar el salto de lo social a lo político, es entender que esas necesidades sociales chocan de frente con la forma política que tienen los poderosos de organizar la explotación y la opresión, y que sin luchar contra ellas sólo somos «gestores» honestos del sistema.

No nos confundamos, la población trabajadora no tiene tiempo, desgraciadamente, para estudiar las contradicciones sociales y sus vías de solución, las vive, y aprende en su práctica cotidiana, con su lucha. La movilización, inexcusablemente, nace de las y en las necesidades sociales insatisfechas por el poder del capital; es tarea de los que se dicen «organizados» no caer en el paternalismo de considerar que sólo por eso, no quieren hablar de política. Al revés, es preciso que desde la lucha cotidiana, a partir de la autoorganización obrera y popular, dar la palabra a la gente trabajadora en todas las ocasiones, y hallar los caminos que llevan a la lucha política contra los regimenes, para barrer con la escoba de la revolución las costras que lo impiden.