Desde hace unos años un mantra es repetido insistentemente desde los dirigentes políticos, los “gurús” de la economía y los medios de comunicación; “la Gran Recesión” como le llaman a la crisis financiera del 2008 es cosa del pasado, ahora de lo que se trata es de “afianzar” la recuperación.

Por Roberto Laxe

Si nos vamos a sus informes nos encontramos que esa idea es para la galería, porque tanto el FMI como la ONU, reconocen que la crisis no es cosa del pasado; que solo la «taparon» a base de medidas monetaristas, es decir, darle a la máquina de hacer dinero en los EE UU o Japón, rescatando bancos y empresas en Europa a costa de la deuda pública; pero siguen sin solucionar ninguno de los problemas estructurales que llevaron al mundo a la crisis.

Quien mejor define esta “incertidumbre”, palabra repetida en esos informes es paradójicamente el más optimista, el FMI, que frente al crecimiento del PIB mundial para el 2017 de la ONU, de un 2.7%, lo sube al 3.1%: “Aunque los riesgos parecen inclinarse a la baja, se observan también riesgos al alza para el crecimiento a corto plazo” (Perspectivas de la Economía Mundial Al Día, FMI, 16/01/2017).

El carácter de la crisis

A ver si nos aclaramos, “riesgos al alza y la baja” al mismo tiempo es como decir, la situación económica es igual a “cero, se anulan entre ellos y nos llevan de cabeza al “estancamiento”. Si leemos atentamente estos informes, descubrimos que la expresión mágica no puede ser “afianzar la recuperación”, sino el “estancamiento”, reconocido abiertamente por la ONU bajo el eufemismo de  un periodo de “bajo crecimiento”, y con la boca pequeña por el FMI, el pronóstico es a un “repunte del crecimiento en comparación con el ritmo moderado de este año”, y con muchos condicionantes.

Si la crisis se mantiene a su pesar, aunque haya esos «repuntes moderados en el crecimiento», se debe a los problemas estructurales del sistema que no han resuelto, a la baja tasa de ganancia en el aparato productivo. La crisis no fue financiera en sentido estricto, sino que se originó en la producción de bienes y servicios, con la caída de todo un sector industrial, la construcción, en naciones y estados imperialistas como los EE UU, Gran Bretaña o el Estado Español en el 2007; cuya manifestación más visible fue la crisis de las subprime en los EE UU.

El capital financiero es la cumbre del sistema, pero no como “meros” prestamistas, sino con la interrelación entre los bancos y el capital industrial; no solo sacan beneficios de manera indirecta, a través de los préstamos, sino que son accionistas/propietarios de las empresas, de las que sacan beneficios directos de la empresas. Y a la inversa, los industriales y comerciantes son accionistas de los grandes bancos, o invierten a través de los fondos de inversión.

En el 2008 esta crisis saltó a los bancos, creando la llamada Gran Recesión; lo que aprovecharon para llamarla “crisis financiera” y así disolver los problemas del capitalismo en los de la codicia de unos pocos banqueros. Pero no pueden ocultar que la Tendencia Decreciente de la Tasa de Ganancia es como un “viejo topo” que silenciosamente socaba las bases de la producción capitalista; la competencia obliga a cada capitalista, en busca de la rentabilidad de sus inversiones, a aumentar la productividad del trabajo, lo que reduce sistemáticamente el valor de cada mercancía producida y termina por traducirse en una caída de los beneficios.

La situación actual, incertidumbre

Lo que define la situación actual es la incertidumbre que genera este estancamiento. Ellos, los inversores, los capitalistas, los banqueros, … querrían tener la certeza de que todo va “bien”; que la crisis ya ha sido superada, como dicen cara al público. Pero los datos concretos, lo que realmente les importa, las cuentas de resultados de las empresas y los beneficios a repartir, salvo excepciones, no invitan al optimismo: no confundamos beneficios con valor en bolsa, desde los años 90 este se determina no por el volumen de ventas de una empresa, sino por su valor de la acciones. De esta manera, consiguen un nuevo sector especulativo, pues las mismas empresas se compran a sí mismos acciones, para aumentar su valor. Pero es un aumento ficticio, especulativo.

Esto es lo que genera su incertidumbre, minando una de las bases del sistema capitalista, la confianza en que todo es una escalera al cielo de los beneficios empresariales. Nunca las harán públicas, esa si es “información reservada”, pero como el bosón de Higgs podemos deducirlo por sus manifestaciones, primero por donde va el dinero  y después por las políticas que aplican y recomiendan desde los organismos “competentes”.

La especulación es una de las principales señales de que algo va mal; y desde que comenzó la crisis, las burbujas especulativas se han sucedido hasta hoy, fue la deuda de los estados europeos, fueron los productos agroalimentarios, fueron los precios de las materias primas. Esta fue la respuesta inicial a la crisis del 2008, y lo que permitió, temporalmente, que naciones productoras de materias primas tuvieran una primavera en pleno invierno de la crisis. Venezuela, el mundo árabe, Brasil, Bolivia, Centro África, … gracias a los precios inflados por la especulación en materias primas.

Pero “a todo porquiño chégalle o seu sanmartiño”, la tendencia decreciente de la tasa de ganancia también actúa en estos sectores industriales, y al final las burbujas quebraron, arruinando a muchos de ellos. Ahora nos encontramos que el mundo no tiene ningún sector, o sectores, que como la construcción en los 90/2000, tiren de la economía; sino que la inmensa mayoría están atascados en la espiral de sobre producción y precios por debajo del coste de producción, provocando la deflación, retroalimentando la incertidumbre sobre la rentabilidad de las inversiones.

¿Qué alternativa nos ofrecen?

El estancamiento no es producto de la mala gestión, sino de que las leyes del capitalismo actúan de manera inexorable. El FMI, como la UE y los gobiernos, gestionan una crisis que les viene grande, y lo hacen como lo que son, instituciones del capital, recomendando “incentivos fiscales”, traducido, reducción de la presión fiscal a los más ricos, con nuevas reformas laborales para reducir los llamados “costes laborales”, con privatizaciones para incorporar al mercado sectores que hoy están estatalizados, como la sanidad, la educación o en el caso chino, la industria pesada y el sector financiero.

Todas ellas apuntan a la “teoría del derrame”, según la cual haciendo más ricos a los ricos, su riqueza se derramará por la sociedad como si fuera una torre de copas de champán que llenando la de arriba, al final llega champan a todos.

Así fue en el capitalismo en sus orígenes, cuando la acumulación de capital terminaba revirtiendo no sin grandes luchas obreras, en un aumento de la riqueza social. Pero nos encontramos en la fase de decadencia del capitalismo, donde la acumulación de riqueza viene, cada vez más de la especulación, de la corrupción y el compadreo, a la que se apuntan todos los capitalistas por la incertidumbre, y cada vez menos del trabajo humano, de la producción de bienes y servicios. Con sus medidas en realidad solo aumentan las desigualdades sociales, puesto que la alternativa sería la de acabar con esa tendencia a la caída de la tasa de ganancia que los empuja a la especulación y la corrupción, y eso es imposible mientras el capitalismo sea capitalismo.

La recuperación de las ganancias que reinicie el ciclo de acumulación supone, ante la profundidad de la crisis actual, no solo empobrecer más a la clase trabajadora, como están haciendo, aumentar los sectores productivos con la privatización masiva de los servicios públicos y la industria estatalizada, sino ampliando la base productiva del sistema, incorporando nuevos sectores de la producción de bienes y servicios no atascados en la dinámica “sobreproducción y bajos precios”, que hoy por hoy no tienen desarrollados.

El “estancamiento”, la “incertidumbre”, las “alzas y bajas” de los riesgos que se anulan, son la manifestación de la profundidad de una crisis que tiene muy difícil solución bajo los parámetros del mercado capitalista, y define no solo la situación económica sino la política, así como el aumento de las tensiones sociales.