¿Cómo la Revolución Rusa resolvió el gran problema del trabajo doméstico y todo lo relacionado con él?  Su respuesta lleva a cuestionar los propios cimientos de todas las sociedades divididas en clases que han dado base a la milenaria opresión de la mujer. Por el significado que el trabajo doméstico tiene en el sistema capitalista de producción y las profundas consecuencias para las trabajadoras, así como por las viejas y nuevas polémicas con las corrientes feministas es pertinente analizarlo con el máximo de atención.

Por Olga Lucía Peñaloza y Rosa Cecilia Lemus

La opresión de la mujer, un proceso histórico social

El marxismo dio cuenta de la opresión de la mujer explicando que el sometimiento de ella se ha sustentado en la creencia generalizada [ideología] de la inferioridad intelectual, física y biológica de la mujer y en que su función en la sociedad está circunscrita a la reproducción y crianza de los hijos y el cuidado de la familia. En El Origen de la Familia la Propiedad Privada y el Estado, Engels demostró que la opresión obedecía a un proceso histórico social, con el surgimiento de la propiedad privada de los medios de producción y la explotación de una clase por otra.

Desde las sociedades precedentes al capitalismo, sociedades divididas en clases: esclavismo y feudalismo, las labores domésticas han sido parte y cumplen un papel crucial en la opresión de la mujer y se han expresado en los distintos tipos de familia. Engels afirmó que “la abolición del derecho materno fue la gran derrota del sexo femenino”.  Con ello señalaba que hubo un extenso periodo de la prehistoria de la humanidad en donde las mujeres gozaban de un reconocimiento social inmenso y sus tareas reproductivas en nada afectaban su posición en la comunidad; por el contrario, la descendencia era definida por línea materna. Con el desarrollo de las fuerzas productivas, la acumulación de los excedentes y la aparición de la propiedad privada todas las relaciones sociales cambiaron y con ellas el derecho paterno se impuso garantizando la herencia, por línea masculina, como fundamento de la propiedad privada.

La revolución obrera rusa intentó y demostró que era posible saldar esta enorme deuda histórica con la mujer. Esta es una de sus lecciones fundamentales: abolir las condiciones materiales de su opresión (propiedad privada), garantizar su vinculación masiva a la producción social y a la vida política y cultural, cambiar radicalmente las leyes otorgando igualdad de derechos, dar garantías a la maternidad de manera libre y voluntaria, socializar los trabajos domésticos, y comenzar una dura batalla por extirpar del seno de la sociedad todos los prejuicios, creencias y costumbres arraigadas por siglos, para comenzar la construcción de nuevas relaciones familiares, sobre nuevas bases económicas y sociales.

El trabajo doméstico en el sistema capitalista de producción

El trabajo doméstico, lejos de ser un problema privado, exclusivo de las mujeres, de la intimidad del hogar, por el contrario, está inserto en las relaciones de producción capitalista. Cecilia Toledo en Género y Clase, señala que “…el trabajo doméstico es un problema del sistema capitalista de producción, ya que tiene que ver con el proceso de reproducción de la fuerza de trabajo. Es en el hogar que esa reproducción se procesa[1].  Con esto quiere decir que en el capitalismo la familia obrera y en ella la mujer es oprimida por determinaciones que van más allá de la simple relación entre los sexos. Su papel natural en la reproducción de la especie humana, embarazo, parto, lactancia que la hace diferente del hombre, le impone, dadas las condiciones de explotación del conjunto de la clase trabajadora, el papel de proveer al mercado capitalista de la fuerza de trabajo los nuevos sujetos de la explotación: sus hijos. Mientras la familia burguesa y en ella la mujer pare a los herederos del capital.

En segundo lugar, todas las llamadas labores o trabajo doméstico, están relacionadas con lareproducción de esta fuerza de trabajo (crianza, educación, cuidado) y además con la recuperación de la energía (cocina, limpieza, salud) que ella como asalariada, si lo es, y su marido necesitan para recargar baterías para la siguiente jornada de trabajo en la que el capitalista vuelve a consumir sus energías (fuerza de trabajo). De esta manera todo ese inmenso trabajo doméstico es compensado con salarios de miseria en los que el capitalista se ahorra de manera indirecta los costos del mantenimiento de esa mercancía (fuerza de trabajo), sin la cual no puede convertir la materia prima en otras mercancías obteniendo sus jugosas ganancias (plusvalía). Alexandra Kollontai así sintetizaba la situación de la mujer antes de la revolución:

“El capitalismo ha cargado sobre los hombros de la mujer trabajadora un peso que la aplasta; la ha convertido en obrera, sin aliviarla de sus cuidados de ama de casa y madre.

Por lo tanto nos encontramos con que la mujer se agota como consecuencia de esta triple e insoportable carga, que con frecuencia expresa con gritos de dolor y hace asomar lágrimas a sus ojos… nunca ha sido su vida más desgraciada, más desesperada que en estos tiempos bajo el régimen capitalista, precisamente cuando la industria atraviesa su período de máxima expansión.” [2]

Esta que es la base del análisis marxista de la opresión, es lo que la Revolución de Octubre, con el Partido Bolchevique a la cabeza, necesitaban cambiar de manera radical, y eso es lo que querían decir cuando afirmaban que no se puede liberar a la clase obrera de la explotación sin liberar a la mujer de esas condiciones oprobiosas de existencia. La emancipación de la mujer estaba ligada indisolublemente a la suerte de la revolución obrera y a la construcción del socialismo, realidad de la cual los bolcheviques eran perfectamente conscientes y que León Trotsky en la Revolución Traicionada lo confirma:

“La Revolución de Octubre cumplió honradamente su palabra en lo que respecta a la mujer. El nuevo régimen no se contentó con darle los mismos derechos jurídicos y políticos que al hombre, sino que hizo – lo que es mucho más- todo lo que podía y en todo caso infinitamente más que cualquier otro régimen para darle realmente acceso a todos los dominios culturales y económicos, pero ni el “todopoderoso” parlamento británico, ni la más poderosa revolución pueden hacer de la mujer un ser idéntico al hombre, o hablando más claramente, repartir por igual entre ella y su compañero las cargas del embarazo, del parto, de la lactancia y de la educación de los hijos.”   Se trataba entonces de eliminar la carga económica y social ocasionada por la maternidad para que el estado y la sociedad asumieran las medidas necesarias de su protección, y su libertad.

El socialismo sólo será posible con la participación de las masas femeninas

Para la construcción del socialismo, la Revolución Bolchevique transformó la vieja sociedad capitalista basada en la propiedad privada de los medios de producción, en palabras de Lenin “expropiando a los expropiadores” y socializando la producción. La participación de las obreras en la lucha revolucionaria por la toma del poder, fue un acervo que favoreció su intervención en la edificación del nuevo Estado. Su experiencia de lucha contra el régimen zarista y la concentración del proletariado en las ciudades facilitaron su participación y comprensión de los propósitos de la revolución. Esto se materializó en su vinculación cada vez mayor a las asambleas de mujeres, a los soviets,  al Partido Bolchevique y a la administración del Estado. Así como la socialización del campo era un imperativo también lo era la incorporación de las mujeres en la construcción socialista.

En la Rusia zarista existía una  inmensa población campesina. Al decir de Trotsky, cuatro millones de obreros y obreras industriales condujeron a cien millones de campesinos; de allí la necesidad de socializar el campo y trasformar las prácticas arcaicas de producción, con un campesinado pobre sometido a niveles de explotación más intensos y una servidumbre medieval en la que las campesinas soportaban un régimen de trabajos forzados y las peores formas de opresión. Lenin y Trotsky, estudiosos de la sociedad rusa, sabían de la necesidad de transformar el campo con medidas como la colectivización. A la par que se colectivizaba la tierra, se impulsaba la organización del campesinado. En 1918, en vísperas de la invasión de los ejércitos imperialistas a la Rusia soviética, Lenin en su discurso ante el I Congreso de obreras de toda Rusia decía:

“Hasta ahora, la situación de las mujer ha sido tal, que se ha calificado como propia de esclavitud; la mujer está agobiada por los quehaceres de la casa, y de esta situación sólo la puede sacar el socialismo. Sólo cuando pasemos de las pequeñas haciendas a la economía colectiva y al laboreo en común de la tierra, sólo entonces existirá la plena libertad y emancipación de la mujer. Esta tarea es difícil, pero ahora, cuando se forman los comités de campesinos pobres, llega el momento en que se afianza la revolución socialista… La experiencia de todos los movimientos liberadores confirma que el éxito de la revolución depende del grado en que participen en ella las mujeres.” [3]

La socialización del trabajo doméstico, el camino hacia la emancipación,

La naciente República Soviética incorporó tempranamente la legislación más avanzada en el mundo respecto a la mujer, proclamando la igualdad de derechos de ambos sexos: derecho al divorcio, derecho al aborto libre y gratuito, matrimonio civil, eliminación de la prostitución. Si bien la promulgación de las leyes que liberaban a la mujer era el punto de quiebre en relación con los países capitalistas más avanzados, y con las leyes que subyugaban a la mujer rusa, éstas serían tan sólo el punto de partida para  la verdadera liberación que vendría con la construcción del socialismo protagonizado por las masas proletarias, un proceso que llevaría tiempo y que estaba ligado al avance de las fuerzas productivas, al desarrollo de la revolución mundial, a la eficiencia en la distribución de los alimentos y a la aplicación de la técnica al servicio del mejoramiento de las condiciones de vida del proletariado  y del campesinado. Tal fue el caso del servicio de electricidad para las casas obreras y campesinas.

La familia considerada como una pequeña empresa cerrada, arcaica, rutinaria, asfixiante que condenaba a la mujer a trabajos forzados durante toda su vida, debía ser sustituida por un sistema de servicios sociales: maternidades, casas cuna, jardines de infancia, hospitales, sanatorios, restaurantes , lavanderías, cines, teatros, organizaciones deportivas.   La sociedad socialista al absorber las funciones económicas de la familia y unir a la nueva sociedad por lazos de solidaridad y asistencia mutua, debía proporcionar a la mujer y también a la pareja una verdadera emancipación.

La situación de la mujer, la protección de la maternidad y la infancia eran el termómetro que indicaba el progreso de la sociedad socialista. Consecuente con ello, las leyes se traducían en medidas concretas que liberaban a la mujer de la carga doméstica, y las convocaban al trabajo productivo obligatorio y a la construcción de instituciones comunitarias manejadas por asalariados de ambos sexos. En la emancipación de la mujer ellas eran las llamadas a estar en primera fila, por ello se hacía propaganda permanente para que las obreras y campesinas se vincularan a los soviets, a la administración del Estado, y al Partido, colocando en sus manos el manejo de los alimentos, y las nacientes instituciones creadas al servicio de las mujeres y la familia aprovechando su capacidad organizativa y su amplísima experiencia en organización desarrollada en el hogar. Las mujeres, las directamente afectadas, debían liderar su emancipación. Trotsky en una carta a una reunión de obreras en Moscú en 1923, sabiamente afirmaba:“… Pero quienes ponen más energía y constancia en la lucha por lo nuevo son quienes más sufren por loviejo. Y en la actual situación familiar quien más sufre es la mujer esposa y madre.”[4]

Todo conspiraba en contra el nuevo Estado obrero

En el seno del Estado proletario se combinaban una serie de factores que conspiraban contra el avance de la socialización de la producción y también del trabajo doméstico. La revolución socialista se dio en uno de los países más atrasados de Europa en contravía de lo que el marxismo había previsto.  El joven poder soviético tuvo que enfrentar las espantosas secuelas de la primera guerra mundial imperialista y después el ataque de sus ejércitos imperialistas para sofocar la revolución obrera triunfante. Ello obligó a desplegar a miles de obreros, obreras y dirigentes bolcheviques a la defensa del Estado de los soviets, a concentrar la mayor parte de la producción de alimentos, vestuario y armamento para la supervivencia del Ejército Rojo. El caos, la desolación, el retroceso en muchas de las medidas socialistas adoptadas al comienzo, hicieron que su construcción se retrasara, incluso, el índice de crecimiento bajó a niveles de años anteriores a la revolución. Pero como decía Trotsky, ese proletariado ruso, joven, lozano y resuelto estaba dispuesto a avanzar. La contradicción entre el atraso del país y su relativa fortaleza en relación a la clase obrera de los países más avanzados, y la existencia del partido más revolucionario que ha conocido la historia, hicieron que ese país históricamente atrasado se viera obligado a superar a los demás.

La lucha entre lo nuevo y lo viejo

Además de luchar contra la miseria y los efectos de la guerra, la sociedad soviética debía concentrar sus esfuerzos en romper con el conservadurismo, el desánimo y las trabas que se interponían entre el proletariado y el Estado. Lenin criticaba la falta de iniciativa en resaltar los “pequeños brotes de comunismo” expresados en logros, para él sencillos, que aliviaban a la mujer de las tareas domésticas, mientras que en el capitalismo la burguesía hacía gala de sus empresas exitosas:

“¿Concedemos en la práctica suficiente atención a este problema (a la emancipación de la mujer) que, teóricamente, es indiscutible para todo comunista? Desde luego, no…No, y mil veces no…son (los comedores públicos, las sala-cunas, etc.)…efectivamente, capaces de emancipar a la mujer, efectivamente capaces de aminorar y suprimir su desigualdad respecto al hombre, por su papel en la producción y en la vida social.”

 “…Nuestra prensa no se cuida,… de describir los mejores comedores públicos, las mejores casas-cuna; de conseguir, insistiendo… la transformación de algunos de ellos en establecimientos modelo, de describir detalladamente la economía del esfuerzo humano,…la liberación de la mujer de la esclavitud doméstica, las mejoras de índole sanitaria, que consiguen por un ejemplar trabajo comunista y que se pueden realizar y extender a toda la sociedad, a todos los trabajadores.”[5]

Se requería imprimir optimismo y valorar los pequeños éxitos de la socialización que se surgía como producto del esfuerzo social y luchar contra la inercia y la rutina, para mejorar su calidad.

Había una gran coincidencia entre Lenin y Trotski en detectar y señalar los obstáculos hacia la real emancipación de la mujer para luchar por superarlos. Trotsky afirmaba:

“… Es necesario destruir las barreras de esa sofocante prisión en que la actual estructura familiar encierra a la mujer, transformándola en una esclava o una bestia de carga. Ello sólo se logrará a través de la organización común de la alimentación y la crianza de los niños. Para andar este largo camino serán necesarios un gran esfuerzo de voluntad, recursos materiales, sabiduría y esfuerzos.”[6]

El reto del Estado soviético, además de acabar con la pobreza era superar en forma paciente y a un largo plazo la conciencia atrasada del obrero, del campesino y del intelectual. En la sociedad aún persistían los prejuicios morales sobre la familia y la mujer. Trotsky solía decir que el problema más fácil, fue el de la asunción del poder, y aun así este absorbió todas las fuerzas en los primeros años.  Cambiar las costumbres, destruir las viejas relaciones familiares para crear unas nuevas era infinitamente más difícil. Instituir en el Estado Soviético la igualdad entre hombres y mujeres, también fue uno de los problemas más simples, sin embargo, lograr que esto se convirtiera en realidad fue un proceso tortuoso y complicado:

“Mucho más dificultoso fue el siguiente, el de asegurar la igualdad de hombres y mujeres trabajadores en las fábricas, talleres y sindicatos; y hacerlo de tal modo que los hombres no colocaran a las mujeres en una posición desventajosa. Pero lograr una verdadera igualdad entre hombres y mujeres en el seno de la familia es un problema infinitamente más arduo. Antes de que ello suceda deben subvertirse todas nuestras costumbres domésticas.”[7]  

Retomar las sendas de la Revolución Rusa para emancipar a la mujer

A pesar de todos los obstáculos de los primeros años y de los retrocesos producto de la burocratización estalinista después, la Revolución de Octubre en sus primeros años liberó a la proletaria y la campesina del yugo del hogar con la socialización del trabajo doméstico, mostró cómo éste se puede resolver sobre bases socialistas; otorgó a la mujer igualdad de derechos; elevó la capacidad de la mujer en la ciencia, la cultura y la participación social como ningún estado capitalista lo ha hecho.

Así mismo, mostró a las obreras del mundo la necesidad de la organización en común con el proletariado masculino para luchar contra la explotación del sistema capitalista como el camino para lograr su emancipación definitiva: la sociedad socialista. Su impacto fue tan enorme que sirvió y sigue sirviendo de ejemplo y punto de referencia para la lucha de las mujeres en el mundo capitalista, pues muchos de los avances logrados en décadas anteriores fueron la contra cara del triunfo del poder obrero en la Rusia Soviética. La restauración del capitalismo en Rusia y los otros Estados obreros está mostrando por la negativa cómo los derechos de las mujeres retroceden de manera alarmante, en la misma medida que retrocede el conjunto de la sociedad. Superar la crisis actual del sistema capitalista, nos obliga a levantar de nuevo la lucha sistemática y cotidiana por el socialismo, recogiendo las enseñanzas de esa conmovedora revolución.

Notas:

[1]  Cecilia Toledo. Género y Clase. Ediciones Marxismo Vivo. Ed. Lorca. San Pablo. Pág. 74: Para Marx la fuerza de trabajo, es la mercancía que el trabajador vende al capitalista para la producción de las mercancías. [Es la clase trabajadora la que crea la riqueza en la economía capitalista].

[2] A. Kollontai. Autobiografía de una mujer emancipada. Editorial Fontamara S.A, 3° edición. 1978. Barcelona. Pág. 164

[3] El marxismo y la cuestión de la mujer. Lenin. Op. Cit. Pag.162

[4] L. Trotski. Escritos sobre la cuestión femenina. Editorial Anagrama. 1977. Pág. 38

[5] V. I. Lenin. La emancipación de la mujer. Recopilación de artículos. Tomado de Editorial Progreso Moscú 1971. Pág. 66 y 67.

[6] L. Trotski. Op. Cit. Págs. 36, 35

[7] L. Trotski. Cuadernos de Pasado y Presente. Pág. 198