Está claro para cualquiera que no sea un apologista del capitalismo que el TTIP, junto con su hermano gemelo en el Pacifico, el TTP son la legalización de unas agresiones tremendas contra la humanidad y el propio planeta. La liberalización total de la economía es el sueño de la pandilla de Chicago y los Friedman, que dirigen el mundo desde los 80.

Por Roberto Laxe

No es que los fundadores del estado del bienestar en los 40 y 50 no fueran capitalistas, que lo eran, y habían participado en la masacre que el propio capitalismo había provocado pocos años antes, en la II Guerra. Lo que sucedía era que la gran cantidad de capital acumulado por el gran triunfador de esa carnicería, los EEUU, el empobrecimiento a escala continental de la clase obrera, con sus países destruidos y millones vagando por el continente, el negocio de la reconstrucción; todo esto junto al miedo a la revolución que estalló en casi toda Europa y Asia (Yugoslavia, Vietnam, China, Francia, Italia, Grecia, Centroeuropa, Corea,… ), bajo el prestigio del verdadero vencedor de la II Guerra, el Ejército Rojo, provocó que tuvieran que adoptar medidas que «frenaran» estas condiciones y las integraran en el sistema.

Para evitar males mayores, es decir, la revolución, los estados integraron como una de sus tareas lo que antes hacían las organizaciones obreras (jubilación, apoyo en caso de despido, centros de información sexual, cooperativas de consumo, etc. etc.), o como mucho filantrópicas (sanidad para los pobres). Con el acuerdo de la burocracia estalinista, que aplicaron a nivel estatal y local los pactos de Yalta y Postdam, crearon el estado del bienestar. Pero fue una excepción histórica, producto de unas condiciones muy precisas de una posguerra capitalista, acumulación de capital y luchas revolucionarias.

A lo largo de los llamados “30 gloriosos” que duró el apogeo del estado del bienestar, el carácter del estado formalmente cambió. De ser una banda de hombres armados al servicio de los poderosos, como lo definió Engels; parecía que se convertían en unas instituciones para resolver los males de la sociedad capitalista. Esta no dejaba de ser una sociedad de explotadores, pero a través de las conquistas cristalizadas en el Estado del Bienestar, la «explotación» perdía ese carácter de contradicción irresoluble, y quedaba como un mal menor. Existía, pero era «llevadera» por la población.

En 1972/73, todo este edificio entra en quiebra, y comienza la ofensiva neoliberal. Al capitalismo ya no le sobra dinero para sostener el estado del bienestar, primero; la tasa de ganancia cae sistemáticamente y precisa de nuevos sectores que incorporar al mercado y a la producción de plusvalía. Comenzaron por la industria pesada nacionalizada en los 40, minas, siderurgia, etc. etc., que fueron privatizadas y vendidas  al mejor postor, o directamente cerradas en las reconversiones de los años 80. Siguieron en los 90 con las empresas de servicios públicos como las telefonías, eléctricas, etc… Pero con altibajos y recuperaciones temporales, la tendencia a la crisis crónica fruto de la decadencia del sistema, se mantenía. Y al final fueron a por los servicios sociales públicos, la sanidad, la enseñanza, etc. Quitándole ya todo el ropaje de “social” al estado.

El TTIP es la guinda de esta vuelta al pasado del «laissez faire» del siglo XIX, con la diferencia de que el capitalismo del siglo XIX significaba aumento de la riqueza social que se «derramaba» por la sociedad; mientras que el capitalismo del siglo XXI solo acumula riqueza en unas pocas manos y derrama pobreza al conjunto de la sociedad.

El TTIP es un intento desesperado del capitalismo por aumentar los beneficios de las empresas, incrementando el mercado… Y si recordamos a Marx y su Tendencia Decreciente de la Tasa de Ganancia, establecida en El Capital, el aumento del comercio mundial y el aumento de la explotación de la clase trabajadora son dos de las «fuerzas contrarrestantes» de esa tendencia. El capitalismo, en su decadencia, precisa aumentar el comercio mundial y la explotación de los trabajadores / as de la misma manera que Groucho Marx necesitaba madera para el tren, y al grito de «Mas Madera, es la guerra», se quedó sin tren.

Pero es preciso hacer una alerta, el TTIP, su denuncia, se puede convertir en una escusa para los sectores que están intentando reconstruir la socialdemocracia, al criticar el TTIP como «una forma del capitalismo»; y no nos confundamos, el TTIP es el capitalismo actual. El Estado del Bienestar fue una excepción histórica, cuyas conquistas solo volverán si hacemos la revolución.

El TTIP no va contra los estados como «banda de hombres armados al servicio de los poderosos», sino que recupera esta caracterización del marxismo de lo que es un estado, el «comité central de la burguesía» (Lenin), o el «consejo de administración» (Marx). Es decir, el TTIP no cuestiona que los estados son los garantes de los intereses de las grandes empresas frente a los trabajadores y los pueblos, lo que hace es regular las relaciones entre los estados y las grandes corporaciones, que habían quedado en el limbo en 1999 con el fracaso de la que fuera llamada pomposamente Ronda del Milenio, en Seattle.

Lo que hace el TTIP es liberalizar la economía para que la plusvalía arrebatada a los trabajadores / as en la producción de mercancías vaya a donde tiene que ir, a las manos de las grandes empresas y no a resolver necesidades sociales, como ahora pasaba con una pequeña parte de esa plusvalía, que iba al Estado del Bienestar. Y si surge algún conflicto entre ellas, o con los estados, entonces si que habrá «tribunales» especiales.

La lucha contra el TTIP no se puede convertir en una escusa para desviar el hecho de que la lucha es contra los estados concretos. Lo general no puede disolver lo particular, so pena de claudicar a los sectores de las burguesías nacionales que, sin dudarlo, van a denunciar al TTIP como una intromisión en la soberanía «nacional», ocultando a esos sectores burgueses tan explotadores y expoliadores como los grandes capitales, solo que sin su poder. El caso yanki, Donald Trump está haciendo eje del rechazo al TTIP en zonas desindustrializadas, para captar el voto de una clase obrera blanca muy empobrecida.

La lucha contra el TTIP es parte, no el eje, de la lucha contra las políticas de austeridad y ajuste. El TTIP solo eleva a la categoría de tratado internacional lo que las burguesías nacionales y europeas vienen haciendo desde hace décadas, desmantelar las conquistas del estado del bienestar, por eso, el rechazo al TTIP, es parte de la lucha contra la Unión Europea. O ya nos hemos olvidado que la UE intentó algo parecido con la Directiva Bolkestein, que fue retirada en uno de sus puntos centrales, el principio del «lugar de origen» de una empresa, según el que las condiciones de trabajo y del negocio (legislación del medio ambiente, etc.) venían determinadas por la «sede» de la empresa, y no por el lugar del centro de trabajo.

Como se dice más arriba, el TTIP no es una forma del capitalismo, sino es el capitalismo en el siglo XXI, de la misma manera que Bretton Woods, el FMI y el BM fueron el capitalismo de los “30 gloriosos”.