1895 – 2015: a ciento veinte años de su muerte.

Cuando Friedrich Engels muere, el 5 de agosto de 1895, Die Neue Zeit, la revista teórica de la socialdemocracia alemana (1), escribe que con su muerte “también Marx terminaba de morir”. No era una exageración de la revista: de hecho es muy difícil separar a Marx de Engels, distinguir las respectivas obras o las partes que cualquiera de ellos escribió de las obras firmadas por ambos; hay textos que tienen solamente la firma de Marx, pero que fueron completados por Engels; otros, firmados por Marx (ejemplo: varios artículos y escritos para incrementar su escasa renta) pero de hecho escritos directamente por Engels. Lo que vale para sus obras puede ser aplicado también sobre la larga militancia común. Sus propias vidas se desarrollaban en una simbiosis permanente, en un intercambio continuo. Marx-Engels: es como si fuese un nombre compuesto para una única persona.

No existe en la historia semejante complicidad. Ciertamente, también Lenin y Trotsky fueron considerados varias veces una única persona por los habitantes de algunas de las remotas aldeas de la inmensa Rusia revolucionaria. Pero la colaboración entre esos dos otros grandísimos revolucionarios duró solamente seis años, en tanto que Marx y Engels militaron juntos por cuarenta años.

Cuarenta años de elaboración, cuarenta años de disputa entre fracciones

En los cuarenta años de amistad, colaboración y convivencia fraterna, Marx y Engels no se limitaron, si así podemos decirlo, a fundar una “teoría”, aquello que hoy llamamos de “marxismo”. Esto es, el mayor desarrollo en la ciencia del hombre que la historia ya conoció. No, en estos mismos cuarenta años, combatieron y vencieron infinitas batallas de demarcación programática, con el objetivo de destruir políticamente a todas las corrientes reformistas, pequeño-burguesas o centristas que encontraban por el camino, para así facilitar la construcción del partido revolucionario e internacionalista que se dedicaban a construir.

La batalla política se inició en la mitad de los años cuarenta (del siglo XIX), contra las posiciones utópicas de Weitling que inspiraban la Liga de los Justos, primera organización de trabajadores revolucionarios con la cual Marx y Engels se encontraron directamente. Los dos amigos no entraron en la Liga de los Justos, debido a la distancias políticas que guardaban de las posiciones que la dominaban: por esto fundaron (en febrero de 1846), en Bruselas, el Comité de Correspondencia Comunista, el primer “partido” marxista de la historia: una organización de cerca de veinte miembros, que fue utilizada para la lucha fraccional y su éxito fue el nacimiento de la primera organización internacional (la Liga de los Comunistas), producto de la destrucción política de la reformista Liga de los Justos, por obra de Marx y Engels. El programa del nuevo partido (escrito solamente por Marx, en enero de 1848, pero utilizando materiales preparados por Engels) es el texto político más importante de la historia, el más difundido, aquel que ha producido cambios que comprometieron la vida de miles de mujeres y hombres: el Manifiesto del Partido Comunista.

En este pasaje crucial, el trabajo político más importante lo desarrolló Engels: fue él quien hizo la lucha política en la sección parisina de la Liga contra el sector reformista, ligado a las posiciones de Weitling; fue él quien organizó la «fracción marxista» en el congreso de junio de 1847, de confluencia entre el sector más avanzado de la Liga de los Justos y el Comité de Correspondencia; y fue también Engels quien preparó los detalles organizativos del sucesivo II Congreso, que se realizó a inicios de diciembre de 1847, en Londres, y que sancionó la hegemonía de la fracción liderada por Marx, a quien, por lo tanto, será confiada la tarea de escribir el programa del partido.

Los objetivos de este nuevo partido internacional están resumidos en el primer artículo del Estatuto, elaborado por Engels: “La destrucción de la burguesía, el dominio del proletariado, la abolición de la vieja sociedad burguesa, que reposa en el antagonismo entre las clases, y la fundación de una nueva sociedad sin clases y sin propiedad privada”.

Enseguida, tuvieron otras batallas en la Liga de los Comunistas (una organización que nunca pasó de 250 miembros), hasta su disolución completa, pocos años después. No tenemos aquí ninguna posibilidad de resumir toda la historia. Por eso, con un salto adelante, llegamos a un momento crucial en la historia del marxismo: en 1864, de la lucha unitaria entre obreros ingleses y franceses, nace la Asociación Internacional Obrera (también conocida como Primera Internacional).

Al contrario de lo que varios textos divulgaron, no fueron ellos los fundadores de esta organización: fue promovida por los trabajadores ingleses (el zapatero George Odger, el carpintero William Cremer) y franceses (el moldeador de metal Luiz Tolain y el grabador en metal Ernest Fribourg), pero Marx y Engels rápidamente ganaron su dirección. La mayor parte del trabajo político, en los primeros años, recayó sobre Marx; pero, cuando Engels se trasladó a Londres (en 1870), se convirtió, de hecho, en secretario organizativo de la Primera Internacional (y responsable por España, Italia y Dinamarca). Para consolidar la hegemonía del programa socialista en la Asociación Internacional, fueron otros años de lucha: contra los mazzinianos (seguidores de la ideología de Giuseppe Mazzini), los lassalianos (de Lassalle), los proudhonianos  (de Pierre-Joseph Proudhon), los blanquistas (de Louis Auguste Blanqui), los tradeunionistas (sindicalistas ingleses) y  los bakunianistas (de Mijaíl Bakunin).

En fin, fue solamente gracias a las lecciones que se sacaron (positivas y, especialmente, negativas) de la experiencia práctica de la Comuna de París que, en 1871, Marx y Engels vencieron en la guerra contra el reformismo y el centrismo anárquico y blanquista para, poner fin, a la Primera Internacional (que era, como Engels escribió años después, «un acuerdo ingenuo de todas las fracciones»). Y así abrir el camino para una nueva internacional que, en su opinión, debería ser «puramente comunista» y fundada «directamente sobre nuestros principios»(2).

Fue Engels (claramente en acuerdo con Marx) que avanza en el Congreso de La Haya (1872) para mover el “centro” a Estados Unidos: en realidad, inició la liquidación de la Internacional (que tenía, en aquella época, no más de 5.000 militantes individuales efectivos, incluso dirigiendo estructuras sindicales con decenas de miles de afiliados).

Dividir al movimiento de los trabajadores, de acuerdo con las directivas programáticas, fraccionarlo para derrotar políticamente al reformismo y al centrismo (que llevan al movimiento obrero la ideología burguesa) para después, poder unir a los trabajadores contra la burguesía, en base al programa revolucionario, construyendo un partido revolucionario de vanguardia, obrero, capaz de hegemonizar vastas masas proletarias y conducirlas a la conquista del poder, por la ruptura revolucionaria de la máquina del estado burgués y sustituirla con la dictadura del proletariado, o sea, con el gobierno de los trabajadores.

Ninguna ilusión sobre una «unidad de la izquierda», ninguna idea de unir reformistas y revolucionarios en programas «intermediarios» que, en realidad, son inevitablemente programas reformistas, ningún frente permanente con reformistas: frente sólo como una táctica episódica (y reservada para momentos de acción y exclusivamente para las principales organizaciones de la clase) para, al mismo tiempo, unir las luchas de clases y desenmascarar a los líderes oportunistas. Este fue, durante cuarenta años, el método general de Marx y Engels: la escuela cuyas enseñanzas fueron desarrolladas décadas después con el bolchevismo.

Historia de una amistad única

Pierre Broué, en su biografía monumental de Trotsky (3), escribe: «Entre el final de 1932 y el inicio de 1933 (Trotsky) tenía varios proyectos: un trabajo sobre la situación económica mundial, un trabajo que a él le gustaba llamar de ‘novela de amistad’ sobre las relaciones entre Marx y Engels (…)».

Lamentablemente, Trotsky no tuvo tiempo para escribir sobre esa amistad. Pero sabemos que, desde hacía años, él estaba fascinado por esa idea pues, cuando joven, había sido conquistado por los ideales de vida que eran transmitidos a través de las magníficas correspondencias entre Marx y Engels. En su autobiografía (4), escribe que la colección de cartas de los dos fundadores del socialismo científico, era para él «el libro más indispensable, lo que yo sentía más abierto a mí, en la medida en que se verificaba la aproximación mayor y más segura, no sólo con mis ideas sino también de toda mí concepción del mundo (…) fue una revelación psicológica. En las debidas proporciones, en cada página yo me convencía de que había una afinidad espiritual directa. Su manera de considerar a los hombres y sus ideas me era muy familiar».

Se sabe que Engels sacrificó todos los años de su juventud trabajando en un escritorio en Manchester, que él odiaba, en la industria de la familia, sólo para ganar dinero suficiente para mantener al partido que estaba construyendo y mantener a Marx, como dirigente permanente. En su vejez, después de la muerte de Marx (1883), Engels dejó de escribir algunas de sus propias obras para completar el segundo y tercer libros de El Capital: el segundo fue impreso en 1885 y el tercero llevó casi diez años de trabajo de Engels y Kautsky y sólo fue publicado en 1894 (5). No fue sólo para cuidar su edición: en muchos casos, Engels tuvo que retomar el trabajo donde su amigo lo había interrumpido, hacer nuevas investigaciones, modificar, editar, cortar y descifrar borradores escritos con la caligrafía incomprensible de Marx: en particular los materiales para el tercer libro que, en varias partes, eran poco más que notas. A lo largo de este enorme trabajo, tenía que cuidar enseguida de la traducción de esta y de decenas de otras obras, firmadas por ambos, o sólo por Marx (poco importaba) forzando la vista hasta la noche, para verificar las pruebas, no omitiendo ni el mínimo detalle, escribiendo páginas de cartas, para pedir a los traductores para corregir pequeñas imperfecciones, incluso apenas un signo de puntuación.

Sin embargo, este trabajo no le producía dificultades. Sabemos que Engels conocía y usaba una docena de idiomas. El podía escribir correctamente, además de su lengua nativa (alemán), también en inglés, francés, español, portugués, italiano, sueco, ruso y varias otras lenguas. El dominaba lenguas con gran facilidad de aprendizaje: se sumergía en el estudio por un mes, armado con gramáticas y diccionarios, hasta que salía vencedor. No era evidentemente un pasatiempo: aprender lenguas era esencial para dirigir la Internacional y dar consejos a las secciones de mitad del mundo. Para lo que hablamos hasta aquí, es muy difícil aceptar su autoimagen de «segundo violín» de la orquesta conducida por Marx (6).

Debemos añadir que además de ser el autor, con Marx también, de muchos textos que no llevan su nombre; además de garantizar materialmente a Marx para trabajar «para la humanidad»  en vez de empleado en una estación de tren (una vez intentó conseguir un empleo pero no pasó la prueba, aparentemente por causa de su escritura ilegible); aparte de todo, Engels fue quien convenció al joven Marx sobre la importancia del estudio de la economía política, fue el primer salto a los estudios, entre los dos, a partir de una edad precoz. Fue en gran parte Engels, que era un par de años más joven (Marx nació en1818, Engels en 1820), que orientó hacia el estudio a aquel que se convirtió en el autor de El Capital.

Una simbiosis intelectual

Cuando Engels fue finalmente capaz de salir del trabajo en la industria de la familia, se mudó a Londres para trabajar cotidiana y directamente con Marx. Este cambió lamentablemente causó la interrupción de la correspondencia entre los dos pero ciertamente favoreció la fase de producción mayor de ambos. Engels vivía en Regents Park Road mientras  Marx y su familia estaban en Maitland Park. En aproximadamente quince minutos Engels llegaba a la casa de Marx e iniciaban los extraños trabajos, combinado entre estos dos cerebros excepcionales. Así cuenta Eleanor (una de las hijas de Marx):
«Durante los últimos diez años, Engels venía todos los días para encontrar a mí padre; frecuentemente hacían breves caminatas juntos, otras tantas veces se quedaban en casa, en la sala caminaban al frente y para atrás. Cada uno tenía su espacio y trazaban su camino y, en las esquinas, con un extraño movimiento, giraban sobre los tacones. Allí discutían mucho, filosofaban sobre cosas que la mayoría de los hombres ni imaginan. Pero no era raro que también caminaran por mucho tiempo en silencio, lado a lado. O alguno de ellos hablaba de aquello que inquietaba su corazón en aquel momento, hasta que uno se encuentra frente al otro y, percibiendo que la última media hora habían hablado por su propia cuenta, entonces reían copiosamente. (…) «(7).
«Una vergonzosa equivocación»: la última batalla contra los reformistas

En 1891, provocando la ira de la dirección del SPD (Partido Socialdemócrata Alemán), Engels pública en Die Neue Zeit un texto de Marx, inédito hasta entonces, que hoy conocemos con el título de Crítica al Programa de Gotha. Se trata de la crítica al programa sobre el cual, en mayo de 1875, se unificaron las dos fracciones del movimiento obrero alemán: el grupo de Eisenach, próximo a Marx, dirigido por August Bebel y Wilhelm Liebknecht (padre de Karl, el fundador, con Rosa Luxemburgo, del KPD – Partido Comunista Alemán, en 1918) y los discípulos de Lassalle (8). El texto permaneció inédito porque, debido a las leyes especiales de Bismarck contra la socialdemocracia, Marx temía perjudicar al partido y prefirió simplemente enviarlo sólo a los dirigentes de la fracción que se referenciaban en sus posiciones.
Es un texto de particular importancia porque, mientras critica impiadosamente el programa de unificación por ser imbuido de las ideas reformistas de Lassalle, el texto defiende los elementos esenciales de un programa marxista, inconciliable con cualquier programa reformista o centrista. No es casual que Engels decida publicar este texto  para iniciar una batalla contra las oscilaciones programáticas de la dirección del SPD, exactamente cuando se inicia la discusión en torno a un nuevo programa que será aprobado en el Congreso de Erfurt, incorporando la mayoría de las sugerencias que Engels enviara para el liderazgo del partido y los dos principales autores del texto (Kautsky para la parte teórica, Bernstein por la parte relativa a las reivindicaciones) (9).

Por lo tanto, Engels nunca paró la lucha para demarcar al marxismo y diferenciarlo del reformismo y el centrismo, para combatir todas las teorías no marxistas, que se presentaban también, en el nuevo partido de reciente constitución, la Segunda Internacional (cuya fundación real fue en 1889, en el centenario de la Gran Revolución francesa). A pesar de su absoluta inflexibilidad programática, poco antes de su muerte, fue involucrado por la dirección del partido alemán en lo que va a definir como «una equivocación vergonzosa».

El crecimiento electoral del partido (en 1890, tenía medio millón de votos, lo que representaba el 20% del electorado, con 35 asientos en el Reichstag), el crecimiento del aparato y de parlamentarios comenzó a alimentar las primeras teorías reformista en el SPD (Bernstein dará voz a esas teorías poco después de la muerte de Engels).

Es en este contexto que, en 1895, Engels es comprometido en un hecho de mal gusto. Primeramente, el partido alemán (a través de una carta de Richard Fischer, director de la publicación del partido) pide a Engels atenuar el tono “muy revolucionario” (y referencias técnicas al «arte de la insurrección») de la introducción que preparó para una colección de textos de Marx de 1850, que publicaría con el título de La lucha de clases en Francia, de 1848 a 1850 . Engels (al expresar la irritación con la actitud del partido, que juzga demasiado “legalista” y subordinado al parlamentarismo burgués) acepta, bajo la condición de que se trata apenas de la versión impresa (en tanto la dirección del partido y los cuadros deben dar la versión completa), para no crear problemas, porque estaban en discusión en el Reichstag nuevas leyes represivas contra los socialistas. Sin embargo, sin que él supiese, antes de ser publicado el folleto, el Vorwärts (órgano central del partido), por decisión de W. Liebknecht, publicó un artículo titulado»Cómo hacer  hoy revoluciones» donde son publicadas manipulaciones de partes individuales de su texto ya mutilado, produciendo así una falsificación.

Engels, con toda su furia, escribe a Kautsky (carta del 1 de abril de 1895) y Lafargue (carta del 3 de abril), que el texto fue reducido «para que yo aparezca como un defensor pacífico de la legalidad a todo costo», o sea, un oportunista que ve  en las elecciones burguesas  un momento decisivo de la lucha política e, incluso, la manera de llegar al poder.

Nosotros no tenemos espacio aquí para explicar en detalles esa historia importante y compleja. Pero vamos a retomarla en un artículo futuro porque este episodio demuestra una falsificación de Engels que continuó por décadas: Bernstein comenzó su trabajo Los presupuestos del socialismo (1899 ) transformando este texto falsificado en el «testamento de Engels» e, incluso hoy, encontramos a seudo-historiadores y supuestos especialistas, todos defensores del reformismo que, ignorando la versión original del texto (que fue más tarde encontrado y publicado en 1924 por Rjazanov), continúan sosteniendo que Engels defendía la posibilidad de llegar al socialismo a través de la vía pacífica y parlamentaria; o sea, sin una revolución. Una falsificación completa.

Pero, la cuestión también es interesante porque muestra que, al contrario de lo que muchos repiten, el primer revolucionario en comenzar una batalla contra la desviación creciente de la socialdemocracia alemana (que, claro, en su tiempo, podían ser vistas apenas las primeras señales) no fue Rosa Luxemburgo, a fines del siglo XIX, cuando explotó el «Bernstein-debate», sino Engels.

El general a caballo

En los últimos años, ya viejo, Engels «aún está ansioso unirse a la caballería», como dice uno de sus biógrafos más recientes (10). En realidad, él había pasado la vida entera en el frente, siempre lo prefirió cuando podía actuar. Entre los amigos, ganó el apellido de «general» porque, a pesar de los intentos desgarbados de los líderes socialdemócratas y la «equivocación vergonzosa», era un especialista en tácticas militares, lucha en las calles, con todo lo que es necesario para, en algún momento, completar con la insurrección cualquier revolución. La misma Introducción de 1895, antes de las mutilaciones y falsificaciones fue, en gran parte, dedicada al «arte de la insurrección»;  cómo, en toda revolución, se necesita dividir el ejército burgués para ganar una parte para la causa de la revolución. Sus artículos sobre la guerra Franco-Prusiana (que precede a la Comuna), publicados en Pall Mall Gazette, fueron cuidadosamente estudiados por Trotsky cuando le fue dada la tarea de construir el Ejército Rojo.

Pero, en los últimos años, el apellido de «general» había tomado un significado más amplio: no designando solamente el especialista en asuntos militares, sino el principal dirigente del movimiento obrero mundial. Papel que Engels cumplía escribiendo todos los días decenas de cartas en varias idiomas, a todos los principales líderes de las diferentes secciones de la recién nacida Internacional, corrigiendo posiciones erradas, dando consejos, desarrollando tácticas y estrategias.

Pero el enorme conocimiento de Engels, en varios campos del conocimiento humano, su intensa militancia política, no significaron que Engels vivió la vida de un monje trapista [monjes de la Orden de Trapa, en Flandes, Bélgica). Por el contrario, como dice Trotsky divertido (11): «no se parecía en nada a un asceta.» El amaba la vida en todas sus formas, la compañía de personas inteligentes, sexo, arte, «las buenas cenas, buen vino, buen tabaco». Y Trotsky continua:»No es raro encontrar, en sus correspondencias, referencias que indican que varias garrafas de buen vino eran abiertas para celebrar el Año Nuevo, o el resultado de las elecciones alemanas, su aniversario, u otros eventos de menor importancia».

En la lucha contra el reformismo

Engels murió a causa de un cáncer de esófago, diagnosticado a inicios de 1895, cuando estaba presto a comenzar a trabajar en el cuarto libro de El Capital (Teorías de la plus valía), que sería publicado por Kautsky. Él no quería estatuas en su memoria: pidió que sus cenizas fuesen esparcidas en el mar. Fue el estalinismo, así como traicionó el programa comunista, quien erigió estatuas de Marx, Engels y Lenin, para ‘culto de los muertos’, con el único propósito de transformar a estos grandes líderes revolucionarios en ‘imágenes vacías’ para un culto inofensivo.

Con el objetivo opuesto es que en los días de hoy, recordamos el 120º aniversario de la muerte de Engels. Hacemos esto por recomendar a los militantes revolucionarios, a todos los trabajadores que luchan cotidianamente, a los jóvenes que quieren derrocar al capitalismo, al estudio de las obras de este gigante. Hacemos esto porque en estos meses en que vemos reformistas como Tsipras, Varoufakis o Tsakalotos (12) y muchos adeptos más o menos críticos del gobierno de Syriza, tienen el coraje de llamarse «marxistas» y de presentarse como una «novedad»; la pretensión de conciliar los intereses irreconciliables de la burguesía y del proletariado. Aunque ya a más de un siglo atrás, hablando sobre el primer «gobierno de frente popular» de la historia (el de Francia, en febrero de 1848), Engels explicó que esos gobiernos, con la participación de fuerzas de izquierda, tiene como objetivo hacer más fácil la aprobación de las políticas burguesas, «en tanto la clase trabajadora quedaba paralizada por la presencia, en el gobierno, de los caballeros que pretendían representarla».
Entonces, volvamos a estudiar a Engels, porque estamos convencidos de que este general de la revolución conducirá, aún, a nuestra clase a nuevas victorias revolucionarias contra a burguesía y contra el reformismo, este caballo de Troya de la burguesía en el movimiento obrero.

Notas

(1) Establecida por Kautsky en 1883, con el apoyo de Bebel y Liebknecht.
(2) Así, Engels se expresó en una carta a Sorge, del 12 de setiembre de 1874.
(3) Pierre Broué, La Revolución perdida. Vida de Trotsky 1879-1940 (p. 734, edición italiana, Boringhieri, 1991).
(4) León Trotsky, Mi Vida (1929; Mondadori, 1976, p 215).
(5) Sin embargo, Engels publicó, en pocos años, algunos de sus textos importantes: en 1884, El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado; en 1886, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana (en el apéndice, en el cual publica las Tesis sobre Feuerbach, inédito fundamental escrito por Marx en 1845); él trabajó en la Dialéctica de la naturaleza y, finalmente, escribió muchos prefacios a las ediciones en diferentes idiomas de textos suyos y de Marx.
(6) Engels se autodenomina el «segundo violín», en una carta a Becker, del 15 de octubre de 1884.
(7) En Conversaciones con Marx y Engels, por H.M. Enzensberger (1973, edición italiana Einaudi, 1977, p. 284).
(8) Ferdinand Lassalle (1825-1864) fue el padre del reformismo alemán. En 1863, fundó la Asociación General de los Trabajadores Alemanes. En el centro de su programa estaba la lucha por el sufragio universal y la formación de asociaciones obreras de producción, subsidiadas por el Estado. Lassalle murió en un duelo (por un asunto del corazón), algunas semanas antes que se fundase la Primera Internacional. Su asociación (subordinada fuertemente al régimen de Bismarck) estaba dirigida, luego de su muerte por Schweitzer y, finalmente,  se unió con la Unión de las Asociaciones de Trabajadores, liderada por Liebknecht y Bebel (que Marx había ganado para sus posiciones).
(9) Las observaciones críticas de Engels, en los primeros borradores del texto, son conocidas como Crítica del Programa de Erfurt, enviadas a Kautsky el 29 de junio de 1891 y, enseguida, a todo el equipo de dirección. El texto fue publicado en Die Neue Zeit, en 1901.
(10) Ver Tristram Hunt, La vida revolucionaria de F. Engels. Esta es la biografía escrita por un profesor universitario, que Engels había llamado «un verdadero filisteo»: lleno de equivocaciones del marxismo pero, sin embargo, una lectura agradable, con muchas anécdotas sobre el protagonista.
(11) León Trotsky, «Cartas de Engels a Kautsky,» octubre de 1935 (artículo publicado en el The NewInternational, enero de 1936).
(12) Un marxista irregular es el título de un libro de Iannis Varoufakis, sin ninguna originalidad particular del ex-ministro de Tsipras que quiere combinar el marxismo con el keynesianismo. En tanto, su sustituto en el Ministerio de Finanzas, Euclides Tsakalotos, fue descrito, por la prensa, como «un marxista tranquilo».
(13) Ver carta de Engels a Turati, 26 de enero de 1894.

Sugerencias para la lectura

Todas las muchas biografías de Marx, inevitablemente son biografías de Engels. Para una bibliografía comentada nos referimos a nuestro «Rasguños entre los libros», en el número 4 de la revista Trotskismo hoy (setiembre del 2013).

En cuanto a las biografías dedicadas específicamente a Engels, la mejor es la de Gustav Mayer, Friedrich Engels (1936, en italiano; sólo hay una traducción reducida: Einaudi, 1969); y The life of Friedrich Engels de W.O. Henderson (1976). Nuestra opinión sobre la más reciente, Vida revolucionaria de Frederick Engels, por Tristram Hunt (2009; edición italiana ISBN, 2010) es expresada en este artículo.

Para una introducción general a la vida y obra de Marx y Engels, el mejor texto es siempre Marx y Engels de David Rjazanov (1922; lamentablemente en italiano hay apenas una edición muy mala, Samona y Savelli, de 1972, lleno de errores y privada de notas).

Importante es la monografía de Steven Marcus, Engels, Manchester y la clase trabajadora (1974, Einaudi, 1980) y hay algunos ensayos interesantes (mezclados con otros reformistas), en la colección de discursos para el seminario realizado en el centenario de su muerte, en París: varios autores: Friedrich Engels, savant et révolutionnaire. Actes du Colloque Engels 1995 –Engels, estudioso y revolucionario. Actas del Simposio Engels 1995-(Puf, 1997).

Traducción Laura Sánchez