El 6 y 9 de agosto, se cumplieron 70 años de cuando dos aviones de la Fuerza Aérea de EE.UU. arrojaron sendas bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki.

 

El efecto de esta nueva arma fue absolutamente devastador: además de la destrucción casi completa de ambas ciudades y de las regiones cercanas, se estima que hubo cerca de 250.000 muertes. Sólo la mitad falleció durante los días de bombardeo, el resto lo hizo en los días y meses siguientes, después de dolorosas agonías. Incluso quienes sobrevivieron sufrieron graves secuelas de por vida. La casi absoluta mayoría de las víctimas eran civiles.

El imperialismo estadounidense no tenía ninguna necesidad militar de realizar esta terrible acción: las fuerzas militares japonesas estaban prácticamente derrotadas y su rendición definitiva era inevitable a corto plazo. Los propios líderes militares de EE.UU. de la época han declarado que ese bombardeo era “militarmente irrelevante”[1].

Carl von Clausewitz, un general prusiano y teórico militar del siglo XIX, dijo que “la guerra era la continuación de la política por otros medios”. Se trató entonces de una definición política: un mensaje al mundo y a las masas de que el imperialismo estadounidense estaba dispuesto a todo para imponer y defender su hegemonía internacional y que, para ello, tenía medios militares de una capacidad destructiva nunca vista.

La hipocresía del TNP

Las imágenes de Hiroshima y Nagasaki provocaron horror en el mundo. Sin embargo, posteriormente, se crearon bombas aún más poderosas (la llamada bomba H o de hidrógeno) y se desarrollaron técnicas de lanzamiento a larga distancia con misiles. Otros países se agregaron al llamado “club de armas nucleares”: Rusia (entonces URSS), Gran Bretaña, Francia, China, India, Pakistán e Israel (aunque este país nunca reconoció poseer este tipo armamento). Corea del Norte también lo ha hecho recientemente. Otros países, como Argentina, Brasil e Irán, desarrollaron tecnología nuclear con fines pacíficos.

Desde 1968, el imperialismo (en acuerdo con la entonces gobernante burocracia estalinista) impulsó el llamado Tratado de No Proliferación (TNP), que sólo reconoce el estatus de “nación nuclearmente armada” a cinco países (EE.UU., Inglaterra, Francia, Rusia y China, que son, al mismo tiempo, los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, con poder individual de veto sobre sus decisiones).

Es una política totalmente hipócrita que, bajo el manto de la “desnuclearización militar”, deja el monopolio de este tipo de armas a un pequeño puñado de países y se lo prohíbe a todos los demás, además de otorgar al imperialismo el derecho de controlar cualquier desarrollo nuclear en el mundo, así sea con fines pacíficos (valga como ejemplo, las sanciones de años anteriores contra Irán). “Olvida” además que, hasta ahora, las fuerzas armadas del imperialismo estadounidense fueron las únicas que usaron de modo efectivo este tipo de armas.

Y si no volvieron a utilizarlas no fue por “cuestiones de conciencia” (ya habían mostrado su disposición a hacerlo en Hiroshima y Nagasaki) sino porque se lo impidieron la relación de fuerzas de la lucha de clases en el mundo y la indignación en los pueblos que ese bombardeo provocó. Pero siguieron mostrando los niveles de crueldad que son capaces de llevar adelante con el empleo de otras armas terribles contra poblaciones civiles, como en el napalm durante la guerra de Vietnam, en las décadas de 1960 y 1970. Ni siquiera así pudieron evitar su derrota frente a la heroica lucha del pueblo vietnamita.

Las “fuerzas destructivas”

En un video del 9 de agosto de 1945, el entonces presidente estadounidense Harry Truman dijo que la bomba atómica era “un gran logro científico”. Fue una clara demostración de la mentalidad imperialista.

Actualmente, existe un gran debate sobre la tecnología nuclear, incluso con fines pacíficos (producción de energía). Hay quienes opinan que debería ser prohibida de modo absoluto por los riesgos de accidentes durante el proceso de producción (como los ocurridos en las centrales de Chernobyl, Ucrania-1986, y Fukishima, Japón-2011) y los problemas para deshacerse sin riesgos de los desechos radioactivos que esta producción genera. Por el contrario, otros sectores afirman que, sometida a controles y mantenimiento rigurosos, la producción nuclear puede ser una fuente de energía alternativa muy eficiente y segura.

No podemos profundizar este debate en este artículo y, por ello, no vamos a fijar posición sobre él. Lo que queremos señalar es que, si la tecnología nuclear pudiese ser un avance progresivo de las fuerzas productivas, la afirmación de Truman demuestra, una vez más, algo que venimos sosteniendo desde hace décadas: el imperialismo transforma constantemente las fuerzas productivas en destructivas y usa los avances tecnológicos contra la humanidad.

Por supuesto, estamos a favor de la destrucción del arsenal nuclear de todos los países que lo poseen. Pero esto será imposible en tanto subsista el capitalismo imperialista que ya ha mostrado disposición a usarlo contra las masas. No podemos descartar que intente hacerlo nuevamente si ve su supervivencia amenazada.

Sólo la revolución obrera y socialista y la liquidación final del imperialismo podrá eliminar realmente la “amenaza militar nuclear” y la catástrofe para la humanidad que ella representa.

Al mismo tiempo, sólo una sociedad socialista a nivel mundial, cuyo objetivo sea satisfacer las necesidades de la humanidad y no la avidez de ganancias de un puñado de monopolios, podrá definir si la energía nuclear es aplicable con seguridad o también debe ser descartada. Nos queda entonces seguir luchando por esa sociedad mejor.

 

[1] http://www.librered.net/?p=39932