Tras el fiasco de Tsipras (ejecutor del saqueo de Grecia a cuenta de la troika), la mayoría de la izquierda, en los viejos y los nuevos partidos reformistas, tiene ya un nuevo héroe: Jeremy Corbyn, el líder laborista británico.

Por Felipe Alegría

Corbyn ha sido el gran triunfador de las elecciones del 9 de junio y es sólido aspirante a presidir el gobierno británico en un tiempo breve, tras la humillante derrota de Theresa May.

Corbyn había sido desahuciado por la derecha laborista, la prensa británica y las encuestas. Pero contra todo pronóstico, ha obtenido un gran triunfo, protagonizando mítines multitudinarios, recuperando una parte importante del voto obrero y arrastrando a la mayoría de la juventud británica, que ve en él la esperanza de un cambio real en sus vidas.

El programa laborista

El manifiesto laborista («For the Many, Not the Few») plantea la eliminación del «contrato cero horas» (el contrato precario británico), la subida del salario mínimo, matrículas universitarias gratuitas, un fuerte aumento de la inversión en educación, sanidad y atención social, reversión de las privatizaciones de Sistema de Salud y la construcción de 100.000 viviendas sociales. Promete asimismo derogar la última reforma sindical, (aunque no las leyes antisindicales de Thatcher). Y también algunas nacionalizaciones: ferrocarriles (a lo largo de décadas, según venzan las concesiones), servicio postal, agua y partes del mercado energético (todo con la debida indemnización). Las medidas se financiarían mediante un fuerte aumento de los impuestos a las empresas y al 5% más rico.

De aplicarse, estas promesas, mejorarían sin duda la vida de la gente. La pregunta es si es viable este programa.

¿Es viable el programa de Corbyn?

Nos lo preguntamos porque no toca para nada la propiedad de los bancos y las grandes empresas ni cuestiona el régimen político y sus instituciones básicas. Es decir, deja intactos, en manos de los bancos, la City y los grandes capitalistas, los resortes fundamentales, económicos y estatales. Y así, no sólo encontrará enormes dificultades para materializar sus promesas sino que, incluso si lo lograra parcialmente, fruto de la movilización social, sería algo transitorio. Las conquistas del Estado del Bienestar tras la Segunda Guerra Mundial se debieron al miedo de la burguesía a la revolución social. No habrá manera de recuperarlas de verdad, y extenderlas, sin expropiar al capital y asumir el poder por la clase trabajadora.

Buscando un imposible «capitalismo de rostro humano»

Corbyn asume los pactos y compromisos internacionales del capitalismo inglés (OTAN, despliegue militar en el mundo) y mantiene el armamento nuclear. Con respecto a la UE, busca un arreglo amigable del capitalismo británico y el alemán dentro del mercado único y la unión aduanera.

Aliados de la burocracia sindical, Corbyn y su equipo forman parte del aparato laborista desde hace mucho tiempo. Tras su elección, se ha negado a romper con el ala derecha blairista y ahora quiera reconciliarse con ella. Hace pocos meses avaló que alcaldes y concejales laboristas asumieran los «presupuestos legales», con nuevos recortes en unos servicios municipales superdeteriorados.

Estamos ante la búsqueda de un imposible «capitalismo de rostro humano» en un país imperialista. La entronización de Corbyn por la mayor parte de la izquierda (incluida la extrema izquierda) es la confirmación de que han abandonado la perspectiva revolucionaria y se han convertido en el ala izquierda de la democracia burguesa, de la «democracia de los ricos». Por nuestra parte, en el centenario de la revolución rusa, seguimos pensando que sin expropiar al gran capital y construir un régimen de democracia obrera, no hay salida para la humanidad. Por eso luchamos por construir un partido y una Internacional revolucionarios.