Una masacre para borrar el ejemplo de los obreros parisinos

Es difícil encontrar, en los años que precedieron a la Comuna de París, masacres similares a aquella que la burguesía realizó con ferocidad después de la caída del primer gobierno obrero de la historia. Necesitaríamos andar hacia atrás, cuando 6.000 esclavos del ejército de Espartaco fueron crucificados en la Vía Apia por Crasso para escarmentar a los que intentaron rebelarse contra Roma.

Por Francesco Ricci

No se sabrá nunca cuántas han sido, precisamente, las víctimas. Sabemos, sin embargo, que sobre una población de cerca de 2 millones de habitantes, al final quedaron 100 mil. Se hicieron comunes los fusilamientos y para acelerar el trabajo fueron usadas ametralladoras. Acabado el baño de sangre, la represión continuó con las persecuciones, los procesos, las deportaciones y con años de calumnias. Toda la prensa burguesa internacional fue impregnada de textos en los que se mostraba a los obreros parisinos como vándalos.

¿Por qué tanto ensañamiento? La respuesta la encontramos en una de las importantes cartas que Karl Marx escribió (aquella de abril de 1871, cuando la Comuna comenzaba) al doctor Kugellman: “Cualquiera que sea el éxito inmediato, un punto de partida de importancia histórica universal se ha conquistado.1 La burguesía quería liquidar este “punto de importancia histórica”.

Los bolcheviques estudiaron y aprendieron mucho de la Comuna

Los bolcheviques, que se prepararon para una nueva revolución, estudiaron profundamente los sucesos de 1871. El estudio de La Comuna fue el centro de toda la preparación teórica de Lenin para Octubre. El “cuaderno azul” de citas de Marx y Engels sobre el Estado (publicado después de la revolución con el título de El Estado y la revolución) que fue la base de las Cartas desde lejos con la cual Lenin busca dirigir desde Suiza al grupo dirigente bolchevique, las Tesis de abril y toda la batalla por “rearmar” al partido en los frenéticos meses del ‘17: todo tenía como centro el ejemplo de la Comuna.

Como escribe Trotsky (en Las lecciones de Octubre), sin el estudio de la Comuna “no hubiéramos guiado la revolución de Octubre”. Trotsky escribirá sobre la Comuna durante todo el curso de su vida: desde el fundamental Las lecciones de la Comuna (prefacio del 1921 a un libro de Talés) 2, en el cual desarrolla una comparación entre la Comuna de París, derrotada, y aquella de Petrogrado, victoriosa; capítulos enteros de Terrorismo y comunismo (escrito durante la guerra civil para defender a la dictadura del proletariado de la crítica “democrática” de Kautsky); hasta el espléndido Su moral y la nuestra (donde cita a la Comuna para sostener la necesidad del “terror rojo” en la guerra civil rusa).

¿Por qué escuela pasó el proletariado francés?

Para estudiar la Comuna, Lenin y Trotsky debieron combatir las falsificaciones que la burguesía, los reformistas y los anarquistas habían difundido sobre aquella vicisitud. Debieron enfrentarse con los que veían a la Comuna como un hecho “espontáneo” y casual. Un mito alimentado por la historiografía burguesa para demostrar que se trataba de un evento irrepetible; pero que fue reforzado por la lectura de los anarquistas que pretendían así encontrar la confirmación de sus teorizaciones sobre la inutilidad de un partido de vanguardia.

En realidad no hubo nada de casual ni menos de “espontáneo” en la Comuna. Los obreros parisinos llegaron a 1871 sobre la base de un siglo de revoluciones. En una rápida mirada a los datos históricos, recordaré algunos eventos. La gran revolución francesa de fines del 1700, que expresó con el jacobinismo lo máximo que podía producir la sociedad burguesa al tratar de anular las contradicciones de clase pero, en el cual nace un primer programa proletario, expresado por los “rabiosos” de Roux y Leclere, maestros de Babeuf: un movimiento —como escribe Marx– que estaba sin embargo privado aún de las bases sociales para crecer. La revolución de julio de 1830, en la que el proletariado tuvo una participación activa pero subalterna a la burguesía, a la que ayuda a liberarse de Carlos X para implantar una monarquía constitucional (Luis Felipe de Orleáns). E, incluso, la revolución de febrero de 1848, en la cual el proletariado ayuda a la burguesía a liberarse de Luis de Orleáns y cae en la trampa de participar —por primera vez en la historia- en un gobierno de la burguesía, con un ministro (Louis Blanc) que debería representar a los obreros pero que, en realidad —como sucede hoy, cuando se constituye un gobierno “común” de las dos clases enemigas-, termina con el desarme de los obreros. Obreros que, finalmente, en junio de 1848 rompen su sometimiento a la burguesía y se lanzan contra ella con los fusiles (pagando su no preparación con 10.000 muertos). De las barricadas de l848 emerge la figura de Luis Bonaparte quien, con el nombre de Napoleón III, gobernará Francia hasta el comienzo de la Comuna. 3

Los obreros parisinos no llegaron “casualmente” a la revolución de 1871. Aprendieron de sus luchas la necesidad de la independencia de clase de la burguesía. Sin embargo, desgraciadamente, el proletariado no aprende por sí sólo. Necesita que su experiencia de lucha sea elaborada por esa memoria permanente que tiene el partido revolucionario. Privados de este partido, los obreros parisinos fueron nuevamente engañados por la burguesía al final de la guerra franco-prusiana.

La guerra franco-prusiana. Otra traición de la burguesía

No es este el espacio para profundizar el tema 4 de la guerra franco-prusiana. Basta decir que la causa real de la guerra fue el intento de Napoleón III de salir de la crisis de su régimen cosa que esperaba sucediese por medio de una rápida victoria, y la convicción de Bismark que la victoria habría facilitado la unificación de Alemania (que estaba dividida en pequeños estados) alrededor de Prusia. La Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) se pronunció contra la guerra y a favor de la fraternización del proletariado de los dos países. Al mismo tiempo, no fue “equidistante” ante guerra iniciada: la convicción de Marx y Engels, era que una victoria de Prusia habría facilitado la unificación  de la clase obrera alemana en una Alemania Unidad y habría abierto el camino, en Francia, a la República, liberando a la clase obrera de la opresión del régimen de Napoleón III. 5

Sus previsiones se confirmaron: en pocas semanas Francia fue derrotada y una revuelta popular proclamó la República. Pero entonces los obreros se fiaron de la burguesía, confiándole el gobierno. El primer acto del nuevo gobierno republicano de Thiers fue el de un acuerdo con la burguesía alemana, descargando los costos de la guerra sobre la clase obrera.

Un obstáculo para la burguesía: París obrera, armada

Pero el complot de la burguesía francesa y alemana tuvo en el camino un obstáculo gigantesco: los obreros parisinos armados. Existía en Francia, en los hechos, una milicia, la Guardia Nacional. Es decir, los trabajadores activos que, agrupados en batallones, periódicamente se dedicaban a los ejercicios militares, pagados por el Estado. La Guardia Nacional era una vieja institución de la revolución de 1789 y servía, desde junio de 1848, a la burguesía para reprimir a los obreros. Pero, en 1871, estaba compuesta casi enteramente de trabajadores y no de burgueses. Y desde la constitución de la república se había reorganizado en una Federación Republicana, con elecciones de sus oficiales por parte de la tropa. 6

La clase obrera se había reforzado mucho desde los años 1860. Había crecido numéricamente y estaba concentrada en algunas fábricas: en las canteras navales de París trabajaban 70 mil obreros, la fábrica metalúrgica Cail empleaba 3.000 trabajadores y otras grandes concentraciones obreras estaban en Govin (producción de locomotoras), en la fábrica de armas del Louvre, etc. Por lo tanto, eran 300 mil obreros, adiestrados y armados que no estaban dispuestos a cumplir la voluntad de la burguesía.

El intento de Thiers de desarmar a la Guardia Nacional, sustrayéndole los cañones y las ametralladoras, abrió camino para la insurrección del 18 de marzo: con una confraternización entre la población del barrio de Montmartre y los soldados (un rol importante, como en febrero de 1917, fue jugado por las mujeres, entre ellas la maestra Louise Michel). Al gobierno de la burguesía solo le restaba fugarse de París y refugiarse en la vecina Versalles, mientras el Comité Central, dirección de la Guardia Nacional, completaba la conquista del poder con la toma indolora del Hotel de Ville (como en el 17 la conquista del Palacio de Invierno fue sólo el último acto de la revolución).

La clase obrera al gobierno

Por primera vez en la historia, la clase obrera constituía “un gobierno de la clase obrera para la clase obrera” (Marx). Y descubría, por decirlo en palabras que Brecht le hizo pronunciar a Galileo Galilei, que “no existe diferencia entre el cielo y la tierra, escribiendo en su diario: abolido el cielo”. Abolida la necesidad de la burguesía y de los directores de fábrica: los trabajadores pudieron dirigir las fábricas y el listado prescindiendo de estos parásitos. Gobernar no era más una cuestión reservada al “cielo” burgués.

El Comité Central tiene, sin embargo (equivocándose) 7 la política de ceder el poder a una Comuna electa y, para ello, indica nuevas elecciones para formar una asamblea de cerca de 90 miembros, a cuyo interior se constituyeron las comisiones (tomando exactamente la base de los ministerios del gobierno nacional: Finanzas, Exterior, Instrucción, Trabajo, etc., era la muestra de la Comuna aspiraba a gobernar sobre toda Francia).

Este gobierno que unía el poder legislativo, ejecutivo y judicial, superando la tripartición burguesa de los “tres poderes”, duró sólo pocas semanas. Sin embargo, su actividad fue muy intensa, a tal punto que se precisarían tres números de esta revista sólo para describirlas. La anulación de la policía y la sustitución del ejército permanente por la milicia obrera (Guardia Nacional), con lo cual fue destruida la máquina estatal burguesa (la más grande enseñanza de la Comuna, según Marx, y que dio a Lenin el fundamento de toda la operación de los bolcheviques: los revolucionarios no se limitaron a “reformar” la máquina estatal burguesa, sino que debieron destrozarla, destruirla y sustituirla por la dictadura del proletariado); la asistencia médica gratuita (con aborto libre y gratuito, es decir, lo que hoy no es asumido por la república burguesa); la jubilación a los 65 años; la reforma de la escuela a favor de una enseñanza “politécnica”, que unía por primera vez aquello que la burguesía quería enseñar separadamente a los hijos de la burguesía y a los hijos de los obreros, las materias “humanísticas” y las “científicas” y “técnicas”; la separación del Estado de la Iglesia, con la supresión de los tributos al clero y la expulsión de la religión de la escuela; un inicio de requisas en las fábricas y la reorganización del trabajo obrero bajo control de los trabajadores, reunidos en asambleas para decidir qué y cómo producir; la requisa de casas deshabitadas y su asignación a los sin techo, etc.

Muchas de estas medidas, por el escaso tiempo que los obreros parisinos tuvieron a su disposición, quedaron sólo en intenciones. Pero indican la voluntad de transformar completamente la sociedad burguesa en todas sus formas, fundando una sociedad nueva, creada por los obreros.

Significativo es el hecho que en 10 semanas de la Comuna, fueron editados cientos de periódicos cotidianos. Las bibliotecas estuvieron abiertas de noche, porque los obreros querían apropiarse de la cultura de la cual habían sido tanto tiempo alejados. De tal manera que eran tantos los debates que no bastaban las salas para acogerlos (por eso, de las iglesias se echaron a los curas y fueron utilizadas para actividades más útiles que la oración). Esta experiencia grandiosa fue interrumpida por la entrada de las tropas del gobierno burgués (reconstituido con la ayuda de Bismark) que, el 28 de mayo de 1871, derribó la última barricada erigida por los obreros. Una similar vivencia cultural la reencontraremos en la historia unos 50 años después, con la nueva era abierta por el gobierno obrero instaurado de la revolución de Octubre.

Lecciones y errores de la Comuna en el análisis de Marx y Engels

Marx y Engels que consideraron muy importante esa breve experiencia francesa y extrajeron sus principales lecciones (la dictadura del proletariado en la “forma finalmente encontrada”) que aparecen en todas sus tesis, no dejaron de hacer críticas individualizando los errores y límites, forjando una lección de estrategia y táctica que será de gran utilidad para los bolcheviques.

Criticaron los errores tácticos: no haber atacado al gobierno de Versalles; ejercicio limitado del empleo del “terror rojo” contra los reaccionarios burgueses los obreros parisinos fueron, según, Engelsexcesivamente bondadosos”. Criticaron los errores programáticos al no haber completado la expropiación de la burguesía, deteniéndose ante la puerta de la Banca Nacional.

En la Comuna Marx y Engels vieron una gran enseñanza: la necesidad que el proletariado aplique la independencia de clase de la burguesía y de sus gobiernos, como condición para conquistar, en la lucha como oposición y, después con la insurrección, el propio gobierno. Haber dejado de lado esta lección histórica es la base de toda la “teoría” del reformismo (continuado por el stalinismo con la participación en gobiernos de “frente popular” a partir de 1935).

Sobre la base de esta lección, Leninrearmara” al Partido Bolchevique con las Tesis de Abril, sosteniendo la necesidad de no dar ningún apoyo al gobierno burgués (de “izquierda”) de Kerensky, como premisa para conquistar la mayoría de los trabajadores políticamente activos, al punto de acabar con aquel gobierno y construir uno obrero.

¿Fue realmente la primera dictadura del proletariado? La revisión de Trotsky

En el prefacio de 1891 de La guerra civil en Francia, Engels escribe: “Miren la Comuna de París. Ésta fue la dictadura del proletariado”.

En realidad, Engels enfatizaba polémicamente un concepto para atacar las tendencias revisionistas que ya se estaban manifestando en la socialdemocracia alemana. Pero Marx (incluso en La guerra civil en Francia) hablaba más precisamente de una “tendencia” hacia la dictadura del proletariado.

Trotsky desarrolló el análisis de Marx, haciendo aquello que Nahuel Moreno, justamente, había indicado como una “revisión” del análisis de Marx y de Lenin, obviamente una revisión en el sentido marxista, es decir, un desarrollo de la concepción del marxismo sobre sus bases. 8

Trotsky en algunos escritos importantes de los años 30, que Moreno cita, 9 especifica donde se encontraba esta “tendencia” o embrión de dictadura del proletariado: no en el Consejo de la Comuna (los 90 electos por “sufragio universal” en las elecciones surgidas del Comité Central), sino en el Comité Central de la Guardia Nacional. ¿Por qué? Porque era en aquella estructura que se organizaba para la lucha —y no en una asamblea surgida de las elecciones, aún cuando sean elecciones muy particulares- que se podía ver el primer “soviet” de la historia. Moreno destaca la importancia de este importante fragmento de Trotsky: “Cuando nosotros decimos Viva la Comuna, no nos referimos a la heroica insurrección, ni a las instituciones de la Comuna, es decir, a la municipalidad democrática. Su elección fue, por otro lado, una tontería (leer a Marx) y esta tontería fue, de cualquier modo, resultado posible sólo enseguida a la conquista del poder por parte del Comité Central de la Guardia Nacional, que era el comité de acción o el soviet en aquella situación”.

Pero, ¿por qué la dictadura era solo potencial? Porque el “soviet” era, por su lado, sólo embrionario. Es decir, porque lo que faltaba en el “soviet”, para poder transformarse en el pilar de una real dictadura del proletariado, era un partido marxista revolucionario. Trotsky escribe (ya en Las enseñanzas de la Comuna de París, de 1921): “El Comité Central de la Guardia Nacional tenía necesidad de ser dirigido”.

Aquí la principal diferencia entre 1871 y 1917: en 1917 existía ese partido (el Partido Bolchevique) que, inicialmente minoritario, chocando con las direcciones reformistas (Socialistas Revolucionarios y Mencheviques), logrará la mayoría en el Soviet, transformándolo de sostén del gobierno burgués (febrero) en la base del gobierno obrero (octubre). Lenin y Trotsky no exaltaron más al soviet en sí mismo: lo verán como estructura que puede servir a objetivos diversos, en función de sus direcciones. Por eso, sin contraponer el soviet al partido, ni el partido a las masas (más bien Trotsky prefiere utilizar la eficaz metáfora del cilindro —el partido- y el Vapor —las masas: dos elementos que se complementan en este caso), Trotsky individualiza el elemento central en el partido. Es el elemento central, así como en una bóveda hay una piedra que sostiene todas las otras (la “clave de bóveda”): no las sustituye, pero es la piedra más importante.

El partido fue el gran ausente en 1871

En París, en 1871, no había un partido como fue el bolchevique. Marx era consciente de esta falta fundamental y es por eso que rápidamente después de la proclamación de la República (setiembre de 1870) sugiere a los obreros una actitud de oposición al gobierno burgués, pero no para derribarlo inmediatamente: “Utilicen con calma y resolución todas las posibilidades ofrecidas por la libertad republicana, para trabajar en su organización de clase. Esto le dará nuevas fuerzas hercúleas (…) para nuestro objetivo común, la emancipación del trabajo“. 10

En París, en la sección francesa de la Internacional, existían diversas corrientes además de la marxista: proudhonistas, proudhonistas de izquierda (ligados a Bakunin). En la Comuna, entonces, prevalecían las posiciones de blanquistas y neojacobinos.

Las tendencias del movimiento obrero en París de 1871

Estos nombres dicen poco al lector actual, porque son tendencias ya desaparecidas: y fue la propia experiencia práctica de la Comuna la que contribuyó a su disolución.

Los proudhonistas eran los seguidores de Proudhon (padre del anarquismo y de tantas otras variantes del reformismo que debemos tolerar hasta hoy), contra quienes Marx había chocado durante décadas, y con los cuales había polemizado ya en 1847 con La miseria de la filosofía, Proudhon ya había muerto en la época de la Comuna (murió en 1865), pero influyó en su tendencia que ahora era más fuerte en Francia y fuertes eran sus posiciones contra las ideas de centralismo y de dictadura. La esencia del proudhonismo consistía, según Marx, en creer en poner remedio a los males del capitalismo para asegurar la sobrevivencia del capitalismo, aunque reformándolo.

Su ala izquierda se estaba desarrollando en Francia con las posiciones anarquistas de Bakunin. Defendían teóricamente, como sujeto revolucionario, en el lugar de la clase obrera, la “canalla”, es decir, el subproletariado, y eran sostenedores de la “extinción” del Estado, y adversarios de la dictadura del proletariado. Los bakuninistas sostenían la “abstención política” del proletariado y eran contrarios al concepto de un partido para la conquista del poder, se definían “antiautoritarios” y querían una Internacional federativa. Eran, en suma, exactamente lo opuesto de los marxistas.

Fuera de la Internacional existían, además, los neojacobinos, que reivindicaban las posiciones de Robespierre y de Marat y que chocaban, pero en otras ocasiones acordaban, con los blanquistas (que preferian referirse a otra figura de la revolución francesa, Hebert). Los seguidores de Auguste Blanqui, definido por Marx como “cabeza y corazón del proletariado francés”, corajoso revolucionario que pasó la mitad de su vida en cárceles (estaba preso incluso durante la Comuna) y que concebía la revolución como la insurrección de una élite de revolucionarios (siendo los obreros, según Blanqui, incapaces de liberarse culturalmente en el capitalismo). Según Engels (que incluso tenía estimación por el gran revolucionario francés, Blanqui era “un revolucionario de una época precedente”, ligada al utopismo. Blanquistas y neojacobinos se acercaban más que los proudhonistas a la idea de “centralización” y de “dictadura” de los marxistas (aunque de una forma distorsionada, no sobre la base de la clase), pero subvalorando los aspectos “sociales” de la revolución que, a la inversa, los proudhonistas colocaban en primer lugar (aunque de manera distorsionada).

Resumiendo: las principales corrientes eran cinco: neojacobinos, blanquistas, proudhonistas (federativos), bakuninistas (colectivistas), marxistas. Pero se trata de una clasificación esquemática, los límites entre un grupo y el otro no eran claros ya que frecuentemente formaban grupos transversales (no existiendo verdaderos partidos): en la Internacional había diversos blanquistas (aunque esta corriente no había adherido a la AIT), entre los blanquistas que no eran miembros de la Internacional, había algunos más cercanos a Marx que muchos proudhonistas, que formaban parte de la AIT.

Existen varios estudios que han tratado de clasificar a los protagonistas de la Comuna. El más documentado es el de Charles Rihs 11 que contradice decenas de otros estudios. En realidad, no sólo no tenemos (¡aún hoy!) una documentación suficiente, pero el ejercicio de “etiquetar” de varios comuneros es, en parte inútil en tanto, como comentó Engels, en más de la veces “los unos y los otros hicieron precisamente lo contrario de aquello que prescribía la doctrina de su escuela”.

Muchos dirigentes de la Comuna sacaron lecciones de su experiencia, acercándose al marxismo: diversos dirigentes blanquistas sostuvieron las posiciones de Marx en el Congreso de La Haya 12, en el cual la mayoría marxista expulsó de la Internacional a los anarquistas de Bakunin que se obstinaban, a pesar de la Comuna, a negar la necesidad de construir un partido centralizado de la clase obrera para la conquista del poder.

Pero, en aquellos meses, en Francia, los marxistas consecuentes se contaban con los dedos de la mano. Por eso, Marx envió a París a un obrero de la AIT cercano a él: Serraillier. 13

Desgraciadamente, faltó tiempo para construir un partido marxista, porque los tiempos de la crisis revolucionaria fueron decididos por la burguesía que atacó en marzo, obligando a los obreros a defenderse para no ser desarmados y derrotados.

El rol de la Internacional y el rol de los marxistas

El 14 de mayo de 1872 se promulga la ley Dafaure, que prohíbe en Francia cualquier asociación internacional “que tenga como objetivo promover huelgas, la abolición del derecho de propiedad, de familia, de religión”.

El objetivo de la burguesía francesa era la AIT dirigida por Marx. Y a la AIT, la burguesía le achacaba la “culpa” de haber organizado la Comuna.

¿Tuvo realmente ese rol la AIT? Engels lo resume así: “(…) la Comuna, desde el punto de vista intelectual, fue absolutamente hija de la Internacional, si bien esta no movió un dedo para hacerla (…) aunque sí fue, justamente, considerada responsable”. 14

¿Qué significa? ¿La Internacional “no movió un dedo”, sin embargo fue, “justamente, considerada responsable”? La contradicción es sólo aparente. Engels intenta decir que la Internacional, considerada como el Consejo General dirigido por Marx, tuvo, sin embargo, una escasa posibilidad de dirección, al mismo tiempo, reconoce la importancia que la sección francesa y sus militantes tenían en la Comuna.

La historiografía (incluso marxista), en general, se detiene sólo en una parte de la afirmación de Engels (los marxistas eran débiles en París) y ha subvalorado ese reconocimiento de “paternidad” que Engels expresa en otros textos.

Los dirigentes marxistas ligados conscientemente a las posiciones de Marx (y de la mayoría de la AIT), eran poquísimos. Estaba en París Serraillier, un representante directo de la AIT, enviado, como vimos, por Marx. Sin embargo, este zapatero, honesto y fiel, no tenía una gran formación y no estaba preparado para analizar completamente la situación, como se entiende de los informes que enviaba al Consejo General de Londres. Otro de ellos, con el cual Marx pudo contar en París era el dirigente obrero, de origen húngaro, Leo Frankel. Y basta. Había algún que otro marxista aislado como, por ejemplo, la veinteañera Elisabeth Dmitrieff, militante de origen ruso de la AIT, alentada por Marx para ir a París en marzo de 1871, y que se hará dirigenta de la Unión de Mujeres. Sabemos luego, que Marx intercambiaba correspondencia también con otro dirigente, Eugene Varlin (la más interesante figura de la Comuna) y que escribió varias cartas a Varlin, Serraillier y Frankel, enviadas a través de un comerciante alemán que viajaba entre Londres y París.Sin embargo, la mayoría de estas cartas se han perdido. Las pocas cartas que quedaron son, sin embargo, significativas. Frankel (encargado de dirigir la Comisión de Trabajo de la Comuna) escribe a Marx (el 25 de abril de 1871): “Estaría contento si Ud. pudiese, de algún modo, ayudarme con setiembre de 1874, su consejo, porque actualmente estoy, por así decirlo, sólo (…).” No tenemos la preciosa respuesta de Marx. Sin embargo, tenemos una carta de Marx, escrita el 13 de mayo de 1871, a Frankel y Varlin: “Por vuestra causa, he escrito una centena de cartas a todos los puntos de la tierra donde tenemos relaciones. (…) Me parece que la Comuna pierde mucho tiempo en pequeñeces y disputas personales. Pero todo esto no importaría nada si se recuperase el tiempo perdido”.

Pero ¿por qué Engels reivindica la “paternidad” de la AIT sobre la Comuna? Porque, en realidad, la AIT en Francia había creado en los años 1860 una organización muy importante. Inicialmente dirigida por representantes proudhonistas, había visto crecer a su interior a un grupo de jóvenes dirigentes obreros y, entre ellos, especialmente a Varlin, obrero encuadernador, autodidacta. En 1866, en París, la AIT tenía 600 afiliados, a inicios de la Comuna, tenía 70 mil. 15 Las otras federaciones, además de París, estaban en Marsella, Ruan, Lyon: es decir, los principales centros de lucha obrera de Francia. La AIT animó todas las luchas importantes y las huelgas de los años 1860, que son preparatorias de la Comuna.

El problema es que, habiendo muchos afiliados (incluso frecuentemente se trataba de afiliaciones colectivas), la internacional no disponía de un partido estructurado —faltaba, de hecho, un periódico. Pero no sólo eso: la dirección de estos militantes, insertados en las principales luchas, pero frecuentemente no organizados entre ellos, era compuesta de socialistas no marxistas.

Esto explica porque Marx intentaba ganar a Eugene Varlin, que se había transformado, de hecho, en el principal dirigente de la AIT. Se trataba de un militante de gran capacidad organizativa, que trataba de recuperar el tiempo perdido por los viejos dirigentes proudhonistas.

Varlin jugará un rol fundamental en la Comuna. Al ser “ministro” de la Comuna (primero de Finanzas y luego de subsistencia), será elegido para el Comité Central de la Guardia Nacional (que encabezará el 18 de marzo la ocupación de la Plaza Vendome); inspirara la sección de la AIT; dirigirá el trabajo de la Cámara Sindical; estará entre los principales dirigentes de un embrión de partido revolucionario, denominado Delegación de los Veinte Distritos (distritos son los barrios o “arrondissements” en los cuales está dividido París). Es significativo el hecho que tres de estas organizaciones estaban ubicadas en el mismo lugar: el número 6 de la Plaza de la Corderie (en París hoy, renombrada como Rue de la Corderie) que era la sede de la Cámara Sindical, de la Delegación de los Veinte Distritos y de la sección francesa de la AIT. De lo que podemos entender de las discusiones de la dirección francesa de la AIT, a menudo el debate y las decisiones eran orientadas por la intervenciones de Varlin. 16 Varlin siempre fue apoyado por Frankel y Serraillier, ambos marxistas. Pero Varlin no era marxista, era de origen proudhonista pero siempre se orientaba hacia la izquierda. Los historiadores barajan definiciones discordantes: hay quien lo define “proudhonista de izquierda”, quien dice que tenía relación con Bakunin (es el caso de Carr) y quien (Nikolaevskij, y tambien Kaminski) 17 lo definen —equivocadamente- como “bakunista”. En realidad, quien ha indagado más, el historiador Bruhat, ha conseguido cartas que prueban que Bakunin trató de reclutar a Varlin a su secta, contra Marx, pero no lo consiguió y se quedó muy desilusionado. 18 Lo que es cierto es que Varlin expresó durante la Comuna posiciones lejanas a las de Bakunin (Varlin ponía la organización de los obreros como centro de la lucha, y no la conspiración de la “canalla”). También estaba lejos de los proudhonistas, tanto que, siendo delegado de Finanzas, se enfrentó con el dirigente proudhoniano Jourde, porque Varlin (como Marx) habría querido que los comuneros se apropiasen de la Banca Nacional. 19

En suma Varlin se comportó de manera algo diferente de lo que prescribe la doctrina no marxista de la cual provenía. Como hemos visto, muchos de los dirigentes de la Comuna que sobrevivieron a la masacre, se dispusieron a dar la batalla en la AIT junto con Marx, contra los anarquistas de Bakunin, en el Congreso de La Haya. Probablemente, Varlin habría hecho lo mismo, pero fue arrestado (por la denuncia de un cura) y fusilado en Montmartre el 28 de mayo de 1871, después de haber sustituido a Cluseret (muerto en las barricadas) como último comandante de la defensa obrera.

De cualquier modo, en 1871, los marxistas no disponían de un partido organizado en París. Fue la propia experiencia de la Comuna que permitió a Marx y Engels vencer en la batalla contra los anarquistas de Bakunin en el congreso de La Haya de 1872. En este congreso (que expulsó a los anarquistas y decretó el cierre de la sede central, así como su traslado a Nueva York iniciando, de hecho, la desaparición de la I Internacional) estalla el “acuerdo ingenuo de todas las fracciones” (en expresión de Engels) sobre el cual estaba alineada la Internacional hasta ese momento. La Comuna demostró que se necesitaba construir partidos organizados en forma independientes de la burguesía, basados en el marxismo, es decir, sobre el programa de la dictadura del proletariado que había hecho su primera prueba en París. Como escribió Engels: “Yo creo que la próxima Internacional —luego que los libros de Marx hayan ejercido su influencia por algunos años- será puramente comunista y propagara directamente nuestros principios”. 20 Los últimos años de vida de Marx y de Engels fueron dedicados a la construcción de esta internacional “puramente comunista” y de sus partidos en cada país.

Debemos volver a estudiar la Comuna

Marx y Engels primero, Lenin y Trotsky después, estudiaron profundamente La Comuna. Desgraciadamente, dispusieron de una documentación escasa. La fuente principal de Marx está en la memoria de algunos miembros de la Comuna y, en particular, del libro de Lissagaray, que Marx incluso animó a escribir, y del cual solicitó su traducción al alemán (una hija de Marx, Eleonor, trabajó la edición en inglés). 21 Lissagaray era un óptimo periodista y participó en la defensa de la Comuna, pero su historia (publicada en Bélgica en 1876) refleja la formación no marxista del autor, un neojacobino. 22 Lissagaray minimiza el rol de los dirigentes de la Internacional: dice que en la Comuna electa sólo eran 13 (número equivocado), pero no dice, números aparte, que ellos jugaron papeles importantes. Pero no sólo eso: para desarrollar su polémica contra el proudhonismo, Lissagaray etiqueta como “proudhonista” a todos los dirigentes de la AIT mientras, como hemos visto con Varlin, frecuentemente expresaban posiciones lejanas del proudhonismo.

Lenin se basó en el libro de Lissagaray (una de las pocas fuentes disponibles en su tiempo) y Trotsky utilizó el libro del historiador Claude Talés, quien usa como única fuente a Lissagaray y, por esto, enfatiza el aspecto de “caos” de la Comuna y el peso del proudhonismo, sin individualizar el rol consciente (pero muy insuficiente por no estar organizados en el partido) de tantos dirigentes revolucionarios y de los pocos cercanos a Marx.

Lenin y Trotsky queriendo (justamente) subrayar la causa principal de la derrota de la Comuna —es decir, la falta de un partido marxista- tendieron (equivocándose) a disminuir el rol de “siembra” que desarrolló la AIT en los años 1860 y, privados de documentación, no escribieron nada sobre el embrión de partido que se estaba construyendo en esos meses en París.

Este embrión de partido, en cuyo desarrollo jugaron un rol importante Varlin y Frankel, era la Delegación de los Veinte Distritos. Tanto Lissagaray como Talés le dedicaron muy pocas líneas. Sin embargo, los documentos encontrados por los historiadores a partir de 1960, dan hoy un marco muy distinto. 23

No tenemos aquí espacio para profundizar el tema que amerita otro artículo. Baste decir que Lissagaray se equivoca dos veces: primero, sosteniendo que la Delegación (conocida también como Comité Central Republicano de los Veinte Distritos) no estaba ligado a la AIT, mientras que ahora sabemos que sus principales dirigentes eran miembros de la AIT (cinco sobre siete, entre ellos Varlin); segundo, afirma que desapareció antes que la Comuna, mientras hoy tenemos las actas de las sesiones que tuvieron poco antes de la caída de la última barricada.

Del Estatuto de la Delegación 24 sabemos que para inscribirse eran necesarias tres condiciones: militancia, adhesión a los principios “socialistas revolucionarios”, pago de la cuota. El programa es la “destrucción revolucionaria” de la democracia parlamentaria burguesa, el reconocimiento “como único gobierno a la Comuna revolucionaria, emanada de las delegaciones de los grupos socialistas revolucionarios”.

Para la elección de la Asamblea Nacional (febrero de 1871), la Delegación presenta un programa y los candidatos adjuntos a la sección francesa de la AIT y a la Cámara Federal de la Sociedad Obrera (¡Varlin era el alma de todas estas organizaciones!). El manifiesto electoral afirma que el objetivo es: “la organización de una república que le devuelva las fábrica a los obreros”, realizando así “la libertad política a través de la igualdad social”.

Cierto es que la Delegación tenía en su interior varias de las corrientes en las que estaba dividido el movimiento obrero francés y no tuvo el tiempo para desarrollarse: nace, inmediatamente después de la proclamación de la República, el 5 de setiembre de 1870, con una asamblea de 500 obreros parisinos (¡aquí estaba Varlin!). Pero, en pocas semanas se fueron las corrientes más moderadas y sus documentos fueron, día a día, más cercanos a la posición marxista.

Si, como esperaba Marx, los obreros hubiesen tenido tiempo para “trabajar en su organización de clase”, el curso de la historia hubiera sido diferente. Sin embargo, hoy podemos decir que esta organización (cuya historia tenemos todavía que indagar) y sus dirigentes, tuvieron un rol central en el desarrollo de la revolución.

Los documentos históricos que hoy disponemos, confirman, indiscutiblemente, la tesis de fondo de Lenin y Trotsky: sin un partido marxista no existe la posibilidad de la revolución victoriosa. Aquello que Lenin y Trotsky no sabían cuando escribieron sobre la Comuna es que, existía un inicio de ese partido y que fue gracias a eso que la Comuna consiguió avanzar. Entonces, en 1871, la revolución fue el fruto no de la “espontaneidad”, sino de la organización de los revolucionarios. Sin embargo, dicha organización no tuvo el tiempo de consolidarse en partido marxista, por eso el Comité Central de la Guardia Nacional no fue un verdadero “soviet” y, por eso, la dictadura del proletariado fue, en la Comuna, sólo una perspectiva incompleta.

Fue estudiando los resultados y los errores de los valerosos obreros franceses que los obreros rusos, dirigidos por el partido de Lenin y Trotsky, pudieron vencer en 1917. Fue el rumbo de los cánones de la Comuna de París los que abrieron el camino a la Comuna de Petrogrado.

NOTAS

1. Carta de Marx a Kugellman, 17 de abril de 1871, en K. Marx, Cartas de Marx a Kugellman, Editori Riuniti, 1976, p. 166

2. Claude Talés, La Comuna de París, 1921, Ed. Spartacus, 1998

3. Para profundizar esta situación son fundamentales dos libros de Marx , en los cuales se emplea, magistralmente, el método materialista: Las luchas de clase en Francia de 1848 a 1850 El 18 brumario de Luis Bonaparte (existen ediciones en todas las lenguas, aunque puede encontrarse en el sitio Marxists Internet Archive , http://www.marxist.org).

4. Para conocer mejor la situación, recomendamos la lectura de las tres cartas escritas por Marx a la AIT y publicadas en varias lenguas  con el título de La guerra civil en Francia. Muy interesantes son, incluso, los artículos de Engels (experto en cuestiones militares) sobre la guerra publicados en el diario de Londres The Pall Mall Gazethe (en italiano: Notas sobre la guerra franco-prusiana, Ed. Lotta Comunista, 1996) de los cuales Trotsky encargó su publicación en Rusia y estudió cuando le fue confiada la dirección de l a Armada Roja.

5. En la primera carta escrita por Marx a la AIT se hace un llamamiento a los obreros alemanes para que no permitieran a Bismarck transformar la guerra en guerra de conquista. Cuando después en París nace la República, en la segunda carta a la Internacional condena el objetivo expansionista del gobierno prusiano y hace un llamamiento a los obreros alemanes para que, en este punto, defiendan la República francesa junto a los obreros franceses.

6. A finales de febrero de 1871, una asamblea de 2 mil delegados de batallones de la Guardia Nacional aprueba la constitución de la Federación Republicana (sólo pocos batallones de cuarteles burgueses quedaron fuera de esa estructura). El primer punto del programa fue la abolición del ejército permanente y su sustitución con la milicia de trabajadores. Es la proclamación de la ruptura con el Estado burgués y la voluntad de disolver su “banda armada”, proclamándose como única fuerza armada.

7. El error de la elección será subrayado por Marx en varios textos. Por ejemplo, en una carta a Liebnecht del 6 de abril de 1871 escribe: “(…) por no tener la actitud de usurpar el poder, han perdido un tiempo precioso en elegir la Comuna (…) mientras se necesitaba emplearlo para marchar sobre Versailles (…)”. Kautsky agita este juicio, tratando de usar la Comuna “democrática”  contra la dictadura de los bolcheviques, Lenin y Trotsky le respondieron con dos “anti-Kautsky” demostrando que los obreros parisinos estaban comúnmente contrapuestos a la “legitimidad” democrática burguesa: las elecciones para la Comuna lograron, en efecto, el sufragio universal pero, en los hechos, la burguesía ya había huido y los pocos elegidos burgueses fueron obligados a renunciar.

8. Ver La dictadura revolucionaria del proletariado, texto escrito en 1978 por Moreno en polémica por la revisión (en sentido negativo, en esta ocasión) hecha por Mandel.

9. Se trata del artículo y carta de Trotsky contenida en el libro publicado por Pathfinder Press (1977), The crisis of the french section. En realidad en este texto Trotsky trabaja con un concepto que ya había empezado a desarrollar en los años 20 en Terrorismo y comunismo. Es en este libro (en el capítulo VI) que, por primera habla del Comité Central de la Guardia Nacional como del “soviet de aquel periodo”.

10. Ver la segunda carta escrita por Marx al Consejo General de la Internacional (9 de septiembre de 1870). Aquí citado de la edición Newtom Comptom, 1978, p. 83.

11. Charles Rihs, La Comuna de París, su estructura y sus doctrinas, Ed. Du Seuil, 1973. Segín Rihs fueron cerca de 90 los elegidos: 40 eran de los neojacobinos (Delescluze, etc.); 15 eran blanquistas (Rigault, Protot, Flourens, los miembros de la AIT Duval y Vaillant, etc.); 23 eran miem bros de la AIT (Frankel, Varlin, Vaillant, Malon, Serraillier, Longuet, etc.).

12. Los blanquistas supervivientes de la masacre se refugiaron en Londres, reagrupándose alrededor de Emile Eudes, condenado a muerte en ausencia en Versailles. Vaillant y otros entraron en el Consejo General de la AIT, sosteniendo las posiciones de Marx contra Bakunin y Guillaume.

13. Marx escribe a Engels de la misión que le ha encomendado a Serraillier en una carta del 6 de septiembre de 1870 (VI Volumen de Cartas de Marx-Engels, p. 146-147 Edizioni Rinascita, 1953).

14. Carta de Engels a A. Sorge, 12 de septiembre de 1874, en Marx y Engels, Cartas de 1874-1879, Ed. Lotta Comunista, 2006, p. 35.

15. Estos datos, basados sobre muchas fuentes, son citados en el libro de Rihs (ver nota 11).

16. En el site http://gallica.bnf.fr/ se encuentran decenas de libros sobre la Comuna para bajar gratuitamente (en francés).

17. Los libros citados son: E.H. Carr, Bakunin, The MacMillan Press, 1975; B. Nikolaevskij, Karl Marx, 1937, Ed. Einaudi, 1969; H. E. Kaminski, Bakunin, 1938, Ed. Graphos, 1999.

18. Jean Bruhat, Eugene Varlin, Editeurs Français Réunis, 1975. Bruhat coloca pruebas del intento de Bakunin de hacer adherir a Varlin y a su organización y, lo que fue una tentativa fallida de hacerle suscribir a Varlin un ataque contra Marx (pag. 146-147 de la biografía). Bruhat cita después una importante carta de Bakunin (del 7 de julio de 1870) en la cual el dirigente anarquista escribe: “(Varlin) es una excelente y útil figura, ¡pero está lejos de ser absolutamente nuestro!”.

19. Habla otro biógrafo (Paul Lejune, Eugène Varlin, Pratique militante  e écrits d’un ouvrier communard) que revela el desacuerdo entre Varlin y Jourde sobre cuestiones de la Banca.

20. Engels y la nota 14.

21. Y. Yvonne Kapp: Eleanor Marx Einaudi, 1977, vol. I, p. 158-162.

22. Para conocer la figura de Lissagaray, ver René Bidouze, Lissagaray, la plume et l’epée, Les Editions Ouvrières, 1991.

23. Para profundizar el tema, es fundamental un libro editado en 1960: Jean Dautry y Lucien Scheler,  Le Comité Central Républicaine des vingt arrondissements de Paris, Editions Sociales, 1960.

24. Del libro de Dautry y Scheler (ver nota 23)