La discriminación islamófoba hacia las y los musulmanes por parte del Gobierno francés no cesa ni en vacaciones. Las imágenes de la policía francesa armada en una playa de Niza obligando a una mujer a quitarse su hiyab y sancionarla con una multa han recorrido las redes sociales. Esta reciente muestra de racismo en la costa francesa reaviva el debate sobre la libertad de expresión en el país de la Unión Europea que más abandera esta idea.

Por May Assir

La legalización e institucionalización de la islamofobia

La prohibición de prendas islámicas, “curiosamente” femeninas (no se ha prohibido la barba o los atuendos islámicos masculinos), no es nada nuevo en el país vecino. En el año 2010 ya se prohibió el uso del velo integral, respaldado por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo, ya que considera que “la cara juega un rol importante en la interacción social (…) y que llevarla tapada en lugares públicos puede ser una amenaza para la convivencia”

La reciente orden implementada en más de 15 ciudades francesas prohíbe el acceso a las playas y al baño a aquellos que «no respeten las buenas costumbres y la laicidad, las reglas de higiene y de seguridad».

Además, las leyes van acompañadas de atrevidas declaraciones por parte de altos cargos políticos que no hacen más que fomentar el miedo. El primer ministro Manuel Valls declaró en una entrevista al periódico La Provence que el burkini representa una visión mundial basada en “la esclavitud de las mujeres”. El director general de servicios del ayuntamiento de Cannes (una de las ciudades en las que se ha prohibido el traje de baño) tampoco pensó dos veces en constatar que “el burkini es una señal de adhesión a la yihad”.

Por un lado, estas leyes y declaraciones fomentan la idea de que la mujer musulmana es una sumisa que le gusta el yihadismo y ser esclavizada haciendo que los sectores más conservadores de la sociedad aumenten su odio contra este colectivo. Por otro lado, despojan a la misma de ser sujeto de sus decisiones y sus reivindicaciones políticas, y además de su derecho al espacio público (trabajar en la administración pública o a ir a la playa).

La combinación de la propaganda racista y las leyes restrictivas contra las mujeres (que deciden ir como quieren ir) incendian la mecha de las agresiones islamófobas que se triplicaron en Francia sólo el año pasado.

Pero parece que la islamofobia se canaliza sólo hacia una clase social, y al sector más oprimido, la femenina. La hipocresía del Gobierno francés es cada vez más evidente. Mientras prohíbe “el burkini”, discrimina a los refugiados y bombardea Siria con el supuesto objetivo de acabar con la oleada terrorista mundial.

Manuel Valls no parece tener problemas en tener contratos estratégicos con Arabia Saudí, país en el que las mujeres son obligadas a llevar el hiyab y no precisamente de los países más ejemplares en libertad de expresión. Estos acuerdos incluyen colaboración militar, energética y en sectores de la construcción cuando es de sobra conocido que muchísimas de las donaciones millonarias que financian a ISIS (supuesto principal enemigo de Francia) proceden de los países del golfo. En definitiva, Francia no combate el terrorismo, lo financia y lo fomenta.

Contra el “purple washing” y la austeridad

Como constata la activista Brigitte Vasalló, estos gobiernos “solo se vuelven ‘feministas’ cuando se trata de quitarles derechos básicos a las musulmanas”. El “purple washing” es la utilización de los derechos de las mujeres para justificar la xenofobia y hoy más que nunca las y los activistas que nos consideramos feministas y anticapitalistas debemos unirnos junto a nuestras compañeras de lucha musulmanas para combatir estas leyes que no hacen más que oprimir y poder justificar las agresiones contra las mismas.

Además de señalar y condenar la creación de la cortina de humo estatal para que la población no musulmana hable más de “llevar el burkini o no” y no sentirse identificadas con sus compañeras en vez de la reciente aprobación de la reforma laboral que ataca al conjunto de la población trabajadora.

Pero la lucha por la libertad de decidir de las mujeres no empieza ni acaba en el país galo. En algunos parques acuáticos de Cataluña ya se empezó a vetar la prenda. La solidaridad es nuestra arma contra los que nos obligan a quitarnos o a ponernos, sea en Francia o Arabia Saudí que no dudan en explotarnos y oprimirnos juntas.

Es necesario que empecemos a escuchar las reivindicaciones de nuestras compañeras musulmanas en las asambleas y proponer movilizaciones ahora que arranca el curso en la universidad, institutos y puestos de trabajo.

¡Tapadas o destapadas: nosotras decidimos!¡Contra el racismo, el machismo y la explotación: ni un paso atrás!