Es obvio que el que fuera coordinador de IU en los 90 y secretario General del PCE, fallecido el pasado 16 de mayo, Julio Anguita, era una persona respetada y referente de mucha gente. Eso está fuera de toda duda incluso para los más anticomunistas.

Partiendo del respeto por sus seres queridos y compañeros/as,  ante cualquier dirigente político de la izquierda la mejor actitud no es repetir el viejo “culto a la personalidad” acrítico, muy del gusto del estalinismo, sino situar lo que defendió en el marco de la lucha de clases y la lucha política, sus limites y aportaciones.

La teoría de las “dos orillas”

Los 90 no fueron años de grandes convulsiones sociales, sino todo lo contrario, de una paz social enervante, la “pax yanqui”. El triunfo absoluto del neoliberalismo y la restauración del capitalismo fue una gran travesía en el desierto para quienes se reivindicaban del marxismo, así fuera genéricamente. Eran años de poquísima, casi nula, lucha obrera y popular y la posición de Anguita sonaba a extrema izquierda, de tal manera que IU a nivel estatal se convirtió en el refugio de la mayoría de las organizaciones marxistas revolucionarias.

En este marco, cuando Aznar llega al gobierno, Anguita, en el discurso de investidura, levantó la teoría de las “dos orillas”, que rompía con la vieja idea de Alfonso Guerra de que el PSOE era la “casa común de la izquierda”. En ese discurso sitúa a las organizaciones políticas en “dos orillas”; una, las sistémicas: el PP, el PSOE, el PNV, CiU; y enfrente la única organización de la izquierda a nivel estatal, IU.

Es evidente que, tras los años de Felipe González, el PSOE se había transformado en uno de los puntales fundamentales del régimen. Sus gobiernos se habían caracterizado por la traición sistemática a todo lo que la izquierda había defendido hasta ese momento, como la entrada en la OTAN, la reconversión industrial que dejó al Estado Español convertida en el destino vacacional de los europeos y sin industria -política que estamos pagando ahora-, y la creación del GAL.

Con esta tesis, Anguita presentaba a IU como una fuerza desafecta al régimen, a través de la critica al PSOE y ubicándola con un pie fuera de él, lo que le costó enfrentamientos con sectores de IU como Almeida, López Garrido, Anxo Guerreiro, Ribó, … acostumbrados a pactar sistemáticamente con el PSOE y donde alguno de ellos terminó recalando.

Pero esta teoría de las “dos orillas” tenía un límite político, que era el pacto constitucional asumido por el PCE en los años de los Pactos de la Moncloa, y el “SÍ” a la Constitución del 78, con los que Anguita nunca llegó a romper. De hecho, su gran crítica y guía estratégica durante sus años de dirigente de IU fue que la Constitución no se cumplía en sus “aspectos sociales” (derecho a la vivienda, al trabajo, etc…), y que la lucha era porque se cumplieran. Nunca planteó que los artículos sociales de la Constitución no obligaban jurídicamente a nada, todo lo contrario de los artículos que defendían la propiedad capitalista y sus privilegios, estos sí jurídicamente vinculantes y blindados por un sistema judicial heredado intacto del franquismo.

Aunque fue de los primeros que vio el agotamiento del régimen del 78, de los límites de la Constitución, y llamaba a “reformarla” en el sentido de «un Estado federal, plurinacional y solidario», nunca impulsó de una manera coherente y hasta el final este proyecto. Su llamamiento de “reforma” se hacía desde dentro de la Constitución. Esta propuesta convertía sus críticas a la Constitución en un saludo a la bandera, puesto que para hacer una “reforma desde dentro”, se necesitan los 2/3 del voto de los diputados y senadores, y otros complicados requisitos que hacen imposible su reforma en un sentido progresista.

Así que, o bien Anguita contaba con que la “orilla” sistémica, el PPSOE, en algún momento podría romperse y un sector apoyaría esa “reforma”, o bien esa formulación de una reforma en un sentido “federal, plurinacional y solidario” no era más que una declaración sin consecuencias prácticas en una organización que no era marginal.

La “teoría de las dos orillas” era, al final, más un reclamo electoral que una declaración contra el régimen, que le dio buenos resultados; pues Anguita recuperó la presencia de IU en el Parlamento, presencia que su sucesor, Gaspar Llamazares, dilapidaría.

Apoyo a Gaspar Llamazares

En los debates para la VIº asamblea de IU se perfilaron tres opciones: una, la corriente de Gaspar Llamazares, que defendía la alianza con el PSOE para enfrentar al gobierno de Aznar; dos, la que se sustentaba en el aparato del PCE, dirigida por Francisco Frutos (el que ahora aparece en manifestaciones contra Catalunya con la extrema derecha), y que con matices defendía la misma posición, como lo demuestra el pacto firmado con el PSOE (Almunia) unos meses antes; tres, la Plataforma de la Izquierda, con Nines Maestro y los sectores críticos de CCOO, de la que surgiría Corriente Roja; que rechazaban la alianza con el PSOE y comenzaba a levantar la propuesta de que IU debía romper con los “pactos constitucionales”.

Cuando llega el momento de las votaciones, Anguita se decanta por Gaspar Llamazares, bajo la idea de que “seguirá su proyecto”, dejando bien claro, de esta manera, que la teoría de las “dos orillas” era un saludo a la bandera; puesto que tanto Llamazares como Frutos no habían ocultado su rechazo a todo lo que sonara a “dos orillas”. A partir de este momento IU pierde toda su independencia, primero apoyando a ZP, cuando llega al gobierno tras los atentados del 11M, o promoviendo los pactos de gobierno con el PSOE en diversas zonas del Estado, como Andalucía.

Con Llamazares la teoría de las “dos orillas” desaparece del proyecto político de IU, por lo que o Anguita era un ingenuo cuando lo apoyó frente a la Plataforma de la Izquierda, o bien sabía lo que hacia, evitar la deriva de IU con sus miles de afiliados y afiliadas, a la izquierda y contra el régimen.

Al final, embelleció la Constitución

Es cierto que en un régimen como el del 78, donde la corrupción es una forma de vida, ser honrado es algo extraordinario, y esto es lo que Anguita fue. No se enriqueció con los cargos. Pero políticamente nunca rompió con los “pactos constitucionales”; incluso en sus últimos años, cuando radicalizaba sus propuestas políticas.

Por ejemplo, con la defensa de la “equidistancia” ante el proceso independentista catalán. Siguiendo la misma lógica de los años 90, de denunciar los límites de la Constitución del 78 para llamar a “reformarla desde dentro”; denuncia con razón el carácter político de los presos catalanes y pide su libertad, para acto seguido criticarlos por su unilateralidad al impulsar el “procés” y situarlos en el mismo terreno que la respuesta del régimen a la declaración catalana, el 155 y los juicios por rebelión.

Estas son las dos “almas” de Anguita; un político que vio venir la crisis y agotamiento del régimen, pero, por su herencia del PCE e IU, al final su mayor contribución es la de haber embellecido “por la izquierda” la Constitución monárquica del 78, siendo de esta manera un freno al desarrollo de opciones revolucionarias en el Estado Español. Convirtió la Constitución en un «programa progresista», disociando sus “aspectos sociales” de los “políticos”, como si el carácter antidemocrático de sus instituciones políticas no tuvieran nada que ver con la pobreza social o con los ataques a los derechos de los trabajadores y trabajadores. Pablo Iglesias y Unidas Podemos no han inventado nada de nada, esa es la escuela de Anguita.

Las manifestaciones actuales de la base social del régimen, el llamado “franquismo sociológico”, no tocado por la Transición que Anguita defendió, demuestran que la pobreza social está íntimamente ligada al carácter de esas instituciones; los aspectos “sociales” y “políticos” del régimen son inseparables y su “reforma desde dentro” no es más que una “ilusión”.