El año de 2018 empieza con manifestaciones en distintas ciudades de Irán, entre ellas Teherán, Mashhad, Isfahán y Shiraz, las cuatro ciudades más pobladas del país. Miles de personas, según distintos activistas, salieron a las calles atendiendo a un llamamiento que circuló por las redes sociales para protestar contra los altos precios de los alimentos y contra la intervención de Irán en países de Oriente Medio como Siria e Yemen.

Por Gabriel Huland

En varios videos disponibles en Facebook e YouTube se pueden ver enfrentamientos entre manifestantes y las fuerzas de seguridad del régimen iraní, que reaccionó afirmando que reprimirá cualquier protesta “que atente contra la seguridad del país”. Además, las autoridades convocaron una marcha “pro-régimen” en Teherán. Se hablan ya de 2 muertos y centenares de heridos víctimas de la represión de un gobierno que nunca permitió el libre derecho a la manifestación. Más de 200 personas han sido detenidas hasta el momento y el gobierno ha restringido el uso de Internet en todo el país.

Se tratan de las mayores protestas desde 2009, cuando el Movimiento Verde Iraní irrumpió tras unas discutidas elecciones en que Mahmoud Ahmadinejad, el anterior presidente, salió reelegido en medio de varias acusaciones de fraude y manipulación electoral. En mayo del año pasado, el actual presidente, Houssan Rouhani, ganó las elecciones, que en Irán son totalmente controladas por el régimen de los Ayatolas, prometiendo reformas económicas y políticas, pero hasta ahora no ha cumplido con ninguna de sus promesas.

Las manifestaciones parecen ir in crescendo y están adquiriendo rápidamente un carácter anti-régimen, con consignas contra la dictadura y por la realización de un referéndum para decidir el futuro del país. Aparentemente, los manifestantes son mayoritariamente jóvenes de clase trabajadora de las barriadas urbanas más afectadas por la pobreza y la crisis económica.

Irán está altamente implicado en una disputa regional con Arabia Saudí. Los dos países son las principales economías del Medio Oriente y Norte de África y, como respuesta a las revoluciones árabes, se han visto obligados a intervenir en la región para sofocar las rebeliones e intentar evitar o como mínimo postergar movimientos internos que amenacen el poder de ambos regímenes altamente reaccionarios.

El acuerdo nuclear entre EEUU e Irán en julio de 2015 no fue más que un intento por parte del régimen iraní para ganar tiempo y conseguir unos años más de sobrevida antes que la situación explotase. La política de Trump de priorizar las relaciones con Arabia Saudí e Israel, aislando Irán, puede llevar la crisis regional a un nivel sin precedentes.

Crisis económica y represión política

La reducción del comercio mundial, producto de la crisis financiera de 2007; la caída del precio del petróleo (Irán posee un 10% de las reservas de crudo y un 15% del gas mundial), así como las sanciones impuestas por la comunidad internacional, entre otros factores, explican la crisis económica que asola el país.

El acuerdo nuclear con la administración Obama vino acompañado de la reducción de las sanciones internacionales y del aumento de las exportaciones de petróleo (el país creció más de un 10% en 2016). Sin embargo, la vida de la población solo ha empeorado desde entonces. La creciente intervención internacional en la región, directa o indirecta –mediante la financiación de grupos afines-, en países como Iraq, Líbano, Palestina, Yemen y Siria, viene generando constantes déficits públicos, aparte de una enorme presión inflacionaria y una reducción de la inversión pública. El desempleo ronda los 12% y la deuda pública alcanza aproximadamente el 35% del PIB (datos del Banco Mundial).

Irán es uno de los países más industrializados de la región. Se trata del mayor productor de coches de Medio Oriente y tiene una industria petroquímica muy importante. Cerca del 60% de la economía sigue nacionalizada. La clase obrera industrial se encuentra bastante concentrada y, junto a las de Turquía y Egipto, es una de las más numerosas de la zona.

El derecho a la libre organización sindical no existe en el país ni tampoco el de formar partidos políticos de oposición. La participación de la clase trabajadora en la revolución de 79 que derrumbó al Shah Reza Pahlavi, una marioneta de los países occidentales, fue determinante mediante huelgas en distintos sectores como ferrocarriles, aeropuertos, periódicos, industria petroquímica y bancos, entre otros. Todavía no están ocurriendo huelgas ni protestas masivas en el país. Una intensificación de las protestas y de la crisis política puede alterar la situación de toda la región.

La solidaridad internacional con el pueblo iraní es determinante en este momento, una vez que la represión recrudecerá y una parte importante de la izquierda mundial se callará o se pondrá directamente al lado del podrido régimen de los Ayatolás.