Del 20 al 27 de septiembre está convocada una semana de lucha mundial contra el cambio climático en la que a buen seguro, millones de mujeres sobre todo las más jóvenes, participarán en primera fila, en las manifestaciones convocadas.

Aunque los incendios en la Amazonía, considerada pulmón del planeta, son la chispa que ha hecho tomar conciencia de este problema y sacar a la calle en las últimas semanas a millones de personas, el deterioro del medio ambiente del que el cambio climático es sólo una de las consecuencias, lleva años produciéndose y es de hecho un fenómeno mundial.

Pero esta crisis ecológica global NO es consecuencia del «comportamiento humano» tal y como pretenden vendernos, sino consecuencia directa de un modo de producción determinado.

Son las poblaciones más oprimidas y empobrecidas que más dependen de los recursos naturales para su supervivencia o que tienen menor capacidad de respuesta ante las amenazas naturales y no son responsables de las mismas, quienes reciben los mayores impactos. Y es en los lugares en que estas viven, donde a menudo se instalan las industrias contaminantes o los vertederos de residuos que producen.

Son los pueblos indígenas o determinadas minorías étnicas en todo el mundo, quienes históricamente vienen enfrentándose con las multinacionales mineras, petroleras, hidroeléctricas, del agronegocio, etc… que destruyen su medio ambiente y medios de vida y les impiden el acceso a recursos naturales como aire limpio, agua potable, etc… que son bienes comunes

Y dentro de ello, somos las mujeres las más afectadas a nivel global, puesto que constituimos el 70% de las personas pobres en el mundo, además de que dicho cambio climático, como consecuencia de un capitalismo cada vez más en crisis, acentúa las desigualdades de género que día a día este sistema contribuye a perpetuar.

Son sobre todo las mujeres que residen en países «en vías de desarrollo» las que dedican gran parte de su tiempo a trabajar con los cultivos o a buscar alimentos, agua o combustible, labores que dependen en gran medida del clima. Además, representan una mayoría en las comunidades rurales que están más expuestas a la sequía y la desertificación. Según Oxfam, en la zona subsahariana, representan el 75% de la mano de obra pero poseen solo el 1% de la tierra.

Igualmente hay datos que indican que somos el 80% de las personas desplazadas en el mundo, por el cambio climático. Un fenómeno el de migrar por razones climáticas y convertirse en «refugiado climático», que ni siguiera está reconocido actualmente como tal, en la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951 (ONU), pero que los expertos indican irá a más. También las mujeres somos mayoría entre las personas fallecidas en desastres naturales, como ocurrió en el tsunami asiático de 2004, con más de un 70% de mujeres entre sus víctimas mortales.

Por lo tanto, podemos afirmar que la crisis medioambiental tiene profundas implicaciones de género y raza y que contribuye a perpetuar el racismo y la desigualdad y discriminación de las mujeres.

Los gobiernos de todos los colores y en todo el mundo: ¡Cómplices de las multinacionales!

Los gobiernos de todo signo, llevan años celebrando Cumbres y Conferencias del clima en las que se aprueban medidas y se contraen compromisos que no solo son totalmente insuficientes, sino que ni siquiera se llevan después a cabo.

Esto es así porque más allá de su retórica y demagogia, todos ellos de forma abierta como Trump y Bolsonaro, o de forma más solapada, son cómplices de las multinacionales a las que sirven, cuyos intereses defienden y de la que en muchos casos terminan formando parte.

Como afirma Razmig Keucheyan en su libro: «La naturaleza es un campo de batalla, Finanzas, crisis ecológica y nuevas guerras verdes»: «En sus políticas de gestión del medio ambiente y de los recursos, el Estado favorece sistemáticamente a las poblaciones blancas y a las clases medias y superiores, a las que preserva de este tipo de perjuicios»1.

Los gobiernos en este mundo capitalista son tal y como Lenin los denomino hace años: «los mejores administradores de los negocios de la burguesía», ya que como nos enseña el marxismo desde hace más de 200 años, el Estado nunca es ni podrá ser neutral.

No hay más que comparar la rápida respuesta que gobiernos e instituciones internacionales dieron al estallido de la crisis económica en 2008 rescatando bancos privados con dinero público, con su inmovilismo frente al cambio climático, pese a que los científicos llevan años alertando de la gravedad de la situación. En ese sentido, la catástrofe climática que se avecina, agrava vertiginosamente la crisis de legitimidad del capital y de sus representantes políticos.

Salvar el planeta «empoderando» a las mujeres

A partir de estos hechos, algunas organizaciones políticas y sociales afirman que para salvar el medio ambiente, además de medidas urgentes, hay que incorporar la «perspectiva de género», en las políticas contra el cambio climático. El argumento: las mujeres, por nuestra condición natural, por ser más afectadas por el cambio climático y por nuestra propia posición social, somos más sensibles y estamos más concienciadas y por tanto dispuestas a hacer algo MAS que hablar y poner sobre la mesa, buenas intenciones.

Para ello piden  «dar más voz a las mujeres en cuestiones medioambientales» e incorporar más mujeres «en los órganos internacionales de gestión de los grandes acuerdos sobre el cambio climático», donde actualmente los hombres ocupan el 80% de los puestos de responsabilidad, al igual que ocurre en la juntas directivas de las grandes compañías energéticas, que están muy «masculinizadas».

Desde esta perspectiva, el eurodiputado de Equo en el Grupo Los Verdes Florent Marcellesi por ejemplo, presentó un manual comunicativo sobre género y cambio climático para “promover una lucha contra el cambio climático con perspectiva de género”, en la última Conferencia sobre el Cambio Climático (COP24) celebrada en Katowice (Polonia) en diciembre de 2018. En dicho documento, se señala por ejemplo que los hombres son más responsables del cambio climático ya que «tienden a consumir carne roja y procesada más a menudo y en mayor cantidad que las mujeres”, o «usan más el coche, además de poseer vehículos más grandes y contaminantes».

En realidad, el objetivo de que cada vez más mujeres ocupen puestos de poder, hace años que viene siendo planteado por Organismos internacionales como la ONU, que en los años 80 cooptaron a las principales dirigentes del movimiento feminista llevando sus reivindicaciones de la calle a las Universidades y otras instituciones, e impulsando los llamados «Estudios de género». Para ello, se sirven de teorías feministas como la «Teoría del empoderamiento», con el objetivo de lograr que más mujeres se incorporen a la economía y revitalizar esta en algunos lugares y de paso lavarle la cara al capitalismo. Hay todo un sector de la burguesía, que hace tiempo se dio cuenta de que la «igualdad» o «lo verde» pueden ser muy rentables.

No es solo una cuestión de género, sino en primer lugar de lucha de clases

Pero por todo lo dicho anteriormente, incorporar más mujeres a puestos de poder en gobiernos, instituciones u organismos sobre el clima o en las juntas directivas de las multinacionales, donde se toman las decisiones económicas o sobre políticas medioambientales dentro de este sistema capitalista, no es la solución.

Estamos de acuerdo en que este sistema, además de ecocida, es patriarcal y racista. Pero tal y como venimos señalando, no es solo una cuestión de democracia ni de género, sino en primer lugar de clases sociales.

Es posible que el capitalismo se vea obligado a poner en marcha una industria basada en energías renovables o a impulsar masivamente una agricultura sin químicos. Pero el capitalismo nunca será «sostenible ni ecológico», si no se cuestiona los niveles de producción y consumo actuales y las desigualdades e injusticias entre el Norte y el Sur.

Ecológico significa buscar el equilibrio entre los ecosistemas, lo que empieza por respetar los ciclos naturales de producción. Algo que el capitalismo por su propia naturaleza no puede hacer. Este sistema económico al igual que se apoya en la opresión y la desigualdad para perpetuarse, lo hace en el crecimiento ilimitado, por lo que es en sí mismo insostenible. Un sistema de producción caótico en el que no se produce para satisfacer las necesidades humanas, sino para que unos pocos puedan mantener sus beneficios y seguir amasando fortunas inmensas, a costa del empobrecimiento cada vez mayor de una mayoría y de la destrucción del planeta.

Los trabajadores y trabajadoras no podemos caer por tanto, en esas trampas reformistas. El «empoderamiento» de las mujeres o el «capitalismo verde» que es un cuento chino, son estrategias del imperialismo para intentar convencernos de que es posible lograr la igualdad y salvar el planeta, sin enfrentar y romper este sistema económico cuyo modo de producción está obsoleto porque destruye más de lo que produce y porque conlleva NECESARIAMENTE unas relaciones sociales de explotación, dominio, alienación y subordinación de la mayoría social, a un puñado de capitalistas, ya sean hombres o mujeres.

Desde Corriente Roja llamamos a todas las mujeres a participar activamente en la Jornada de lucha del 20 AL 27 de Septiembre, en unidad con el resto de la clase trabajadora, para exigir a gobiernos y multinacionales una serie de medidas de urgencia, con la mirada puesta en que es necesario seguir organizándonos hasta derribar y superar este sistema económico que se ha convertido en el mayor enemigo de la humanidad.

La lucha contra el cambio climático es parte de la lucha por una sociedad socialista e igualitaria

Marx señaló en «Manuscritos de París» que la humanidad vive y muere en la naturaleza. Para él, siguiendo el tomo III de El Capital, el socialismo debía restablecer el ciclo material como «ley reguladora de la producción», gestionar los recursos y mediante la apropiación colectiva de los medios de producción, gestionar los recursos y la economía para «regular racionalmente su metabolismo con la naturaleza», en lugar de ser arrastrados por el mecanismo ciego del beneficio individual y privado»2.

La lucha contra el cambio climático, en defensa del agua, de los suelos y de los hábitats, es por tanto una lucha anticapitalista y antiimperialista, por la construcción de una sociedad socialista. Una sociedad basada en nuevas relaciones de producción y no sólo en una distribución más justa de la riqueza y los recursos, que planifique la economía colocando en el centro las necesidades sociales, la sostenibilidad ambiental y la justicia social ,en lugar de los beneficios privados. Una sociedad nueva que permita superar la separación actual entre el campo y la ciudad, que ponga las bases para establecer una relación equilibrada con la naturaleza y para que en ella puedan florecer relaciones humanas nuevas e igualitarias, sin opresión de ningún tipo. Solo un gobierno obrero y popular es capaz de hacer todo esto.

Es en este sentido que SI acordamos que la emancipación de las mujeres es un elemento clave. Porque no es posible llevar a cabo una revolución obrera y popular ni construir esa sociedad socialista, sin incorporar en pie de igualdad a hombres y mujeres a esta tarea estratégica que la clase trabajadora tiene por delante.

1https://cerac.unlpam.edu.ar/index.php/anuario/article/view/1340/2058

2Parodi J. «Capitalismo y crisis ecológica global».Marxismo Vivo Nueva época. Nº 6,2015.pág 68