Aparte de servir para interpretar el mundo, el discurso es una herramienta para transmitir ideologías. Sirve también para legitimar y explicar las acciones de las clases sociales, que generalmente actúan en defensa de sus intereses. Cuando de relaciones de dominación se trata, sean ellas entre clases, estados, civilizaciones o personas, el discurso de unos cumple el papel de apoyar y reforzar el status quo, mientras el de otros es de lucha contra el orden. Las guerras son también guerras de relatos, de discursos opuestos que interactúan en disputa; los grandes enfrentamientos entre civilizaciones siempre estuvieron acompañados de relatos en los que se basaban.

Por Gabriel Huland

Surgimiento y expansión del Islam

Las grandes religiones monoteístas se apoyan en relatos históricos, míticos y jurídicos que ofrecen una determinada interpretación de mundo y unas normas de conducta humana. Algunas religiones tienen un carácter expansionista y otras no. De las religiones expansionistas monoteístas, nos encontramos con que el cristianismo y el islam son las más importantes, siendo la tercera, evidentemente, el judaísmo.

El islam surge en el sigo VII d.C. y se expande formidablemente, convirtiéndose en algo más que una simple religión; es más bien una visión de mundo igualitarista que busca unificar a todas las tribus de la península arábiga bajo un solo poder.

Sin embargo, viendo amenazado su poder, los oligarcas de La Meca están preocupados. El mensaje igualitarista de este joven Mahoma y, sobre todo, su irreverencia antiaristocrática son capaces de socavar las bases de un mundo jerarquizado y no igualitario. (Chebel, 2011:18)

Tanto el islam como el cristianismo tienen importantes puntos de contacto, tal es así que desde un punto de vista sociológico, se considera que hay un hilo de continuidad entre ambos. En muchos momentos las dos religiones han sabido convivir de manera armoniosa, en otros, sin embargo, la armonía no fue la regla. La expansión del islam causó asombro en el mundo cristiano.

Primero Persia, Siria y Egipto, luego Turquía, después el norte de África; todas estas regiones fueron cayendo ante los ejércitos musulmanes; en los siglos VIII y IX se conquistó España, Sicilia y partes de Francia; en los siglos XIII y XIV el islam llegó al poder en la India, Indonesia y China. Y ante este asalto extraordinario, Europa solo pudo responder con miedo e incluso con una especie de terror. Los autores cristianos que fueron testigos de las conquistas islámicas tenían escaso interés en aprender la elevada cultura y la magnificencia de los musulmanes, que eran, como dijo Gibbon, “contemporáneos al periodo más oscuro e indolente de los anales europeos” (aunque con algo de satisfacción añadió: “Desde que ha aumentado la producción de ciencia en Occidente, parece que el estudio en Oriente ha languidecido y declinado”). (Said, 2014:93)

La primera gran respuesta del mundo cristiano a la expansión del islam fueron las cruzadas; desde Europa se organizaron ejércitos para invadir las tierras bíblicas que en aquel momento formaban parte de los territorios del imperio musulmán y cuyo objetivo era tomar Jerusalén de los árabes.

Esta violenta reacción de los católicos se dio en proporciones desorbitadas, no solo ya por la amenaza militar representada por el islam, sino también por la superioridad técnica y cultural que este ascendiente imperio representaba en aquel momento en relación a una Europa todavía fragmentada y dividida bajo el dominio de una nobleza parasitaria y una iglesia católica corrupta.

A comienzos del siglo XIX, en los tiempos en que reinaba su antepasado (de al-Mustazhir) Harun al-Rashid, el califato era el estado más rico y más poderoso de la tierra, y su capital (Baghdad) el centro de la civilización más avanzada. Tenían mil médicos diplomados, un gran hospital gratuito, un servicio postal regular, varios bancos –algunos de los cuales tenían sucursales en China-, una excelente canalización de agua, un sistema de evacuación directa a las cloacas, así como una fábrica de papel: los occidentales, que sólo utilizan el pergamino tras su llegada a Oriente, aprendieron en Siria el arte de fabricar papel a partir de la paja de trigo. (Maalouf, 2012, p. 97)

El papado impulsor de las cruzadas lo hacía no solamente para retomar el Santo Sepulcro, sino también para librar la humanidad de un culto que “exaltaba la ignorancia, la crueldad, la esclavitud, el despotismo y era enemigo de la civilización”. (Gil Bardají, 2009) No se trataba simplemente de una cuestión territorial, que era indudablemente parte del problema, sino de una guerra entre dos relatos, entre dos maneras de sentir y percibir la realidad.

(…) pero las cruzadas son el punto de partida de todas las persecuciones a aquellos que no profesan una misma fe, pasando por ese monumento a la intolerancia que fue la Inquisición, siguiendo con las depredaciones y genocidios a cargo de los españoles, portugueses, ingleses, franceses y holandeses en las Américas, Asia y África entre 1500-1900, y culminando con los holocaustos de Stalin y Hitler, Hiroshima y Vietnam, —sin olvidarnos de las masacres perpetradas contra los pueblos armenio (1915-1923) y argelino (1948-1960)— que han desquiciado a nuestro siglo XX. (Elía, Sin fecha, p. 12)

El renacimiento, las revoluciones burguesas y la expansión colonial

Con el renacimiento, la expansión marítima a las Américas, las revoluciones liberales (principalmente la revolución francesa), la revolución industrial y la formación de los estados nacionales en Europa, los imperios británico y francés, en el siglo XIX, se vieron inmersos en un periodo de importantes avances tecnológicos, económicos, políticos y militares, iniciando una gran expansión colonial que tuvo como una de sus consecuencias el dominio del comercio marítimo en el mediterráneo, y de las rutas comerciales con la India.

Francia extendió su dominio sobre Túnez en 1881, Gran Bretaña ocupó Egipto en 1882, Italia tomó Libia en 1911, y las potencias europeas consintieron en relación a un protectorado español-francés sobre Marruecos (el único país del Norte de África a haber preservado su independencia del dominio otomano) en 1912.(Rogan, 2009, p. 134)

Todos estos acontecimientos marcan, durante un intervalo temporal de 3 o 4 siglos, el periodo de consolidación del sistema capitalista en Europa y su posterior expansión en busca de mercados, mano de obra y materias primas. Por falta de espacio no podemos explicar en detalles todos estos grandes acontecimientos de la historia humana, que marcan el inicio de la decadencia del mundo islámico y el dominio europeo sobre el mundo.

La colonización del Norte de África avanzó con fuerza en el siglo XIX, puesto que en los siglos anteriores los principales imperios europeos estaban más ocupados estabilizando sus países, que habían vivido varias revoluciones, y consolidando los avances tecnológicos y económicos representados por la revolución industrial. España y Portugal, a su vez, ya tenían sus dominios coloniales en América y vivían de la usurpación del oro y otras riquezas naturales.

Las colonias se establecían por razones económicas y estratégicas; se esperaba que proporcionaran productos tropicales a la metrópoli y sirvieran de mercado para sus manufacturas, además de ofrecer un lugar de asentamiento para sus ciudadanos y una fuente de inversiones productivas para su burguesía. Por otro lado, se consideraba que los imperios tenían una misión civilizadora que difundiría el cristianismo y elevaría la cultura nativa hasta niveles europeos. (Allen, 2013)

Para llevar a cabo el ambicioso proyecto colonial se hacía necesario, además, dos requisitos: en primer lugar, construir un discurso que legitimara la coloniazación. En segundo lugar, estudiar y codificar las sociedades que tendrían que dominar. Es en este contexto que aparece el discurso orientalista.

El periodo en el que se produjo el gran progreso de las instituciones y del contenido del orientalismo coincidió exactamente con el periodo de mayor expansión europea; desde 1815 a 1914 el dominio colonial europeo directo se amplió desde más o menos un 35 por ciento de la superficie de la Terra hasta un 85 por ciento. Todos los continentes resultaron afectados, pero, sobre todo, África y Asia. Los dos grandes imperios eran el británico y el francés, aliados y socios en algunos momentos y hostiles rivales en otros. En oriente, desde las costas orientales del Mediterráneo hasta Indochina y Malasia, sus posesiones coloniales y sus esferas de influencia imperial eran colindantes, frecuentemente rozaban entre sí, y, a menudo, habían sido objeto de sus disputas. Pero fue en Oriente Próximo, en las tierras del Oriente Próximo árabe en las que se supone que el islam define las características culturales y étnicas, donde británicos y franceses se enfrentaron entre sí y con <Oriente> de una manera más intensa, familiar y compleja. (Said, 2014:7)

El orientalismo está, siguiendo este razonamiento, ligado a las estrucutras del poder económico y político de las élites europeas que a su vez necesitaban construir de la manera más “científica” y objetiva posible, por lo menos en la apariencia, un relato que identificara los enemigos de la civilización a la cual lideraban y que querían expandir.

Esta expansión europea se enmarca en la etapa de formación de los estados-nación y la construcción de las identidades nacionales europeas. El éxito de dicho proyecto pasaba en gran medida por la caracterización del ‘otro’, del ‘extraño’ y del ‘bárbaro’, ya que, al fin y al cabo, tan importante como saber quienes somos es saber quienes no somos.

El orientalismo se apoya desde el principio en generalizaciones abstractas sobre un supuesto carácter oriental, contrapuesto al occidental. Al tratarse de una representación mental, la idea de Oriente, este espacio geográfico y cultural ahistórico, es estática; al contrario que el Occidente, que por su parte es dinámico, cambiante, histórico y diverso.

Sin embargo, los ‘académicos’ orientalistas no estaban preocupados en analizar la realidad, sino en buscar los aspectos de esta realidad que se ajustaran a sus teorías y prejuicios, aunque los aspectos que se ajustaran a ellos fueran totalmente minoritarios y poco representativos de las sociedades en cuestión.

El objetivo de los orientalistas era “salvar el oriental de los orientales”, que nada más eran que seres bárbaros e incapaces de autogobernarse; mediante la exaltación de un remoto pasado grecoromano presente en oriente. Estas supuestas raíces grecoromanas, es decir, la existencia de algunos puntos de contacto entre Oriente y Occidente, era lo que permitiría a estas civilizaciones retrasadas orientales tener esperanza en el futuro.

Según Said, el orientalismo es ante todo un discurso académico creado y desarrollado por antropólogos, sociólogos, historiadores, filólogos, etc. De un modo más general, orientalismo es también el estilo de pensamiento que se basa en la distinción ontológica y epistemológica que se establece entre Oriente y Occidente, es decir, la forma de pensar Oriente desarrollada tanto por poetas, novelistas y filósofos, como por políticos, economistas y administradores del Imperio. Finalmente, a partir del siglo XVIII el orientalismo es ‘la institución colectiva que se relaciona con Oriente, relación que consiste en hacer declaraciones sobre él, adoptar posturas con respecto a él, describirlo, enseñarlo, colonizarlo y decidir sobre él; en resumen, un estilo occidental que pretende dominar, reestructurar y tener autoridad sobre Oriente’ (Said, 2014:81). (Gil Bardají, 2009)

Los estudios del Orientalismo tienen como referencia teórica el palestino radicado en EEUU y catedrático de literatura inglesa y comparada de la Universidad de Columbia (Nueva York), Edward Said, que, en 1978, publicó su obra más importante: Orientalismo.

No obstante, hay una serie de autores contemporáneos que critican algunos aspectos de la obra de Said e intentan actualizarla a raíz de los nuevos acontecimientos en el Norte de África y Oriente Medio conocidos como Primavera Árabe.

De las muchas definiciones de orientalismo esbozadas anteriormente, nos interesa especialmente la última, que afirma que se trata de un discurso académico utilizado con unas finalidades específicas por unas determinadas clases sociales: las burguesías industriales europeas, centralmente la francesa e inglesa.

El orientalismo como discurso se ha convertido en una de las herramientas más poderosas para someter a una parte de los países del mundo a la empresa colonial europea, en un primer momento, y a la dominación económica norteamericana en los días actuales.

El orientalismo moderno

La figura del “arabista”, muy común en las universidades, los gobiernos y los grandes medios de comunicación; se refiere a un experto (en general no árabe) en las sociedades que formaban parte de los imperios árabe y otomano.

En la mayoría de las instituciones que analizan el “mundo árabe”, el número de voces árabes es bastante minoritario en relación a las no árabes, lo que verifica una de las grandes premisas del discurso orientalista: que los árabes son incapaces de representarse a sí mismos.

El ‘arabista’ es la persona que por el sólo hecho de haber dedicado una gran parte de su carrera a estudiar árabe, se cree con derecho a emitir valoraciones acerca de la sociedad árabe, de la política árabe, de la historia árabe o la ‘mente árabe’. (Gil Bardají, 2009)

El debate sobre el orientalismo, presente en los discursos de los grandes medios de comunicación en Europa y EEUU, mantiene toda su actualidad porque, aunque la humanidad haya vivido en la segunda mitad del siglo XX fuertes procesos de descolonización, sigue existiendo una dependencia económica y política de los países dichos en desarrollo (semi coloniales) hacia los países considerados desarrollados (imperialistas).

El orientalismo forjado en EEUU a partir de la segunda mitad del siglo XX se distingue del europeo en el sentido de que el orientalista de hoy es “un experto regional, que se pone al servicio del gobierno, del mundo de los negocios o de ambos” (Said, 2014:376).

No se trata de un mero experto en literatura, sino de un sociólogo especializado en una determinada región del planeta. El Oriente Próximo se ha convertido en una región estratégica desde un punto de vista político y económico, dejando de ser un mero rival desde el punto de vista religioso, como anteriormente era el caso.

En 1973, durante los angustiosos días de la guerra árabe-israelí, el New York Times Magazine había solicitado dos artículos, uno que representara el lado israelí del conflicto y otro el árabe. El primero se lo encargó a un jurista israelí, el segundo a un ex embajador estadounidense en un país árabe que no tenía ninguna formación en estudios orientales. (Said, 2014, p. 387)

Israel y la necesidad de convertir al árabe en antisemita

Asimismo, la creación del estado de Israel vino acompañada de la necesidad de convertir al árabe en antisemita. Según un estudio sobre cómo los árabes son retratados en los libros de textos norteamericanos, “el lazo más fuerte es la hostilidad de los árabes –su odio- hacia los judíos y hacia el Estado de Israel” (The Arabs in American Textbooks citado por Said, 2014). El árabe se convierte entonces en antisemita, abastecedor de petróleo y yihadista.

Por otro lado, el discurso orientalista, al estar asociado a las relaciones de poder entre Occidente y Oriente, asume distintas formas según las necesidades de cada momento. Si antes era necesario caracterizar al oriental como un ser retrasado, misterioso y exótico, las relaciones económicas actuales exigen la descripción del árabe como un ser peligroso; un terrorista irracional en potencia, un ser intolerante y extremista. Esta visión se hizo abundante en los grandes medios, sobretodo a partir de la eclosión de los conflictos árabe-israelíes.

Tras la guerra de 1973 entre palestinos e israelíes, los árabes empiezan a dibujarse como amenaza. Eran «semitas», tenían todos los rasgos de la caricatura, y además eran «la causa» de los problemas que aquejaban a Occidente –la falta de petróleo–. El antisemitismo se fue transfiriendo así desde el judío al árabe. Se considera al «árabe» como un perturbador de los planes occidentales y un obstáculo para la creación del estado de Israel en 1948. (…) El prototipo de judío anterior al nazismo –nos dice Said– se ha desdoblado. Por un lado aparece el héroe judío colonizador que asume el papel del orientalista pionero, a la manera de un Burton o un Lane[1]. Por otro nos aparece su sombra terrible en forma de árabe oriental. (…) El árabe es ahora un antisionista abastecedor de petróleo. (Said, 2014, citado por Cabrera, 1997)

Orientalismo en los medios de comunicación de masas

El discurso orientalista ha penetrado con fuerza en los medios de comunicación, sea a través del cine, la radio, la televisión o la prensa escrita. El discurso académico sirvió de base teórica para la construcción de unos discursos utilizados por los grandes medios de comunicación de masas para describir a los árabes y convencer a la opinión pública en relación a un conjunto de estereotipos que poco tienen que ver con la realidad.

Los grandes periódicos forman parte en su mayoría de mega corporaciones mediáticas productoras de discursos legitimadores de un orden social y defensores de unos intereses político/económicos determinados: el sistema capitalista en su actual forma decadente y parasitaria.

El documental Reel Bad Arabs: How Hollywood Vilifies a People (Bromearse de los malos árabes: como Hollywood vilipendia a un pueblo), de Jack Shaheen, explora más de cien años de creación de imágenes degradantes y estereotipadas sobre los árabes por parte de los grandes estudios cinematográficos norteamericanos.

La persistencia en difundir tales prejuicios (el documentalista analizó más de mil películas) ha contribuido inmensamente a la naturalización de prejuicios y percepciones totalmente distorsionadas sobre los distintos pueblos árabes. Se trata de una gran demostración de cómo el discurso orientalista se ha apoderado de la opinión pública contemporánea.

Crítica al Orientalismo

Para analizar el orientalismo, Said utiliza los conceptos de discurso y poder de Foucault. (Gil Bardají, 2009). Los estudios realizados por el escritor palestino se basan fundamentalmente en el ámbito del análisis literario y del discurso, mediante el examen de las bases ideológicas del discurso orientalista.

A lo largo de las décadas posteriores al lanzamiento de su obra maestra (Orientalismo) un importante número de estudios críticos a su obra fueron publicados. La crítica más importante aceptada por Said es la de que él no propone categorías distintas a las que censura, es decir; pese a la crítica bien fundamentada de la separación artificial entre Occidente y Oriente, Said acaba por asimilar estas dos categorías indirectamente, al no proponer ninguna otra que pueda ser utilizada para analizar Europa (Occidente), y el mundo árabe (Oriente).

Otra importante crítica se refiere a que Said está demasiado “occidentalizado”, por su formación fuertemente “británica”, en Palestina y Egipto, y la decisión de seguir su carrera académica en EEUU. Por otro lado, la bibliografía utilizada en el Orientalismo es mayoritariamente europea: son pocos los autores árabes citados por Said.

Gilbert Achcar no solo afirma que Said sufrió demasiadas influencias de las academias británica y norteamericana, sino que utiliza poco el vasto arsenal cultural de la filosofía occidental.

Por otro lado, aparte de una pequeña referencia a Weber y los innúmeros rechazos a Marx por Orientalista, no hay apenas discusión en el libro de Said sobre el vasto corpus de la filosofía y la teoría social occidental. (Achcar, 2013, p. 1375)

De acuerdo con el profesor de la School of Oriental and African Studies (University of London), el Orientalismo se asienta en el idealismo metodológico-filosófico esencialista europeo por asumir la idea de que el destino de una civilización está fuertemente anclado en la cultura, principalmente en la religión, que permea y explica todos los aspectos de la civilización. Para Achcar el estudio de la religión nace del enfrentamiento entre el relativismo pluralista burgués y el monopolio ideológico del cristianismo. (Achcar, 2013) Falta por parte de Said una lectura que abarque el conjunto de las relaciones sociales de clase existentes en una sociedad, limitándose a un debate meramente cultural en el marco de las ideas.

Las críticas, en gran medida justas, no reducen la importancia de Orientalismo para el mundo político, cultural y académico. Se trata de una de las grandes obras del siglo XX. Para algunos, el autor es el fundador de lo que vendría a ser el discurso postcolonial.

El libro de Said jugó un rol muy importante y no fue ciertamente por tratarse simplemente de una pieza académica. Sino todo lo contrario: fue exactamente la enorme polémica causada por Orientalismo que hizo de él un hito en la historia de las ideas. (Achcar, 2013, p. 1276)

Por último, sintetizamos las características que nos parecen ser las más importantes del discurso orientalista.

Características más importantes del discurso orientalista

  • El Oriente es tratado como un espacio geográfico y cultural ahistórico.
  • Subestima el desarrollo cultural de los pueblos de la región del Oriente Medio y Norte de África.
  • Utiliza los valores de las democracias liberales europeas modernas para valorar los regímenes políticos de la región llamada de Oriente.
  • Los árabe son incapaces de autogobernarse.
  • Otorga a EEUU y a las potencias europeas el papel de promotor de la democracia en la región.
  • Caracteriza a la mayoría de los árabes como un ser extremista, jihadista, abastecedor de petróleo y antisemita.
  • Los estados nacionales árabes nacidos de la era colonial son inviables, porque son una olla de presión de etnias, religiones y sectas distintas.
  • Los medios que exprimen un discurso orientalista lo suelen hacer mediante las palabras de “expertos” en el mundo árabe y no a través de analistas de procedencia árabe que vivan en el país analizado. Esto no quiere decir que personas de procedencia árabe no puedan asimismo expresar elementos orientalistas en su discurso o, por el contrario, que personas no árabes puedan practicar un discurso no orientalista.

[1] Dos de los primeros orientalistas. Citados por Said.

Trabajos citados

Achcar, G. (2013). Marxism, Orientlaism, Cosmopolitanism. London: Saqi Books.

Allen, R. C. (2013). Historia económica mundial: una breve introducción. Madrid: Alianza Editorial.

Almarcegui, P. (2014). Orientalismo y postorientalismo. Diez años sin Edward Said. Quaderns del mediterrani (20-21), 231-234.

Cabrera, H. (15 de Marzo de 1997). Web Islam. Recuperado el 17 de Junio de 2015, de Orientalismo: En torno al discurso de Edward Said: http://www.webislam.com/articulos/18026-orientalismo_en_torno_al_discurso_de_edward_said.html

Chebel, M. (2011). El islam – Historia y modernidad. Madrid: Paidós Contexto.

Elía, R. S. (Sin fecha). La civilización del islam. Pequeña enciclopedia de la cultura, las artes, las ciencias, el pensamiento y la fe de los pueblos musulmanes. Buenos Aires, Argentina.

Gil Bardají, A. (2009). Orientalismo, treinta años después. La Torre del Virrey, revista de Estudios Culturales (7), 61-66.

Maalouf, A. (2012). Las cruzadas vistas por los árabes (7a edición ed.). Madrid: Alianza Editorial.

Said, E. W. (2014). Orientalismo (6a edición ed.). Barcelona: Debolsillo.

Rogan, E. (2009). The Arabs. A History. London: Penguin Books.