La enorme fuerza alcanzada por el movimiento soberanista catalán ha dejado en completa evidencia que si el pueblo de Cataluña quiere decidir su futuro nacional, no tiene más remedio que romper de forma drástica y explícita con el régimen monárquico español y proclamar su soberanía. Amplios sectores populares de Cataluña, en particular las clases medias golpeadas por la crisis y pauperizadas, han visto en la ruptura independentista con el Estado español el instrumento para lograr sus anhelos de cambio social. El movimiento independentista catalán se ha convertido en la avanzada de la lucha democrática estatal y en el punto central de crisis del régimen monárquico surgido de la Transición.

Por Felipe Alegría

Esquerra Republicana (ERC), que era -por razones de inercia histórica- la «candidata natural» a encabezar este proceso de radicalización de las clases medias catalanas, se ha resignado al papel de furgón de cola de Artur Mas, el representante más genuino de la burguesía catalana. Y siguiendo su estela, excluye de su programa aquello que no sea compatible con los límites impuestos por Berlín y Bruselas. Todo debe quedar subordinado a la permanencia catalana en la UE y la Eurozona, con lo que esto implica: sumisión nacional y «ajuste estructural» contra las conquistas y derechos laborales y sociales.

Todo esto sucede en unos tiempos en que, a diferencia del periodo álgido de la lucha antifranquista en los años 70 o de los tumultuosos años 30, el movimiento obrero no está hoy asumiendo el papel protagonista que entonces ejercía, ni cuenta con fuertes organizaciones sindicales y políticas que le representen, como se refleja en el hecho de que sea el descompuesto y desarmado sindicalismo colaboracionista y burocrático de CCOO-UGT quien siga ostentando la mayoría sindical.

En estas circunstancias, el movimiento de la izquierda independentista catalana, representado políticamente por la CUP, se ha convertido, con un programa democrático-radical de ruptura con el régimen español y con la UE, en la única fuerza rupturista catalana. Es actualmente el principal canal de la radicalización de los sectores más plebeyos y castigados de las clases medias y de una parte importante de la juventud precarizada, al mismo tiempo que ha abierto una brecha electoral entre sectores de la clase obrera, como hemos visto en las elecciones municipales y en el 27-S. La CUP se ha convertido, como consecuencia de esto, en eje de reagrupamiento del activismo de izquierda en Cataluña, reflejando en su seno sensibilidades políticas diferenciadas y aún contrapuestas.

Atendiendo a estas circunstancias, Corrent Roig, la organización catalana de Corriente Roja (sección de la LIT-CI en el Estado español), decidió en enero de 2015 integrarse en el espacio político Per la Ruptura: el espacio en el que la CUP confluye con organizaciones de la izquierda anticapitalista y agrupamientos municipalistas de izquierda y donde se apoya la candidatura CUP-Crida Constituent (CUP-CC).

En este tiempo hemos luchado y seguimos luchando codo a codo con los compañeros y compañeras de la Izquierda Independentista catalana, hemos participado juntos en las elecciones municipales y ahora en las plebiscitarias del 27-S, hemos debatido programas y hoja de ruta, hemos participado en las primarias para la lista de la CUP-CC y hemos tenido también importantes diferencias, como cuando el diputado Quim Arrufat hizo la propuesta de «lista civil unitaria independentista sin políticos», que dividió a la CUP por la mitad y dejó en evidencia la precariedad de la democracia interna. Del mismo modo, tenemos grandes diferencias con la ambigüedad estratégica mostrada tras las elecciones del 27-S, que deja indefensa a la CUP-CC ante las enormes presiones que recibe y que puede conducir al desastroso resultado de apoyar un gobierno de la coalición Junts pel Sí (JxS) de Mas y Junqueras.

En este trabajo queremos explicar cuáles son las diferencias fundamentales que mantenemos con las corrientes de la Izquierda Independentista, en particular las que son más de fondo, las estratégicas e ideológicas.

Autodeterminación, soberanía e independencia

La proclamación de la República catalana independiente es para nosotros una tarea fundamental en este período. Las razones de ello son claras: la primera, ya mencionada, es que la vida ha demostrado con creces que no hay ninguna posibilidad de ejercer el derecho a la autodeterminación sin que Cataluña rompa con el Estado centralista opresor. Esta ruptura es, por otra parte, el camino más claro, económico y factible para desmantelar el régimen monárquico surgido de la transición: un régimen heredero del franquismo y fiel instrumento de las empresas del Ibex 35, de Merkel y Bruselas. Si el pueblo catalán vence, la clase trabajadora y todos los pueblos del Estado estarán en mucho mejores condiciones para quitarse de encima esta pesada losa. Si es proclamada la República catalana, será un enorme triunfo democrático que abrirá una gran compuerta a la movilización popular, que facilitará que la clase trabajadora recupere el protagonismo que le corresponde y que favorecerá que se pongan en cuestión las bases del dominio del capital financiero y de la dictadura de la UE y la troika. Sería, en definitiva, un paso adelante hacia la revolución social, que es nuestro gran objetivo estratégico.

Para nosotros, el derecho a la autodeterminación, a la soberanía nacional catalana, y, en concreto, la batalla para que la clase trabajadora se ponga al frente de esta reivindicación democrática esencial, es algo  irrenunciable, permanente, que afecta al meollo de nuestros principios y de nuestra estrategia. Es un empeño ineludible porque sólo mediante el respeto más escrupuloso a este derecho fundamental se puede conseguir la unidad real de la clase trabajadora española y catalana así como la fraternidad entre ambos pueblos. Y porque sólo si la clase trabajadora asume sin reservas esta reivindicación, conseguirá ganar para su causa a las castigadas clases medias pequeño burguesas de la nacionalidad oprimida.

Pero la defensa del derecho a la autodeterminación no significa que se deba defender en cualquier circunstancia la independencia de la nación oprimida. Esta es una decisión que, como decía el viejo Lenin, debe tomarse «de un modo absolutamente independiente en cada caso concreto» y siempre «desde el punto de vista de los intereses de todo el desarrollo social y de la lucha de clase del proletariado por el socialismo». Y es así porque la autodeterminación «no equivale en absoluto a la de separación, fragmentación y formación de pequeños Estados. Significa sólo una manifestación consecuente de lucha contra toda opresión nacional” (Lenin, “Tesis”).

Hoy, a semejanza de lo que ocurría a principios de los años 30, y al igual que hicieron Trotsky y Nin en aquellas circunstancias [ver capítulo VI], consideramos que la lucha por la proclamación de la República catalana independiente es una tarea esencial, que no puede hacerse descansar ni en falsas proclamas de la burguesía catalana ni en la inconsistencia de las clases medias pequeño burguesas. Hoy como entonces, Cataluña es la avanzada de la lucha de masas contra el régimen monárquico, el elemento central de su crisis y la clave para reventarlo y empujar adelante el proceso revolucionario tanto en Cataluña como en el resto del Estado.

Pero podría no haber sido éste el caso. Imaginémonos una situación al revés, en la que un proceso revolucionario, con el movimiento obrero al frente, estuviera más avanzado en España que en Cataluña y ésta fuera, en cambio, el vagón de cola, el más retrasado y retardatario. Entonces, sin dejar de defender intransigentemente el derecho a la autodeterminación, nos opondríamos sin embargo a la independencia, pues ésta iría contra el desarrollo del proceso revolucionario. Por la misma razón tampoco estábamos de acuerdo con la opción independentista durante el periodo álgido de la lucha antifranquista, allá en los años 70, cuando un poderoso movimiento obrero y popular surcaba el conjunto del Estado y la autodeterminación de las nacionalidades era una reivindicación compartida.

El año 1934 (el de la revolución asturiana y los Hechos de Octubre en Cataluña) los marxistas revolucionarios hicieron de la lucha por la proclamación de la República catalana una de sus grandes banderas. Y, sin embargo, dos años más tarde, cambiaron las tornas a raíz de la guerra civil y del proceso revolucionario que con ésta se puso en marcha, en el que Cataluña era la vanguardia indiscutida. Defender entonces la separación de Cataluña hubiera descabezado la revolución, fraccionado el movimiento obrero y la lucha antifascista y facilitado la victoria a Franco.

Un buen ejemplo histórico de cómo abordan los marxistas revolucionarios el problema de la independencia es el de Polonia. La independencia de este país, ocupado y dividido por tres potencias [ver capítulo 2, Lenin, «Balance… «] había sido durante largo tiempo una de las grandes banderas revolucionarias europeas. Y sin embargo, durante los años de la Primera Guerra Mundial, los marxistas revolucionarios se negaron en redondo a plantear la batalla por la independencia de Polonia porque, en plena guerra entre los dos bloques imperialistas, hubiera significado, inevitablemente, entregarse a uno u otro de estos bloques. En aquella situación «sin duda alguna muy embrollada, hay una salida que permitiría a todos seguir siendo internacionalistas: a los socialistas rusos y alemanes, exigiendo la absoluta “libertad de separación” de Polonia; a los socialistas polacos, luchando por la unidad de la lucha proletaria en un país pequeño y en los países grandes, sin propugnar en la época dada o en el período dado la consigna de independencia de Polonia.» (Lenin, «Tesis»)

Liberación nacional y lucha revolucionaria por el socialismo

La lucha por la autodeterminación en particular y por la democracia política en general forma parte sustancial de la lucha por el socialismo. El viejo Lenin lo expresaba con esta contundencia: «Así como es imposible un socialismo victorioso que no realizara la democracia total, tampoco el proletariado puede prepararse para la victoria sobre la burguesía si no libra una lucha revolucionaria general y consecuente por la democracia”. Pero con la misma contundencia proclamaba: «es imprescindible supeditar la lucha por esa reivindicación [la autodeterminación], así como por todas las reivindicaciones fundamentales de la democracia política, a la lucha revolucionaria de masas por el derrocamiento de los gobiernos burgueses y por la realización del socialismo” (Lenin, «Tesis»).

Para los marxistas revolucionarios, la liberación nacional y la liberación social no sólo son indisociables sino que la primera siempre va supeditada a la segunda. Todo debe ser considerado desde una óptica de clase, no desde un punto de vista «nacional»; desde el impulso de la movilización directa de masas, que no se adapta a la legalidad injusta y opresora del régimen sino que la desafía y cuestiona. Es por todo esto que rechazamos propuestas como la de la «lista civil» que planteó el diputado de la CUP Quim Arrufat. Una «lista civil» electoral donde debían participar figuras independentistas de «todas las sensibilidades», una mayoría de ellas liberales, partidarias de la vía muerta de la «negociación» con el régimen monárquico y defensoras de una Cataluña formalmente independiente pero en verdad sometida a los dictados de Berlín y Bruselas. Una lista que, de haberse consumado, habría alentado falsas ilusiones en la burguesía catalana y fomentado el colaboracionismo de clases, que habría entregado a buena parte de la clase trabajadora a manos del españolismo de izquierda y que habría significado la renuncia a presentar una candidatura propia defensora de la ruptura abierta con el Estado español y con la troika y sus políticas de ajuste. Por los mismos motivos y con mucho más énfasis aún, rechazamos dar apoyo a un gobierno formado por la candidatura de Junts pel Sí de Mas y Junqueras.

Independencia y libre unión

La proclamación de la República catalana tiene un alto valor revolucionario pero no constituye un objetivo encerrado en sí mismo. Su importancia radica precisamente en que es una pieza clave para quebrar el régimen monárquico y abrir, en Cataluña y en el resto del Estado, un gran canal a una ola de movilización popular que cuestione el dominio del capital financiero y la dictadura de la UE y la troika. Es, por ello, un componente imprescindible del programa obrero y democrático.

Tampoco entendemos la proclamación de la República catalana independiente como una reivindicación «separatista» sino como una base desde la que defender con la mayor legitimidad la libre unión entre los pueblos del Estado. Somos abiertos partidarios de la unión, pero rechazamos con todas nuestras fuerzas una unión forzada. A la clase trabajadora sólo le interesa una unión libre entre pueblos libres y soberanos. Por eso retomamos la vieja consigna de Unión libre de repúblicas, que levantamos al mismo tiempo que la de la República catalana.

La lucha por el derecho a la autodeterminación ha de convertirse en el cemento que una a los trabajadores de la nación opresora y a los de la nación oprimida en la lucha común contra la opresión nacional. Hacemos nuestras las palabras de Andreu Nin:

La solidaridad entre los obreros de las diversas naciones que integran un Estado debe estar por encima de todo. La solidaridad de clase es superior a la solidaridad nacional. La política de nacionalidades del proletariado no tiene nada que ver con el nacionalismo burgués. Para la clase obrera, el problema de las nacionalidades oprimidas no es sino un aspecto de la revolución democrática general, y sólo será posible su solución mediante la acción común de los obreros de todas las nacionalidades del Estado. («Los movimientos de emancipación nacional»)

La lucha por la autodeterminación y, en concreto, por la República catalana es una batalla que debe darse en Cataluña y en España, en Barcelona y en Madrid. Es una batalla que, siendo la misma, debe darse desde ángulos diferentes y complementarios. El marxista de la nación opresora, en este caso la española, «debe exigir la libertad de separación política de las colonias y naciones que ‘su’ nación oprime.» «Es una exigencia incondicional.» (Lenin, «Tesis»). En el caso de la nación oprimida, en nuestro caso Cataluña, debe poner el acento en la libre unión, al mismo tiempo que preserva «la unidad organizativa de los obreros de la nación oprimida con los de la nación opresora. Sin eso, no es posible defender la política independiente del proletariado y su solidaridad de clase con el proletariado de otras naciones” («Tesis»). Lenin concluía: “A gentes que no han penetrado en el problema, les parece ‘contradictorio’ que los socialistas de las naciones opresoras exijan la ‘libertad de separación’ y los socialistas de las naciones oprimidas la ‘libertad de unión’. Pero, a poco que se reflexione, se ve que, partiendo de la situación dada, no hay ni puede haber otro camino hacia el internacionalismo y la fusión de las naciones” (“Balance de la discusión sobre la Autodeterminación”).

Es ésta una orientación que tiene profundas diferencias con el enfoque post-leninista de la Izquierda Independentista. La unidad estatal de la clase trabajadora no forma parte de sus preocupaciones y ha sido habitual en estos años su rechazo, al igual que la izquierda abertzale, a participar en convocatorias de lucha de alcance estatal. Su horizonte se circunscribe a los Países Catalanes, cuyos límites definen el ámbito de sus organizaciones. Su objetivo estratégico es la independencia, la construcción nacional de los Países Catalanes y la edificación del socialismo en este espacio. Su propia concepción de la construcción del socialismo tiene como escenario los Países Catalanes. No se plantean la perspectiva de una unión libre de pueblos libres del Estado español y, pasando por encima los lazos históricos, familiares, culturales, y económicos existentes, conciben la relación con el pueblo español como si fuera con cualquier otro pueblo de Europa y del mundo.

La ausencia de una visión internacionalista

Lenin solía insistir en que “la reivindicación de democracia debe ser considerada en escala europea (ahora habría que decir en escala mundial), y no aisladamente” («Balance…»). Esta es justamente una de las enseñanzas más importantes de la tradición marxista revolucionaria en relación a las luchas de emancipación nacional. Y si esto era verdad en tiempos de Marx y, más aún, en tiempos de Lenin, lo es todavía más ahora.

La lucha de clases, si toma fuerza en algún país del continente, adquiere rápidamente una dimensión europea. Es lo que ocurre con la batalla por la República catalana. Estamos ante una lucha democrática que no sólo cuestiona el régimen monárquico español sino también las estructuras de la UE; que choca con el capital financiero, los grandes Estados europeos y la propia UE, quienes se alinean abiertamente con el gran capital español y su Estado. Es una lucha que exige unir fuerzas con la clase trabajadora y los pueblos europeos, y muy en particular con los del Estado español. Que no sólo va unida a la batalla por una unión libre de repúblicas, sino que se integra de pleno en la lucha común por construir una Europa de los trabajadores y los pueblos o, lo que es lo mismo, unos Estados Unidos Socialistas de Europa. No es casual que ésta fuera una de las grandes consignas de la Tercera Internacional hasta la degeneración stalinista, justo la que daba coherencia estratégica a la lucha revolucionaria en cada país europeo.

Esta falta de perspectiva es una de las grandes fallas de la Izquierda Independentista. Su estrategia parte de los Países Catalanes y en ellos culmina. El internacionalismo es para ella un complemento cuyo eje es la solidaridad entre naciones oprimidas, no una línea estratégica de la revolución europea y mundial.

Una estrategia reformista

Antes hemos mencionado que la Izquierda Independentista circunscribe su perspectiva de construcción del socialismo a los Países Catalanes. Creemos que es una gran limitación estratégica porque la experiencia de los regímenes burocráticos de la URSS, China o la misma Cuba, y la posterior restauración capitalista, han demostrado con creces que no hay margen histórico para edificar ningún «socialismo en un solo país», tampoco en los Países Catalanes. Un país puede comenzar la construcción socialista, pero si la revolución no se extiende y alcanza a los principales países capitalistas, acaba condenado a la burocratización y al fracaso. De ahí que la lucha por el socialismo tenga una dimensión mundial y, en primer término europea. El capitalismo ha creado una economía mundial y, en primera instancia, continental. El socialismo no se construirá volviendo a las economías «nacionales» sino planificando la economía a escala europea y mundial al servicio de los pueblos.

Dicho esto, queremos entrar a polemizar con su perspectiva estratégica de transformación social. Compartimos su afirmación de que nos enfrentamos a un capitalismo irreformable que plantea una ofensiva general sobre las condiciones de vida y de trabajo y sobre los recursos existentes. Pero la cuestión en litigio es si es posible superar este capitalismo depredador y comenzar la construcción del socialismo sin una ruptura revolucionaria. Es decir, sin que la clase trabajadora, con sus aliados, tome el poder y construya un nuevo Estado, un Estado de nueva planta, basado en organismos democráticos de masas y en la expropiación y nacionalización de los bancos, los sectores estratégicos de la economía y las grandes empresas, dando paso a una planificación democrática de la economía.

Esta es la posición que seguimos defendiendo los marxistas revolucionarios. Y lo hacemos sabiendo que hoy no tenemos ningún Estado de los trabajadores que podamos tomar como referencia (como sí lo teníamos en vida de Lenin), ni tampoco contamos con un gran partido revolucionario victorioso en el que apoyarnos. Lo hacemos conscientes del fatídico balance de los regímenes stalinistas y la indecente propaganda que identificó a Stalin como legítimo continuador de Lenin y no como su enterrador. Y lo hacemos, finalmente, sabiendo que hay muchísimas cosas que desconocemos sobre cómo se desarrollarán los procesos revolucionarios en el futuro, pero convencidos de que si las masas trabajadoras no construyen sus propios organismos democráticos y estos no disputan el poder estatal y lo acaban conquistando, no se iniciará la construcción del socialismo y todas las conquistas serán efímeras. Estamos también convencidos de que la base de la estrategia revolucionaria consiste en ayudar a las masas trabajadoras a encontrar el puente entre sus reivindicaciones actuales y el programa de la revolución, un puente formado por un sistema de reivindicaciones transicionales que, partiendo de las condiciones y el nivel de conciencia actuales, conduzca en dirección a la toma del poder por la clase trabajadora.

La estrategia de la Izquierda Independentista es diferente. Para ella, el acceso al socialismo vendría de manera progresiva, a través de la construcción de «espacios de contrapoder popular», de «conquista de soberanías». ¿Y qué actitud se debería tomar ante el Estado burgués en este proceso? Dos compañeros tan significados como Pau Llonch y Josep Manel Busqueta (diputado electo de la CUP-CC en las elecciones del 27-S) arrojan luz sobre este asunto en su libro «Fre d’emergència».

Según Pau Llonch, esta pregunta debe contestarse a la luz de experiencias como la de Venezuela, «que ha conseguido apostar por una revolución de las condiciones económicas y, por tanto, transformar desde el punto de vista económico la sociedad, manteniendo o respetando lo que podríamos llamar Estado de derecho». De ahí que plantee «revisar esta relación tan antagonista que tenemos con el Estado como tal. Quizás puede haber una serie de estructuras de Estado que sean, con una correlación de fuerzas favorable, transformadoras». Es decir, que ya no se trataría de la toma DEL poder para crear un nuevo Estado y comenzar así la construcción socialista, sino de la toma DE poder, de manera que se pueda convertir al Estado burgués en el instrumento de una gradual transformación socialista, donde la «economía social» y el cooperativismo jugarían un papel determinante.

Todo lo cual nos lleva a varias reflexiones. La primera es que nos encontramos ante una formulación actualizada de una estrategia reformista a lo Bernstein que, como éste, combina la palanca parlamentaria, el desarrollo del cooperativismo y el rol de los ayuntamientos como piezas de un avance paulatino y gradual al socialismo. En el esquema de Pau Llonch, sólo faltaría una pieza: los sindicatos, a los que Bernstein asignaba la tarea de desarrollar la «democracia industrial». En cambio, en la estrategia de la Izquierda Independentista tendrían una especial relevancia los ayuntamientos, entendidos como pieza clave de una nueva institucionalidad y como herramienta básica del cambio social. Algo que queda, sin embargo, alejado de la orientación leninista, que subordina el trabajo municipal a la estrategia de toma del poder (ver la resolución «El partido comunista y el parlamentarismo», en particular su punto 13. Segundo congreso de la Internacional Comunista).

La segunda reflexión es acerca del papel de la economía social y el cooperativismo. Una cooperativa puede ser un instrumento útil ante el cierre de una empresa, cuando los trabajadores y trabajadoras la recuperan y la vuelven a poner en marcha en forma cooperativa, mostrando además que no hacen falta patrones para hacerla funcionar. Puede ser un medio de creación de empleo para un grupo de desempleados… Pero nunca va a ser una herramienta para la transformación general de la economía. Hace más de un siglo, Rosa Luxemburgo, en su famosa obra «Reforma o Revolución», rebatió con gran energía esta utopía reformista. Refiriéndose a las cooperativas de producción, las definió como:

Pequeñas unidades de producción socializada dentro del régimen capitalista de intercambio  (…) los obreros que forman una cooperativa de producción se ven en la necesidad de gobernarse con el máximo absolutismo. Se ven obligados a asumir ellos mismos el papel de empresario capitalista, contradicción responsable del fracaso de las cooperativas de producción, que se convierten en empresas puramente capitalistas o, si predominan los intereses obreros, terminan por disolverse.

Por ello las cooperativas de producción sólo podrán asegurar su existencia en la economía capitalista si, recurriendo a algún ardid, logran suprimir la contradicción capitalista entre el modo de producción y el modo de intercambio. Y lo pueden lograr sólo si se sustraen artificialmente a la influencia de las leyes de la libre competencia (…) cuando se aseguran de antemano un círculo fijo de consumidores, un mercado constante. Como tal remedio pueden servir las cooperativas de consumo (…)

Pero entonces las cooperativas de producción han de quedar, en el mejor de los casos, condenadas a un mercado local y reducido (…) las cooperativas de consumo y, por tanto, también las de producción, quedan excluidas de las ramas más importantes de la producción de capital (…) Por esta única razón (dejando de lado de momento su carácter híbrido) no puede considerarse seriamente a las cooperativas de producción como instrumento para la realización de una transformación social general.

Los argumentos de Rosa Luxemburgo son, si cabe, más vigorosos ahora, cuando 200 compañías gigantes dominan la economía mundial. Del mismo modo, experiencias como la de Fagor o Eroski atestiguan sus palabras.

Pero la crítica al papel estratégico que la Izquierda Independentista otorga al cooperativismo no es sólo por su inviabilidad histórica como instrumento de transformación social general. Es también por su concepción de una sociedad cooperativista futura, entendida al modo anarquista, en la que cada unidad de producción sería un ente independiente, propiedad de sus socios trabajadores. Compartimos la crítica expresada por E. Preobrazhenski en un conocido trabajo de divulgación bolchevique («Anarquismo y Comunismo», 1921):

“Nuestra primera divergencia con los anarquistas es a quién deben pertenecer y bajo qué mando deben encontrarse las fábricas expropiadas a los capitalistas y en general todos los medios de producción. Nosotros decimos: todos los medios de producción deben pertenecer y deben encontrarse a disposición de todos los que trabajan, de todos los trabajadores de la sociedad comunista (…) pertenecen a todos y a nadie en particular; he ahí el verdadero comunismo (…) los trabajadores deben elegir órganos especiales para la administración económica (…). Al contrario, los anarquistas sostienen que cada fábrica, taller, etc. debe constituir una comuna independiente. Los que trabajan en esta comuna aislada serán sus verdaderos dueños (…) Los obreros de cada empresa comenzarán a sentirse propietarios de su empresa y de hecho se convertirán en pequeños burgueses. El anarquismo resultará en la práctica un capitalismo sin capitalistas, y cada empresa, en lugar de un propietario, poseerá cien o mil, pero no pertenecerá a toda la clase trabajadora del país. Esta teoría del anarquismo, en ese sentido, no destruye, antes al contrario, hace vivir todos los sentimientos pequeño burgueses de la propiedad privada que hereda el obrero de la sociedad burguesa”.

La tercera reflexión es acerca del régimen venezolano. Pensamos que asignarle el papel de «apostar por una revolución de las condiciones económicas» no se compadece con la realidad. El socialismo del siglo XXI de Chávez ha significado una redistribución de la renta petrolera, que ha comportado la disminución de la pobreza (y ha creado en paralelo una poderosa red clientelar). Sin embargo, no ha modificado las bases económicas del país, manteniendo su «monocultivo» petrolero y su dependencia. Ha sido respetuoso con la burguesía venezolana y con las multinacionales extranjeras y ha pagado religiosamente la deuda externa. Ha sido, en cambio, muy poco «amable» con los trabajadores fabriles, que han sufrido una importante represión. El régimen, dominado por militares, ha favorecido, en cambio, el florecimiento de una importante «boliburguesía» que se ha enriquecido en medio de una situación de recesión económica, escasez y una inflación galopante que corroe gravemente los salarios.

Un último aspecto a mencionar es la concepción del socialismo (o «economía postcapitalista») de la Izquierda Independentista. El ex diputado David Fernández ha defendido en variadas ocasiones que «la matriz de la CUP, que no modelo, que es una cosa cerrada, se basa en un sector público fuerte que garantiza la educación, la sanidad…, un sector cooperativo y un sector privado bajo criterios de mercado social». Pues bien, esta «matriz» carece de raíz marxista. No se apoya en la expropiación del capital y la planificación económica sino en una economía basada en las leyes del mercado, donde las cooperativas compiten entre sí y donde el «sector privado bajo criterios de mercado social» alberga pequeños, medianos y grandes empresarios.

La construcción del socialismo exige convivir durante todo un período con elementos de mercado, con pequeños y medianos empresarios, pero ello sólo será factible tras haber conquistado el poder político, en el marco de la planificación económica y asegurando una clara supremacía del sector público de la economía y el control obrero de la industria. Esta convivencia se debe a la debilidad de la base económica socialista. Si ésta avanza y se fortalece, los elementos de mercado serán reabsorbidos y la propiedad social (y de su mano, la libertad individual) se irá imponiendo en todos los terrenos. La «matriz» de David Fernández responde, en cambio, a una idealización de la pequeña burguesía. En la misma línea, Antonio Baños afirmaba que creía que «la pequeña y mediana empresa es anticapitalista. Si lo que quieren es mantener una empresa pequeña, negocio, tienda, ante este capitalismo de franquicias, externalización y BOE, no tienen nada que hacer. La CUP propone tejido cooperativo, pero productivo al fin y al cabo. Entra dentro de los márgenes.(…). El pequeño empresario ha de entender que el anticapitalismo defiende intereses no de la libre empresa y mercado, pero sí la igualdad de condiciones entre una macromultinacional y ellos, entre Zara i la tienda del barrio.» (Vilaweb, 25/6/15)

La cuestión de los Países Catalanes

La cuestión de los Países Catalanes (PP.CC.) entendida como nación política formada por Cataluña, País Valenciano, islas Baleares, Cataluña Norte y Andorra, ha estado asociada a la Izquierda Independentista desde su mismo surgimiento, allá en 1969 (momento de la creación del PSAN). Desde entonces ha estado en el centro de sus preocupaciones y ha atravesado su estrategia

Un estudioso y militante independentista, Toni Rico, ha hecho en su libro «No tots els mals vénen d’Almansa» (2013) una aguda crítica a las concepciones que han marcado hasta el presente la posición de la Izquierda Independentista sobre este tema. El autor, que se declara partidario de una «construcción confederal y a plazos» de los PP.CC. carga contra unos «conceptos semejantes a la ‘unidad de destino en lo universal’ que promulgaba el españolismo oficial hace unos años». En una entrevista al diario Ara, añade: «es fundamental que dejemos de entender los PP.CC. como un proyecto de Gran Cataluña, tal como ha hecho el independentismo clásico de manera mayoritaria». Es una crítica que compartimos plenamente.

Toni Rico cuestiona abiertamente la idea esencialista de los PP.CC. apoyada en una construcción ideológica artificial y reconoce que «nuestro principal error ha sido mitificar una nación catalana homogénea» que no existe. Afirma igualmente que «buscar los PP.CC. en la historia es una pérdida de tiempo. El mismo Fuster lo sabía». Y prosigue «¿De qué sirve haber compartido historia en el pasado si en el presente los habitantes de aquel territorio ni se sienten ni quieren formar parte de la nación?». Y es que, como escribe Jordi Muñoz en el prólogo al libro: «Sólo una pequeña parte de la población de los PP.CC. los considera, hoy, su ‘nación’. El resto lo vive con indiferencia y distancia e incluso un pequeño grupo, especialmente concentrado en algunos territorios [País Valenciano] con hostilidad y rechazo».

Es del todo incuestionable que los PP.CC. comparten lengua, cultura y un pasado más o menos común y que forman una comunidad de lengua y cultura que debe ser fortalecida y defendida con toda energía frente a las agresiones injustificables de los gobiernos del PP y del españolismo rancio. Pero esta comunidad no los convierte en una «nación», algo que requiere una identidad compartida que no existe.

Nadie puede excluir que los movimientos nacionales o protonacionales de Cataluña, País Valenciano o las islas Baleares puedan evolucionar en un futuro hacia un movimiento popular pancatalanista favorable a la unidad política de los PP.CC. Si así sucediera, contará con nuestro apoyo. Entretanto, como decía Andreu Nin: “no vamos a ser precisamente los comunistas los que creemos un movimiento de emancipación nacional, cuando la fuerza de la realidad y las exigencias económicas no lo han producido» (Tesis sobre las nacionalidades III Conferencia de la Oposición Comunista, abril 1932).

Barcelona, 15 de octubre de 2015

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