En cuanto la burguesía imperialista europea decretó, hace unos años, que la libre circulación de capitales y el euro significaban “el fin de las fronteras en Europa”, no tardó demasiado tiempo para que fueran erigidos muros, vallas electrificadas y controles por doquier. El espectáculo de horror al que están sometidos los refugiados en las fronteras balcánicas, con niños gaseados por la policía y viviendo en la intemperie en el continente de los “derechos humanos”, inspira al primer ministro británico a dar la razón al UKIP, que afirma que los trabajadores europeos en Inglaterra son “ciudadanos de tercera categoría” y no pueden gozar de los mismos derechos que los bancos y las empresas cuando se desplazan de sus países de origen.

Por Ricardo Ayala

El reciente acuerdo que da “status especial” al Reino Unido dentro de la UE es la más límpida demostración de que la Troika está más interesada en asegurar los beneficios del capital que de las personas. El RU podrá discriminar a los trabajadores en función de su pasaporte, así como no estará obligado a cumplir con todas las normativas europeas y tendrá autonomía económico-financiera para seguir manteniendo una relación privilegiada con el capital norteamericana en la City de Londres.

El derecho a gozar de las desigualdades entre los países europeos, que se profundiza, es reservado al capital financiero, que en Europa paga salarios bajos y privatiza a precio de ganga, y en otros países saquea libremente a los pueblos. No obstante, los trabajadores que se desplazan no pueden desfrutar los mismos derechos que los británicos, aunque paguen la seguridad social y otros impuestos.

Este es uno entre muchos hechos que atestiguan el sentido de la UE como una máquina del imperialismo contra la clase trabajadora del continente para imponerle un retroceso histórico, un instrumento de saqueo y sometimiento de la periferia en beneficio del capital financiero de los países centrales de Europa y EEUU.

Tras el sucedido en Grecia, Varoufakis, el exministro de Finanzas del gobierno Tsipras, lanza un movimiento paneuropeo Por un Plan B para Europa. El manifiesto es secundado entre otros por Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, y varios diputados de PODEMOS, en el Estado español; Francisco Louçã y varios diputados del Bloco de Esquerda, en Portugal; Mélenchon del Parti de Gauche (Partido de Izquierda), de Francia; Stefano Fassina, exdiputado del PD y ex viceministro de Economía y Hacienda (Italia) y por Stathis Kouvelakis de la UP de Grecia. El manifiesto deja meridianamente claro los objetivos del movimiento: hacer un “llamamiento a construir un espacio de convergencia europeo contra la austeridad y para la construcción de una verdadera democracia”. En febrero el Plan B realizó en Madrid su primera conferencia europea.

La otra cara del imperialismo europeo: xenofobia e intolerancia

Tras los reaccionarios atentados de Bruselas en el aeropuerto y la estación de metro se han producido casi simultáneamente varios ataques contra refugiados, centros de acogida, mezquitas y símbolos musulmanes. La extrema derecha tiene el pasillo libre para actuar impunemente. En Alemania han sido quemados decenas de centros de refugiados. En Bélgica una concentración pacífica y espontánea contra los atentados de la semana pasada fue atacada por grupos neonazis.

Es el terrorismo de estado, oficial, practicado por las autoridades de la UE contra los refugiados el mayor impulsor de los grupos de extrema derecha. El pasado acuerdo de la UE con Turquía legaliza la detención y deportación masivas de refugiados a Turquía, que acaba de ser considerado como país seguro por el parlamento griego. Desde el inicio de la crisis de los refugiados, hemos estado observando perplejos la muerte y desaparición de niños, el requiso de pertenencias a los solicitantes de asilo y su envío a centros y campamentos totalmente desprovistos de una infraestructura mínima.

La UE está obsesionada en cerrar ya el flujo de inmigrantes a Europa y para ello militariza las fronteras y envía sumas millonarias a Grecia y Turquía para que estos dos países se conviertan en grandes campos de detención al aire libre.

El racismo es impulsado desde las instituciones de la Unión Europea, no se trata de manifestaciones aisladas de determinados grupos. Esta es la otra cara del imperialismo. Detrás del discurso hipócrita en defensa de los derechos humanos, la paz y las libertades democráticas, están actitudes que fomentan el odio, la xenofobia y las agresiones contra extranjeros y refugiados.

Plan B: una “revolución democrática”

La estrategia planteada por el Plan no es otra que la de convertirse en última trinchera de defensa de la UE y el euro, ajustada a la construcción de mayorías parlamentarias para renegociar los tratados de la UE. Es decir, refundar la UE adecuándose a las exigencias de las burguesías periféricas y sin demarcarse en un solo milímetro del imperialismo europeo, tal cual Melenchón, cuando hipoteca su apoyo a la guerra colonial de Francia en África.

Y para esta empresa, plantean la construcción de gobiernos antiausteridad en toda Europa. No obstante, sobre el más reciente gobierno antiausteridad, el de Grecia, que fue protagonista de las negociaciones con la UE el año pasado, el Plan sigue vendiendo la panacea de que lo ocurrido en el país helénico fue un golpe de la UE contra el gobierno Tsipras. El manifiesto del Plan B plantea que:

En julio de 2015 asistimos a un Golpe de Estado financiero ejecutado desde la Unión Europea y sus Instituciones contra el Gobierno griego…El 13 de julio, la Unión Europea derrumbó al gobierno griego de Alexis Tsipras, elegido democráticamente. «El acuerdo» del 13 de julio es en realidad un golpe de estado. Fue obtenido gracias al cierre de los bancos griegos por el Banco Central Europeo (BCE) y gracias a la amenaza de no autorizarlos a abrir de nuevo mientras el gobierno griego no acepte una nueva versión de un programa que había fracasado[1].

Por más artículos, entrevistas y declaraciones para explicar el supuesto “golpe”, o que no hay “relaciones de fuerzas para romper con el euro”, no se puede llegar a otra conclusión: ante la intransigencia de la Troika y la postura categórica del pueblo griego que ha dicho NO numerosas veces, Syriza (aparte de Podemos, el Bloco de Esquerda portugués, el Front Gauche francés, etc.) optaron sin dudar por la “intransigencia” del imperialismo cuando se recusaron a defender la soberanía del pueblo y el resultado del referéndum, vendiendo la falsa idea de que no había alternativa.

La vaga expresión “gobiernos anti-austeridad” tiene un marco, es decir, gobiernos cuya tarea primera sería la de romper con la lógica de la austeridad, sintetizada en recortes en los presupuestos y contrarreformas, para que el continente pueda recuperar la senda del crecimiento económico y los trabajadores sus conquistas, en los marcos de la legalidad y las instituciones actuales. Es decir, sin rupturas de ninguna clase.

Esta “música” ha encantado a la mayoría de los activistas, a los luchadores contra los recortes y a amplias parcelas de trabajadores.

Pero esta “fórmula” de gobierno esconde lo esencial, es decir el contenido de los gobiernos anti-austeridad: no se plantea la ruptura con la burguesía y, en los países dominados, tampoco con el imperialismo. Más bien lo contrario: plantean la defensa a ultranza de la UE, como sinónimo de integración de los pueblos europeos. Las alianzas estarían acordes con el programa: Syriza con ANEL; el apoyo del Bloco de Esquerda y del PCP al gobierno del PS en Portugal y los intentos de Podemos para conformar gobierno con el PSOE en el Estado Español. El mismo Varoufakis se ha convertido en asesor del Partido Laborista británico de la mano de Jeremy Corbyn, el nuevo líder del laborismo inglés. El PL es el mismo partido de Tony Blair, de la Tercera Vía y la guerra de Irak.

Pero esta fórmula de gobierno ya no se restringe a las letras frías de un programa: se hizo realidad en Grecia y en las principales ciudades del Estado Español. El programa de los partidos defensores de esta estrategia se ha concretado: el gobierno de Syriza fue el primer gobierno antiausteridad en Europa. Durante la campaña electoral Tsipras afirmó que bastaría una ley en el parlamento griego para anular la austeridad.

La explicación fundamental de los acontecimientos se debe buscar justo donde Syriza, Podemos, el Bloco de Esquerda y un largo etcétera la quieren ocultar: ¿A qué intereses de clase Syriza ha sucumbido? Aunque estas organizaciones y sus intelectuales de turno puedan borrar las clases sociales de sus libros y proclamas, sustituyéndolas por los intereses de la “ciudadanía”, no las pueden quitar de la realidad.

Para poner fin a la austeridad no hay más solución que la movilización masiva de la clase trabajadora y la juventud contra los que nos hunden en la catástrofe. No se puede detenerla sin saber contra quien luchamos: contra la Europa del capital y la burguesía de cada uno de nuestros países.

La Europa del capital nos ha conducido a una catástrofe cada vez más profunda y no hay reforma posible de la UE, hay que romper con ella. Que la clase trabajadora tome las riendas de su destino, para de esta forma abrir la vía a la Europa unida de los trabajadores y los pueblos. Esta es nuestra lucha.

Una negativa expresa a cualquier tipo de caracterización de clase

Del diagnostico de la crises se desprende una política, así para los firmantes del Plan B las causas de la crisis son: la desregulación del sistema financiero y la captura corporativa de las instituciones de la UE a través de los grandes lobbies.

Y la política no podía ser otra que:

una política fiscal justa y el cierre de paraísos fiscales, sistemas de intercambio complementarios, la remunicipalización de los servicios públicos, el reparto igualitario de todos los trabajos incluidos los cuidados en condiciones de dignidad, la apuesta por un modelo de producción basado en las energías renovables, y reformar o abolir el pacto fiscal europeo – formalmente Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza en la Unión Económica y Monetaria.

Ni una palabra sobre las reformas laborales, sobre el paro absurdo y la necesaria reducción de la jornada de trabajo. Pero si no bastara la experiencia griega, cuando se plantea la posibilidad de acabar con la austeridad a la clase trabajadora, la alcaldesa de Barcelona no toma nota. Los trabajadores del metro de Barcelona iniciaron una lucha contra la precarización de los contractos y la internalización de los servicios y para recuperar sus salarios congelados desde 2010. La alcaldesa del Plan B, para la decepción de muchos, enfrentó la huelga y calificó las reivindicaciones de “desmedidas”. Y por si fuera poco, el plan de privatización del tranvía de Barcelona es perpetuado por el ayuntamiento.

Mientras el Bloco sostiene el gobierno del PS, un tercio de los trabajadores portugueses perciben, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), entre 310 y 900 euros. Más de dos millones ganan entre 600 y 900 euros. En el Estado Español la situación no es tan distinta, con el crecimiento desorbitado de los contratos precarios, la entrada en vigor de reformas que facilitan el despido y un número de parados superior a cinco millones de personas.

En Grecia, donde la crisis económica se suma al drama de los refugiados, la situación es igualmente grave. El país vio a una cuarta parte de su riqueza simplemente desaparecer en los años de recesión, el desempleo alcanza el 26% (se dobla en lo que se refiere a los jóvenes) y la deuda pública llega al 180% del PIB. Más de 50% de los pensionistas son pobres y se han convertido en el principal instrumento de supervivencia intergeneracional en la mitad de los hogares.

Solo desde una supuesta “neutralidad” de la UE y el euro pueden los defensores del Plan B justificar la utopía reaccionaria de su “refundación”. Ese intento de confundir a los activistas con la perspectiva imposible de transformar esta terrible arma de guerra social y de saqueo de la burguesía imperialista europea en un instrumento “progresista” al servicio de los pueblos europeos.

[1] Un Plan B para Europa. Llamamiento para construir un espacio de convergencia europeo contra la austeridad y para la construcción de una verdadera democracia.