Escribimos este artículo en vísperas de la celebración de Vistalegre 2, el segundo congreso de Podemos. Es un congreso de máxima tensión, dominado por la crisis interna y la pugna a cara de perro entre los dos máximos dirigentes, con apoyos aparentemente similares.

Felipe Alegría (Corriente Roja)

En este choque, personalizado en dos egos desmedidos, está en juego el control del aparato del partido, el discurso y el propio cargo de secretario general. Tras un pre-congreso repleto de maniobras y ataques personales en las redes sociales, con un paupérrimo nivel político y un estilo propio de campaña electoral, algunos han barajado la posibilidad de una ruptura. Pero no parece la hipótesis más probable, al menos a corto plazo: es de esperar, por el contrario, que el congreso se cierre con un armisticio inestable que no cerrará una crisis de salida incierta.

La crisis no viene de ahora

Diferentes comentaristas dicen que la crisis de Podemos comenzó cuando no ganó las elecciones generales y, en consecuencia, no accedió al gobierno. Pero es harto dudoso que los dirigentes de Podemos pensaran en este escenario. Sí que esperaban, en cambio, superar al PSOE y convertirse en la principal fuerza de la oposición. Pero esto no sucedió y provocó los primeros choques importantes entre Iglesias y Errejón, hasta entonces uña y carne.

Estamos ante la crisis de un aparato electoral que en poco tiempo subió como un cohete, propulsado por los medios y apoyándose en la necesidad de un cambio social y político profundamente sentido. Este aparato fue decisivo para desmovilizar la calle y reconducirla al carril electoral. Acabó también dando oxígeno al PSOE cuando éste se encontraba al borde del precipicio. 

La actual crisis viene incubándose desde que se iniciaron los triunfos electorales. En sólo dos años, al tiempo que Podemos obtenía un montón de escaños en parlamentos autonómicos y ayuntamientos, los círculos de base se despoblaban y se erigía un pesada estructura de cargos y liberados, trufada de arribistas. Entretanto, la ilusión que despertó en muchos sectores populares se iba enfriando, mientras muchos votantes comenzaban a ver que Podemos no era el gran instrumento del «cambio» que esperaban, sino un partido crecientemente integrado en el sistema. 

Los sectores más movilizados han sido los más desencantados por el comportamiento de Podemos en parlamentos y ayuntamientos, en particular en aquellos lugares donde detenta la alcaldía, siendo el caso más notorio Madrid, donde la alcaldesa Carmena considera que el programa electoral es un catálogo de buenas intenciones que se puede incumplir sin mayor reparo. De ahí su hostilidad con la PAH o con los defensores de la remunicipalización de los servicios públicos. 

La agria disputa entre Iglesias y Errejón tiene lugar en un momento que, tras el largo período electoral y una mejoría económica desigual, frágil y transitoria, parece haberse detenido el desplazamiento político de las clases medias. El contenido de la disputa es cómo preservar mejor este aparato electoral en las actuales circunstancias. Por lo demás, la endeblez del arraigo obrero y popular de Podemos, el estilo y estructura caudillista del partido, la composición social de sus cuadros y el ego fuera de lo común de sus dos máximos dirigentes, ayudan a explicar las formas que ha tomado su enfrentamiento.

¿Qué representa Errejón?

Errejón responde a las presiones sociales de aquellos sectores de las clases medias que no quieren ir más allá de la regeneración del régimen. Es a ellos a quien les ofrece un «proyecto de normalidad alternativa». Es para ellos que defiende un Podemos «patriótico» que excluye toda perspectiva de ruptura y apuesta por la integración en las instituciones del régimen, a las que considera “resultado de años de confianza y esfuerzo colectivo” que es preciso «recuperar». 

Ya durante las pasadas negociaciones de investidura, Errejón se mostró partidario de apoyar un gobierno presidido por Pedro Sánchez aliado a Ciudadanos. Ahora, preguntado si cree que la prioridad es manifestarse en la calle o «ser útiles» desde el escaño, responde tajante: «Nítidamente, demostrar a la gente que somos útiles desde ya». No se trata -dice- de «cavar trincheras, protagonizar protestas y endurecer nuestra formación política», sino de entrar en una dinámica de pactos y negociaciones parlamentarias con el PSOE, así como con Ciudadanos y otras fuerzas, con el objetivo de ir aprobando medidas parciales. La batalla inicial de Podemos contra el bipartidismo ha quedado ya bien enterrada. Ahora, la relación con el PSOE, debe hacerse «de manera inteligente y laica», frente a «la negación obsesiva y choque frontal».

Cerrando su discurso, Errejón reclama «dejar atrás las etiquetas de izquierda y derecha», exige dirigirse «más allá de los sectores más empobrecidos» y abrir los brazos a las clases medias. En esta política, la alianza con IU (que «no pareció funcionar» electoralmente) se presenta como un estorbo.

El sector de Pablo Iglesias

Los medios de comunicación presentan a Pablo Iglesias como un radical enfrentado al «moderado» Errejón. Pero Iglesias no es ningún peligroso izquierdista. Es el mismo que hace sólo seis meses clamaba contra «esa idiotez que decíamos cuando éramos de extrema izquierda de que las cosas se cambian en la calle y no en las instituciones”. 

Él ha sido -junto a Errejón- el artífice del verticalismo organizativo de Podemos y de la renuncia a todas y cada una de las reivindicaciones rupturistas del primitivo manifiesto «Mover Ficha». El «patriotismo» y el abandono de la perspectiva de clase es también patrimonio común de ambos: para ellos no hay burguesía sino «élites», no hay clase trabajadora sino «gente» o «patria». 

Fueron Iglesias y Errejón juntos los que pusieron fin a la campaña contra el bipartidismo para pasar a pactar con el PSOE, hasta entonces miembro de «la casta», en parlamentos y ayuntamientos. Del mismo modo, fueron ambos quienes asumieron el marco y los límites de la UE y quienes dejaron de cuestionar el «régimen del 78», abandonando la lucha por la República y por una ruptura constituyente y asumiendo la institucionalidad vigente.

Son ambos, Iglesias y Errejón, quienes han asumido la «plurinacionalidad» pero lo han hecho con trampa, porque ninguno de ellos defiende en la práctica el derecho de autodeterminación de los catalanes, a los que condenan a esperar una victoria electoral futura y por goleada de Podemos, una hipótesis tan dudosa como nada próxima. 

En realidad, Iglesias es la ambigüedad calculada donde todo depende de las expectativas electorales y de la correlación de fuerzas interna. Su trayectoria oportunista y su enorme ego lo han desacreditado fuera y debilitado dentro de su propio partido.

En esta ocasión, Iglesias entiende que la táctica de Errejón es ruinosa y que, de llevarse a cabo, desdibujaría de tal forma a Podemos que le impediría optar al gobierno el año 2020. “Si nos subordinamos a la lógica institucional -dice Iglesias- nos disolveremos”. Por eso, con la vista puesta en las próximas elecciones generales, defiende que Podemos debe «repartir su acción política en las instituciones y en la calle», «estar en los conflictos sociales» y hacer de sus parlamentarios unos «activistas institucionales». Aunque la verdad es que su presencia en las movilizaciones tiene carácter mediático y está mediatizada por su alianza con la burocracia sindical de CCOO-UGT, la gran defensora del «diálogo social» de tan triste recuerdo y la responsable de mantener al movimiento obrero bajo control. 

En este contexto, para Iglesias, los vínculos de IU con el aparato de CCOO ya justificarían la alianza electoral. Del mismo modo, está literalmente obligado a defender que Podemos debe formar parte de “algo más amplio”, ya que en comunidades autónomas como la catalana o gallega, tiene un peso escaso en relación a las confluencias territoriales.

Por lo demás, el futuro «gobierno alternativo» de Iglesias para 2020, contaría con «los mejores» expertos, pero estaría muy lejos de ser un gobierno rupturista que va a la raíz de los problemas. No solo ya porque sería un gobierno en alianza con el PSOE, sino porque su programa económico no pasaría de un keynesianismo moderado y porque estaría sujeto a la institucionalidad del régimen y sometido a los diktats de la UE. No es extraño que Iglesias -al igual que Errejón- siempre se hayan negado a criticar a Tsipras, hoy el sicario de la Troika en Grecia, y no hayan dicho nada sobre qué harían en una situación similar.

La postura de Anticapitalistas (Podemos en Movimiento)

Antes de entrar en materia, corresponde primero agradecer a Miguel Urbán que haya negado su vinculación con el trotskismo: «Nosotros [Anticapitalistas] procedemos de una tradición más diversa y múltiple. Algunos dicen que somos trotskistas pero no lo creo, de verdad. Estamos más vinculados a los nuevos movimientos internacionalistas como el zapatismo». Como miembros de una organización que sí se reivindica del trotskismo, nos congratulamos de la aclaración.

Anticapitalistas vive con preocupación la gran crispación de Podemos, pero al mismo tiempo busca aprovechar la ocasión para blindar sus zonas de influencia y ser reconocido como «grupo de afinidad». Podemos-Andalucía, por ejemplo, ya se ha declarado «partido autónomo y federado», con finanzas y listas electorales propias. 

En sus documentos califican al PSOE como «la pata izquierda del régimen» y reivindican un Podemos «fuerza antagónica frente al PSOE-PP». Sin embargo, Urbán, en sus intervenciones públicas, se refiere continuamente al PSOE «de la Gestora». Entrevistado en la Sexta Noche, a la pregunta «¿Un pacto con el PSOE no lo contemplaría en ningún caso?» respondía «No, yo no estoy diciendo eso. De hecho, tenemos acuerdos con el PSOE de investidura en comunidades autónomas y en ayuntamientos. Yo estoy diciendo que no vamos a llegar a ningún acuerdo con políticas que sean lesivas para las mayorías sociales, que al final empobrezcan a la gente y generen más desigualdad». En realidad, si se mira en detalle su documento político, el rechazo no es a un gobierno de coalición con el PSOE como tal, sino a «participar en gobiernos liderados por este partido».

Hacen mucho énfasis en que Podemos no debe «mimetizarse con el bipartidismo» ni «convertirse en un partido más», desvinculado de las luchas sociales. Aunque Urbán «enriquece» el concepto: «Movilización social -dice- es construir tejido social. Es crear cooperativas de consumidores y productores que son quienes están plantando cara al oligopolio energético en este país (…) todo ese trabajo de economía social y solidaria que empieza a articularse en los barrios (…) debemos desarrollar un plan para que esos proyectos no se queden en iniciativas dispersas sino que sirvan de preparación transformadora del país antes de ganar las elecciones (entrevista de Gorka Castillo en ctxt.es 27/1/17). Por otro lado, al igual que Iglesias, tampoco se oyen en boca de Urbán palabras de denuncia y exigencia a la burocracia de CCOO-UGT por su pasividad cómplice frente a la UE, gobierno y patronal. Y es que, bien mirado, para Anticapitalistas «el gran debate es cómo ocuparemos el espacio político-electoral que está dejando huérfano el PSOE». 

Un punto central que  apenas mencionan es el contencioso catalán. En verdad, su posición respecto al referéndum no difiere de la de Iglesias: lo defendemos en abstracto pero nos oponemos en la práctica mientras el Estado no consienta. 

La gran bandera de Anticapitalistas para diferenciarse de Iglesias son «las lecciones de Grecia» y la «estrategia desobediente» frente a la UE. Llevan razón cuando dicen que «una estrategia que busca la negociación y, en último término, el acomodo en los tratados europeos, es una vía que nos conduciría (también a Podemos) al sometimiento y el chantaje permanente». Del mismo modo, parece coherente defender que no hay que «acatar los límites al déficit público, ni los proyectos de control de la UE de las reformas fiscales y negociación salarial», así como propugnar la suspensión del pago de la deuda y una auditoría. Pero lo que no se entiende es el empecinamiento en negarse  a reconocer la principal lección de Grecia: que no es posible satisfacer las reivindicaciones básicas de la mayoría trabajadora sin romper con la UE y el euro. Por supuesto, frente a la UE es imprescindible una alternativa internacionalista, pero ésta solo puede levantarse en lucha por demoler esta máquina de guerra social del gran capital europeo. 

Uno también se pregunta cómo encaja esta «estrategia desobediente» con una idea de la  «reconfiguración de «las fuerzas que están emergiendo frente a la deudocracia» en la que incluyen, junto a Podemos, a quienes apoyan  a un gobierno del PSP en Portugal, a  Sanders y Corbyn o a  Melenchon,  cuando todos ellos son fuerzas reformistas partidarias de una imposible «refundación de la UE»

No queremos dejar de mencionar el  silencio de Anticapitalistas ante la masacre del régimen de al Assad contra el pueblo sirio. En sus declaraciones públicas no dicen una palabra al respecto y en su documento político se despachan con una lamentable mención a «la guerra multipolar en Oriente Próximo». Es algo que habla muy mal de su internacionalismo.

Por nuestra parte

Frente a Podemos y sus diferentes opciones en pugna, nos reafirmamos en la necesidad de avanzar en la construcción  de un partido revolucionario e internacionalista, arraigado en la clase trabajadora y en sus luchas. Una tarea inseparable de la batalla por buscar una salida a la  crisis  por abajo y por la izquierda, impulsando las Marchas de la Dignidad, reforzando el sindicalismo combativo de clase, fortaleciendo  el movimiento en defensa de las  pensiones públicas, las luchas estudiantiles y populares,  poniendo en pie, en suma, una potente oposición obrera y democrática a este  gobierno servil de la Troika (en realidad un cogobierno del PP con el PSOE).

En cuanto a Podemos, le vamos a exigir que ponga de verdad sus cargos al servicio de las movilizaciones, que respalde sin reservas a los/as jornaleros/as de la Vega del Guadalquivir, que apoye más allá de las palabras las Marchas de la Dignidad y que respalde el referéndum unilateral en Cataluña. Mucha gente ha depositado en ellos su voto y esperanzas. Es su obligación hacerlo.