A las cuatro de la tarde del 17 de julio de 1936 el capitán golpista Gutiérrez Flores, de guardia en el estado mayor de la división de Sevilla, recibió un telegrama cifrado desde la comandancia militar de Algeciras informándole de que la sublevación había comenzado en Melilla. Al poco tiempo Fernández de Villa-Abrille y Varela Rendueles, gobernadores militar y civil respectivamente de Sevilla, eran informados también del comienzo de la sublevación en África, así como de la sospechosa presencia del general Queipo de Llano en la ciudad.

La primera reacción de los máximos representantes del gobierno republicano fue la tónica general de las instituciones republicanas durante todo el golpe: tras hacer unas llamadas a Algeciras y alrededores, Villa-Abrille (que conocía previamente el golpe) se retiró al teatro dejando al cargo a Gutiérrez Flores, que lo sermonea para que no resista el golpe ante la increíble docilidad del general. Esa noche el gobierno de la República en Madrid ordenó a Sevilla pertrechar tres bombarderos para atacar a los sublevados en Marruecos a la mañana siguiente. Mientras Villa-Abrille hacía mutis por el foro los conspiradores sabotearon los aviones y finalmente sólo uno puede despegar. La orden de imprimir proclamas para arrojar sobre los golpistas sólo se cumple por la intervención del dirigente comunista Manuel Delicado que por la fuerza obliga al diario “El Liberal” a hacerlo.

Mientras tanto los golpistas se acuartelan esperando las órdenes para actuar el día siguiente. Previamente habían tenido la precaución de dar vacaciones antes de tiempo a la tropa rasa, que era mayoritariamente izquierdista. En la primera batería sobre un total de 60 soldados había 28 comunistas, 12 socialistas y dos anarquistas, según anotaciones de los propios golpistas, que habían estudiado minuciosamente las simpatías políticas de los soldados. El día  que esta batería se despedía del curso militar se cantó La Internacional, himno que interrumpió un mando militar pistola y granada en mano.

El gobierno republicano despeja la calle para el golpe

El golpe era un rún-rún que sonaba desde hacía tiempo. La República jugó siempre a dos manos en un equilibrio imposible: intentaba redistribuir tierra pero sin tocar los latifundios. Impulsar la escuela sin molestar a la iglesia… Y así todo. Esa esquizofrenia tuvo su máxima expresión en el ámbito de lo policial y militar: se creó una policía republicana, la guardia de asalto, pero sin limpiar efectivamente de elementos conspiradores al ejército y la Guardia Civil. En los meses previos al golpe los enfrentamientos entre militares y derechistas contra guardias de asalto e izquierdistas eran comunes.

La reacción a los primeros rumores de golpe no se hizo esperar.  Aún por la noche piquetes de obreros y guardias de asalto comenzaron a rodear los cuarteles. Ya por la mañana del día 18 de julio la ciudad se llenó de corrillos de gente en los barrios comentando los acontecimientos aprovechando el fresco de aquella mañana de verano sevillano. Respondiendo a esta inquietud generalizada Varela (el gobernador civil) transmitió a la prensa que “la normalidad en la provincia de Sevilla es reflejo exacto de la que existe en toda la Península. Yo reclamo a los ciudadanos de esta provincia serenidad para no producir ni dejarse arrastrar hacia acto alguno que signifique la perturbación del orden”.

Varela ordenó retirar los piquetes de los cuarteles “para no provocar a los militares derechistas” (¡aunque estos ya estaban ejecutando a todo tren su plan para tomar Sevilla!), pero su orden no tenía efecto sobre la gente.  Sólo los dirigentes obreros ligados al Frente Popular, entre los que los del PCE tenían el principal prestigio, hicieron cumplir la nefasta orden del gobierno. En palabras del mismo Varela “Barneto (dirigente del PCE) aparecía como el portador del proletariado sevillano. Después del Frente Popular las masas de Sevilla habían desbordado a sus dirigentes. Sólo los jefes comunistas mantenían una cierta autoridad sobre sus seguidores. Pero esta autoridad más que de un personal prestigio emanaba de su condición de portaestandartes de un poco de revolución cada día”.

El PCE era la mayor fuerza obrera en Sevilla, no por casualidad su Secretario General en la época era sevillano. Lamentablemente la dirección del PCE quedó pegada al gobierno de la República. La misma mañana del 18 de julio mientras el golpe militar se desarrollaba sin mayores molestias y con el gobierno republicano limpiando por las armas las calles de piquetes obreros (había sido aprobado un bando el día 15 que prohibía toda manifestación o concentración pública), el portavoz comunista en el Ayuntamiento hizo aprobar una moción expresando “su solidaridad con la política que viene desarrollando el gobierno” y otra pidiendo que se acabara “con el estado de las cosas que hacía que los hombres quedaran a merced de cualquier degenerado” en protesta por el asesinato de un guardia municipal la noche antes a manos de pistoleros izquierdistas.

El PSOE no tuvo una actitud distinta. Al acabar el mencionado pleno, militantes abarrotaban los despachos del Frente Popular en el Ayuntamiento para exigir a sus dirigentes alguna actuación. Una delegación del PSOE se entrevistó con Varela y con esto tranquilizaron a sus simpatizantes, mandándolos a casa.

Para terminar con el repaso de los partidos del Frente Popular, hay que decir que el alcalde de Sevilla, de Unión Republicana, declaraba preferir una dictadura de “bota de montar a una de alpargata” y coherente con este planteamiento cuando los golpistas tocaron en la puerta del Ayuntamiento él ordenó abrirles (esta escena es literal).

Tras limpiar la ciudad de piquetes obreros y tras pasar la mañana diciendo a los cuatro vientos, con la ayuda del Frente Popular y sus dirigentes obreros, que nada pasaba en Sevilla el gobernador Varela ordenó a eso de las dos de la tarde a todos los guardias de asalto que fueran pasando por sus casas a descansar. Finalmente los golpistas podían salir de sus escondites con libertad.

Pasada ya la guerra civil Varela no parece hacer ningún balance crítico de su actuación, más bien lo contrario. Tiempo después declaró haber hecho lo correcto ya que “armas no podía dar porque no las tenía, pero aunque las tuviese no las daría (…) ¿Qué clase de República hubiera sobrevivido si los anarco-sindicalistas sevillanos, con disfraz comunista, hubieran conseguido hacerse con los 25.000 fusiles que se guardaban en el parque de artillería?”

Los mandos militares republicanos dejan actuar a los golpistas ante sus narices

A esas horas se realizaba una reunión de la cúpula militar en la que se juraba falsa lealtad a la República mientras que el general golpista Queipo de Llano entraba en el edificio para esconderse unos minutos en la habitación de Gutiérrez Flores. Al salir de la reunión, Villa-Abrille y la cúpula militar se cruzó literalmente por los pasillos con los golpistas, que tras un momento de tensión decidían dar la cara y poner a Queipo de Llano al frente.

A partir de este momento no había marcha atrás. Desde capitanía se telefoneó a los distintos cuarteles y se hizo formar a una primera columna que sería lanzada a la calle. Queipo les arengó antes de salir: “¿Consentiréis que unos extranjeros nos impongan su yugo a latigazos, nos roben y nos asesinen y decreten el amor libre para ellos con vuestras hermanas y novias? Mañana, vencedores. La patria os recompensará, también materialmente y los destinos del estado serán para vosotros”

Mientras grupos de  jóvenes falangistas, hijos de la alta burguesía agraria (familias Benjumea, Parias, Cañal, Medina…) agitaban ya en las calles Tetuán y Sierpes gritando “¡Viva España!” y encañonando en el pecho a un transeúnte que se les enfrentó puño en alto, los soldados comenzaban a marchar a través de la Plaza de la Gavidia, de la Plaza del Duque y se encaminaban hacia Plaza Nueva, donde se encontraba el Ayuntamiento y el Gobierno Civil. A su paso, iban proclamando el primer bando de guerra del nuevo gobierno golpista, cuya principal preocupación no es la resistencia de las instituciones republicanas, sino la previsible respuesta obrera:

«ESPAÑOLES: Las circunstancias extraordinarias y críticas por que atraviesa España entera; la anarquía que se ha apoderado de las ciudades y los campos…

ORDENO Y MANDO (…)

Segundo.- Queda prohibido terminantemente el derecho a la huelga. Serán juzgados en juicio sumarísimo y pasados por las armas, los directivos de los sindicatos, cuyas organizaciones vayan a la huelga o no se reintegrasen al trabajo los que se encuentren en tal situación a la hora de entrar el día de mañana.

Tercero.- Todas las armas, largas o cortas serán entregadas en el plazo irreductible de cuatro horas en los puestos de la Guardia Civil más próximos. Pasado dicho plazo serán igualmente juzgados en juicio sumarísimo y pasados por las armas, todos los que se encuentren con ellas en su poder o en su domicilio.

Cuarto.- Serán juzgados en juicio sumarísimo y pasados por las armas los incendiarios, los que ejecuten atentados por cualquier medio a las vías de comunicación, vidas, propiedades etc. y cuantos por cualquier medio perturben la vida del territorio de esta División.

…medidas indicadas en bien de la Patria y de la República.

Sevilla, a 18 de julio de 1936”

Entre las 15:30 y 16:00 de la tarde se dan los primeros enfrentamientos armados entre militares golpistas y guardias de asalto en la Plaza Nueva. En un primer momento la fuerza policial republicana toma control de la Plaza, pero al poco los refuerzos golpistas que llegan (falangistas y requetés armados; y sobre todo fuerzas de artillería) dan la vuelta a la situación y antes de anochecer el ayuntamiento, la capitanía militar y el gobierno civil estaban en sus manos. Las instituciones republicanas se desmoronaron en pocas horas a los golpistas, que tenían razón en temer más la respuesta obrera.

Lo primero que hicieron fue proteger todo el centro de Sevilla, separando los barrios ricos de los barrios obreros y pobres. Piquetes de militares y fascistas fuertemente armados fueron desplegados desde la Palmera, pasando por la antigua Fábrica de Tabacos, Puerta de Jerez, la Campana hasta Jesús del Gran Poder para evitar el asalto.

El pueblo trabajador se lanza a la calle

Y efectivamente, los temores de los golpistas se confirmaron. Mientras aviones, en iniciativa ya a destiempo del gobierno, lanzaban pasquines sobre la ciudad llamando a la resistencia y mientras la radio antes de caer repetía una y otra vez un llamamiento a la huelga general, comenzaron a afluir masas de obreros desde los barrios al centro de Sevilla. Fueron recibidos con una lluvia de fuego.

El pueblo de Triana cruzó el Río Guadalquivir y trató de tomar la artillería de la Maestranza siendo acribillado en el Paseo de Colón.  Desde la zona norte la gente comenzó a chocar con los militares en San Lorenzo. En Miraflores se trataba de derribar la antena de Unión Radio que ya transmitía los mensajes de Queipo. En Gran Plaza y Nervión peleaban los vecinos de Amate, el Cerro del Águila y Ciudad Jardín. La gente se protegía con las tapas de las alcantarillas de los disparos, y trataba de responder con armas de caza y hasta con las escopetas de plomillos de un puesto feriante del Pumarejo.

La desorientación de la gente era completa. Hacía apenas unas horas sus dirigentes, desde el gobierno del Frente Popular a los líderes obreros comunistas, les habían dicho que nada ocurría, que volvieran a casa. La muestra extrema del patetismo de la situación es el taxi que inocentemente se envió desde Triana a Plaza Nueva a informarse sobre qué pasaba, siendo ametrallado ipso facto al aparecer por allí.

La noche del 19 de julio en Sevilla estallaba la revolución obrera por los cuatro costados de la ciudad. El golpista Gutiérrez Flores lo explicaba diciendo que “el resto de Sevilla se halla en manos de los extremistas, donde turbas armadas se han apoderado de los barrios”. Mientras iba anocheciendo, todo el mundo estaba en la calle, mezclados obreros socialistas, comunistas, anarquistas… Desobedeciendo las órdenes del gobierno de la República el cuartel de la Guardia de Asalto de la Alameda de Hércules era asaltado y sus armas eran repartidas. En palabras de M. Delicado, dirigente comunista, la personas “cogían mosquetón y los cartuchos y les faltaba tiempo para salir corriendo”. Barricadas se levantaron en cada calle. Una y otra vez la gente cruzaba disparos, asaltos y contra-asaltos con los piquetes golpistas que protegían el centro de la ciudad. Más de una decena de derechistas fueron masacrados tras ser atrapados.

Sevilla se llenó de columnas de humo. La escena debió ser dantesca: decenas y decenas de edificios ardían consumidos por gigantescas lenguas de fuego, que enrojecían el cielo y esparcían cenizas por doquier. Las elegantes mansiones de la aristocracia ardían (marquesa de Villamarta, codesa de la Mesada, Pedro Fernández-Palacio, Juan Candau, familia Mensaque…), las iglesias ardían, la fábrica de jabones y permufes junto a la calle Feria era asaltada, los coches de los Luca de Tena fueron reunidos y quemados…  A lo lejos, toda Sevilla escuchó la brutal explosión en la Pañoleta de los camiones cargados de dinamita que traían los mineros de Huelva al ser ametrallados por la Guardia Civil.

Resistencia a la desesperada

Tristemente a medida que los golpistas recibían miles de soldados de refuerzo pudieron pasar a la ofensiva. A pesar de la completa superioridad militar tardaron cuatro días en controlar los barrios obreros. Los golpistas avanzaban por las callejuelas en filas de a uno por cada vereda de la calle protegidos por niños como escudos humanos.  Murieron tres: Natividad Morales de 3 años, Valeriana Romero de 5 años y Manuel Chaves de 12 años.

Los golpistas asaltaban casa por casa, ametrallando las puertas y arrojando bombas de mano adentro. Todo miliciano armado era fusilado en el acto, toda persona señalada como izquierdista era fusilada en el acto. A medida que el golpe avanzaba en los barrios dejaba tras de sí un reguero de cadáveres en las calles. Queipo rugía por la radio: “¡Sevillanos! La suerte está echada y decidida por nosotros. Es inútil que la canalla resista y produzca esa algarabía de gritos y tiros que oís por todas partes. Tropas del Tercio y regulares se encuentran camino de Sevilla y en cuanto lleguen esos alborotadores serán cazados como alimañas. ¡Viva España! ¡Viva la República!”

La gente se defendía como podía en aquel barrio de callejuelas medievales conocido como “el Moscú sevillano” por su abundancia de rojos: disparaba desde balcones y tejados, lanzaba objetos. Las barricadas se defendían con cuchillos y palos.

En contra de lo que dice el monolito sito en la muralla de la Macarena, esta defensa no se hizo en nombre de la “legalidad republicana”, sino más bien pasando por encima de las instituciones republicanas. El historiador Juan Ortiz lo explica cuando escribe “los obreros no estaban precisamente identificados con las instituciones y a defenderlas, sino a verse oprimidos por estas y responder con el ataque o el rencor. Y más aquel gobierno civil desde el que tantas y tan duras represiones se habían dirigido contra ellos en los agitados años de la República”.

El día 22 de julio cayeron los últimos reductos antifascistas. Queipo daba las instrucciones para la rendición por radio:

Dentro de un cuarto de hora, a partir de esta orden, deberán todos los vecinos de Triana abrir sus puertas, a fin de que pueda hacerse el rápido servicio de captura de los pocos que aún disparan desde las azoteas para producir la alarma. Los hombres deberán estar en la calle, levantando los brazos en cuanto se presenten las fuerzas de vigilancia para dar la sensación de tranquilidad y coadyuvar al mejor servicio”.

El nuevo alcalde, Ramón de Carranza, vociferaba dando a los vecinos 10 minutos para borrar las pintadas de “CNT”, “UGT”, “Viva el comunismo”, “Mueran los fascistas” que había por las calles, so pena de responsabilizar al dueño o vecino de la vivienda por ella.

Se dejó a los detenidos durante todo el día tumbados al sol en pleno verano sevillano, para luego concentrarlos en la Plaza de los Terceros y hacer un macabro desfile por el centro de Sevilla, donde los derechistas por fin salían de sus escondites para festejar eufóricos.

El golpe se impone

La represión posterior fue total. Desde el primer momento los golpistas habían decidido acometer un exterminio. La primera instrucción sobre el golpe ya decía:

“Se tendrá en cuenta que la acción ha de ser en extremo violenta para reducir lo antes posible al enemigo, que es fuerte y bien organizado. Desde luego, serán encarcelados todos los directivos de los partidos políticos, sociedades o sindicatos no afectos al movimiento, aplicándoles castigos ejemplares a dichos individuos para estrangular los movimientos de rebeldía o huelgas.  Es necesario crear una atmósfera de terror, hay que dejar sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todo el que no piense como nosotros. Tenemos que causar una gran impresión, todo aquel que sea abierta o secretamente defensor del Frente Popular debe ser fusilado.”

Es imposible describir la represión sin sentir náuseas. Valga con decir que miles de sevillanos fueron encerrados en cárceles infrahumanas improvisadas en lugares como el cabaret “Variedades” o un barco propiedad de la familia Ybarra, miles fueron torturados, miles fusilados y arrojados a fosas comunes en una industria de muerte que funcionaba día y noche. Las violaciones se hicieron comunes para las mujeres de la ciudad y la provincia, algo que con orgullo celebraba Queipo por la radio.

El capitalismo total triunfó. Miles de trabajadores fueron reducidos a la condición de verdaderos esclavos, en situaciones que nada tienen que envidiar a los campos de exterminio nazi. Así se construyó el colector de Heliópolis o el Canal de los Presos (e hicieron fortuna las empresas constructoras que hoy conocemos). Con la resistencia aún viva a los trabajadores “libres” también se les impuso un régimen militar, como muestra esta orden:

“Don Gonzalo Queipo de LLano, general jefe de la Segunda División orgánica,

Hago saber: Primero. Los obreros eventuales que prestan sus servicios en las fábricas y establecimientos militares de esta plaza, quedan militarizados a partir de la publicación de esta orden, y sujetos al Código de Justicia militar.

Segundo. A las ocho horas de mañana les será impuesto el brazalete, distintivo de quedar movilizados, el cual no deberán quitarse bajo pretexto alguno, y llevarán siempre puesto, por consiguiente, dicho distintivo, en los establecimientos donde estuvieren destinados.

Tercero Quedan suprimidos los Sindicatos, y los obreros, sin intromisión extraña alguna, prestarán obediencia ciega a sus jefes y oficiales, castigándose severamente cualquier falta.

Sevilla, 21 de julio de 1936.- Gonzalo Queipo de Llano.”

Conclusiones para el futuro

El ejemplo de heroísmo de la clase obrera sevillana es inabarcable. Cuando los camiones pasaban en mitad de la madrugada a recoger a decenas de detenidos maniatados para llevarlos a fusilar aún gritaban “Viva la revolución”, “Viva Lenin”, “Viva la República”… De su tragedia tenemos que aprender.

Ninguna de las organizaciones que existían pasó la prueba de los hechos. Los pequeños burgueses republicanos cuando tuvieron que elegir facilitaron el golpe y reprimieron a los obreros. El PCE quedó atrapado siguiendo la estela del gobierno del Frente Popular, no siendo la vanguardia sino la retaguardia de la reacción obrera. La ideología anarquista de la CNT también hizo aguas en un momento en el que la disciplina y la organización eran esenciales. Cuando se fue a buscar al secretario regional de la CNT de Andalucía para intentar organizar la resistencia, este respondió diciendo que al ser los acontecimientos de índole local era a la federación de Sevilla a la que le tocaba decidir. Mientras tanto, el principal dirigente anarquista sevillano se movía con un anacrónico sable al cinto por las barricadas.

En el hospicio de San Luis el comunista Andrés Palatín organizó en mitad de aquel caos un comedor, emitió vales para que los milicianos pudieran abastecerse, requisó harina para que las tahonas funcionaran. Además salvó la vida de las monjas que trabajaban en el hospicio y salvó a la barroca iglesia de San Luis de las llamas. Pero para enfrentar un plan minuciosamente ejecutado, y con una gran superioridad militar, no valen improvisaciones.

La voluntad de lucha de los trabajadores y el pueblo fue total, la entrega fue insuperable. Pero la desorientación también. Los partidos y sindicatos no los habían preparado para enfrentar a muerte el fascismo, sino para defender una República que constantemente los reprimía, pero daba libertades a los golpistas para conspirar. Cuando la realidad estalló, los golpistas y fascistas estaban decididamente organizados para ir hasta el final con todas las consecuencias, pero las organizaciones de la izquierda dejaron sin norte al pueblo, que instintivamente se defendió lo mejor que pudo como gato panza arriba.

La victoria fue posible. A condición de que hubiera existido una organización templada en la lucha, con autoridad entre los obreros, que entendiera que lo que estaba ocurriendo era una batalla a muerte entre Revolución y contrarrevolución. Los golpistas formaron un estado mayor que tenía claridad en esto, y se preparó minuciosamente para ello. Los trabajadores no encontraron el suyo.