Manifiesto de Solidaridad con el Pueblo Sirio para la concentración del 15 de enero ante la embajada rusa en Madrid

Con la excusa de bombardear terroristas, la Rusia de Vladimir Putin ha bombardeado indiscriminadamente a la población civil siria al menos desde septiembre de 2015, cuando su intervención sobre suelo sirio se hizo oficial.

No han quedado fuera de sus objetivos hospitales, escuelas, mercados, fábricas, casas privadas… Todos y todas, sin distinción, niños, niñas, mujeres, hombres, ancianos, no combatientes… todos por igual han padecido el horror producido por las bombas rusas.

Además, el ministro de defensa ruso, Serguéi Shoigú, se ha jactado de haber aprovechado esta campaña criminal para probar la eficacia de más de un centenar y medio de nuevos armamentos, y para foguear a los pilotos militares que tenían poca experiencia en condiciones de combate. Vladimir Putin ya ha ofrecido este armamento a otros países igualmente criminales, como Irán.

La campaña de Rusia en Siria tiene dos objetivos:

  • Sostener al régimen criminal de Assad, elegido por Rusia como aliado en Oriente Medio a cambio de mantener el acceso al puerto de Tartús, en la provincia siria de Latakia, única base naval rusa en el Mediterráneo.
  • Demostrar al mundo quién es el nuevo amo imperialista de Oriente Medio.

Rusia ha continuado la campaña criminal que el régimen sirio ya no podía llevar a cabo. En septiembre de 2015, tras cuatro años y medio de guerra contra su propio pueblo, Assad controlaba tan solo el 25 % del territorio. Había sucumbido por igual ante el empuje del ISIS (fomentado por el propio Assad) y los grupos rebeldes sirios.

La intervención rusa ha cambiado este equilibrio de fuerzas y ha salvado in extremis al régimen criminal de Assad.

Tras sus campañas en Chechenia, Georgia y Crimea, Rusia se embarcó en una nueva aventura bélica fuera de sus fronteras. La excusa es la de siempre: combatir el terrorismo. Y las víctimas son también las de siempre: más de medio millón de muertos, doce millones de desplazados y un país destruido.

Pero ni siquiera un fracción insignificante de todas estas personas son terroristas. Son hombres, mujeres, niños… que han tenido que elegir entre perecer bajo los escombros de sus propias casas o arriesgar la vida fuera de su país, entre malvivir en un campo de refugiados o ahogarse en las aguas del Mediterráneo, entre las bombas rusas o los degollamientos del ISIS.

La campaña criminal de Rusia en Siria tiene consecuencias calamitosas sobre todo para el pueblo sirio, pero también para la comunidad internacional y para todos nosotros y nosotras:

  • Crea un precedente de impunidad ante actos de un salvajismo no visto desde las guerras de los Balcanes y el genocidio de Ruanda en la década de 1990.
  • Demuestra el fracaso de la comunidad internacional, incapaz de ponerse de acuerdo en la necesidad de mantener a ultranza su obligación de proteger a la poblaciones ante actos de genocidio.

La intervención rusa en Siria, además, tal y como declaró recientemente el ministro de defensa ruso, Serguéi Shoigú, tenía el objetivo de “evitar la desintegración del estado sirio” y de “romper la cadena de revoluciones de colores que se reproducían en Oriente Medio y África”.

Estas declaraciones ponen de manifiesto, aún más, la intención de Rusia de abortar los deseos legítimos de los pueblos árabes que a partir de diciembre de 2010 se manifestaron en las calles en favor de la libertad, de la justicia y de la dignidad.

El cese el fuego acordado recientemente entre Rusia y Turquía no significa la paz para los sirios. Rusia y Siria aún consideran terroristas a gran parte de la población civil, que no entra bajo el paraguas del alto el fuego.

Apenas bastaron dos horas para que quedase demostrada la falacia del acuerdo: el régimen atacó primero los alrededores de la población de Tella al Biyu, en el norte de Hama, y después, los suburbios de Damasco. Más tarde llegaron ataques indiscriminados sobre la ciudad de Douma y el Valle de Barada, en Damasco, además de las ofensivas sobre Idleb y sobre Alepo Oeste, lo que sumó un total de 80 personas asesinadas inmediatamente después de la entrada en vigor del alto el fuego.

Por si esto no bastara, las zonas liberadas de Siria sufren también permanentes atentados terroristas, como la explosión ocurrida en la ciudad fronteriza de Azaz que se cobró la vida de más de 60 personas, mayoritariamente civiles.

No son cifras: son personas con nombre, apellidos, con una vida como la de cualquiera de nosotros.

Ninguna de las treguas propuestas en estos seis años de conflicto se ha respetado. Por el contrario, Rusia y el régimen de Assad han utilizado las treguas como armas de guerra, como motivos de extorsión sobre la población civil y sobre la comunidad internacional, y las han empleado para reubicar las tropas y redoblar posteriormente su esfuerzo bélico.

A pesar de todo ello, la población civil siria sigue saliendo a las calles cuando tiene la menor oportunidad, tal y como hizo en las recientes manifestaciones en Idleb, Damasco, Kafranbel y otras ciudades. Sus aspiraciones son las mismas de hace seis años: justicia, dignidad y libertad.

El pueblo sirio sigue pidiendo la unificación de los grupos de la oposición, la libertad de las decenas de miles de presos políticos que se encuentran en las cárceles del régimen y la garantía de que la ayuda humanitaria pueda entrar en las zonas asediadas por el régimen.

Vladimir Putin, Serguéi Lavrov, Serguéi Shoigú y todos cuantos conforman la internacional del terror rusa tienen las manos ensangrentadas. Tanto como las tienen Bashar Al-Assad y todos los integrantes del régimen sirio. Todos ellos deberían ser procesados ante un tribunal internacional y rendir cuentas por sus crímenes de guerra, sus crímenes de lesa humanidad y su participación en el genocidio del pueblo sirio.

Pero no nos engañemos: la actual configuración de las Naciones Unidas impide el procesamiento de cualquier criminal internacional cuando este se ha aliado con cualquiera de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Rusia, estado criminal, no debería poseer un asiento permanente en el Consejo de Seguridad.

Por todo ello, Solidaridad con el Pueblo Sirio destaca desde aquí la responsabilidad de Rusia en las gravísimas violaciones del Derecho Internacional Humanitario y de los Derechos Humanos cometidas en Siria en complicidad con el régimen de Assad y ante la pasividad de la comunidad internacional.

Somos conscientes, no obstante, de que no son Rusia y Siria los únicos responsables. También Irán, Hezbollah, Turquía, Estados Unidos, Israel y la Unión Europea son cómplices del genocidio del pueblo sirio y del abortamiento de la revolución siria.

Queremos recordar, por tanto, que ningún crimen ha de quedar sin castigo, que la impunidad no es una opción, y que el pueblo sirio, a pesar de todo el sufrimiento padecido, sigue pidiendo libertad, justicia y dignidad.

Solidaridad con el Pueblo Sirio