Durante décadas, tras la caída del muro de Berlín, toda la derecha y la izquierda posmarxista teorizaron la «desaparición de la clase obrera». Era la «ciudadanía», eran “las multitudes” las protagonistas. En el mejor de los casos, la clase obrera era un movimiento social más, dentro de una multiplicidad de sectores oprimidos.

Ha tenido que venir un virus maldito para recordar que la sociedad descansa no sobre los «empleadores», los «emprendedores» que dicen arriesgar todo para montar un negocio, sino sobre los hombres y las mujeres que viven de su salario, que arriesgan no su capital, sino su vida y su salud para evitar el desastre. Los empleadores/emprendedores… si te he visto, no me acuerdo; o hacen una “donación” de recursos que han fabricado no ellos, sino otras personas que viven de su salario.

Esta crisis ha demostrado que sólo la clase obrera, las trabajadoras y trabajadores de la sanidad, del comercio, del transporte, de la alimentación, del telemarketing,… es la que sostiene un mundo patas arriba por el virus. Nunca tan inútiles han sido los capitalistas como en esta crisis.

La clase obrera no sólo lucha cuando hace huelgas para evitar que las medidas de los gobiernos, más preocupados por los beneficios empresariales que por la salud de los y las trabajadoras al no cerrar lo que no es esencial; sino cuando en los hospitales, comercios, call center, etc…, hacen horas para responder a las necesidades sociales, que hoy pasan por evitar que la pandemia se convierta en un desastre de salud pública.

¡Nunca tan orgulloso debemos estar los marxistas de la clase que va a hacer la revolución! Es ella, con su esfuerzo diario, desde Seattle hasta Milán, desde Madrid hasta China, la que con su trabajo y sus huelgas espontáneas para obligar al cierre de fábricas no necesarias, está orientando a la sociedad en la perspectiva de un mundo sin capitalistas, que sólo toman medidas en función de sus cuentas de resultados y beneficios.

Y, si no les dan las cuentas, estos liberales de pacotilla ya tienen a “papá Estado” para que les cuadren a través de subvenciones y ayudas, ERTEs y despidos, recortes de salarios y aumento de las jornadas laborales. Por eso, las medidas de los gobiernos no son de fiar; se hacen pensando que las empresas no pierdan demasiado.

Lo que las y los trabajadores de todos los sectores, unas con su trabajo, otros con huelgas para obligar al cierre enseñan, es que la sociedad descansa sobre ellos y ellas; que si ell@s fueran los que organizaran la respuesta a la pandemia no tendrían un ojo puesto en los beneficios empresariales, y el otro en prevenir los más que previsibles disturbios cuando pase lo que va a pasar, que los capitalistas van a intentar descargar las consecuencias de la crisis en las espaldas de los trabajadores y trabajadoras.

Si fueran los y las trabajadoras, a través de sus organizaciones democráticas, de consejos obreros, de comités de fábrica, de sindicatos, etc… los que organizaran esa respuesta, el objetivo no sería ver cómo los grandes empresarios mantienen sus beneficios; sino como se responde planificadamente a un desastre natural como es éste.

No estarían preocupados de darle a los capitalistas 100.000 millones, como acaba de hacer el gobierno de Sánchez /Calviño, a través de créditos bancarios que avala el Estado, como acaban de aprobar. O sea, la banca va a prestar esos miles de millones del Estado, se queda con los intereses correspondientes; y si el prestatario no devuelve, el Estado es el aval. El negocio de la banca con la crisis es redondo.

A la clase trabajadora eso no le preocupa; porque su preocupación real y concreta es cómo evitar el contagio y que las necesidades básicas estén cubiertas, unos y unas desde sus puestos de trabajo (sanidad, residencias de ancianos, alimentación y comercio, comunicaciones…), otros evitando que les obliguen a ir a trabajar para que los capitalistas no pierdan. Ambos tienen el mismo interés frente al de los capitalistas y los gobiernos.

Claro está, esto no lo van a decir claramente; habría una revolución. Lo adornan con “todos contra el virus”, “unidos podemos”, “este es un gran país” dice el hijo coronado del corrupto coronado (por cierto, eso lo dicen en los EE UU y Djibuti, porque el “patriotismo es el refugio de los estúpidos”), pero cuando adoptan medidas vemos cuál es la vara de medir: y lo dijo con claridad la ministra económica del gobierno, Nadia Calviño, “la economía (o sea, las empresas, para entendernos) ya está suficientemente paralizada».

Los yankis de hipócritas tienen poco, es una de sus grandes virtudes, y el vicegobernador de Texas, Dan Patrick, sugirió que Estados Unidos debería volver a trabajar ante la pandemia de COVID-19 y que las personas mayores, que son las más vulnerables por el coronavirus, estaban dispuestas a correr el riesgo para salvar la economía. No hace muchos años, la actual presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, dijo que “había demasiados viejos en el mundo, y que había que hacer algo”.

No es cuestión de abonarse a las teorías conspiranoicas, sólo transmiten bulos y no sirven para arreglar nada, pero lo cierto es que tanto Nadia Calviño, Dan Patrick y Cristine Lagarde apuntan a una solución de la crisis opuesta por el vértice a la que la clase trabajadora y los pueblos necesitan. Para estos tres, que no son marginales para nada, la solución pasa por no parar la economía capitalista, suceda lo que suceda con la pandemia. Para la clase trabajadora, si para parar la pandemia hay que parar la economía, se para, como están demostrando día a día.

No es abstracto cuando se dice “ninguna confianza” en los gobiernos, porque los gobiernos se deben al que paga, no al que trabaja; y no adoptarán ninguna medida que pueda perjudicar al que paga, aunque lo sufra el que trabaja.

Por ello, la perspectiva de solución a la pandemia es opuesta por el vértice. Para los que pagan, no perder demasiado; para los que trabajan no perder su medio de vida, el trabajo, o directamente la salud o la vida. Esto hace que las medidas no tengan nada que ver unas con las otras; para el que trabaja -las medidas de los que pagan ya se conocen, son las que adoptan los gobiernos todos estos días- pasan por dos criterios:

Uno, para defender la salud pública no hay precondiciones, es poner todos los recursos de la sociedad para acabar YA con la pandemia, y cuando se dice «todos» es «todos». Nacionalizando, incautando, estableciendo controles de precios, derogando leyes arbitrarias, etc…

Dos, garantizando para el presente y el futuro los niveles de vida de la población, comenzando por los puestos de trabajo; la pandemia no puede ser una excusa para que la clase trabajadora y los pobres pierdan ni un ápice de su calidad de vida, para que otros puedan disfrutar de su confinamiento desde sus yates, chalets y segundas viviendas.

Claro está que esto supone poner sobre la mesa la viejísima disyuntiva del proletariado, “socialismo o barbarie”; más en concreto, o un gobierno de los y las trabajadoras o un gobierno capitalista. Una disyuntiva que si alguna vez fue internacional, hoy es mundial. Hoy están más unidos que nunca contra la pandemia. La respuesta de los obreros portugueses en huelga para cerrar las fábricas no esenciales se dio en Italia, en el Estado Español, en los EE UU o en México. La misma dedicación de las y los trabajadores de la sanidad, de alimentación, comercio, etc… para frenar los contagios se da en todo el mundo.

La clase obrera demuestra lo que es, la única clase que no tiene otro interés que la salud pública, sin ninguna atadura a oscuros intereses individuales y por eso es la clase revolucionaria.