Aspectos y claves de lectura marxista de un proceso de radicalización excepcional.

Han pasado 50 años de aquel grandioso movimiento que por años sacudió profundamente la estabilidad de los regímenes de decenas de países en todas partes el mundo. Sin embargo todavía hoy no hay una lectura exhaustiva y coherente del ’68 que se haya convertido en un patrimonio común del movimiento obrero, por lo que estamos obligados a afirmar con pesar que, más allá de las lecturas apologéticas pero que no van más allá de la simpatía o la nostalgia acrítica pasiva para ese periodo de luchas, en la última década se están extendiendo en Italia, por el resurgimiento del estalinismo más vulgar (posicionado diversamente), las lecturas que presentan el del ’68 como un movimiento individualista funcional al capital y responsable del estado donde está hoy el movimiento comunista (es decir, el reformismo estalinista) (1), basándose en el hecho de que, sobre todo en Italia, muchos exponentes de esas luchas se convirtieron (décadas después) en exponentes de los partidos burgueses. (2)

Por supuesto que esto no solo es falso, sino que denota el hecho de que esta gente no tiene un mínimo conocimiento de lo que es el marxismo y que, acostumbrada a pensar en términos nacionales, no puede concebir análisis internacionales de los fenómenos políticos. Por lo tanto, nos parece útil proporcionar algunas claves para leer y volver sobre algunos aspectos olvidados del ’68 que ayudan a comprender mejor el movimiento en sus diferentes dimensiones.

Este nuestro breve artículo pretende esbozar un marco interpretativo general en el que inscribir otras reflexiones sobre algunas de las principales experiencias que caracterizaron el movimiento del ’68 y que publicamos en la revista Trotskismo oggi: además de un artículo sobre 1968 en Italia, hemos optado por enfocarnos en acontecimientos que en los últimos años a menudo se dejan de lado cuando hablamos del ’68, a saber: la Primavera de Praga y la Revolución Cultural China.

La dialéctica internacional de expresiones nacionales de la lucha de clases

“París, Da Nang, Praga – contra el capitalismo, contra el imperialismo y contra la burocracia: los tres frentes de la revolución mundial avanzaban casi al mismo ritmo”. (3) Esta es la descripción que hacen veinte años más tarde, algunos de los protagonistas del movimiento del ’68: la excepcionalidad de las movilizaciones de aquellos años era que para encontrar en la historia un momento con los movimientos revolucionarios extendidos por todo el mundo había que volver a los años inmediatamente posteriores a las dos guerras mundiales o a 1848, pero en el caso del ’68, las movilizaciones, incluso con grandes diferencias entre los distintos países, duraron casi una década. Las primeras protestas estudiantiles, que son generalmente consideradas como los albores del movimiento internacional del ’68, se produjeron en el otoño del ’64 en el campus californiano de Berkeley, mientras que como la última expresión de esa ola de radicalización podrían considerarse la Revolución Portuguesa (4) de ‘ 74-’75 y el movimiento del ’77 en Italia. (5)

Claramente, dada la extensión mundial de las movilizaciones, no se debería pensar en un movimiento con características idénticas en cada país, sino que, por el contrario, la radicalización en los diversos Estados siguió una dinámica diferente debido a la condición del país, la composición social de la población, las tradiciones locales de la lucha de clases, que, no obstante, iban a formar un solo (aunque no unitario) movimiento internacional de rebelión esencialmente por dos razones: la primera es que la movilización en uno o más países influenciaba directamente la radicalización en los otros, la segunda es que había algunos rasgos comunes de la movilización en los diferentes países.(6)

Este fenómeno ha sido descrito, por autores no ciertamente trotskistas, como “desarrollo desigual y combinado de los movimientos antisistema de los años ’60 y ’70” (7). Más allá de la inexactitud de parte de la definición (8), es una fórmula que describe bien la dinámica de la lucha de clases internacional en aquellos años, en los que la explosión y el desarrollo de varios movimientos que asumían un alcance revolucionario hacía imposible determinar todos los innumerables factores que influenciaban y radicalizaban las movilizaciones que luego actuaban como un estímulo para reavivar en un nivel más alto la movilización en los países que se habían movilizado primero.

Fue así, por ejemplo, que la movilización de los estudiantes estadounidenses de Berkeley, a su vez “heredera” de la experiencia de las movilizaciones por los derechos civiles y de los negros de principios de los ’60 (donde se vio por primera vez la práctica del sit-in [sentada], que luego se reanudó en la primera parte del movimiento estudiantil) influyó en la movilización de los estudiantes en Europa (Italia y Francia en primer lugar) y en América Latina, especialmente en México y Argentina. La movilización estudiantil en Francia se soldó inmediatamente con las reivindicaciones obreras que luego dieron lugar a la crisis revolucionaria más importante del ’68, el Mayo francés, que sirvió de ejemplo, al año siguiente, para el “otoño caliente” italiano y para el “Cordobazo” argentino.(9)

Mientras tanto, las dificultades que encontró el imperialismo estadounidense en el conflicto de Vietnam (la ofensiva de Têt, en enero de 1968) comenzaron a reflejarse en la sociedad civil estadounidense, radicalizando en primer lugar las protestas estudiantiles y, en poco tiempo, dando vida a un movimiento de masas contra la guerra, compuesto principalmente (pero no solo) de jóvenes que no querían ir a morir en una guerra que se percibía cada vez más como errónea: extendiéndose a otros países del mundo, primero por parte de los grupos políticos, que luego involucraban a cada vez más franjas de la población, se transformó en un movimiento internacional de solidaridad con Vietnam. Este movimiento, que también incluía sectores pacifistas, contribuyó a la difusión de una fuerte conciencia antiimperialista incluso entre las masas populares menos politizadas (también gracias a la concurrencia de otros factores, principalmente la energía revolucionaria de la Revolución Cubana (10) y el ejemplo del Che Guevara), relanzando así la movilización general en un nivel más alto.

Los ejemplos que hemos dado aquí (y podrían darse otros muchos) delinean, creemos que de modo suficientemente preciso, la dinámica con la cual gradualmente la movilización se extendía geográficamente en nivel internacional y se radicalizaba en nivel nacional. Aún no está claro el grado de homogeneidad ideológica de las distintas expresiones nacionales de la lucha de clases: no creemos que se pueda hablar de un movimiento unitario desde el punto de vista ideológico o del grado de conciencia en nivel mundial, pero podemos identificar algunas temáticas comunes en la radicalización de las masas de los diferentes países. Estos son, por ejemplo, el internacionalismo y el antiimperialismo, de los cuales ya hemos hablado brevemente, y un antiautoritarismo generalizado que comenzaba por un profundo, aunque confuso, antiestalinismo de los sectores más politizados y radicalizados de la juventud, que nos parece lo más interesante para profundizar, incluso a la luz de dos acontecimientos que han marcado profundamente el ’68: la Gran Revolución Cultural Proletaria en China y la Primavera de Praga en Checoslovaquia.

El antiestalinismo del Sesenta y ocho entre la Revolución Cultural China y la Primavera de Praga

Es importante señalar a la vez que este antiestalinismo, que era casi innato en el movimiento, identificaba el estalinismo con su expresión fenoménica de la Unión Soviética, sus Estados satélites y los partidos comunistas leales a la política de la burocracia de Moscú, pero no fue capaz, por la comprensible falta de conocimientos teóricos en sectores jóvenes de la clase que se movilizaba, de identificar lo que el estalinismo era en su esencia, es decir, la subordinación de la lucha de clases internacional a las necesidades de una casta burocrática nacional. No eran considerados como estalinistas ni el Partido Comunista chino ni el vietnamita ni el cubano (que completó su plena adhesión al estalinismo en la segunda mitad de los años sesenta). Las razones son fáciles de identificar: en primer lugar, la política de coexistencia pacífica de la Unión Soviética en ese momento fue vista como un fracaso ante el imperialismo y una falta de solidaridad internacionalista con la lucha de los pueblos coloniales por su independencia; en segundo lugar, en todos los países, las traiciones de los partidos comunistas a las luchas de los trabajadores habían sido ampliamente probadas. China, sin embargo, se encontraba en esos años en una difícil situación económica –mucho más que la Unión Soviética–, tanto debido a la mayor falta de desarrollo de China en la época de la revolución en comparación con Rusia, como por las malas decisiones de los dirigentes maoístas, y estaba bajo la amenaza directa y concreta (o al menos percibida como tal) del imperialismo estadounidense: la crisis de las relaciones chino-soviéticas, que se produjo desde finales de los ’50 y se intensificó en la primera mitad de los años ’60 (con el retiro de los asesores económicos de Moscú), se unía a la lucha de tendencias dentro de la burocracia del PCCh, donde la línea moderada de Liu Shaoqi estaba a favor de un acercamiento a Moscú, por estar más en sintonía con las posiciones soviéticas que con la línea de Mao y de Lin Piao. Con el inicio de la Revolución Cultural, que fue un intento de manipulación por parte de la fracción de Mao y Lin Piao, el descontento de los jóvenes estudiantes contra las estructuras burocráticas de las universidades y del partido, que, en las intenciones de Mao, debía dirigirse contra la fracción rival, pero que amenazaba con convertirse en un golpe mortal a la dictadura burocrática china (11), se multiplicaron los ataques a la URSS, y se llegó a afirmar que Khruschev había restaurado el capitalismo en la Unión Soviética (y Liu Shaoqi quería hacer lo mismo en China).

La Revolución Cultural fue percibida en el extranjero gracias a la propaganda maoísta que intentaba hacer pasar el mismo concepto también entre las masas chinas (lo que consiguió hacer muy bien, viéndose entonces obligado a recurrir al ejército de Lin Piao para normalizar la situación y reprimir a los grupos extremistas de las Guardias rojas) (12), como una segunda revolución contra la burocracia del partido, una lucha entre dos líneas dentro de los partidos comunistas: la revisionista y restauracionista burguesa y la revolucionario proletaria, casi como un intento de autorreforma por parte del maoísmo, en el sentido antiburocrático de la dictadura del proletariado. (13)

Esta percepción también se vio favorecida por la falta de información proveniente de China, en parte debido al control dictatorial de la burocracia del PCCh, en parte por las obvias dificultades del idioma y de la traducción, por lo cual se podía disponer (especialmente en el primer período) solo de los documentos y de las declaraciones oficiales hechas por el régimen, y era casi imposible tener acceso a la documentación de los grupos de las Guardias Rojas que no gozaban de la aprobación maoísta, es decir, aquellos que criticaban desde la izquierda el régimen chino.

La acción del Partido Comunista chino se veía tan en claro contraste con la del Partido Comunista de la Unión Soviética, que no solo se autorreformaba y cedía cada vez más frente al imperialismo estadounidense, sino que reprimía en sangre la tentativa de autorreforma del Partido Comunista de Checoslovaquia bajo la dirección de Dubček. (14)

A pesar de lo absurdo de las posiciones chinas en la Primavera de Praga, que la consideró como un intento de restablecimiento del capitalismo fomentado por el imperialismo norteamericano (por tanto, no sustancialmente diferente de las propias posiciones soviéticas), la condena a la intervención soviética como “social-imperialismo” atrajo la simpatía de los jóvenes que se radicalizaban en aquellos meses de luchas: era una explicación mucho más inmediata y al parecer más convincente que la tesis trotskista sobre la naturaleza reaccionaria del estalinismo, sobre la naturaleza social de la URSS, etc. Nadie recordaba el apoyo dado por Mao a la invasión de Budapest doce años atrás…

El apoyo dado por Castro a la invasión soviética de Praga contribuyó a presentar el maoísmo como la única alternativa revolucionaria al estalinismo soviético, un mito que afortunadamente duró muy poco, aunque lo suficiente, especialmente en algunos países (incluida Italia). Por lo que la joven vanguardia, cuyo antiestalinismo ‘primitivo’ fue seducido por una variante nacional específica del estalinismo, nunca fue capaz de desarrollar una coherente visión internacionalista y revolucionaria, sino que quedó encallada en un confusionismo ecléctico, hecho de movimientismo y espontaneidad, gérmenes del maoísmo que, más adelante, llevaría al reflujo de las movilizaciones (antes o después, dependiendo del país), al abandono consciente de la perspectiva revolucionaria (aunque distorsionada e ilusoria) en favor de capitulaciones reformistas y parlamentaristas, hasta pasar directamente al campo de la burguesía.

Pero, al final de cuentas, incluso sin el maoísmo, en ausencia de un partido revolucionario sólido en el programa, todo esto habría ocurrido de todos modos.

Conclusiones

Nos hemos limitado en este artículo a señalar algunos aspectos que consideramos controversiales y dignos de atención. Por otro lado, hay una vasta literatura sobre 1968, que cualquier persona que quiera profundizar sobre esto puede hacerlo (15). 1968 fue, en última instancia, todo eso y mucho más: fue el estallido revolucionario internacional de la energía revolucionaria concentrada de las masas debido a la acumulación, en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, de una serie de profundas contradicciones, tanto en los países imperialistas y en las colonias como en los Estados obreros por causa de las direcciones burocráticas que los gobernaban.

Sin duda, el Mayo francés fue la expresión más aguda de esta explosión mundial: fue una verdadera crisis revolucionaria, una señal de que el ’68 no fue una transición indolora para la burguesía, que llevó años para recuperarse de las conquistas arrancadas por los trabajadores y las masas en esa época de luchas.

Una vez más, lo que se desprende como lección de estos acontecimientos es la necesidad absoluta de un partido revolucionario para intentar responder, de manera eficaz y en favor de la clase obrera, a los desafíos que plantea el desarrollo de la sociedad capitalista y de la lucha de clases, y la necesidad de una Internacional revolucionaria centralizada para analizar los eventos en escala global y dar una respuesta global a la crisis del sistema imperialista. Por la ausencia de una dirección revolucionaria, la clase obrera no fue capaz de explotar la brecha abierta en el sistema capitalista a finales de los años 60 para derrocarlo: no fue, de hecho, 1968 el que permitió la renovación del sistema capitalista, sino más bien las contradicciones de un sistema que abandonaba una estructura de producción que gradualmente agotaba su fuerza motriz (la fordista que se impuso después de la Segunda Guerra Mundial) para permitir la explosión de un movimiento que cuestionaba no solo el sistema imperialista sino también la dominación de la burocracia estalinista en el movimiento obrero mundial, dominación que había permitido que el capitalismo mundial sobreviviera al último período revolucionario en el final de la Segunda Guerra Mundial.