Este artículo forma parte de la serie El Franquismo no murió con Franco que publicamos a lo largo de 2025 por los 50 años de la muerte del dictador.
La II República fue una experiencia breve, pero que marcó de manera imborrable nuestra historia. Aún su bandera se sigue ondeando de manera común en las movilizaciones sociales, asociada al progreso, a la democracia y a la izquierda. Corriente Roja somos una organización orgullosamente republicana, y justamente por ello hacemos una lectura crítica de la experiencia de los años 30. Quien no estudia la historia rigurosamente, está condenado a repetir los mismos errores. Para que la III sea la definitiva, hay lecciones que aprender.
Por Juan R
La llegada de la II República
El final del S. XIX y el arranque del XX estuvo marcado en España por la conflictividad social obrera, por la lucha campesina y jornalera, por la ebullición de las distintas nacionalidades dentro del Estado y por la lucha contra el clero y la monarquía. La revolución rusa de 1917 encontró un fuerte eco en nuestro país, algunos ejemplos de ello fueron el “trienio bolchevique” en Andalucía o la huelga de la Canadiense en Cataluña. La burguesía apostó durante esta época decididamente por la represión más violenta y descarnada, por el pistolerismo, asesinando a cientos de militantes obreros, como Salvador Seguí.
Finalmente, con la intención de dominar férrea y completamente la situación, el ejército en alianza con el rey Alfonso XIII dio un golpe de estado en 1923, estableciendo una dictadura comandada por Miguel Primo de Rivera. Sin embargo, a lo largo de los años de su existencia, la dictadura no consiguió aplastar a la oposición, y el nuevo régimen se resquebrajó horadado por la inestabilidad. La crisis económica de 1929 echó más leña al fuego del descontento y la agitación constante y, finalmente, en 1930 el dictador dimitió, dando paso a un breve periodo conocido como la “dictablanda”.
El rey, que había atado su futuro al de la dictadura, estaba fuertemente desacreditado. A medida que el movimiento obrero y las luchas sociales crecían, el republicanismo se extendía cada vez con más fuerza, llegando a protagonizar una intentona, la sublevación de Jaca. Este republicanismo constituido políticamente en “comité revolucionario”, a pesar de estar basado en la agitación obrera, era liderado por tendencias políticas de la pequeño burguesía progresista, situándose el PSOE y la UGT como su vagón de cola. Es necesario puntualizar que estas organizaciones tienen poco que ver con las que son hoy, convertidas en socioliberales. En aquel momento, aunque reformistas, eran organizaciones obreras que aún hablaban del socialismo y la revolución, así fuera de manera inconsistente.
Finalmente, las elecciones del 12 de abril de 1931, que habían sido entendidas como un plebiscito sobre la monarquía, arrojaron un resultado favorable a las candidaturas republicano-socialistas en las capitales de casi todas las provincias. Al tiempo que el Rey se exiliaba, desde los ayuntamientos se proclamó la II República.
Seis años de República
Tras décadas de conflictividad obrera y social, tras la monarquía y la dictadura, la República fue acogida con júbilo y esperanza generalizada. Se abrieron grandes expectativas sobre condiciones laborales y reforma agraria, sobre democracia y laicismo, sobre reconocimiento de las nacionalidades del Estado y descolonización en África, sobre educación y derechos de la mujer.
Sin embargo, el nuevo régimen no tardaría en mostrar sus límites al respecto, y el entusiasmo inicial fue poco a poco convirtiéndose en desencanto. La II República se caracterizó por quedarse a medias en todo. Entre la revolución y la reacción intentó una vía intermedia que amortiguara el conflicto entre las clases… para finalmente, en los momentos cruciales, ponerse del lado de la reacción, por acción u omisión.
El ejemplo más claro de ello fue su política para las fuerzas policiales y el ejército. En ningún caso tomó medidas contundentes contra los conspiradores. A la reaccionaria Guardia Civil no la tocó, pero creó un cuerpo policial paralelo más en sintonía con el nuevo régimen, la Guardia de Asalto.
En cada aspecto fue parecido: la reforma agraria fue tan tímida que en Extremadura, hartos de esperar, los yunteros ocuparon las tierras. Se aprobó la autonomía de Galicia, Euskadi y Cataluña (la de Andalucía se interrumpió por el golpe de estado), pero no hubo autodeterminación ni descolonización de Marruecos y el Sáhara. La educación laica avanzó, pero la Iglesia mantuvo una posición predominante. Las reivindicaciones obreras seguían insatisfechas, estallando gran cantidad de huelgas.
Incluso con los generales ultraderechistas que finalmente acabaron con ella, la República fue condescendiente. En 1932 hubo una primera intentona golpista frustrada, comandada por Sanjurjo, que fue amnistiado y pudo participar en la conspiración posterior. El resto de generales que jugaron un papel clave en el golpe de 1936 ni siquiera fueron expulsados del ejército, simplemente fueron desplazados a plazas periféricas. Mola a Navarra, Franco a las Canarias.
En contraste, contra la clase obrera movilizada sí descargó toda su furia, y no únicamente durante el bienio negro de gobierno derechista. Hubo momentos clave que sepultaron las esperanzas en el nuevo régimen. En 1933, reprimió con salvajismo el alzamiento jornalero de Casas Viejas (Cádiz). En 1934, en un contexto marcado por la llegada de los nazis al poder en Alemania, la Revolución de Asturias desencadenada contra la amenaza fascista que suponía el acceso del ultraderechista Gil Robles de la CEDA al gobierno fue ahogada en sangre.
Así, si la II República no contó con la simpatía de los grandes terratenientes, industriales y banqueros, golpe a golpe perdió el apoyo de la clase trabajadora. A medida que la experiencia republicana avanzaba, cada vez se pitaba más el himno de Riego para entonar “La Internacional” o “A las Barricadas”, se arracaban banderas republicanas para colocar banderas rojas o rojinegras en su lugar.
La guerra civil
El proyecto reformista republicano no contentaba a casi nadie, y la guerra civil supuso la crisis final de todas las tensiones acumuladas, un último acto tan heroico como trágico. Tras la victoria del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, las grandes masas obreras entraban en acción, liberando inmediatamente a los miles de presos y presas políticos que se pudrían en las cárceles. La situación era más de lo que la burguesía podía tolerar, asustados ante la posibilidad de una nueva Revolución. Inmediatamente, los generales facciosos comenzaron a preparar el golpe. A pesar de que la conspiración era un secreto a voces, la República no tomó medidas para evitarlo. Una vez iniciado, no lo combatió consecuentemente.
Tras el golpe de estado de 1936, la República racaneó armas a la clase obrera, y siguió atentando contra sus conquistas más sentidas, como las colectivizaciones de la revolución social desencadenada. Sevilla es un buen ejemplo de todo ello.
Ante la inminencia del golpe, el gobierno republicano concentró el armamento en los cuarteles ubicados en zonas nobles de la ciudad, para evitar que en el previsible asalto del populacho a los cuarteles y comisarías de sus barrios, cayera en sus manos. Ya con el ejército sublevado, la misma delegación del gobierno republicano desalojó a la masa de población que había rodeado los cuarteles, permitiendo que las tropas golpistas pudieran desplegarse con facilidad. El alcalde había declarado que “prefería una dictadura de bota militar a una de alpargata” y ante el avance fascista, abrió las puertas del ayuntamiento. El gobernador militar conocía el plan de sublevación y no hizo nada por impedirlo, traspasando su autoridad sin resistencia a Queipo.
En lo que sí se esmeró con fuerza el gobierno republicano fue en desmontar las conquistas revolucionarias impulsadas por la clase obrera. Ante el golpe y la permisividad republicana, quien frenó al fascismo fue la clase obrera organizada. En esa explosión, una auténtica revolución social se desató a todos los niveles. Se formaron milicias de cada partido o sindicato obrero, se expropiaron industrias y tierras y se hicieron producir bajo control obrero, los grandes hoteles de lujo fueron transformados en comedores populares u hospitales. Incluso se formaron proto-gobiernos revolucionarios, como la Junta de Defensa de Aragón o el Comité Central de Milicias Antifascistas.
Antes de que Franco nos exterminara, la República ya había disuelto todo aquello. Se restauró el viejo ejército con su reaccionario código militar disolviendo las milicias, las industrias y el comercio fueron quitadas de las manos obreras, las mujeres ya no podían ser milicianas y de nuevo eran confinadas como amas de casa, el ejército republicano bajo influencia estalinista invadió Aragón disolviendo las colectividades y acabando con el Consejo de Defensa.
En toda esta política contrarrevolucionaria de la República, los dirigentes del PSOE, de la UGT y muy particularmente del PCE a las órdenes de Stalin fueron destacados protagonistas. Tristemente, bajo la presión de mantener la “unidad antifascista”, incluso la mayoría de la dirección de la CNT y el POUM fueron seguidistas. Durruti, la única gran figura que se revolvió con contundencia contra el gobierno frentepopulista, murió demasiado pronto. Los bolchevique-leninistas (trotskistas) eran demasiado pequeños para jugar un papel determinante.
Centralizar y coordinar el esfuerzo de guerra era ciertamente una necesidad inapelable. Pero esa centralización ocurrió a través de restaurar el orden burgués y no desarrollando la revolución social en marcha. El entusiasmo que había electrificado a la clase obrera, que luchó a muerte logrando frenar al fascismo en las principales ciudades y avanzar a la ofensiva con sus columnas milicianas sobre los territorios controlados por los golpistas en los primeros momentos de la guerra, era ahogado por el gobierno republicano. A medida que la clase obrera era golpeada, se debilitaba su moral de lucha y el frente se resquebrajaba. Las razones para dar la vida luchando hasta el final se perdían cada vez más y los mejores cuadros obreros morían o eran encarcelados.
La puntilla final fueron los hechos de mayo del 37. El gobierno republicano intentó recuperar el control de la Telefónica de Barcelona, que seguía controlada por los trabajadores. La clase obrera respondió a la provocación y la ciudad se cubrió de barricadas. De nuevo volvió la atmósfera revolucionaria del verano anterior, la victoria volvía a ser posible. Pero los principales dirigentes obreros (de la CNT, con la colaboración de los del POUM) llamaron a la calma, hicieron todo lo posible por salvaguardar al gobierno republicano. La clase obrera, desorientada una vez más, terminó replegándose agotando sus energías. Aprovechando el momento, el gobierno republicano reprimió a los sectores revolucionarios. Cuando las tropas de Franco tomaron Barcelona, en la Modelo de Barcelona había más presos antifascistas (anarquistas, poumistas y trotskistas) que fascistas. Poco más hay que añadir.
La gran enseñanza para la actualidad es que no existe una posición intermedia entre la revolución y la reacción. La tensión entre las clases, cuando se agudiza, desgarra cualquier intento equidistante. Como se canta en las manifestaciones “no hay otra manera, o con la patronal o con la clase obrera”. La III República será obrera y socialista, o seguramente sea efímera e inestable, como lo fueron las dos anteriores.