«Poco después de que Stalin llegara al poder, empezaron a desaparecer las fotografías de su rival Liev Trotski, figura monumental en las revoluciones de 1905 y1917. Ocuparon su lugar cuadros heroicos y totalmente antihistóricos de Stalin y Lenin dirigiendo juntos la Revolución bolchevique, mientras Trotski, el fundador del Ejército Rojo, no aparecía por ninguna parte.

“Esas imágenes se convirtieron en iconos del Estado. (…) Las nuevas generaciones crecieron creyendo que aquella era su historia. Las generaciones anteriores empezaron a pensar que recordaban algo, una especie de síndrome de falsa memoria política. Los que conseguían acomodar sus recuerdos reales a lo que los líderes deseaban que creyeran, ejercitaban lo que Orwell describió como “doble moral”. Los que no podían, los bolcheviques viejos que recordaban el papel periférico de Stalin en la Revolución y el central de Trotski, eran denunciados como traidores o pequeño-burgueses incorregibles, “trotskistas” o “trotsko-fascistas”, encarcelados, torturados y, después de ser obligados a confesar su traición en público, ejecutados. Es posible -dado el control absoluto sobre los medios de comunicación y la policía- reescribir los recuerdos de cientos de miles de personas si hay una generación que lo asume (…)

“En nuestra época, con la fabricación de imágenes fijas realistas, películas y videocintas tecnológicamente a nuestro alcance, con la televisión en todos los hogares y el pensamiento crítico en declive, parece posible reestructurar la memoria social sin que la policía secreta tenga que prestar una atención especial. (…) Pero es difícil mantener siempre ocultas verdades históricas poderosas. Se descubren nuevas fuentes de datos (…). A finales de la década de los ochenta y aún antes, Ann Druyan y yo introdujimos clandestinamente en la Unión Soviética ejemplares de la Historia de la Revolución Rusa de Trotski para que nuestros colegas pudieran saber algo de sus propios orígenes políticos (…)

“El escepticismo tiene por función ser peligroso. Es un desafío a las instituciones establecidas. Si enseñamos a todo el mundo, incluyendo por ejemplo a los estudiantes de educación secundaria, unos hábitos de pensamiento escéptico, probablemente no limitarán su escepticismo a los ovnis, los anuncios de aspirinas y los profetas canalizados de 35.000 años. Quizá empezarán a hacer preguntas importantes sobre las instituciones económicas, sociales, políticas o religiosas. Quizá desafiarán las opiniones de los que están en el poder. ¿Dónde estaremos entonces?»

Carl Sagan, «El mundo y sus demonios: La ciencia como una luz en la oscuridad» (1995), Ed. Planeta, pp 446-448.