Los extranjeros que vinieron a Rusia llevarán consigo buenos recuerdos sobre la hospitalidad de un “país feliz”. Sea por la simpatía de las personas en las calles, por la delicias de la cocina rusa, por la belleza de las catedrales, por el transporte público de calidad, o por las calles limpias y los estadios modernos. No era raro escuchar a extranjeros deslumbrados decir “nosotros también necesitamos de un presidente como Putin”.

Pues he aquí que el día de la abertura de la Copa del Mundo el gobierno ruso anunció el aumento de la edad mínima para la jubilación, en cinco años para los hombres y siete para las mujeres. Durante los juegos emocionantes y las victorias de la Selección Rusa, los altos burócratas del gobierno estaban en sus gabinetes, dedicados a preparar la ley de la reforma de la previsión, para aprobarla lo más rápidamente posible. Pero los hinchas que vinieron a visitar el país no vieron ninguna reacción popular contra esta reforma, ¡ya que manifestaciones y actos de protesta estaban prohibidos en las ciudades sedes de los juegos!

En las vísperas de la Copa hubo un gran aumento del precio de la gasolina. Putin hace tiempo insiste con su súper idea de transformar a Rusia en una “superpotencia energética” y el resultado fue que el país se hizo dependiente del petróleo, del gas y derivados. A cada aumento en el precio de los combustibles, siguen aumentos de los precios en los mercados y la caída de los salarios. Rusia vende el gas a Europa, garantizando así el funcionamiento de las fábricas y usinas de allá, mientras en el interior de Rusia se profundiza el proceso de desindustrialización y primitivización de su producción, con cierre y desmantelamiento de sectores enteros. Equipos y tecnología son traídos de afuera, de los países imperialistas, así como capital y crédito. Hace tiempo que Rusia se tornó una gran empresa de capital abierto, puesta a la venta por su gerente general, aquel conocido Putin, oriundo de los oscuros servicios secretos soviéticos de la ex KGB.

Vendiendo enormes recursos del país, el gobierno saquea y asfixia a su pueblo, envenenándolo con dosis bestiales de chovinismo y preconceptos a través de los medios de comunicación estatales. La propia Copa del Mundo, así como la Olimpíada de Invierno en 2014, fueron presentadas como demostración de que Rusia “se levantó del piso”. Nada más falso: el pueblo vive cada vez peor y más empobrecido. En las ciudades pequeñas y medias sobran inmundicias, por toda Rusia las viviendas están cayéndose a pedazos, escuelas y hospitales son cerrados o rematados, hay récord de alcoholismo y violencia doméstica contra las mujeres. Un dato ilustrativo del conjunto: Rusia figura en primer lugar en el mundo en cantidad de jóvenes que cometen suicidio. Solo que todos estos problemas están escondidos atrás de las bellas fachadas de la gran fiesta deportiva, con algunas decenas de predios y vagones de trenes reformados y decorados y calles limpias en la región central de las ciudades sedes de los juegos.

Rusia es un país enorme, pues ya fue un imperio. Hasta hoy, muchos países dependen de su economía, industria, finanzas. Millones de obreros y de trabajadores del Asia Central viene a Rusia para trabajar a cambio de centavos en aquellos servicios sucios, pesados, mal pagos y degradantes. Y a pesar de que ellos crean la riqueza de Rusia, lo único que reciben a cambio son razzias de la policía, arbitrariedades de los patrones, y desprecio de una parte de los rusos.

Además, durante la Copa, Rusia daba seguimiento a sus vergonzosas guerras en Ucrania y en Siria. El gobierno Putin teme tanto la insatisfacción popular que envió tropas a estos países para destruir las verdaderas revoluciones de estos pueblos contra sus tiranos. Ocupó la península de Crimea, arrancándola de Ucrania, desencadenó la guerra en el Donbass (Este de Ucrania) y después, con sus bombas y aviones, destruye las ciudades sirias.

Es una gran desgracia que la mayoría de los rusos apoye estas guerras, viendo en ellas el tal “renacimiento de Rusia”, que viene también con la Copa y con las Olimpíadas. Tal comportamiento conduce solamente al odio por parte de los pueblos árabes y ucraniano, que se mantendrá por décadas. Y este no es el único tipo de sangre en las manos de Putin. Él es responsable por el genocidio checheno y por el establecimiento de dictaduras por el Cáucaso. Y todos estos crímenes son cometidos con un mismo objetivo: vender nuestro país al imperialismo, en condiciones más ventajosas para los oligarcas y altos burócratas del gobierno.

Probablemente, pocos sepan de la lucha iniciada en los primeros días de la Copa del Mundo en las prisiones de Rusia. En Rusia hay cerca de 70 presos políticos, condenados por luchar contra la ocupación de Crimea y las agresiones rusas en el Donbass. El más famoso de ellos es el director de cine ucraniano Sentsov, condenado a 20 años de prisión (!), que inició una huelga de hambre con la exigencia de libertad para todos los presos políticos ucranianos en prisiones rusas. Viene siendo apoyado por otros presos. Su lucha sigue, y es acompañada por toda Ucrania, pero, ¿quien escuchó sobre eso aquí, en las limpias calles de las ciudades rusas?

Pues eso es Rusia hoy: una “potencia” que viene siendo colonizada, al mismo tiempo que guerrea contra sus ex colonias. Que se hunde más y más en la miseria y en el frenesí chovinista.

Hablar de tales cosas sobre su propio país es difícil. Pero el hecho es que esta es la amarga verdad. Exactamente esta verdad nos reclama cada día que no se puede tolerar esta situación. Y por eso es necesaria una revolución, que ponga fin al dominio de oligarcas, hombres de negocios, banqueros, patrones y burócratas.

No tenemos cómo prever cuándo esta revolución vendrá. El descontento con la reforma de la previsión y los aumentos de los combustibles ya se reflejaron en la caída abrupta de la popularidad del gobierno; la propaganda chovinista no conseguirá esconder para siempre la dura verdad de que Rusia viene siendo colonizada por las potencias imperialistas a través de su capataz, el gobierno Putin. Y que las guerras de este contra otros pueblos solo sirven a los oligarcas, los burócratas y el imperialismo.

El poder debe ser tomado en sus manos por aquellos que no quieren guerras, que quieren vivir en paz, que saben lo que significa ser explotado y oprimido, o sea, los obreros y trabajadores de las diversas nacionalidades. Para eso es necesario un partido, obrero, internacional y revolucionario, la IV Internacional.

Traducción: Natalia Estrada.