Desde que VOX pisase con fuerza la arena electoral, el centro de las campañas de la izquierda institucional estatal (PSOE, UP, Más País) ha sido apelar a que se vote a sus partidos para establecer un “cordón sanitario frente al fascismo”, mientras un sector del PP dio un giro ultraderechista para aprovechar ese nuevo espacio electoral, con Ayuso como su máximo exponente. Si la izquierda parlamentaria instrumentaliza el peligro de la ultraderecha, a VOX y afines peperos les viene de perlas que se les identifique como lo contrario a un gobierno bajo el cual el riesgo de pobreza aumentó un punto en 2022 hasta alcanzar el 27’8% de la población. Parece que ambos bandos salen ganando con la existencia del otro. 

¿Por qué crece la ultraderecha?

En apenas 3 años, los votos obtenidos por VOX en las Generales crecieron espectacularmente: de 47.182 en las Elecciones de 2016 a 2.664.325 y 3.640.063 respectivamente en las primera y segunda vuelta de las Generales de 2019. VOX fraguó su popularidad en oposición a la izquierda parlamentaria que había apoyado la moción de censura a Rajoy para dar paso al PSOE, con Pedro Sánchez a la cabeza. Por su parte, Ayuso consiguió casi un millón de votos más en las Elecciones de 2021 que en las de 2019, también en oposición al gobierno central PSOE-UP.

Si nos centramos en las Elecciones Generales de 2019, no sólo es relevante el vertiginoso ascenso de VOX, sino también el hecho de que la participación en la segunda vuelta bajase 6 puntos (alcanzando el mínimo histórico desde el fin del franquismo), lo que demuestra que la polarización política no se traduce únicamente en el crecimiento de la ultraderecha, sino también en el aumento de la desconfianza en la democracia parlamentaria. 

La polarización social, de la que el crecimiento de la ultraderecha es sólo un síntoma (también lo son los crecientes conflictos laborales), es consecuencia de la falsa recuperación económica que desde la crisis de 2007/2008 ha ido ahogando a la clase trabajadora y a la pequeña empresa. Desde entonces hemos sufrido 3 Reformas Laborales (PSOE, PP, PSOE-UP respectivamente) que han estandarizado los sueldos de miseria a través de las jornadas parciales y los contratos temporales (en los que incluimos a los fijos-discontinuos); también hemos sufrido el aumento de la edad de jubilación de los 62 a los 67 años y la desinversión/privatización de los Servicios Públicos, que desde la modificación del artículo 135 de la Constitución por el PSOE de ZP, han visto un deterioro alarmante. A día de hoy y bajo el gobierno “más progresista de la historia”, la inflación galopante devora nuestros salarios mientras eléctricas, Bancos y supermercados alcanzan beneficios récord. 

Si entendemos el crecimiento de VOX en oposición a una “izquierda” que mantiene en la precariedad a la mayoría, podemos explicar su presencia en el gobierno de Andalucía tras casi 40 años de gobiernos del PSOE. 

Aunque, sí a lo que nos enfrentamos es al fascismo, tal como claman desde la izquierda parlamentaria, pareciera que votar a esa izquierda, aunque sea con la nariz tapada, es un “mal menor” que tenemos que asumir, para evitar el gran “mal mayor”.  

¿Es lo mismo fascismo que ultraderecha?

El fascismo es un fenómeno de masas por el que la burguesía arma a capas empobrecidas de la población para arremeter contra el movimiento obrero cuando éste supone una amenaza para la propiedad privada capitalista en el desarrollo de la lucha de clases. Por lo que no podemos decir hoy que VOX o el PP más rancio supongan fascismo, la caracterización errónea que hace la izquierda parlamentaria no sirve más que a sus propios fines electorales, que retroalimentan a la vez los de la ultraderecha.

No queremos menospreciar la esencia reaccionaria de proyectos ultraderechistas como el de VOX o figuras como Isabel Díaz Ayuso, más en el contexto del Estado español, en el que la derecha institucional representa la continuidad política del poder económico fraguado a golpe de represión y explotación durante el franquismo, con el beneplácito de una izquierda parlamentaria que, desde la Transición, y mano mano con la burocracia sindical, ha servido de dique de contención del movimiento obrero y popular, a cambio de su cuota en las instituciones. 

Decimos que la ultraderecha es reaccionaria en tanto juega un papel de división en la clase trabajadora. Su programa sitúa a los colectivos oprimidos (migrantes, mujeres, LGTBI) como chivo expiatorio ante la miseria generalizada a la que nos condena el capitalismo, del que, como hemos visto, también son guardianes la izquierda institucional. 

Además, la ultraderecha arremete descaradamente contra las libertades democráticas que la lucha de clases ha ido arrancando al Estado capitalista, libertades que si bien parciales por los propios límites materiales que impone el sistema, facilitan la organización independiente de la clase trabajadora. Un ejemplo de ello sería el derecho al aborto; la tentativa del gobierno de coalición PP-VOX de Castilla y la Mancha de imponer a las mujeres que quisiesen abortar, escuchar el latido de los fetos, tiene que ver con el ataque a un derecho, que si bien el Estado contempla parcialmente, tampoco garantiza plenamente, pues es un servicio altamente privatizado por el que gobiernos de todos los colores no están dispuestos a invertir. El intento de PP-VOX de atacar este derecho, ya parcial, es el de atacar la autonomía de la mujer trabajadora y por tanto, también su autonomía política. 

¿Basta con votar al “mal menor”?

Como hemos venido explicando, la ultraderecha se consolida en oposición a una supuesta izquierda que no acaba con los problemas sociales de la mayoría. Derrotar a la ultraderecha en las urnas, no es suficiente. Sin acabar con las condiciones sociales que permiten el fortalecimiento de la derecha y ultraderecha, ésta seguirá estando presente. Una supuesta izquierda que vela por el mantenimiento de las clases sociales y que no plantea la transformación socialista de la economía, siempre dará oxígeno político a la ultraderecha.

Para Corriente Roja el arma más potente que tiene la clase trabajadora es su organización independiente, no sólo contra la ultraderecha y el fascismo, sino también contra aquellos gobiernos que en nombre del progresismo, aplican las políticas hambreadoras que avivan la llama reaccionaria entre las masas que, sin una alternativa socialista real, aceptan la falsa salida del racismo, la LGTBIfobia y el machismo. 

Es solo la lucha organizada de la clase trabajadora, garantizando su autodefensa como en Grecia y su incansable lucha contra el ajuste patronal, que ha aniquilado a Amanecer Dorado por el camino, la que puede hacer frente a la ultraderecha y el fascismo, acabando de raíz con el retroceso, la decadencia y la barbarie a las que nos condena este régimen y este sistema económico, que son el caldo de cultivo de las ideologías reaccionarias. Una lucha organizada e independiente políticamente de la burguesía, que ponga contra las cuerdas a todos sus gobiernos y formas de dominación.