Siria se ha convertido en la Palestina del siglo XXI. La “naqba” siria ha producido hasta el momento más de 12 millones de desplazados internos, 4 millones de refugiados externos y 400.000 muertos. La mayor parte de ellos han caído bajo la represión del régimen de Bashar al Assad por haber participado en alguna movilización popular, o víctimas de los indiscriminados bombardeos con barriles bombas contra zonas “rebeldes”. O por la brutalidad del autodenominado Estado Islámico.Juan Parodi y Gabriel Huland

Muchos activistas honestos, defensores de la causa palestina y simpatizantes de la primavera árabe, se preguntan si todavía se puede considerar el conflicto sirio como una revolución popular, dado las enormes complicaciones a la hora de describir la situación y precisar los intereses en juego. La entrada de Rusia ha aumentado la sensación de caos, una vez que distintos analistas y la mayoría de los partidos de izquierda insisten en presentar a Putin como un líder “antiimperialista” movido por intereses contrarios a los de EEUU, la UE, el EI, Turquía y las monarquías del Golfo. Para algunos, incluso Assad también se trataría de un líder izquierdista progresivo, lo que es un disparate completo.

Rusia ha estado bombardeando Siria desde el 30 de septiembre, hace aproximadamente un mes y el balance provisorio de su actuación revela sus verdaderas intenciones, más allá del discurso de “combate al terrorismo”. Solo entre los días 29 y 30 de octubre, para que nos hagamos una idea, los aviones rusos han atacado a cerca de 118 objetivos, casi todos objetivos civiles en zonas “rebeldes”. En contraste, el Estado Islámico prácticamente no ha sido golpeado.

Según distintos medios independientes y organizaciones humanitarias, como la ONG Médicos Sin Fronteras, muchos hospitales han sido bombardeados, provocando un alto número de víctimas (pacientes y médicos). El 27 de octubre, el cuartel general del Ejército Sirio Libre (ESL) en Aleppo fue alcanzado por una bomba fabricada en Moscú. La intervención rusa ha generado asimismo un aumento en el número de refugiados que huyen a Europa.

El gobierno norteamericano, junto a otros aliados como Francia o Arabia Saudí, también está interviniendo y bombardeando en Siria. Obama ha anunciado recientemente que enviará tropas de élite, cerca de 50 combatientes que actuarán como asesores militares. Esta intervención también se cuida escrupulosamente de atacar al régimen de Assad.

El Observatorio Sirio de los Derechos Humanos ha informado que al menos 3.650 personas han muerto desde el inicio de las actividades de esta Coalición Internacional en Siria hace más de un año. En ambos casos los que se han visto más perjudicados por las bombas han sido los civiles y los grupos armados independientes que luchan bajo la bandera del ESL o de alguna brigada opositora a Assad.

La conferencia de Viena propone la permanencia del régimen mediante una salida negociada

Por primera vez desde el inicio de la revolución y posterior guerra civil, la mayoría de gobiernos que están interviniendo en el conflicto sirio se han sentado en una misma mesa para negociar e intentar llegar a un acuerdo. Según el diario El País, “la cumbre de Viena contará con la participación de los ministros de Exteriores de Alemania, Francia e Irán, así como de la jefa de la diplomacia europea, el emisario especial de la ONU para Siria y altos representantes de China, Irak, Catar, Líbano, Egipto, los Emiratos Árabes Unidos y Omán.

La lista de participantes en Viena expresa perfectamente bien la actual situación en el país árabe. Ningún grupo sirio, sea la Coalición Nacional Siria (el principal grupo de la oposición exiliada) o los grupos rebeldes que actúan sobre el terreno, fueron invitados a la Conferencia, lo que es la prueba más contundente de que ninguno de esos países está interesado en satisfacer las demandas de la Revolución Siria. La realidad es que a ninguno de estos países les importa realmente las vidas sirias que se están perdiendo, están preocupados simplemente por sus intereses políticos y económicos. Este hecho espeluznante es la característica más nefasta del actual sistema mundo en su fase decadente. Un sistema que observó impasible como una dictadura aplastaba a sangre y fuego el legítimo levantamiento de su pueblo, y sólo intervienen ahora para proteger sus intereses geopolíticos.

El complicado objetivo de la conferencia es reconducir la situación del país mediante una negociación que permita al régimen actual sobrevivir con el beneplácito internacional gracias a un cambio cosmético, empezando quizá por la salida impune de Assad e integrando algunas figuras “opositoras” bien controladas. Aunque sea difícil, no es un acuerdo imposible. Por una parte, la crisis de los refugiados está complicando la vida a los gobiernos europeos. Y por otra parte todos los gobiernos implicados están interesados en enterrar definitivamente las demandas y la revolución que protagonizaron hace 4 años los sirios.

El pueblo sirio nunca ha sido escuchado, no ha tenido el derecho de manifestarse en ningún momento, no ha sido un interlocutor válido para ninguna de las potencias mundiales. El Oriente Medio y el Norte de África ha sido y sigue siendo escenario de profundas revoluciones sociales que amenazan con cambiar el orden político y económico de países como Egipto, Túnez, Libia, Siria y Bahréin. Este es el verdadero miedo de los políticos y las empresas multinacionales que actúan en la zona. Que sus beneficios se vean amenazados por las masas árabes a las que solo les queda la alternativa de salir a la calle a protestar. Una revolución social victoriosa en la región puede empezar a cuestionar la dominación económica y política de las distintas potencias mundiales en la zona. A esta dominación económica y política parasitaria, existente en todo el mundo, le llamamos imperialismo y es a este sistema podrido al que debemos derrotar de manera unificada a nivel global.

Aunque en algunos momentos pueda parecer que no, Rusia, EEUU y la UE están totalmente de acuerdo en impedir una revolución victoriosa en el Medio Oriente. Para ellos, lo fundamental es recuperar la estabilidad en la zona y asegurar la existencia de Israel, un garante de los intereses imperialistas en la región, así como la buena relación con los países productores de petróleo, no importando si se tratan de dictaduras teocráticas, como las de Irán y Arabia Saudí, o dictaduras laicas, como los gobiernos de Siria y Egipto.