La mayoría de los trabajadores migrantes transfronterizos y estacionales en Europa, después que consiguen escapar de la ilegalidad, son los que hacen los peores trabajos en los principales países imperialistas del continente. En su mayor parte, de forma tercerizada, en pésimas condiciones de vivienda, con salarios bajos, horas no remuneradas, poco agua o protección contra la epidemia. Trabajando bajo presión, muchas horas, con sol abrasador o copiosas lluvias, sufriendo de agotamiento, abuso verbal, físico y hasta sexual. Actúan principalmente en el área de la alimentación (abate de animales y en el sector agrícola) y la construcción civil.

En el momento en que la pandemia de coronavirus y la crisis económica alcanzan duramente a Europa, son estos los trabajadores más afectados.

Los dirigentes de la Unión Europa (UE) reunidos en Bruselas previeron que una parte sustancial de los subsidios propuestos en los planes de recuperación serían destinados a apoyar a los propietarios de las estancias, inyectando casi 60.000 millones de euros en el sector en los próximos años; sin embargo, ninguna preocupación manifestaron con sus empleados.

Tuvo repercusión internacional el brote infeccioso entre los trabajadores del mayor frigorífico alemán, Tönnies, de propiedad de Clemens Tönnies, el “Barón de la Carne”. Este opera el mayor matadero del país, en las proximidades de Rheda-Wiedenbrück. Una multinacional que posee 28 filiales en todo el mundo, emplea a 16.500 personas, y en 2019 facturó más de 7.000 millones de euros.

Es conocida por haber perfeccionado el trabajo de extraer todo lo que puede de los animales y procesarlos, transformándolos en producto industrial. Tiene un alto volumen de producción: abate 55 millones de cerdos por año y hasta 500 vacas por día, reduciendo costos y abasteciendo carne barata para redes de supermercados que alimentan a la población de Alemania, que come cerca de 60 kg de carne por año (pollo, carne bovina y, especialmente, carne de cerdo). La empresa también envía productos alrededor del mundo, cuadriplicando las exportaciones para 82 países (la mayor parte va para China, donde las patas de cerdo, que no son del gusto de los consumidores en Alemania, son vendidas como un manjar). Opera instalaciones en Gran Bretaña y Dinamarca, siendo el mayor “player” [competidor] del país y uno de los cuatro mayores de Europa[1] (ninguno de ellos abate más cerdos que el alemán).

La mayoría de sus trabajadores son contratados en Europa Oriental, principalmente en Rumanía, por tercerizadas y subcontratistas, que cobran de estos trabajadores migrantes centenas de euros por los viajes y alojamientos. A tal punto que la ministro del Trabajo de Rumanía, Violeta Alexandru, reclamó del tratamiento dado a sus compatriotas.

Con la pandemia y muchos de ellos siendo afectados, los alojamientos de estos trabajadores se transformaron en verdaderas prisiones, con ventanas enrejadas, cuando fueron puestos en cuarentena. Se crearon bloqueos en las regiones próximas a las ciudades de Guterslöh y Warendorf.

Un ejemplo categórico de cómo el virus es capaz de extenderse rápidamente en las fábricas, de manera general, y en los mataderos de manera particular.

En Alemania los más pobres pagan el precio de la crisis

El gobierno Merkel es presentado como uno de los que mejor administró los efectos de la crisis de la pandemia. Pero lo que se hizo en este principal país imperialista de Europa fue que el Estado garantizó las ganancias de su burguesía, arrojando la cuenta de la crisis en los sectores más explotados de la clase trabajadora.

En febrero de este año, el gobierno estableció un Comité de Gerenciamiento de Crisis, de donde partieron las políticas económicas y fiscales que están siendo implementadas. Decretó la expansión del “trabajo de medio período” y la liberación de la “licencia con remuneraciones parciales”, con la suspensión de los contratos de trabajo regulares durante la pandemia.

Además, el Estado alemán cubre parte del salario de los trabajadores en estas condiciones, eximiendo a las empresas de pagar su parte en el sistema de seguro social, permitiendo a los capitalistas transferir costos laborales para el Estado, reduciéndolos, al mismo tiempo que suministra créditos y garantías a los mismos patrones.

Eso disminuye la recaudación de ingresos en tiempos en que los gastos con el seguro social deberían aumentar, generando un aumento de déficit público, que será pagado, nuevamente, por los trabajadores.

Como los nuevos programas introducidos por medio del Kreditanstalt für Wiederaufbau (KfW – Instituto de Crédito para Reconstrucción), el “Fondo de Estabilización Económica” (FSM) destina exclusivamente a grandes empresas fondos que llegan a 600.000 millones de euros. Beneficia a empresas como la Daimler AG, que está negociando una línea de crédito de 10.000 millones de euros, y a la compañía aérea Lufthansa, que busca subsidios de 9.000 millones.

Al mismo tiempo, el Estado renuncia a cualquier papel en la gestión de las empresas involucradas, para que no haya ninguna duda de que está apartándose de cualquier propuesta de estatización.

Mientras tanto, la clase trabajadora está siendo afectada con la pérdida de renta, debido a la disminución de las jornadas con disminución de salarios y el desempleo. Ningún otro auxilio público se decretó para los desempleados, además del que ya existe, y que solamente abarca a los trabajadores que forman parte del sistema de seguro-desempleo, excluyendo a los llamados trabajadores “marginales” (precarizados) o estacionales [temporarios], y abarcando solo un porcentaje de los salarios líquidos anteriores.

En abril, este subsidio aumentó a 70% del salario líquido (o 77% para los agregados familiares con hijos), para quien está desempleado hace más de tres meses; y 80% (u 87% para familias con niños) a partir del séptimo mes. Una reivindicación mínima, que era hecha por los sindicatos y la Die Linke, y que solo vale hasta el 31 de diciembre de 2020.

Lo que es no es suficiente para el costo de vida en Alemania. Como dicen los propios trabajadores alemanes: “un aporte que no nos deja morir de hambre, pero insuficiente para vivir”.

El gobierno imperialista alemán intenta posar como preocupado con los trabajadores y con los destinos de todos los países de Europa. Una gran mentira.

Para garantizar sus ganancias y su estabilidad, la burguesía de este país precisa que los países de Europa continúen comprando sus productos y garantizar la preservación del euro para su modelo de exportación, para así intentar encarar la brutal crisis económica que se aproxima. Y esta es la fórmula aplicada por todos los gobiernos capitalistas.

[1] Los otros son Westfleish (con sede en Münster), Danish Crown (de Dinamarca) y Vion Food (de Holanda).

Traducción: Natalia Estrada.