El programa de una organización política define los objetivos que se marca. Es decir, es la comprensión común de los miembros de dicha organización de las tareas a desarrollar. El programa de la IV Internacional fue el “Programa de Transición”, que (con sus debidas actualizaciones) pensamos se mantiene vigente para la época actual.

El epíteto “de transición” hace referencia a que trata de establecer un puente, una transición ininterrumpida, entre las reivindicaciones actuales e inmediatas de la clase trabajadora y la necesidad de la Revolución Socialista para resolverlas plenamente. Esta concepción se contrapone a la tradicional separación entre programa “máximo” y “mínimo” del reformismo socialdemócrata o estalinista. Para ellos, las reivindicaciones “mínimas” (asumibles por el sistema) son para luchar por ellas ahora; y están separadas de las reivindicaciones “máximas”, que se dejan para un futuro indeterminado.

El Programa de la IV Internacional toma las reivindicaciones más sentidas de la clase trabajadora y propone contra el desempleo y la pobreza el reparto del trabajo sin bajada de salarios, el control obrero de las empresas, la expropiación sin indemnización de los sectores económicos estratégicos y de la banca…

Esas reivindicaciones son imposibles sin la organización de los propios trabajadores. Por ello se plantea el impulso de un sindicalismo independiente de la patronal y los gobiernos, que apueste por la auto-organización empresa a empresa. Ante la represión del estado y los ataques de bandas fascistas, se torna necesidad el piquete y la milicia obrera.

Otro de los ejes conductores del Programa es la unidad de toda la clase trabajadora. Por eso se plantea la unidad entre los obreros del campo y la ciudad, el combate al machismo en pos de la incorporación de la mujer trabajadora a la lucha en pie de igualdad y un especial interés en abrir espacio para que la juventud obrera, con su ímpetu explosivo característico, se incorpore a las organizaciones revolucionarias desplazando a cualquier burócrata acomodado.

Pero la clase obrera por sí misma no puede hacer la revolución en solitario, y se hace necesario ganar a otros sectores populares o de clase media o pequeñoburguesa para acumular la fuerza social necesaria. Por ello es imprescindible proyectar una política específica hacia esos sectores, explicando que el capitalismo en crisis los lleva a la ruina, imponiendo la hegemonía de grandes multinacionales monopolísticas.

Frente al imperialismo económico y la guerra, la IV Internacional rechaza toda equidistancia entre opresores y oprimidos, situándose como apoyo de la lucha de los pueblos por su autodeterminación política contra la dominación y por la soberanía económica contra el expolio. También la defensa irrestricta de los derechos democráticos forma parte del ADN de la IV.

La IV Internacional apoya un gobierno de trabajadores que desplace a los gobiernos actuales, burgueses y capitalistas. Dicho gobierno no sería independiente de la población trabajadora como lo son hoy, sino que se apoyaría en ella mediante la democracia directa de organismos de tipo asambleario. Por ejemplo, a través de la revocabilidad de los diputados de manera inmediata desde sus circunscripciones. Cualquier tipo de privilegio estaría prohibido y perseguido.

Para finalizar, el Programa de Transición plantea algunas líneas maestras para su construcción, que hoy nos sirven para encarar su re-construcción. En primer lugar, esa reconstrucción pasa por enfangarse en la lucha de clases. De nada sirve “proclamar los principios” a los cuatro vientos y no buscar cómo llevarlos de manera práctica a cada lucha y cada sector. A la vez, es necesaria una estrictísima delimitación política del reformismo, separándose con toda claridad de esas tendencias, influidas por el conservadurismo de las clases intermedias. El sentido común de “lo posible” y “lo realista” presiona fuertemente para firmar la paz social a cambio de algunas migajas, que en cuanto la lucha sea algo más débil serán retiradas.