Desde el famoso 15 de octubre del 2011, una acción de lucha que implicó la convocatoria de manifestaciones en 980 ciudades de todo el mundo, hasta las más recientes movilizaciones del movimiento de mujeres el 8M por sus derechos o las realizadas contra el cambio climático, pasando por la Huelga General europea de noviembre del 2012, está claro que hay una tendencia objetiva a responder de manera internacional a la situación de “emergencia social” que vive la sociedad bajo el capitalismo.

Esta tendencia a internacionalizar la respuesta social se ve frenada por dos vías, una, los aparatos políticos, sociales y sindicales, atados a las estructuras de los estados nacionales que, como buenos representantes de la ideología pequeño burguesa, no ven más allá de los límites de sus fronteras y no van a fomentar acciones que puedan cuestionar el origen de sus privilegios, los estados; y dos, por la misma propaganda de los medios burgueses, que reducen estas propuestas a visionarios, a la sensibilidad de “activistas” individuales que no responden a una realidad objetiva -el capitalismo es capitalismo, aquí y en China-, sino a su especial personalidad.

De esta manera toda la fuerza política e ideológica rupturista que estas convocatorias puedan tener quedan enclaustradas en la ideología burguesa, o bien dentro de las fronteras nacionales por el peso de las organizaciones políticas y sindicales institucionalizadas, o bien en el individualismo “compasivo y solidario” que cree poder “terminar con la pobreza, sin la necesidad de ninguna solución política o reorganización sistémica” (Mark Fisher, El Realismo Capitalista).

Al “suspender la discusión política en nombre de la inmediatez ética”, el capitalismo y sus medios se tranquilizan; ninguno de esos activistas, desde el 15O hasta las luchas contra el cambio climático exigirá ninguna “reorganización sistémica”, y de esta manera pueden desplegar todas sus campañas, incluso de apoyo a estas convocatorias, puesto que no tienen aguijón; van desarmadas política y organizativamente frente a los responsables del desastre, a los que en muchas ocasiones vemos envueltos en las banderas feministas o ecologistas.

Otro gallo cantaría si quién convocara estas acciones internacionales no fueran “activistas” individuales u organizaciones subvencionadas por las mismas instituciones estatales o internacionales imperialistas (ONU y sus derivados humanitarios), sino organizaciones internacionales independientes con raíces en la clase obrera y los pueblos oprimidos que contaran con un proyecto social alternativo al capitalismo. Si esto fuera así, ni un solo medio de comunicación les daría el menor apoyo; antes al contrario, serían criminalizadas y perseguidas como lo fueron las Internacionales Obreras desde su origen.

“El patriotismo es el refugio de los canallas”

Esta frase del personaje de Kirk Douglas en Senderos de Gloria, para contestar a una orden irracional de un general francés en la Iª Guerra define como reaccionan las cúpulas de las organizaciones políticas y sindicales ante las crisis que sufre la sociedad: la patria imperialista es su refugio. El ejemplo reciente de esta canallada tuvo una fecha: 14 de noviembre de 2012, la Huelga General Ibérica que se transformó en Europea porque se sumaron los trabajadores y trabajadoras de Grecia, Italia, Francia o Bélgica, y que no tuvo ninguna continuidad, enviándola al cajón de los olvidos.

Situemos el marco de esa lucha, que está influenciada directamente por el carácter internacional del 15O de ese año y las revoluciones árabes que estaban en pleno apogeo.

En el 2007/8 estalla la crisis que terminará siendo la “Gran Recesión”; desde la UE, con Merkel a la cabeza, se lanza una política de rescate masivo del capital financiero europeo en crisis, y un ataque a las condiciones de vida de la clase obrera, con Reformas Laborales, privatizaciones de los servicios públicos y de pensiones masivos.

Todos los gobiernos, del color que fueran, se disciplinan a esas políticas abiertamente antiobreras y antipopulares, y son los estados del sur de Europa, desde Grecia hasta Portugal e Irlanda, los que por la debilidad de sus burguesías frente a las del Norte, los que sufren este embate.

Obligados por esta presión, las cúpulas sindicales de la Península Ibérica convocan conjuntamente una Huelga General, a la que se sumaran desde Italia, Grecia, Francia y Bélgica, en una acción obrera sin parangón. Amplios sectores de la clase obrera, por encima de las fronteras nacionales, son llamados a responder a un ataque de la burguesía europea.

La Huelga sale con diferencias, mejor en la Península Ibérica, mientras en Francia o Bélgica se limitan a grandes manifestaciones… Pero el paso estaba dado: se había creado el precedente de que era posible una acción coordinada de la clase obrera por encima de esas fronteras frente al enemigo común, la Comisión Europea y personalizado en la figura de Angela Merkel.

Sin embargo “pasado el día, pasada la romería” y lo que podía haber sido el comienzo de un ascenso coordinado de luchas obreras y populares en toda la Unión Europea contra las políticas de ajuste y recortes, se quedó en eso, en un “Día de romería”. La burguesía europea y las burguesías nacionales no podrían soportar un ascenso de ese tipo, y las burocracias sindicales se recluyeron en sus caparazones estatales.

Frente a una política unificada de todos los gobiernos de la UE, la lucha volvió a estar confinada dentro de las fronteras y cada clase obrera los enfrentó como si solo fueran su problema. La derrota estaba servida, que fue lo que pasó con más dureza en Grecia frente al gobierno de Syriza, al que después de seis meses de lucha le torcieron el brazo, asumiendo como suyos los postulados de la Comisión Europea y sus memorándums.

“El patriotismo es el refugio de los canallas” habría que decirle a las cúpulas sindicales y políticas frente a la orden que dieron que después del 14 N del 2012 no se volviera a convocar ninguna acción europea contra la política de la Comisión, aislando nacionalmente a la clase obrera; no movieron un dedo ni cuando los trabajadores y trabajadoras griegas sufrieron las presiones más duras para aceptar los recortes y privatizaciones.

La existencia de una organización internacional de los trabajadores y trabajadoras fuerte, asentada y con raíces en la clase obrera, no habría consentido esta canallada que supuso un retroceso histórico en las condiciones de trabajo y de vida en toda Europa.

Activistas u organización

Decía más arriba que la burguesía se siente tranquila cuando las propuestas de movilización pueden ser “adjudicadas” a activistas individuales, impulsados por motivos ético-morales y no por objetivos políticos claros. El árbol de la urgencia ética de solucionar los problemas impide ver el bosque de sus causas sistémicas, de ahí que los medios capitalistas se tranquilicen; incluso podrán adoptar resoluciones, acuerdos y convenios que prometan crear comisiones para resolver los problemas.

Pero como dice la máxima, “si no quieres hacer algo, crea una comisión”. Si nadie levanta una alternativa global al sistema capitalista, sino que los mensajes se ciñen al “tomen medidas, pongan recursos”, el capital y los gobiernos ante eso, contestan: “de acuerdo, hay problemas, montemos una comisión para estudiarlo”, … Y así hasta las calendas griegas.

Es más, para los medios del capital es mucho más fácil lidiar con el activismo individual que con unas organizaciones, puesto que ese activismo es la máxima expresión de la ideología burguesa: el individualismo.

El cine norteamericano es un maestro en vender como críticos del sistema filmes que en el fondo son profundamente reaccionarios. El tema en su mayoría es el mismo; un político, un policía, una institución aparece corrompida por cualquier motivo; en esto aparece el o la “activista” en forma de periodista, policía o política honesta, que investiga, encuentra aliados incluso dentro de las propias instituciones o medios de comunicación, y al final el corrupto es detenido. “Lo que bien está, bien acaba”… dado que el sistema tenía anticuerpos.

Una persona, por muy honesta que sea, no puede levantar y menos conquistar una alternativa global al sistema. Puede, como mucho, elaborar una utopía como hizo Tomás Moro en su momento; pero los tiempos de las “utopías” han pasado, estamos en el tiempo de las soluciones políticas a problemas que no se resuelven con más recursos ni con “comisiones de estudio”, sino con la lucha diaria por un proyecto de transformación social.

Frente a un sistema basado en la expropiación y apropiación privada de la riqueza social como es el capitalismo solo se le puede enfrentar con una fuerza igual y opuesta, y para esto el “activismo individual” movido por urgencias éticas no conduce nada más que a la desesperación. Únicamente acciones coordinadas, conscientes y colectivas que vayan a las raíces de los problemas podrán poner vías de solución, que no son otras, ni más ni menos, que acabar con las relaciones sociales de producción capitalistas.

La fuerza que todo activista individual tiene se vería incrementada exponencialmente en el momento que asuma como propia la lucha y organización colectiva con otros miles de activistas por ese proyecto social. De lo contrario, los medios de comunicación le hincharán el ego hasta que explote y utilizarán su figura para lanzar su mensaje favorito: el individuo es todo, lo colectivo nada.

El capitalismo es internacional, la burguesía nacional

El capital es una relación social objetiva con el fin de su acumulación. La fórmula en la que se expresa esta relación social, C=c+v (Capital adelantado(C)=Capital constante (c) + Capital variable (v)) es aplicable, desde la restauración del capitalismo en los estados del llamado “socialismo realmente existente”, a todos los países del mundo.

Decía Marx que el capital genera su oponente, la clase obrera. En la fórmula del capital, la “v” se personifica en la clase obrera, aquel sector de la sociedad que vive de la venta de su fuerza de trabajo por un salario; que no posee más que esa fuerza de trabajo, y que sin ella es condenada a la miseria -a la pobreza, no, porque muchos millones de asalariados y asalariadas son pobres con nómina-.

En medio, pero que no figuran expresamente en la fórmula, se mueven amplios sectores sociales que oscilan entre ambos; es la pequeña burguesía que, siendo propietaria de sus medios de producción, lo que les asimila a los capitalistas, tienen un nivel de renta bajo, lo que les asimila a la clase obrera. En estos sectores lo que determina su actuar no es su posición objetiva en la sociedad, pues no tienen ningún papel independiente, sino sus esperanzas en la mejora de sus condiciones de vida; la subjetividad de cómo ven el futuro. Si el futuro se les presenta halagüeño por las promesas del capital, se irán con él; si por la crisis y la fuerza del proyecto social de la clase obrera ven en esta una vía de solución a sus problemas, se aliarán con ella.

Lo decisivo, por lo tanto, es la actitud de las dos clases fundamentales en la relación social de producción capitalista, la burguesía y sus gestores, y la clase obrera, que es por definición internacional, puesto que se homogeneiza en el mercado mundial, donde se dirimen todas las contradicciones que le atraviesan. Y una de las principales contradicciones que le atraviesan es que el desarrollo histórico del capitalismo se realizó dentro de las fronteras nacionales, hasta que amenaza con desbordarlas.

El capital moderno no surgió en todos los lados al mismo tiempo ni de la misma forma, sino que nació en dos naciones europeas, Inglaterra y Francia, y de ahí se fue extendiendo a todo el planeta; pero no de una manera lineal, sino que en cada nación o pueblo fue adoptando formas diferentes; es lo que se llaman “formaciones sociales”. Un concepto que explica las diferencias nacionales de cada capitalismo

Dicho de otra manera, no es lo mismo el capitalismo inglés y su extensión norteamericana, que el francés y las formas que adoptó en el continente; hasta en las formas jurídicas se diferencian. El mundo anglosajón se mueve sobre la base de constituciones no escritas, abiertas; mientras que el mundo influenciado por el capitalismo francés (España, Alemania, etc.) lo hace sobre la base de constituciones políticas cerradas y escritas.

Por esta misma forma diferente de desarrollo del capitalismo, no es lo mismo el capitalismo latinoamericano, hijo del imperio español, que el que las potencias europeas (Francia, Gran Bretaña, Italia, Bélgica) impusieron en África a finales del XIX y comienzos del XX. O, más recientemente, con la restauración del capitalismo en los estados no capitalistas como China, Rusia, Vietnam, Cuba, … donde nos encontramos con algo que Mark Fisher califica, en mi opinión acertadamente, como “estalinismo de mercado”.

En suma, cada estado es una formación social resultado de la lucha por la división mundial del trabajo en la que cada burguesía, por el devenir histórico, tiene unas características propias para la acumulación; estas son las características “nacionales» concretas.

El proletariado es la única clase realmente internacional

Las burguesías son, por lo tanto, la manifestación nacional de la relación social mundial, objetiva, que es el capital. Frente a ellas la “v” de esa relación social, es decir la clase de asalariados y asalariadas, de aquellos seres humanos que solo tienen su fuerza de trabajo para subsistir y reproducirse, es internacional. Sus medios de vida no dependen de la existencia de esas fronteras nacionales, sino de las condiciones para la venta de su mercancía “fuerza de trabajo” en el mercado laboral.

Cierto es que, desde la aparición de la fase imperialista del capitalismo, y por la sobreacumulación de capital generado por los oligopolios capitalistas, surgió una capa dentro de la clase obrera que se benefició de la explotación y saqueo del mundo, y por su nivel de ingresos se separa de la media de la clase obrera asimilándose social e ideológicamente a los sectores más pudientes de la pequeña burguesía. Es lo que Lenin llamó la “aristocracia obrera”, y que fue la base social del estado del bienestar a lo largo de los “treinta gloriosos” constituyendo entre ambos lo que se da en llamar las “clases medias”.

A lo largo de todos esos años esas “clases medias” no dejaron de crecer, al tiempo que el capitalismo conocía la época de mayor expansión económica de la historia, que llevó a los apologistas del capitalismo a afirmar que “nunca nos había ido tan bien”, en palabras de un primer ministro británico en los 50. Esas “clases medias” constituyeron la base de las organizaciones obreras y políticas de todo ese periodo que habían renunciado a la revolución a cambio de la mejora sistemática de las condiciones de vida y trabajo.

Pero como dice la canción, “todo tiene su fin”; y en este caso se dio tras las derrotas de las revoluciones que comenzaran con el mayo del 68 y de los años 70, y con el posterior triunfo de la contrarrevolución neoliberal encabezada por Thatcher y Reagan, que se extendió como una mancha de aceite por todo el mundo. Esta derrota supuso la caída de su pedestal de las clases medias, con la aristocracia obrera a la cabeza y el empobrecimiento de amplios sectores de la pequeña burguesía.

La tendencia desde los años 80 hasta hoy es, de nuevo, la homogeneización de la clase obrera a la baja, rompiendo la dinámica de los “treinta gloriosos”, que incorporaban cada vez más contingentes sociales a la aristocracia obrera y las clases medias. Salvo excepciones no desdeñables como China, donde sobre la base de su desarrollo económico de los últimos 20 años se ha generado una millonaria capa social a las “clases medias” (el cálculo es de 300 millones de seres humanos), en el resto del mundo la tendencia es a la inversa, y especialmente en los estados que durante años hegemoneizaron la política mundial, los EEUU, Europa y Japón.

La destrucción o la reducción a la mínima expresión de las conquistas sociales de los “treinta gloriosos” como la sanidad, la educación y los servicios públicos (el llamado salario social), la privatización de las pensiones, etc., son parte de esta tendencia a la homogeneización a la baja, resurgiendo una imagen que había desaparecido en los estados imperialistas, el trabajador pobre. A diferencia de lo que sucediera en esos años, a estas alturas en prácticamente ningún país del mundo tener un trabajo es garantía de salir de la pobreza; al revés, cada vez más asalariados y sobre todo asalariadas caen en la pobreza, como sucedía antes de la II Guerra Mundial.

Si objetivamente hay una tendencia a la homogeneización de las condiciones de vida de los asalariados y asalariadas en todo el mundo, la pandemia le ha puesto ojos y cara. En el confinamiento de miles de millones de seres humanos, desde China hasta los EEUU, los problemas se reprodujeron de una manera harto similar. Los trabajadores y trabajadoras o bien dejaban de ir a sus centros de trabajo, donde eran carne de contagio, o bien iban y se arriesgaban porque como asalariados que son, si no trabajan no cobran y, por lo tanto, no pueden pagar su subsistencia (vivienda, alimentación, etc.).

Frente a esta imagen de la clase obrera mundial arriesgándose o bien para sobrevivir, o bien para mantener la producción y distribución de los productos y servicios esenciales para enfrentar la pandemia; lo que si fue diferente fue la actitud de los estados, desde la negación criminal, seudo libertaria, de los Trump, Bolsonaros, Ayusos, etc., hasta las medidas que apuntan al control social y restricciones de las libertades como en Europa través de Estados de excepción o de Alarma, o el caso de China, con la imposición de cierres en provincias enteras bajo control militar.

Tanto por motivos objetivos: la clase obrera la componen los seres humanos que se ven obligados a vender su fuerza de trabajo por un salario pues no poseen los medios de reproducción y subsistencia básicos, tienen que comprarlos, como subjetivos: enfrentan los problemas de la misma manera sea el estado en el que vivan, a través de sus medios de lucha, siendo la paralización de la producción y distribución de bienes y servicios la principal arma, es la única clase realmente internacional.

No obstante, sería un análisis mecanicista extraer de estas dos premisas que su organización internacional surgiría de manera natural, lógica. La “ideología dominante es la ideología de la clase dominante”, y ésta es burguesa, es decir, nacionalista e individualista para defenderse de los enemigos externos e internos. Como buena ideología o cristaliza en organizaciones o es una abstracción metafísica. La ideología nacionalista dominante en la sociedad, alimentada por el pensamiento identitario dominante desde la crisis del marxismo y el encumbramiento de la posmodernidad, se concreta en las organizaciones sociales, sindicales y políticas mayoritarias.

Lo que une a las personas no es el criterio objetivo de pertenecer a una clase social que determina la forma que tienen de vivir y reproducirse como seres humanos; sino el condicionamiento subjetivo, identitario, de cada uno. El individualismo burgués elevado a la enésima potencia; “mi” identidad nacional, de género, racial, etc., está por encima de la pertenencia a una clase social, dividiendo a la sociedad de una manera vertical y construyendo a su alrededor las organizaciones que se definen por la “unidad” de identidades.

Como no responden a criterios objetivos, sino que la definición viene dada por la “autoidentificación”, no existe la menor posibilidad de acuerdos y debates sin descalificaciones: el “tu” no puedes entender “mi” identidad es el fin de todo análisis científico de la realidad que ni en sus sueños más húmedos tendría el filósofo y obispo irlandés del siglo XVIII George Berkeley, cuando dijo aquello de que «la realidad es lo que percibimos».

Todas estas ideologías son parte activa de la actuación de los seres humanos tanto como individuos como clases, siendo no sólo una influencia “externa”, sino que se construye en la vida cotidiana incorporándose al “código genético” de cada ser humano, pertenezca a la clase que pertenezca. De esta manera, millones de asalariados y asalariadas dan su apoyo a organizaciones que expresan esta ideología nacionalista, alimentando su división vertical entre identidades nacionales. Esta es la contradicción en la que se ubica la realidad hoy; en el momento histórico en el que la clase asalariada constituye la mayoría social en todo el mundo, es cuando sus organizaciones políticas y sociales propias son más débiles.

La resolución de esta contradicción es clave para el futuro del mundo puesto que, si bien la burguesía es nacional, lo que les enfrenta constantemente por el mercado, les une la defensa de sus intereses de clase definidos por la relación social de producción, la acumulación de capital por la explotación de la clase obrera; unidad que se expresa en los organismos políticos y militares transfronterizos (OTAN, ONU, UE, etc.) donde unifican las respuestas a las crisis sociales y políticas.

Frente a ella, la clase obrera, la mayoría social, no aparece como una clase para sí, con un proyecto social alternativo e independiente de las burguesías. De esta manera en muchas ocasiones se convierten en la “mano de obra”, la “fuerza social” que las diferentes burguesías nacionalistas e imperialistas utilizan para reafirmar su poder. La construcción de una organización internacional de la clase obrera, independiente de cualquier fracción del capital es la tarea central en los próximos años para que el mundo salga del marasmo político, social, sanitario y ecológico al que el capitalismo lo ha llevado, dando sentido a las grandes movilizaciones sociales que atraviesan el mundo.