A morte tece seu fio de vida feita ao avesso
O olhar que prende anda solto,
O olhar que solta anda preso

“Desenredo”
(Dori Caymmi/Paulo C. Pinheiro)

La muerte teje su hilo de vida al revés // La mirada que atrapa anda suelta // La mirada suelta está presa. «Desenredo» (Dori Caymmi / Paulo C. Pinheiro).

 

La propaganda burguesa miente cuando dice que el virus afecta a todas las clases sociales de la misma forma. El desempleo aumenta de forma vertiginosa, y los trabajadores autónomos pierden el sustento de cada día. Escenas de barbarie son transmitidas por la TV, cuerpos apilados, gente muriendo en la puerta de los hospitales. Mientras tanto, el mayor accionista de la Amazon, Jeff Besos, aumentó U$S 26.000 millones a su fortuna durante la pandemia. Ahora él es el sujeto más rico del mundo. Para gente de su clase, no faltan camas en terapia intensiva.

Esa irracionalidad está presente no solo en tiempos de pandemia. Ahora el capitalismo se revela como es: un sistema social que se alimenta de la muerte. El multimillonario se hizo aún más multimillonario como consecuencia directa de la muerte de más de cien mil personas hasta ahora.

La segunda gran lección es que son los trabajadores los que construyen todas las riquezas en el mundo capitalista. Por eso, las empresas no pueden parar. A ellos, el capitalismo les reserva nada más que la esclavitud asalariada y la muerte.

Incluso con este choque en la vida y en la conciencia del proletariado, la propaganda burguesa promete un “nuevo capitalismo” después de la pandemia, con más intervención del Estado. Los partidos reformistas, como lloronas, anuncian “la muerte del neoliberalismo”, afirmando que podemos tener una vida digna bajo este sistema.

La “Casa Grande” desconoce el número de sus esclavos

El presidente de la Caixa [Económica Federal], en conferencia de prensa, dijo estar perplejo con la cantidad de personas que están intentando recibir los míseros R$ 600. Frente al colapso premeditado del sistema de informática de la Caixa, planificado para atender una demanda de veinte millones de personas, reconoció que los pedidos pueden llegar a cincuenta millones.

Si ese digno representante de la esclavista clase dominante brasileña hubiese leído el Anuario del Ilaese [Instituto Latinoamericano de Estudios Sociales y Económicos], sabría que los pedidos pueden llegar a más de 77 millones de personas, divididas entre desempleados y subempleados, eso antes de la pandemia. Esclavos que deben arreglárselas como pueden para llevar el pan de cada día para sus familias. Si agregamos el desempleo actual, no sería sorpresa si cien millones de personas perdiesen sus ingresos.

Según el propio FMI, no estamos solamente frente a una caída brutal en las ganancias de algunas empresas. Con un desempleo estimado de 56 millones de personas en la Unión Europea, la catástrofe alcanza no solo el corazón del imperialismo –Estados Unidos y Europa Occidental– sino que será aún más brutal en los llamados países pobres. La conclusión inmediata: la desigualdad entre los países y en el interior de los países aumentará.

“¿Y de ahí?”

Para la gran burguesía, la catástrofe social es solamente un detalle. Va a morir gente, pero “¿y de ahí?”… en el Brasil sobra fuerza de trabajo. El gran problema para ellos es si esta catástrofe social produce un choque en la conciencia del proletariado que lo haga prepararse para grandes batallas.

Por eso, la campaña por la “unidad nacional” –“todos juntos contra el virus”– gana la prensa. Preocupado con la frágil posición del imperialismo de los Estados Unidos, epicentro de la pandemia, Henry Kissinger, ex secretario de Estado (1973) y de Seguridad Nacional (1969) de ese país, notorio asesino de vietnamitas, articulador del golpe de Augusto Pinochet en Chile, habló sobre las dificultades para enfrentar esta crisis: “Ahora, como en 1944, hay una sensación de peligro incipiente, dirigido no a cualquier persona en particular sino atacando aleatoriamente y con devastación. Pero hay una diferencia importante entre ese tiempo distante y el nuestro. La resistencia americana fue entonces fortalecida por un objetivo nacional final. Ahora, en un país dividido (…) Mantener la confianza del público es crucial (…)”.

Kissinger escribió esto antes de que Trump mandase a los americanos a ingerir detergente y agua sanitaria (lavandina) para combatir el Covid-19. Pero la campaña del imperialismo va más allá de detergentes. De Kissinger al FMI, pasando por los principales diarios y revistas imperialistas y por la prensa brasileña (con el Solidariedade S.A., del Itaú-Globo), todos desarrollan una fuerte campaña ideológica. Algunos prometen un “nuevo capitalismo más humano” pos pandemia.

EL ESTADO ES PARA SALVAR CAPITALISTAS.
El falso debate sobre más o menos “Estado”

Uno de los portavoces del capital financiero, el Financial Times dice: “Reformas radicales –invirtiendo la dirección política predominante en las últimas cuatro décadas– precisarán ser puestas sobre la mesa. Los gobiernos tendrán que aceptar un papel más activo en la economía (…) la redistribución estará nuevamente en la agenda”.

Con el mucho dinero distribuido a los bancos para que irriguen la economía y realicen la magia distributiva del Financial Times, el ministro de Industria británico dio una orden bien asertiva: “Sería totalmente inaceptable (…) si los bancos rechazasen préstamos (…) para las buenas empresas”.

Entonces, el nuevo capitalismo funcionaría así: el Estado llena a los bancos de dinero, y los bancos prestan ese dinero para las empresas si, y solamente si, esas empresas fuesen “buenas”. Por “buenas” debemos entender las empresas que puedan explotar a sus trabajadores, generar ganancia suficiente para el capitalista y para los intereses del banco. Caso no pueda dividir la explotación de los trabajadores en ganancia e intereses, esa empresa no sería buena.

¡Oh! ¿Pero no era así que funcionaba antes de la pandemia? En tiempos de crisis, hay otra lectura sobre las buenas empresas que se resume a la pregunta: ¿quién sobrevivirá? Y el chupamedias no entendió bien el mensaje: ahora el Estado debe entrar con todo para asegurar las relaciones sociales capitalistas.

Intervención estatal y liberalismo son dos caras de la misma moneda, la moneda de la acumulación de capital. La demanda por empleo, de economistas liberales y de estatistas en los gobiernos, danza de acuerdo con la necesidad del ciclo político y económico del capitalismo. Los estatistas invierten el dinero del Estado, y los liberales dicen que el Estado creció y que debe entregar la empresa para la libre iniciativa, en un juego de cartas marcadas.

Quién va a pagar la cuenta

Ese juego es pesado, porque no todos saldrán vivos. En la recesión abierta en 2007, la General Motors, uno de los símbolos del capitalismo en los Estados Unidos, estatizó sus perjuicios y por eso no cerró sus puertas. Probablemente la Tesla, productora de automóviles eléctricos, hubiera preferido que la GM cerrase las puertas. ¿A quién se destinará el derrame de dinero sin intereses para aguantar la profunda caída en las ganancias? La respuesta abrirá una lucha a muerte entre los grandes monopolios. La cuenta será pagada en primer lugar por el proletariado y por los pequeños y medianos negocios.

En tiempos de Covid-19 y China, liberales y estatistas dirán que no importa el color del gato, desde que cace a los ratones. Así, el ultraliberal presidente francés Emmanuel Macron, soltó esto: “Existen bienes y servicios que deben ser puestos fuera del mercado”. El capitalismo más humano en el cual algunos sectores quedan por fuera del proceso de acumulación de capital también fue visto después de la gran depresión de 1929. Toda la teoría económica liberal se fue al pepino, y el Estado entró para asegurar la acumulación capitalista con sus planes de rescate a las empresas.

El más famoso fue el New Deal impulsado por el presidente estadounidense Franklin Roosevelt, por el cual el Estado no solo financió empresas como actuó en la inversión directa, construyendo sus propias empresas para impulsar la acumulación de capital en el conjunto del sistema.

La crisis de 2007 obligó al Estado a ese nivel de intervención. Compró las acciones de la GM y limpió los perjuicios de los bancos. Ahora, el Financial Times dice que las reglas del juego cambiaron. La intervención del Estado burgués terminó con los 85 millones de muertos en la Segunda Guerra Mundial. A continuación, el período liberal convivió perfectamente con los 20 millones de muertos de las revoluciones por la liberación de las colonias de estos esclavistas.

Lo que interesa al proletariado en el próximo período no es si el Estado va o no a intervenir para impulsar la economía, sino sí al servicio de quien está el Estado.

¿QUÉ REVOLUCIÓN ES ESA?
Neoliberalismo y revolución solidaria

Cuando el capitalismo muestra su verdadera cara, la principal tarea de las organizaciones que defienden el socialismo es contribuir para que el proletariado pueda transformar el choque de la catástrofe en una lucha consciente. En última instancia, es la lucha por la superación del capitalismo.

Esa lucha también es contra la propaganda burguesa, que frente a la barbarie promete un nuevo capitalismo. Nosotros proponemos autoorganización. Pese a los innumerables embriones de autoorganización de los barrios populares para aminorar los efectos de la pandemia, demostraciones increíbles de solidaridad, esta debe caminar con pasos más firmes. Entender la necesidad de la autoorganización para superar el Estado burgués y la propiedad privada será el gran desafío del próximo período.

En esta batalla, nos causó perplejidad el artículo “Por uma revolução solidária” de Guilherme Boulos y Luiza Erundina. El ex candidato a presidente por el PSOL afirma que “las tragedias tienen el poder de colocarnos frente a nuestras opciones como sociedad”. Pero, ¿a cuál opción se refiere Boulos?

Para él, no es el capitalismo el que empuja a la humanidad hacia catástrofes –sea la pandemia, sea la catástrofe climática–. En su opinión, la superación de neoliberalismo es la única opción posible. De capitalismo, no habla. Habla de transitar para un nuevo modelo que permita al Estado burgués realizar inversiones.

Los socialistas no son simples estatistas. Toda nuestra lucha se resume a la autoorganización de los obreros y de las masas populares para que controlen la producción y la distribución de los bienes necesarios a la vida. Podemos hasta luchar por la estatización de una empresa contra el imperialismo, pero eso no se confunde con nuestro programa, que es la expropiación de la propiedad privada y el control por los trabajadores.

Como la superación del neoliberalismo parece que será el propio sistema, que tal vez cambie para que nada cambie. Como Boulos integra un partido que se dice socialista, tal vez se haya quedado sin bandera. Entonces saca de la manga una revolución. En sus palabras, el “momento exige una revolución solidaria”.

Revolución es ruptura y superación. Sin indicar ninguna ruptura con nada, la revolución propuesta por Boulos parte de la premisa de que “hoy, podemos decir que estamos ‘condenados’ a ser solidarios. Para sobrevivir, precisamos contar unos con los otros…”.

No es de hoy que el capital cuenta con la fuerza de trabajo para generar sus ganancias en una relación nada solidaria. En el mundo invertido del capitalismo, la palabra solidaridad se masifica, mientras reina la desesperación de las familias en las ciudades brasileñas.

El virus revela la miseria que padece la mayoría de la población y la miseria moral de los medios de comunicación, que intentan vender que hay esperanza bajo el capitalismo, transmitiendo una odiosa propaganda “Solidaridad S.A.”. Quieren demostrar cómo los señores tratan bien a los esclavos de la “casa”. Actúan en el sentido que dice el poeta, para mantener presa la “mirada suelta”. Y esa mirada es la conciencia de que el mundo capitalista es una inmensa máquina de destrucción de la humanidad. La lucha por la conciencia es liberar “la mirada suelta”.

Artículo publicado en www.pstu.org.br
Traducción: Natalia Estrada.