La mayoría de los gobiernos del continente europeo habían adoptado el discurso de “la pandemia se ha acabado” sobre la base de altos índices generales de vacunación. Sin embargo, la realidad muestra que está en curso una cuarta oleada cada vez más fuerte, incluso en los países más ricos, como Alemania. Al mismo tiempo, en varios países del continente se producen importantes movilizaciones contra algunas medidas de restricción a la circulación (como el llamado “pase sanitario”) y la obligatoriedad de la vacunación.

En un reciente artículo de la agencia británica BBC, se expresa: 

“Europa es de nuevo ‘el epicentro’ de la pandemia de covid-19, según advirtió hace unos días la Organización Mundial de la Salud (OMS) tras observar un aumento constante de casos en todo el continente. En una conferencia de prensa, el director de la OMS para Europa, Hans Kluge, afirmó que `la región podría registrar medio millón de muertes más en los próximos tres meses’”[1].

El artículo considera dos razones para este aumento. La primera “es que en los últimos meses el ritmo de vacunación ha disminuido en todo el continente”. La segunda, según Kluge, es “que la relajación de las medidas de salud pública ha contribuido al aumento de las infecciones en la región europea de la OMS”. En este marco, dos grandes países del continente presentan un panorama sumamente grave.

Rusia

El 19 de octubre pasado, Rusia “alcanzó un nuevo récord de 1.015 muertes en una sola jornada”. Las causas serían: “El lento proceso de vacunación y la renuencia del gobierno de Vladimir Putin a imponer un cierre nacional por el Covid-19 producen un nuevo repunte de la pandemia en Rusia”, provocada por la variante Delta. A pesar de que el país cuenta con una vacuna de fabricación propia (la Sputnik V), en octubre pasado, solo 32% de la población rusa estaba completamente vacunada. La noticia citada se refiere al “escepticismo y la desconfianza” de la población con la vacuna.

Al mismo tiempo, más allá de la “renuencia” del gobierno de Putin, la situación obligó a las autoridades de Moscú a “imponer una cuarentena de cuatro meses para los mayores de 60 años no vacunados y el gobierno nacional propuso una semana no laborable para tratar de frenar el repunte de la pandemia del Covid-19”, así como la vuelta al teletrabajo para los no vacunados.

A pesar de estas resoluciones, la jefa sanitaria Anna Popova aseguró que las medidas adoptadas actualmente «son insuficientes» debido al incremento considerable de contagios: «el desarrollo de la situación epidémica exige un mayor número de medidas y una reacción mucho más rápida«.

Alemania

Mientras tanto, en este otro gran país europeo, el martes 16 de noviembre “se registró un nuevo récord de contagios. Según el Instituto Robert Koch (RKI) de virología, el país registró 32.048 nuevos casos de Covid-19, una cifra 47% mayor a la semana pasada. […] En paralelo, las muertes por la enfermedad también siguen creciendo, con 265 muertes, 169 más que el martes pasado. Unas cifras que elevan el total de decesos por coronavirus a 97.980 fallecimientos desde el inicio de la pandemia”. Esto significa que el número de contagios diarios supera el pico de finales del año pasado y el número de muertes por día alcanza el de inicios de la pandemia (marzo 2020).

En Alemania, hay un 66% de la población vacunada pero hay un “estancamiento” del proceso de vacunación. Según el experto en salud, Karl Lauterbach«con la cantidad de casos que tenemos en este momento, los hospitales de todo el país alcanzarán su capacidad en las dos primeras semanas de diciembre».

En ese marco, el Parlamento alemán planeaba votar el jueves 18 de noviembre, “un nuevo marco legal para las restricciones por la pandemia de Covid-19, que podría ser más estricto que lo planeado anteriormente”. Mas allá de lo que vote el Parlamento, ya han sido afectados en su actividad diversos destinos turísticos y se ha determinado el cierre temporal del mercado central de Munich.

Otros países

En el informe citado de la OMS se da también un panorama más general de la región:

“En el Reino Unido, que supera los 37.000 casos diarios, la preocupación se centra en los posibles efectos que tenga la cuarta ola de infecciones: un gran número de muertes y saturación del sistema sanitario. Algunos de esos números ya preocupan, pues en el último día fueron reportadas 165 muertes frente a 126 de hace una semana. Ucrania, tuvo 3.800 fallecimientos y un récord de 27.377 nuevos casos en las últimas 24 horas. Ambos países tienen tasas de vacunación muy bajas. En Rumanía, se registró esta semana el mayor número de muertes en 24 horas, con 591, mientras que en Hungría los contagios diarios por Covid se duplicaron en la última semana hasta alcanzar los 6.268. […] Croaciapor su parte, registró el jueves 6.310 nuevos casos, su cifra más alta hasta ahora, mientras Eslovaquia notificó su segundo mayor número de casos. Además, los contagios checos han vuelto a los niveles registrados desde la primavera boreal”.

Otros países presentan números proporcionalmente menores de contagios y muertes pero igualmente en ascenso.

Ante este cuadro, Maria Van Kerkhove, directora técnica de la OMS para Covid-19, alertó que “en las últimas cuatro semanas los casos en Europa se han disparado en más de 55%”. Por su parte, el doctor Mike Ryan afirmó que “lo que sucede en Europa es un disparo de advertencia para el mundo. En este momento parece que estamos empeñados en creer que la pandemia ha terminado y que solo tenemos que vacunar a unas cuantas personas más. Eso no es así».

La pandemia continúa

Entonces, el punto de partida es que, tal como dice este especialista, la pandemia continúa y genera nuevas oleadas, incluso en países en los que se registran niveles medios o altos de vacunación y cuyos gobiernos afirmaban “ha terminado”. ¿Por qué es tan persistente?

El factor más importante es el que señalamos en un artículo de junio pasado, en el que rechazábamos la idea del “fin de la pandemia”:

“Afirmamos que esto es una gran falsificación: este flagelo y sus secuelas están lejos de terminar. Para entender esta afirmación es necesario partir del propio concepto de pandemia dado por la OMS (Organización Mundial de la Salud) como ´una enfermedad epidémica que se extiende a muchos países y varios continentes’”.

Esto significa que aunque en los países imperialistas, gracias a la vacunación masiva que se garantizó a expensas de los países pobres y dependientes, las curvas de contagios y muertes están bajando; por el contrario, en el conjunto del mundo crecenEn resumen, la pandemia de Covid-19, considerada en el conjunto del mundo, lejos de haber terminado o de acercarse a su final, continúa con nuevas oleadas muy potentes en aquellos países que tienen un ritmo muy lento de vacunación o esta es prácticamente inexistente”.

El artículo analizaba especialmente el caso de la India:

“En ese contexto, en varios de esos países, como resultado de las mutaciones genéticas, surgen nuevas cepas del virus. Algunas de ellas son de contagio más rápido y de peligrosidad aún mayor que el coronavirus de 2020 porque provocan más daños pulmonares y se muestran muy resistentes a los tratamientos que han sido experimentados: por ello, su índice de mortalidad es más alto. Es el caso de la variante denominada Delta plus, surgida (o por lo menos identificada) en la India y que ya comienza a detectarse en otros países”.

La conclusión era que al hablar del “fin de la pandemia” y actuar como si eso fuese una realidad, los gobiernos de los países imperialistas aplicaban “una política negacionista y suicida ya que, en la actual dinámica de transporte de mercancías y de viajes de personas por el mundo, es inevitable que estas nuevas cepas vuelvan como un boomerang e ingresen en los propios países imperialistas”.  Lamentablemente, esto fue lo que ocurrió.

Recientemente, ha aparecido una nueva mutación, denominada Omicrón. Fue identificada por primera vez en Sudáfrica, hace pocos días, pero ya hay casos en Países Bajos, Australia, Alemania, Israel, Hong Kong y Reino Unido y según los científicos es muy probable que se encuentre en muchos países más. La OMS ya la ha calificado de “variante de preocupación” y varios países ya han comenzado a imponer restricciones a pasajeros provenientes de Sudáfrica.

La criminal política de la “nueva normalidad”

En el inicio “oficial” de la pandemia (marzo de 2020), la burguesía de los diferentes países y los gobiernos a su servicio se dividieron en dos sectores. Uno de ellos, como el de Donald Trump, en EEUU, y Jair Bolsonaro, en Brasil, tuvieron una política de negar la gravedad y el impacto de lo que estaba sucediendo y, de esa forma, no adoptaron ninguna medida para combatirla. “Nada debe parar por una gripecita”, decían.

El otro sector sí adoptó medidas de restricción a la circulación y concentración de personas. Eran medidas parciales que nunca formaron parte de un plan global de combate que incluyera las inversiones públicas necesarias para reconstruir los sistemas de salud pública, debilitados por décadas de considerar la salud como negocio privado.

Sin embargo, más allá de sus limitaciones, estas medidas potenciaron la crisis económica internacional que ya venía desde 2019 y provocaron, en la primera mitad de 2020, una caída histórica del PIB mundial. Frente a esta situación, las burguesías y sus gobiernos comenzaron a sacarse la careta y a mostrar sin tapujos su carácter de defensores de las ganancias capitalistas: sin haber derrotado la pandemia, desde julio de 2020 comenzaron una apertura cada vez mayor de las actividades económicas (con el siniestro eslogan de la “nueva normalidad”), multiplicando así las posibilidades de contagio.

Las burguesías impulsaron la reapertura cada vez mayor de la economía y de otras actividades y eso le estalló en las manos con nuevas oleadas de la pandemia. Ante ello, convulsivamente reintroducían algunas medidas restrictivas (como los “toques de queda” nocturnos o el cierre más temprano de bares) que, aisladas de una política global de combate serio a la pandemia, acabaron siendo estériles.

En esta política de imponer la “nueva normalidad” de explotación a cualquier costo, no se diferenciaron los gobiernos burgueses negacionistas, como los de Trump y Bolsonaro, con aquellos “preocupados” y supuestamente “progresistas” como algunos europeos y el de Alberto Fernández y Cristina Kirchner en la Argentina. En última instancia, estos últimos solo fueron más hipócritas. Esta fue una de las razones de fondo de la persistencia de la pandemia: la avidez de ganancia de la burguesía, aunque esta fuera al costo de la vida de millones de trabajadores.

Las vacunas

En este punto, las burguesías y sus gobiernos buscaron acelerar el desarrollo de las vacunas y su disponibilidad para su aplicación masiva, imprescindibles para un combate profundo contra la pandemia. Sin embargo, no lo hicieron por factores o con consideraciones humanitarias sino para avanzar más rápidamente en la “nueva normalidad” de explotación y ganancias.

Por eso, ese gran avance que representaban las vacunas también fue manejado con criterios del capitalismo imperialista. Por un lado, se hizo sin un plan de desarrollo centralizado internacionalmente sino en una feroz competencia entre los grandes conglomerados farmacéuticos privados que las producían y salvaguardando sus ganancias a través del “derecho de patente”. De esta forma, las vacunas tuvieron un alto precio.

En este marco, los países imperialistas compraron y acapararon gigantescas dosis de vacunas para su población mientras que, en el otro extremo, los países más pobres no tenían ninguna posibilidad de comprarlas y, todavía hoy, presentan porcentajes bajísimos o inexistentes de vacunación.

Un país que expresó de modo agudísimo esta contradicción fue la India que, por un lado, es el principal fabricante de vacunas del mundo (en laboratorios de propiedad de los conglomerados imperialistas) y, por el otro, por el alto precio generado por el derecho de patente, no tenía condiciones de comprarlas masivamente para su población. La consecuencia fue que en el país se desarrolló una fortísima segunda oleada de la pandemia que originó la peligrosísima variante Delta[17]. Tal como ya hemos visto, esta variante se transmitió rápidamente a los países imperialistas.

Frente a este panorama, nosotros reivindicamos que fueron y son totalmente correctas las propuestas de la LIT-CI: tales como vacunas para todos, ruptura del derecho de patente de los laboratorios que las fabricaban y la necesidad de un plan internacional de vacunación masiva y gratuita, extendido a todos los países del mundo.

Más allá de las debilidades que puedan tener, sobre lo que se sigue investigando, si se consideran los números globales, las vacunas han demostrado ser una herramienta muy útil en el combate al coronavirus: disminuyen el número de contagios o atenúan la peligrosidad de la enfermedad y, con ello, el riesgo de muerte en las personas vacunadas. Si se hubieran aplicado las medidas propuestas, hoy estaríamos mucho más avanzados en ese combate. Ha sido el capitalismo imperialista el responsable de que la pandemia se manifieste, de modo recurrente, en nuevas oleadas, incluso en los países imperialistas. Lo ha sido por la sobreexplotación de los recursos naturales que provocan cada vez más zoonosis (como esta pandemia), por su combate parcial inicial, por la criminal política de la “nueva normalidad”, y por el criterio capitalista imperialista con que se ha manejado la vacunación.

Los que no quieren vacunarse

Es en ese marco de responsabilidad central del capitalismo que ha comenzado a incidir, en los últimos meses, un nuevo factor: el de sectores de la población de los países imperialistas (aunque también se manifiesta en otros países), que se niegan a vacunarse, a pesar que sus gobiernos cuentan con las vacunas para ello. Acaban siendo así los sectores más vulnerables a las nuevas oleadas impulsadas por la variante Delta.

Pandemia Epicentro Europa

Así lo mostró la oleada que vivió EEUU, unos meses atrás. Una nota del New York Times informaba: 

“Muchos de los pacientes con COVID-19 que ahora llegan al hospital no solo no están vacunados sino que son mucho menores de 50 años, una clara diferencia con respecto a los pacientes frágiles y mayores que se contagiaron cuando la pandemia surgió por primera vez el año pasado. Los médicos dicen que los pacientes no vacunados de entre 20 y 30 años se enferman más gravemente y con mayor rapidez”. Según los expertos, esto no solo se debería a la mayor peligrosidad de las nuevas cepas sino también a “que el cambio en la demografía de los pacientes es el resultado de las tasas de vacunación más bajas en este grupo”. Algo similar está sucediendo ahora en Europa.

En aquella franja de estas sociedades que no quiere vacunarse se combinan sectores diferentes con distintos argumentos. El primero siempre negó la existencia de la pandemia (por eso se los llamó “negacionistas”) y considera que la ciencia es una conspiración de grupos secretos para dominar al mundo. Un ejemplo extremo de este sector es la organización Q-Anon que se hizo famosa durante el asalto al congreso de EEUU, a finales del año pasado. Desde este país se ha extendido a otros, como Alemania. Es un sector retrógrado y reaccionario con el que es inútil discutir porque sus argumentos son irracionales.

Otros sectores utilizan razonamientos (a veces combinados) que expresan franjas de trabajadores y del pueblo. Por un lado, quienes ven que los gobiernos y los capitalistas han utilizado la necesidad del combate a la pandemia para avanzar en medidas represivas y de control policial de la sociedad, y que los grandes conglomerados farmacéuticos han ganado fortunas con las vacunas y la venta de los medios técnicos necesarios para atender a los contagiados. Ambos hechos son totalmente ciertos, pero no niegan la existencia de la pandemia y el impacto profundamente negativo que ha tenido en la salud y en el nivel de vida de los trabajadores y el pueblo, y por eso, la necesidad de combatirla. Se trata de avanzar seriamente en este combate (la vacunación es parte de ello) y, como parte de ello, de combatir al capitalismo que la generó y la dejó crecer, y ahora utiliza de modo reaccionario una necesidad (la vacunación).

Finalmente, están aquellos que no niegan la pandemia e incluso apoyan una vacunación masiva y gratuita a cargo del Estado, pero están en contra de que sea obligatoria y defienden el derecho individual de negarse a tomar la vacuna.

Para dialogar con este argumento, es necesario abordar un punto muy profundo: la vacunación obligatoria entra en el campo de la salud pública, es decir, de los intereses y las necesidades del colectivo social. Y estos intereses y necesidades son superiores a la libertad de elección individual y se imponen a ella si entran en contradicción. Porque si un trabajador se niega a vacunarse, esa es una decisión que no solo lo afecta a él sino también a sus compañeros de trabajo, su familia, sus amigos y sus vecinos, porque es una fuente potencial de transmisión y contagio. Salvando las distancias, es un argumento muy similar al utilizado por el reaccionario y negacionista presidente de Brasil, Jair Bolsonaro“Nadie puede obligar a nadie a tomar la vacuna… Si alguien no quiere ser tratado que no lo sea…[si no me quiero vacunar] el problema es mío”.

Las movilizaciones

En ese contexto, se han producido algunas movilizaciones importantes en varios países contra las medidas adoptadas por diversos gobiernos europeos, como el “pase sanitario” (entregado a aquellos que se han vacunado) que se exige para ingresar en locales públicos y que, incluso, podría utilizarse en ámbitos laborales como justificativa de sanciones y despidos, como un mecanismo para presionar (u obligar) a que se vacunen quienes no lo han hecho. En Bélgica, el test rápido da el derecho a un pase sanitario temporario, pero hay que pagarlo y cuesta entre 20 y 25 euros. En Italia, también se da un pase temporario con el test rápido y se ha creado un “super-pase” que solo se entrega a los que están vacunados.

Según los informes periodísticos ha habido movilizaciones de varios miles de personas en Austria, Bélgica, Dinamarca y Holanda. En las tres últimos, se produjeron choques con la represión[21]. En Francia, en julio y agosto pasados se habían producido movilizaciones que anticipaban este proceso, que ahora tiende a extenderse, contra proyectos de ley de este tipo por parte del gobierno de Emmanuel Macron.

Hemos visto que las burguesías y sus gobiernos son responsables del surgimiento y del desarrollo de la pandemia. Ahora, con la excusa de avanzar en un combate que nunca se dio seriamente, quiere utilizarla para seguir atacando a la clase trabajadora y dividirla entre vacunados y no vacunados. Por eso, como una forma de negar su responsabilidad en toda la pandemia, ataca duramente a los no vacunados como responsables de la situación actual.

Por ejemplo, el primer ministro de los Países Bajos, Mark Rute, declaró: “Entiendo que haya tensiones en la sociedad porque llevamos mucho tiempo lidiando con la desgracia del coronavirus, pero nunca aceptaré que unos idiotas usen violencia contra las personas que mantienen seguro este país [la policía].

Entonces, antes estas movilizaciones, se nos plantea un primer problema de comprender de que se tratan. ¿Se trata de movilizaciones de sectores retrógrados y reaccionarios y, por lo tanto, deben ser repudiadas? O, por el contrario, ¿son movilizaciones que expresan el justo hartazgo de franjas la clase trabajadora y el pueblo con el capitalismo y sus gobiernos y, en ese marco, expresan la confusión sobre la pandemia y la vacunación a que nos hemos referido?

Esta última comprensión es la que contenía el artículo referido de los camaradas simpatizantes de la LIT-CI en Francia al señalar que, tanto por su composición social y su ubicación geográfica como por la bronca creciente al gobierno Macron, recordaban a las de los “chalecos amarillos” de enero de 2019.

Una visión parecida nos ofrece un artículo de una organización de izquierda sobre la reciente movilización en Viena (Austria): 

La mayoría de los participantes [fueron] sectores de trabajadores y de la clase media baja, provenientes de un entorno no académico. Para muchos y muchas fue la primera manifestación en sus vidas y, además, su primera experiencia política. Los carteles, construidos artesanalmente por la mayoría, tenían lemas como ‘mi cuerpo, mi elección’‘vacunados – no vacunados: no estamos divididos, estamos unidos’, y muy popular: ‘cuando la injusticia se convirtió en ley, la resistencia se convirtió en deber’ [frase que se atribuye al dramaturgo alemán Bertolt Brecht, NdA]”.

Es decir, en ambos casos, debemos caracterizarlas como movilizaciones esencialmente progresivas de sectores de masas que, en ese marco, contienen elementos de confusión en los sectores que participan y, por eso, debemos intervenir en ellas. Una política que pasa por impulsar y desarrollar la bronca y el hartazgo contra el capitalismo y sus gobiernos, unificar las luchas de la clase trabajadora y el pueblo, y, al mismo tiempo, dialogar para convencerlos de la necesidad de incorporar a esas luchas la exigencia de un combate real a la pandemia que nos castiga.

En Italia, se han dado movilizaciones de carácter contradictorio. Varias de ellas fueron organizadas directamente por los fascistas de Fuerza Nueva, con consignas de este sector. Una de ellas, terminó con el ataque la central sindical CGIL. Esa evidente que movilizaciones de este tipo no pueden apoyadas ni “disputadas”. Otras manifestaciones contra el pase tuvieron otro contenido, como la de los obreros portuarios de Livorno y algunas huelgas específicas. En estas últimas, tenemos la obligación intervenir y apoyarlas. En Bélgica, las manifestaciones han sido convocadas por la extrema derecha. Por eso, la organización de la LIT-CI en este país no llamó a participar de ellas.

En ese marco, es importante entender que la extrema derecha más reaccionaria logra hacer pie en sectores populares en la medida en que no haya organizaciones que intervengan en la realidad de la pandemia con una política revolucionaria de combate al capitalismo y sus gobiernos, en todos los aspectos. He aquí una tarea urgente que debemos encarar los revolucionarios para dar una salida a la crisis de la pandemia capitalista.