Algunos podrían esperar que la mayoría absoluta del PP en las últimas elecciones gallegas iban a garantizar paz social, y nada más lejos de la realidad. Desde que las ganó, las movilizaciones sociales no han dejado de crecer en extensión y cantidad de gente movilizada, con una dinámica de aumento de resistencia a los planes de la Xunta de Feijóo.

Por Xulia Mirón

Comenzaron en diciembre las trabajadoras de política social contra la pérdida de sus puestos de trabajo, como personal laboral de la Xunta, huelgas en Ferroatlántica contra las amenazas sobre los puestos de trabajo, trabajadoras del textil y Pescanova, trabajadores/as de Correos, que se sumaron a las huelgas nacionales y estatales en la enseñanza, telemarketing y la conflictividad en los Puertos.

Por su parte, las Marchas de la Dignidad convocaron una importante manifestación que fue aprovechada por sectores sociales para expresar su unidad frente a los ataques, con los y las pensionistas a la cabeza, mientras el domingo 5 y el 8 de marzo, miles de mujeres salían a la calle para exigir sus derechos, continuó el 10 de Marzo, Dia de la Clase Obrera Gallega y siguió el 16 de marzo con la manifestación unitaria de varios sectores, en Santiago contra la precariedad laboral del personal de las administraciones públicas, convocada desde la base.

La reorganización política

En estos tres largos años de periodo electoral, fue cristalizando políticamente las réplicas sociales del terremoto del 15M y las Marchas de la Dignidad del 22M del 2014. Primero fue la Alternativa Galega de Esquerdas (AGE), después, a nivel estatal, Mover Ficha. Vinieron las Europeas y Podemos galvanizó electoralmente todo un sector del activismo. El pasado año fueron las Mareas municipalistas, Unidos Podemos, etc., que vinieron a llenar el espacio a la izquierda del PSOE e IU, y en parte, del BNG.

En Marea, sucesora de AGE, es un claro paso atrás pues se ubica desde el principio en el marco Constitucional. Como dijo su portavoz el juez Villares,“todo dentro de la ley, nada fuera de la ley”. El BNG pudo aguantar el tirón sin dejar el nacionalismo, con lemas vagamente rupturistas y manteniendo la dirección de la CIG.

La reorganización política está, hoy por hoy, dentro de los límites del régimen burgués y con un programa socialdemócrata, sin estructuras y raíces en la clase trabajadora, ni siquiera en su base social, las clases medias asalariadas y la juventud. Pero no es un fenómeno cerrado, porque la crisis del régimen monárquico no ayuda y les obliga constantemente a hacer guiños a su izquierda, mas si es un hecho que ha cristalizado alrededor de un programa socialdemócrata progresista con añoranza del pasado del Estado del Bienestar.

La reorganización sindical está en sus comienzos

Después de años de paz social, la clase obrera, como vimos, comienza a hacer acto de presencia en un marco determinado por un gran retroceso en la conciencia de clase impuesto, entre otras, por la precarización de las relaciones laborales, y ligado a la degeneración y crisis de los sindicatos estatales mayoritarios, CCOO y UGT.

La CIG, además de ser parte del proyecto político del BNG, esta ligada a través de las subvenciones, cursos y liberados, al aparato del estado; por ello, aún manteniendo un pasado combativo, la CIG está en la pendiente de la burocratización y la acomodación en la rutina sindical, como se ha manifestado abiertamente en conflictos como el de Politica Social/Consorcio.

La paz social de estos años tenía una base material en la conciencia de la gente, muchas personas creyeron eso de que “cuando llegue la recuperación, todos/as nos beneficiaremos”; pero esto era mentira, y obviamente no está sucediendo, sino que siguen quitando derechos.

Ante esta situación las direcciones sindicales siguen con las mismas recetas que en el pasado de “bonanza”, lo que les permitió a las empresas repartir algunas migajas. No entienden que eso se acabó, que hoy las empresas necesitan más precariedad, bajar los salarios, seguir destruyendo empleo; que para recuperar la tasa de ganancia tienen que aumentar la explotación de la clase obrera y destruir hasta las raíces las conquistas del Estado del Bienestar, y que la Xunta, como todos los gobiernos, actúan en consecuencia, como gobierno burgués defiende los intereses de su clase.

No han entendido nada de todo esto, por eso siguen con sus recetas del sindicalismo de negociaciones de salón, confiando en su “labia” y “despacho”, cuando enfrente lo que hay son representantes de una clase social, el capitalismo, que ha declarado la guerra a la clase obrera y el pueblo. Se han creído las mentiras de la democracia burguesa, de que podemos “recuperar” los derechos a través de un poco de presión, un mucho de negociación y un nada de asambleas decisorias donde no solo los delegados y delegadas, sino los trabajadores y trabajadoras expresen su voluntad.

Este choque entre una realidad de lucha de clases exacerbada y unas políticas sindicales conservadoras, rutinarias, abre huecos por los que entra la lucha espontánea de los trabajadores y trabajadoras. Como en política no existe el vacío, estos huecos los llenan las personas trabajadoras como pueden, apelando a pequeñas organizaciones como la CUT, SAGAP, PROSAGAL, CoBaS, Modepen, etc. Todas tienen una característica, expresan el cambio en la relación entre la clase trabajadora y sus organizaciones de siempre.

Pero no confundamos, este cambio en la relación de confianza no garantiza que automáticamente vayan a surgir nuevas organizaciones, mejores que las anteriores. La conciencia antipartido y antiorganización, la decepeción y la pasividad, la radicalización ultraizquierdista, expresado en el individualismo en la respuesta a los ataques, son “monstruos” que siempre están presentes en la clase obrera.

La crisis, las políticas de la UE y la Xunta, los recortes y las privatizaciones imponen la más amplia unidad en la respuesta; es criminal sostener que es posible responder a la virulencia de estos ataques desde la autoafirmación sectaria. El camino de la reorganización de las fuerzas sindicales y políticas de la clase obrera es largo, y pasa por construir herramientas unitarias de lucha, por encima de siglas, para enfrentarlos.

El sindicalismo de clase, combativo y democrático, basado en las asambleas de base decisorias, también se reorganizará cuando se entienda que la defensa de la unidad de la clase obrera pasa por el respeto a los derechos nacionales del pueblo gallego.

El camino que está comenzando es largo, y no exento de problemas; mas, imprescindible para enfrentar las políticas mentirosas e hipócritas de los gobiernos de turno.

Por eso la movilización unitaria el pasado 16 de marzo en Santiago, del personal trabajador precario de la administración pública, en defensa de los puestos de trabajo y de los servicios públicos es un buen comienzo para avanzar y consolidar esa unidad de la que partió.

El cansancio ante tanta mentira

Feijóo, y los medios que subvenciona (todos), no se cansan de repetir que Galiza está “cerca de alcanzar los niveles previos a la crisis”. Y esto es una mentira como una casa. En los años de gobierno del PP 234.000 gallegos y gallegas tuvieron que emigrar, un 10% de su población, 66 mil jóvenes en los últimos cuatro años. Así el PP puede decir que en Galicia el paro no es tan alto como en otras zonas del Estado: expulsando a los parados cualquiera no maquillas las cifras.

Este proceso se basa en una calculada política de desindustrialización, con la caída de dos puntos en su aportación al PIB, y apostando abiertamente por una economía al servicio de una Galicia “colonizada, la “marisquería” de España, ”, basada en la más absoluta precariedad -más de 7 millones de contratos de trabajo firmados en los últimos díez años, y los bajos salarios, donde se perdieron más de 100 mil puestos de trabajos, que aún no han sido recuperados.

Mientras Feijóo alardea de “Galicia Calidade”, el precio de la leche sigue siendo el más bajo del Estado siendo el primer productor, las eléctricas contaminan con sus térmicas y sus embalses, mientras el pueblo gallego paga el mismo precio que el resto del estado y sus impuestos se pagan en Madrid; los astilleros piden limosnas a la Unión Europea sin tener un plan a largo plazo, que permita a los trabajadores/as no estar en el filo, o se sigue prohibiendo en los hechos la construcción de buques civiles en el astillero más moderno del Estado.

Todas estas mentiras, evidentes, se están acumulando entre la población trabajadora, y no lo dudemos, como cuando Nunca Mais, el hecho más imprevisible las hará explotar.