52 meses lleva asediada Ghouta, un distrito rural del extrarradio de Damasco. Durante los dos últimos años los 350.000 habitantes han sobrevivido entre ruinas básicamente del contrabando a través de túneles. La situación es inimaginablemente extrema: hay  muertes por hambruna, enfermedades perfectamente curables se extienden como una epidemia mortal… En las últimas fechas el Régimen de Assad con el apoyo de Putin desató una salvaje ola de bombardeos masivos, que preanuncia el posible asalto final.

Los números son espeluznantes. En los 4 primeros días de bombardeos habían muerto 322 personas, 76 de ellas niños. El mejor resumen lo explicaba con simpleza un habitante en declaraciones recogidas por Reuters: “Estamos esperando turno para morir”

Lamentablemente, esta es una película muchas veces repetida en Siria en los últimos 6 años, como en Alepo, Homs o Daraa. Assad está arrodillando las zonas que se libraron de su control tras el estallido de la Revolución a través de un verdadero holocausto, con cientos de miles de muertos, millones de refugiados y la práctica destrucción del país.

La llamada “Comunidad Internacional” deja hacer, como lo ha hecho desde el primer momento, teniendo a su personal diplomático y de ONG´s a apenas unos kilómetros de Ghouta, observando literalmente los bombardeos. La hipocresía e impotencia se evidencia sólo con decir que Ghouta era una de las zonas de “pacificación” establecida en acuerdos internacionales.

La izquierda estalinista apoya vergonzantemente al Régimen por una supuesta “intervención yanqui contra Assad”, a pesar de que los años han clarificado que la única intervención yanqui se ha dirigido contra Daesh, tolerando la masacre del pueblo sirio.

Mientras tanto, ya sólo quedan en Siria algunos restos de lo que fue el autodenominado “Estado Islámico”, pero eso no ha parado la guerra. En la provincia de Idlib el Régimen descarga su furia contra la última gran región en manos opositoras, y Turquía se interna militarmente en el cantón kurdo de Afrín, autónomo de facto tras el estallido de la Revolución.

A pesar de las distintas guerras cruzadas que se desarrollan en territorio sirio, hay un consenso contrarrevolucionario inquebrantable: “El levantamiento popular y multi-étnico por democracia y justicia social debe ser aplastado”. En eso están de acuerdo Assad, Putin, EEUU, Arabia Saudí, Daesh, Irán e Israel.

Lamentablemente, las principales fuerzas kurdas y de la oposición no han desarrollado una política independiente y han apostado su éxito a ser los socios menores de la agenda contrarrevolucionaria de los distintos actores y terminan jugando un papel reaccionario, aplastando las demandas populares. Ejemplo de ello es cómo las fuerzas islamistas más conservadoras o más liberales confrontan la movilización revolucionaria popular bajo o cómo el PYD kurdo colabora con el Régimen.

El drama de la Revolución Siria es la ausencia de un movimiento u organización amplia que pudiera presentar en el terreno político y militar una alternativa multi-étnica, con un programa de estructuración y desarrollo democrático y desde debajo de la Revolución (usando los Consejos Locales, por ejemplo); y que vinculara dicho proceso a la expropiación de las riquezas de los multimillonarios del régimen y los intereses de las potencias extranjeras.

 

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