Reproducimos en dos partes el artículo de Au Loong Yu, activista marxista de Hong Kong, debido a su interés para el análisis de la situación de Hong Kong y de China más en general.

Lee la primera parte de este artículo aquí

La táctica autodestructiva de Jaugaiking

No cabe duda de que el golpe represivo de Pekín es muy duro y de que el precio a pagar por cualquier acto de resistencia es elevado, aunque también hay que tener el sentido de la proporción: todavía está lejos de la clase de represión que practicaron la junta militar birmana o el régimen chino en  1989. Claro que nadie puede forzar a otra persona a convertirse en mártir en contra de su voluntad. Una mejor manera de responder es la estrategia de caminar con dos piernas, que implica que al tiempo que se comprende a quienes desean evitar riesgos, también se ofrece tiempo y espacio a quienes prefieren resistir, con medios no violentos, para hacer lo que desean, especialmente cuando las personas que así lo deciden tienen ese derecho de acuerdo con los estatutos de sus respectivas organizaciones. Demasiado a menudo, las direcciones de organizaciones que no querían correr riesgos no respetaron sus propios estatutos y se los saltaron mediante manipulaciones.

Aunque no debemos condenar a las y los estudiantes que anunciaron la disolución de sus sindicatos sin seguir el debido procedimiento, sí hemos de poner en tela de juicio el comportamiento de los líderes experimentados del Partido Demócrata (PD) que han actuado de modo similar. Este partido influye mucho más en el PTU y la HKA que cualquier otro partido de oposición. En los últimos diez años han corrido muchos rumores de que tal o cual dirigente del PD/PTU/HKA ha sido cooptado por Pekín. Hay pruebas circunstanciales que revelan actitudes extrañas entre ciertos líderes del PD. Sin embargo, no han aparecido pistolas humeantes, aunque tampoco es preciso que aparezcan.

Todo lo que hace falta es hacer un breve repaso de la estrategia política del PD. En su haber consta en hecho de que no condenara la revuelta de 2019, tal como reclamó Pekín, sino que se uniera a la juventud rebelde, por lo que ahora algunos de sus líderes están en prisión. No obstante, en el plano político la línea que ha estado siguiendo desde la década de 1980 ha sentado las bases de la rápida descomposición del movimiento social de Hong Kong. Esto puede resumirse con dos términos cantoneses de uso común: jaugaiking  y doizyusin. El primero significa literalmente podemos hablar (con Pekín), desde presionarle para concedernos el sufragio universal hasta convencerle de que nos conceda más escaños de elección directa a cambio del incumplimiento de sus promesas. El segundo significa literalmente aceptar cualquier concesión que se nos ofrezca (por parte de Pekín).

Para que jaugaiking y doizyusin funcionen, es preciso que Pekín envíe mediadores a hablar con los líderes pandemócratas o con cualquier personas que ejerza cierta influencia. Los líderes pandemócratas interpretaron esto como un reconocimiento de su importancia y no eran conscientes de que podían estar siendo cooptados. Así, aceptaron de todo corazón la exigencia de Pekín de que el sufragio universal se implementara paso a paso. En 2010, el PD aprobó un paquete de reformas políticas propuesto por Pekín (ampliación parcial del número de escaños de elección directa en el legislativo hongkonés), un acto típico de doizyusin. Sin embargo, esta vez provocó amplias críticas en el campo demócrata y fue el momento en que el PD empezó a perder apoyo y credibilidad. No era consciente de que el fracaso de su estrategia de compromiso ya estaba escrito en la pared.

Por otro lado, la juventud tiene el mérito de haber salvado el honor de Hong Kong librando un último combate. También debemos recordar el puñado de luchadoras demócratas como Chow Hang-tung, que impulsó una última y honrosa batalla que seguirá inspirando a las generaciones futuras.

Disputa global entre China y EE UU

Pekín tiene que acabar con la autonomía de Hong Kong porque esta supone una amenaza para su monopolio del poder y su apropiación de la riqueza del país. Un segundo motivo para Pekín es que al acabar con Hong Kong también puede poner fin a la influencia política de EE UU y del Reino Unido para exhibir su fuerza. De este modo, Hong Kong también se convierte en campo de batalla de la disputa. Tengo mis dudas con respecto al término de guerra fría. Durante la guerra fría del siglo pasado, en Asia se desarrollaba una guerra caliente (en sentido literal), en la que quien llevaba la ofensiva era el imperio estadounidense, mientras que los chinos y vietnamitas estaban más bien a la defensiva. Detrás de esta dicotomía ofensiva-defensiva también estaba la oposición entre colonialismo y anticolonialismo. Quienes estaban comprometidos con la democracia y la autodeterminación de las naciones oprimidas, no habrían optado por mantenerse neutrales, y mucho menos por situarse del lado de EE UU.

La situación actual es muy distinta. El enfrentamiento de Pekín con EE UU no es un enfrentamiento con el imperialismo como tal, no pretende sustituirlo por algo mejor. Es una competición por decidir quién tiene la última palabra en el reparto de la cadena de valor mundial, una disputa que también es profundamente injusta. Basta echar un vistazo a lo que están haciendo las empresas chinas en todo el mundo, sus inversiones son iguales que las de cualquier régimen imperialista o explotador, a saber, el propósito de maximizar las ganancias a expensas del planeta y de la clase trabajadora.

Queriendo posicionarse en la rivalidad entre China y EE UU, mucha gente debate sobre la naturaleza del régimen político chino. Hay quien dice que China es un régimen autoritario, pero esta descripción no es muy satisfactoria, ya que un régimen autoritario a secas no suele ejercer un control tan estricto sobre el conjunto de la población, tanto en el ámbito social, como en el económico y el del pensamiento. Dado este grado de control, resulta tentador decir que China es más totalitaria que autoritaria. También en este caso, el término encierra una fuerte connotación de la vieja guerra fría, aunque parece que se acuñó antes de que esta comenzara.

Pienso que una de las dificultades radica en el hecho de que China es un poco de todo. Según algunos criterios es un país en desarrollo, pero según otros es un país imperialista emergente. Por un lado, es la fábrica del mundo por sus bajos costes laborales, pero esto significa que solo puede quedarse con una parte reducida de la cadena de valor global, lo cual es un caso típico de acumulación dependiente. Por otro lado, el Estado chino invierte ingentes cantidades de dinero en el patrocinio de la innovación y en esto tiene bastante éxito. Actualmente ya exhibe una sólida capacidad de acumulación interna. China es un conjunto de múltiples contradicciones.

Tan solo hay un rasgo del PCC que se mantiene muy firme desde 1949, a saber, su hostilidad a que la gente trabajadora goce de libertad de expresión y de derechos democráticos y su insistencia en su derecho divino a lavar el cerebro a la gente. Una vez mantuve una conversación a distancia con un disidente del continente, que había estado detenido durante un mes por sus actividades. Cuando lo pusieron el libertad, la policía secreta le dijo: “Nuestro partido respeta la libertad de pensamiento y desde luego puedes tener tus propias ideas, siempre que no las expreses públicamente”. Ya veis, así es como respetan la libertad de pensamiento.

Opino que en el debate en torno al conflicto entre China y EE UU, mucha gente se centra demasiado en los méritos y deméritos de un Estado u otro, olvidando que como socialistas debemos priorizar siempre el bienestar de la gente. Habrá quienes proclamen apresuradamente que están de acuerdo con esto y seguidamente presentarán ristras de artículos que muestran los logros de Pekín en la mejora económica, por ejemplo el grado de erradicación de la pobreza o el número de normas laborales que se han promulgado, y así sucesivamente, para demostrarlo: “Gracias al gobierno del PCC, el Estado se ocupa del bienestar del pueblo chino, lo que demuestra una vez más que el Estado chino es progresista, mientras que EE UU es reaccionario”. Y así deciden apoyar a Pekín en la lucha global por la hegemonía.

Sin embargo, este no es el meollo de la cuestión. En primer lugar, las cifras oficiales siempre son engañosas, por no decir totalmente falsas. En segundo lugar, si alguien desea conocer la situación real entre la gente común, es preciso saber qué piensa esta y cómo vive su vida. Por desgracia, pocas personas que apoyan a Pekín frente a EE UU se preocupan por la gente de carne y hueso. En tercer lugar, sostengo que en la situación de China, el bienestar económico de la clase trabajadora es un criterio secundario con respecto al criterio del disfrute de derechos políticos por el pueblo. Afirmo que nuestro principal criterio a la hora de calificar al régimen de Pekín debe ser si la gente goza de derechos políticos.

Cuando la población no puede gozar de estos derechos, pronto o tarde acaba perdiendo realmente todo. En esta situación, por mucho que tenga de momento unos ingresos razonables, estos nunca estarán seguros, el peligro de que se los apropie de nuevo el Estado o algún promotor en connivencia con el partido en el poder siempre está al acecho. Basta ver lo que pasó con el campesinado en la época de Mao. Una vez se asignó una parcela de tierra a cada persona durante la reforma agraria de comienzos de la década de 1950, acabaron perdiendo todo a favor de las llamadas comunas pocos años después. Solo recuperaron sus tierras en la década de 1980, para empezar a perderlas de nuevo en el actual proceso de acaparamiento de tierras, a menudo encabezado por dirigentes del partido.

En cuanto a los derechos laborales, desde la liquidación de las ONG defensoras de la clase trabajadora en 2015, también se ha extendido el incumplimiento de la legislación laboral, como mostró la llamada disputa sindical en 1996. Esta denegación de los derechos políticos básicos por parte del Estado de partido único nos parece suficiente para afirmar que el régimen chino es totalmente injusto y debe ser reemplazado por otro democrático, y que la disputa entre China y EE UU debe enjuiciarse de acuerdo con el interés de los pueblos en su lucha histórica por la emancipación.

La cuestión de si “el gobierno estadounidense y el gobierno chino son o no igual de perversos o igual de fuertes” también constituye un falso debate, porque no necesitamos demostrar que el ladrón que nos roba es igual de perverso o de fuerte que el otro ladrón antes de poder condenarlo. Puede que Pekín no sea tan perverso como Washington, y seguro que no es igual de fuerte, pero es suficientemente fuerte para aplastar a su propio pueblo, como viene haciendo desde hace décadas. Por eso, los verdaderos socialistas que buscan ante todo el bienestar político y económico de los pueblos, deben dar prioridad a su propia lucha por la emancipación por encima de todo y deben juzgar el enfrentamiento entre China y EE UU desde el punto de vista prioritario de su propia lucha.

En Occidente, un montón de buena gente odia el imperio estadounidense. Pero no hace falta apoyar a Pekín para expresar los propios sentimientos, del mismo modo que la gente de Hong Kong no necesita apoyar a Trump para manifestar su oposición a Pekín. A la buena gente de Occidente le diría que el Estado chino no requiere su apoyo, sino que es más bien el pueblo chino el que lo precisa. Pero ¿quiénes son el pueblo chino? La dificultad estriba en el hecho de que apenas se escucha su voz. No es fácil encontrarse con sus verdaderos representantes en las reuniones internacionales de las sociedades civiles, puesto que los activistas socialistas, además de tener prohibido viajar al extranjero para expresarse libremente, continuamente se les detiene y encarcela.

Por desgracia, a quienes apoyan al régimen de Pekín en el extranjero no suele preocuparles el bienestar del pueblo chino. ¡Y eso que la falta de visibilidad del pueblo chino clama al cielo! Si alguien no ha escuchado ese clamor, es porque sus oídos iban para otro lado. Precisamente porque no se les escucha hemos de llamar de viva voz al mundo entero a que apoye al pueblo chino para que recupere su voz y se le escuche. Claro que hay ocasiones en que sí se escucha la voz del pueblo chino. Hace unos años, ciertos medios digitales publicaron artículos sobre una posible guerra entre EE UU y China, y alguien puso un comentario que llamó mucho la atención. Dijo que el pueblo chino debía apoyar el esfuerzo de guerra llamando primero a los miembros del politburó del partido a combatir, y si no lograban vencer, enviar entonces al frente a todo el comité central, y después a todos los miembros del partido. Al final prevalecerá el pueblo chino. El comentario demuestra que hay gente que sabe que en la situación actual una guerra entre China y EE UU no es su guerra. El pueblo tiene su propia guerra que librar, una guerra por recuperar su autoestima y sus derechos políticos y económicos para ser libres.

Notas:

Loong Yu, A. (2021, 4 diciembre). The Fall of Hong Kong and the Implications for China. Europe Solidaire Sans Frontières. http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article60399