Cuando los medios de comunicación quieren criminalizar un país comienzan a hablar de «régimen», frente al calificativo de «democracia», asociando sutilmente el concepto «régimen» al de «dictadura».
Así vemos que cuando hablan de China, Venezuela, Rusia o Cuba, allí hay «regímenes», no «democracias» homologables a las occidentales; la democracia formal euro norteamericana se convierte en el paradigma de libertades frente a los «regímenes», que carecen de ellas, No obstante, aunque Hungría o Polonia se parezcan a esos países no son «regímenes/dictaduras» como los citados porque pertenecen a la UE y esto los «blanquea».
Da igual que en algunos de ellos haya elecciones parlamentarias o presidenciales como en Occidente, para hacer esta diferenciación lo minimizan con titulares como «Maduro se eterniza en el cargo», «Putin se sucede a sí mismo», etc., como si en el Estado español no tuviéramos a un rey que nadie ha votado. Por otro lado, una vez hecha esta maniobra de despreciar las elecciones parlamentarias en esos países, convierten en ejemplo las elecciones en abstracto y la existencia de partidos políticos que se presentan a ellas.
Que en la inmensa mayoría de las ocasiones los partidos que participan sean representantes de fracciones de la misma clase, su vertiente neoliberal o social liberal (¿alguien puede explicar las diferencias entre Trump y Biden, más allá del histrionismo del primero?), y, por lo tanto, no les afecta que estén excluidas de esa participación las mayorías obreras y populares.
Es democracia porque dejan votar cada cuatro años a qué fracción del capital va a explotar a la clase obrera. Solo en momentos de crisis política, es decir, ocasionalmente, la clase obrera mete alguno de sus representantes en los parlamentos, con gran escándalo de los medios que hablan de democracia.
El caso reciente de la expulsión vía judicial del parlamentario de Podemos, Alberto Rodríguez, en el Estado español, trabajador de una refinería, demuestra hasta qué punto los parlamentos son reductos del clasismo más reaccionario.
Las democracias formales son, eso, formales. La inmensa mayoría de los miembros de un parlamento son profesionales liberales implicados en la defensa de los intereses de la burguesía (abogados, economistas, etc.), que actúan como gestores de los poderes reales.
Por eso, la democracia occidental es formal hasta la médula, admiten como mucho la defensa de otras ideas (libertad de expresión), pero niegan con la represión cuando esa defensa formal se quiere transformar en hechos. El caso catalán lo expresa a las mil maravillas.
Cuando el pueblo catalán pasó de los programas y los discursos a los hechos, y quiso votar la independencia, se encendieron todas las alarmas en el régimen del 78; el 1O de 2017 Catalunya se llenó de policías y guardias civiles para evitar lo que debe ser la esencia de la democracia, votar y decidir el futuro de manera colectiva, y terminó con sus líderes en la cárcel o el exilio y miles de represaliad@s.
La «democracia» occidental española demostró que la línea entre dictadura y democracia es muy fina, línea que en la actualidad no solo es el régimen «democrático» español el que lo está traspasando.
En el mundo, desde el 11S y tras el Acta Patriótica de los EEUU, se vive en un estado de excepción permanente, militarización de las sociedades, de forma que cualquier acusación de «terrorista» (sea real o no) sirve para tirar por la borda los derechos civiles de l@s ciudadan@s -no hay más que ver como en cualquier thriller de los que abundan en las televisiones de todo el mundo, cuando detienen a alguien que no quiere «cantar», sale a relucir «Guantánamo»-.
A día de hoy es muy difícil diferenciar en ninguna parte del mundo «democrático», entre un militar y un policía; y no porque los militares se hayan suavizado, sino porque los policías se han militarizado. La crisis social, de decadencia absoluta del sistema capitalista, está aboliendo las diferencias entre democracia y dictadura hasta en las formas.
En realidad solo están dejando una diferencia, más formal que real, que es la anteriormente señalada: las elecciones. En una dictadura las instituciones centrales del estado son las no electas, y la manera de resolver las contradicciones inherentes a todo colectivo humano no son a través del voto, sino por mecanismos extra democráticos (purgas y desapariciones de las vidas públicas).
En una democracia las burguesías buscan otra manera de legitimar su poder a través del voto. Como dije más arriba, ofrecen la posibilidad a la clase trabajadora de elegir quien va a legislar contra ella cada cuatro/cinco años, con una condición: ni te atrevas a intentar «asaltar» nuestros cielos parlamentarios, porque entonces se acabaron las concesiones democráticas, y la delgada línea entre dictadura y democracia queda abolida.
Esta es una lección que debemos aprender del estrepitoso fracaso de la «nueva política», de los Syriza y Podemos; la burguesía los bajó de su mundo de cristal a golpes de campañas de desprestigio e insulto, hasta personales que, a veces, son más destructivos que los golpes físicos.