El golpe imperialista en Venezuela no libera al gobierno de Maduro de sus reponsabilidades; al revés, las pone al desnudo, puesto que si la política de Maduro hubiera sido revolucionaria (como nos intentan defender los castro chavistas) expropiando a la burguesía de siempre y a la boliburguesia, adoptando medidas revolucionarias contra los contrarrevolucionarios burgueses y pro imperialistas, organizado organismos de poder obrero y popular en vez de mecanismo democrático burgueses… es decir, avanzando hacia la dictadura del proletariado; el capital internacional y nacional estarían más débiles para hacer lo que es lo suyo, intentar recuperar el control directo del estado, sin intermediarios como Maduro.

Pero Maduro como el chavismo no podía ir en ese camino, porque es una dirección burguesa, nacional, que sólo utiliza la movilización de masas no para derrotar al imperialismo, sino para mejor negociar con él. Como dijo Evo Morales hace años, «queremos dejar de ser siervos, para ser socios».

Ni Maduro, ni Chávez, … querían liberar a la clase trabajadora venezolana de la explotación capitalista, se limitaban a negociar entre los dos cadenas imperialistas, la dominante, alrededor de los EE UU, y la «emergente», alrededor de China, para mantener ciertos beneficios («querían ser socios»). Como hizo Lula, Kirsnher y tantos otros; cabalgar entre dos aguas.

Pero las crisis económicas no perdonan, y bajan de los cielos a todo el mundo; y el imperialismo no admite «socios», sólo «siervos». El imperialismo norteamericano tiene que recuperar el terreno perdido; con Trump y sus clones europeos (Salvini, Vox, Le Pen,…) o latinoamericanos (Bolsonaro, Macri,…) han roto definitivamente el pacto social establecido en los años 40. Los ataques a los pueblos van paralelos al desmantelamiento de los restos Estado del Bienestar en los estados donde quedaba (centralmente la Unión Europea).

El apoyo de Trump al golpe de Venezuela es parte de esta ruptura del pacto social que se expresaba en la política de «reacción democrática»; es decir, en la utilización de mecanismos democráticos para imponer derrotas a los pueblos, como habían inaugurado en la revolución portuguesa en los 70.

Maduro es el gran problema para que el pueblo venezolano se libere del imperialismo y del capitalismo nacional; pues tarde o temprano conciliará, pactará con él, como lleva haciendo todos estos años pagando la deuda, o cuando no tomaron medidas represivas contra los instigadores del golpe del 2002 o contra los que promovieron el «lock out» petrolero, en los primeros años del chavismo.

Pero el capitalismo yanki tiene una gran crisis interna, y en la cabeza de Maduro quiere derrotar al pueblo venezolano. Defender a Maduro hoy es abrirle las puertas de par en par a que el imperialismo yanki recupere el control directo de Venezuela, puesto que llama a confiar en un gobierno que es tan burgués como el de Trump. Solo la política independiente de la clase obrera y el pueblo venezolano, que enfrente el golpe promovido por los EEUU de manera revolucionaria, podrá evitar su triunfo a corto o medio plazo.