Desde el 17 de octubre, un levante de masas sacude el Líbano. Ese día, el gobierno libanés anunció el cobro de tarifas sobre llamadas hechas por aplicativos como el Whatsapp por valor de U$S 0,20 por día. Fue el estopín para la mayor movilización de masas desde 2005, cuando las tropas sirias tuvieron que salir del país luego de 29 años de ocupación.

La revolución de octubre, como los libaneses la denominan, tiene hasta el momento por los menos tres características bien distintas con relación a 2005. Aquel año, los dirigentes de los partidos sectarios consiguieron mantener sus posiciones, dividiendo a la población en dos campos políticos burgueses:

1) la coalición 8 de Marzo, liderada por los partidos a favor de la permanencia de las tropas sirias en el país: Hezbollah, movimiento Amal y PSNS.

2) la coalición 14 de Marzo, liderada por el partido Futuro, las Fuerzas Libanesas, el partido Kataib y el Partido Social Progresista de Jumblat.

En la revolución de octubre, por el contrario, las masas se levantaron contra todos los dirigentes sectarios, y cada comunidad religiosa contra sus propios líderes.

Otra diferencia importante es el contenido abiertamente de lucha de clases contra las elites privilegiadas, expresado en la revolución de octubre.

Por fin, la revolución de octubre ocurre después de las revoluciones árabes de 2011.

Muchas consignas hacen referencia a las revoluciones árabes: “El pueblo quiere el fin del régimen”, “Revolución, revolución, revolución” y “el pueblo libanés es uno solo”.

Las movilizaciones se extienden a todo el país, incluyendo las bases electorales del partido Futuro, como es el caso de Trablous (Trípoli), y de Hezbollah, como Nabatiyeh y Sour (Tiro).

La reivindicación central es la renuncia de todo el gabinete y la convocatoria de nuevas elecciones libres sin la división en distritos electorales ni la representación por segmento religioso. O sea, nada menos que el fin del régimen sectario inaugurado por el mandato francés en 1926, confirmado por el Pacto Nacional y la Constitución de 1943 y mantenido, con alteraciones, por los acuerdos de Taif de 1990, al final de la guerra civil libanesa.

El nuevo gobierno tendría la responsabilidad de acabar con la corrupción, el desempleo y la austeridad, asistir a los pobres, bajar el precio del pan y de los combustibles, garantizar energía eléctrica y agua potable 24 horas por día, hacer recolección de la basura, en fin, garantizar una vida digna a toda la población.

No obstante, los manifestantes desean conquistar todo eso a través de una participación de masas pacífica, sin enfrentar el ejército o los servicios de seguridad.

Primer desafío: garantizar el derecho de protestar

La fuerza de la movilización de masas garantizó hasta el momento el derecho de protestar, a pesar de las escaramuzas con el ejército, que tiene órdenes de desbloquear las calles y rutas, y de algunos ataques realizados por milicias ligadas a partidos sectarios.

Las movilizaciones no interesan a los partidos sectarios, pues se dirigen directamente contra su poder constituido.

Por eso, en cualquier momento, el régimen y sus partidos pueden desencadenar un ola de represión para poner fin a la revolución de octubre. Para eso, pueden utilizar tanto las fuerzas del Estado (ejército, policía y servicios de seguridad) como las milicias ligadas a los partidos sectarios. La experiencia histórica lo demuestra.

La burguesía libanesa prefirió desencadenar la guerra civil en 1975 a permitir que la clase trabajadora y los movimientos progresistas derrocasen el régimen sectario.

Lo mismo ocurre en la vecina Siria. El régimen sirio prefirió recurrir al genocidio del pueblo sirio y a la destrucción de ciudades enteras a permitir cualquier cambio democrático.

Hacer un movimiento pacífico no es ninguna garantía de poder continuar en las calles, al contrario. La única forma de garantizar el derecho de protestar es organizar la autodefensa, y traer a los soldados y los bajos oficiales para el lado de la revolución, rompiendo con la cúpula del ejército, que está ligada al régimen sectario.

Para organizar la autodefensa y defender la revolución, es necesaria la formación de coordinaciones locales y nacional, apuntando hacia un poder alternativo de los trabajadores y del pueblo pobre.

Segundo desafío: la caída del régimen sectario

Creado por el colonialismo francés, el régimen sectario se mostró muy eficaz en mantener dividida a la clase trabajadora, los campesinos y los pobres.

Dividida, la clase trabajadora acabó por mantener su lealtad a las viejas familias burguesas que disputan el poder político en el país desde la independencia.

El fin del régimen sectario es muy peligroso para la burguesía libanesa. Aún más si fuera conquistado por la acción de las masas.

Su fin pondrá en movimiento reivindicaciones sociales, de los trabajadores y de la población, que están represadas hace décadas y que invariablemente se volverán contra la burguesía y los intereses imperialistas en el país.

El único medio para derrocar el régimen sectario es profundizar la revolución social que está en curso. En medio de este proceso, es necesario una dirección revolucionaria consecuente con esa tarea.

Tercer desafío: el fin de las políticas de austeridad económica

La economía libanesa está en crisis por los menos desde los años 1960, cuando la crisis del banco Intra expuso una nueva situación del país en la división internacional del trabajo: de entrepuesto de petrodólares entre los países productores de petróleo y el imperialismo americano y europeo (la llamada “Suiza” del Oriente), el Líbano se transformó en un exportador de mano de obra y un importador de productos agrícolas e industriales que hacen la riqueza de la burguesía nacional.

Esa situación de economía subordinada en el orden económico internacional se torna más dramática si recordamos que el mundo camina hacia una recesión internacional, lo que torna distante cualquier posibilidad de “ayuda” internacional sustancial.

La única posibilidad de superar las políticas de austeridad es adoptando políticas socialistas: la nacionalización de los bancos y de los grandes negocios es condición esencial para reunir los recursos para poner fin al desempleo y a la pobreza, para garantizar alimentos y combustibles baratos y para desarrollar la infraestructura necesaria de energía eléctrica, agua potable, recolección de basura, además de inversiones en salud y educación públicas.

¡Fuera del poder, todo es ilusión!

Vladimir Lenin, dirigente de la otra revolución de octubre, la rusa de 1917, escribió que fuera del poder todo es ilusión. Él quiso decir que cualquier conquista arrancada a la burguesía está en riesgo mientras la burguesía esté en el poder.

Es necesario sacar a la burguesía. Es necesario poner a los trabajadores y el pueblo pobre en el poder. Eso es una revolución socialista.

En la lucha por el poder, es importante mantener conciencia de quiénes son los aliados y quiénes los enemigos.

Una de las instituciones clave es el ejército nacional. La cúpula del ejército busca presentarse como si estuviese por arriba del régimen sectario, y no se puede tener ninguna ilusión. En realidad, ella es garante no solo del régimen sectario y su Constitución, como también del poder de la burguesía libanesa y del imperialismo.

Dentro del ejército, los aliados en potencia de la revolución de octubre son los soldados y los bajos oficiales, pero es necesario que estos rompan con la jerarquía del ejército y se pasen para el lado de la revolución.

Otro aliado en potencia son los refugiados palestinos y sirios. Ellos están por la victoria de la revolución de octubre, que precisa traer sus demandas y levantar la bandera contra la xenofobia y el racismo, de modo de integrarlos de hecho. Un riesgo que precisa ser superado en esa dirección es el desvío nacionalista.

Hay luchas y revoluciones en curso en el mundo árabe y en todo el mundo. Las movilizaciones en Irak y en Cataluña, las revoluciones en Argelia y en el Sudán y, más recientemente, en Hong Kong, en Chile, en Cachemira y en Haití, ponen a la orden del día la construcción de conexiones entre las luchas y revoluciones en todo el mundo. Al final, todas tienen el mismo enemigo estratégico: el imperialismo y las burguesías nacionales que están subordinadas a él.

Una nueva ola de revoluciones en el mundo árabe, como la primera ola de 2011, es un factor decisivo para la victoria de la revolución en el Líbano, juntamente con la solidaridad internacional que está en construcción.

Traducción: Natalia Estrada.