“Marxismos” siempre existieron, no es el mismo «marxismo» el de Lenin que el de Plejanov, el de Kautski que el de Berstein, como Rosa Luxemburgo que fue a más audaz criticando incluso a Marx y El Capital en la teoría de la acumulación. O Trotski y dentro del trotskismo, ¿cuántos «marxismos» hay? Esta diferencia entre “marxismos” y “marxistas” ha saltado a la actualidad tras las criticas a la obra de Bernabé el respeto de la diversidad. Desde ciertos sectores del marxismo salieron como un resorte, defendiendo el analisis de la “diversidad social” de los “marxismos” como una aportación un gran enriquecimiento de la teoría marxista, y sintiéndose atacados por la obra de Bernabé.

La defensa de la “diversidad social” como la gran aportación de la realidad actual que se hace desde sectores del marxismo rompe la unidad lógica, el concepto de totalidad como síntesis superior a la suma de las partes, que las integra, que es básico en el marxismo. Vienen a decir que puede haber socialismo, sin que éste sea la superación de las opresiones (de alguna manera admiten la URSS, Cuba,… como socialistas); cuando lo cierto es que el socialismo o sienta las bases para la superación y la desaparición de las opresiónes sectoriales, o no es socialismo.

Al igual que en el pasado, cuando desde lo estalinismo se hablaba de “bloque de clases” o “frente popular” para enfrentar el fascismo o la oligarquía, significaba que la clase obrera perdía su independencia respecto a otras clases (campesinado, pequeña burguesía, etc.) bajo la lucha contra el enemigo “común”; ahora esta referencia a la “diversidad social” tiende a disolver la independencia política de la clase trabajadora en esa “diversidad” de sectores sociales no obreros (autónomos, intelectualidad pequeño burguesa, etc.), en la lucha contra el enemigo “común”; los neoliberales y la extrema derecha antidiversidad.

Este artículo no es en defensa de las tesis de Bernabé, sino una critica a los que por la vía de la defensa de la “diversidad”, introducen una discusión escolástica sobre el marxismo. Esta es la lógica del título, “marxismos o marxistas, una palabra que cambia mucho”; porque de eso es de lo que se trata, el debate es entre “escuelas de pensamiento” marxiano, a ver quién tiene razón intelectual, o es hacer crecer la “ciencia de la revolución” que es el marxismo; y se hace entre marxistas y no entre los “marxismos”.

Una acotación sobre Gramsci

A Gramsci hay que leerlo con todas las alarmas alumbradas por la ambigüedad de sus conceptos; no porque él hubiera querido, sino por las condiciones en las que escribió: la mayoría de sus textos están escritos en la prisión fascista, con la censura que eso suponía. Por ejemplo, traducimos «filosofía de la praxis» por marxismo, porque en la prisión fascista él no podía hablar de «marxismo» y buscó un eufemismo; cuando hablaba de «hegemonía»  lo traducimos por «dirección política» de la clase obrera, porque bajo el estado fascista la clase obrera ya no existía oficialmente (el fascismo se presenta como la superación de la lucha de clases); porque cuando hablamos de «intelectual colectivo» lo traducimos por «partido» (los partidos estaban prohibidos en la Italia fascista), y cuando vemos el «bloque histórico», junto con la «hegemonía», lo traducimos por “alianza de clases con la dirección política de la clase obrera”.

No olvidemos que esta ambigüedad forzada por la censura fascista permitió la lectura reformista de Gramsci, hecha por su «albacea» Togliatti, que construyó la política del PC Italiano de «compromiso histórico», reaccionario donde los haya, sobre esa teoría del «bloque histórico» abstracto, donde no se sabe que papel cumplen las clases sociales implicadas en él; política que después se transformó en el «eurocomunismo». En el estado español también el PCE hizo su versión particular de estas ambigüedades: el Pacto por la Libertad, la reconciliación nacional del PCE. La Junta Democrática fue la traducción española del «bloque histórico».

La culpa no fue de Gramsci, sino de los que leyeron sus obras al pie de la letra, y creyeron que su ambigüedad era una corrección del marxismo, creando un nuevo «marxismo». Gramsci fue un gran marxista cuya mayor aportación no fue precisamente lo que habitualmente se remarca, eso son ambigüedades; sino la reivindicación del origen hegeliana y la importancia de la dialéctica, la crítica a la vulgarización de Bujarin del marxismo, y el reconocimiento de la importancia de los consejos obreros (soviets) en la lucha por el poder.

El drama

El drama del marxismo actual es que la elaboración teórica fue alejada por el stalinismo de la construcción del partido. El revés de los «clásicos» como el proprio Gramsci (fundador del PCI y miembro de la III), de Lenin, de Trotski, de Luxemburgo, de Kautski, de Plejanov… y sobre todo, de los propios Marx y Engels, que además de teóricos eran dirigentes de partidos, enfrentaban las tareas prácticas de la construcción de organizaciones; los teóricos marxistas actuales son en su mayor parte profesores universitarios, mas o menos simpatizantes de diversas corrientes políticas, pero sin tareas diarias de construcción de los partidos. Y esto se nota en cómo enfrentan los problemas, como si estuvieran dando una clase (deformación profesional) y no como lo que debe ser, parte de la construcción y la intervención política diaria para transformar la sociedad.

Por eso caen en la trampa de la ambigüedad de Gramsci; porque no deja de ser una discusión metafísica entre los «marxismos»; como si fueran escuelas de una corriente filosófica, y los debates son mas académicos; olvidando el fondo de la XI tesis sobre Feuerbach: “los filósofos (que no la filosofía) hasta ahora se dedicaron a interpretar la realidad, la tarea es transformarla». Los debates entre los marxistas (que no los “marxismos”) o tienen ese objetivo, o es metafísica adornada con terminología «marxiana».

Guia para la acción o ciencia de la revolución

El estalinismo redujo el marxismo a una “guía para acción”, rechazando olímpicamente todo desarrollo teórico; cristalizó así una visión religiosa del “marxismo” según la cual, con Lenin había muerto toda investigación posterior, y lo único que se podía hacer era lo que hacían los teólogos de la Edad Media, “interpretar” las “sagradas escrituras” de Marx, Engels, Lenin y de ese gran teórico que fue Stalin, cuyas aportaciones nunca eran suyas, salvo Fundamentos de Leninismo que es un “catecismo”; no una obra teórica.

Pero al refugiarse los teóricos del marxismo en las universidades como toda la Escuela de Fráncfort (Adorno, Marcuse, etc.), alejados de la construcción partidaria y rompiendo con la visión religiosa impuesta desde la Academia de las Ciencias de Moscú (verdadero Sanedrín del “marxismo” estalinista), quedaban fuera de los problemas diarios. De esta manera, el marxismo volvía a ser una manera de “interpretar” la realidad de una forma académica, no la ciencia para transformarla.

Decia Marx en El Capital, “si la forma de manifestación de las cosas y su esencia coincidieran inmediatamente, estaría de más la ciencia”. Esto que es válido para todas las ciencias, también lo es para las ciencias sociales, y dentro de ellas para la revolución. Para construir la guía para acción sin un contenido religioso (“interpretación de las sagradas escrituras”), sino de una manera revolucionaria, es preciso el marxismo como ciencia de la revolución: la guía para la acción sólo puede construirse de una manera revolucionaria cuando la ciencia va de la apariencia a la esencia de las cosas.

Son dos aspectos inesperables. Como vimos, el estalinismo, al separar “guia” de “ciencia”, lo convirtió en una religión laica, donde las “sagradas escrituras” sólo eran interpretables. Pero convertir el marxismo en una ciencia alejada de la “guía”, hace de él una mera herramienta de “interpretación” de la realidad donde las diferencias son “teológicas”: hay “marxismos” agrupados en escuelas académicas que debaten hasta el infinito… y más allá.

De nuevo se olvidan de una de las tesis sobre Feuerbach,

“[II] El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica, es un problema puramente escolástico.”

La concepción de “marxismos” frente a debates “marxistas” se inscribe en la lógica que Marx critica convertiendo los debates en discusiones de “escuelas”, fomentando el sectarismo; y no de compañeros y compañeras que utilizan el mismo método para encarar la tarea central, la “transformación de la sociedad”.