La megaexplosión en el puerto de Beirut, el 4 de agosto, puso la revolución de nuevo en las calles. La mitad de la ciudad fue destruida. Hay 176 muertos, además de desaparecidos, y 300.000 personas quedaron desamparadas. Los hospitales están llenos.

La investigación sobre los responsables no está concluida. Sin embargo, la población entiende que el almacenamiento de 2.750 toneladas de nitrato de amonio en el puerto desde hace siete años es de responsabilidad del régimen político sectario y de sus partidos políticos burgueses.

El sábado 8/8, millares tomaron la Plaza de los Mártires, en el centro de Beirut, para exigir la caída del régimen. La policía y el ejército impidieron la toma del Parlamento a balazos. Tres Ministerios y la sede de la asociación de los bancos fueron tomados y después vaciados a la fuerza.

El lunes 10, el primer ministro Hasan Diab renunció. Eso es una victoria, pero no es la caída del régimen. Es solo una maniobra para ganar tiempo y garantizar su mantención, que es el gran objetivo de la burguesía libanesa y de sus partidos políticos sectarios.

El martes 11, las manifestaciones continuaron, y una de las consignas era “el pueblo quiere la caída de Michel Aoun”, el presidente del país, quien afirmó que no renunciará.

La política del imperialismo

El jueves 6 de agosto, el presidente francés Emmanuel Macron visitó Beirut. Prometió ayuda humanitaria y financiera, pero exigió reformas. El imperialismo exige la reducción de los gastos públicos, el aumento de los precios de la energía eléctrica, la privatización de toda la economía, y la normalización de las relaciones con el Estado de Israel. Además, quiere reformas políticas que mantengan el régimen sectario con nueva fachada, o sea, todo lo que la clase trabajadora y el pueblo libanés no quieren.

Frente al fracaso de la política estadounidense de “presión máxima” para alejar a Hezbollah del poder y reanudar las relaciones con Israel, ahora es Francia que cumple el papel de punta de lanza de los intereses imperialistas.

La revolución obrera y popular

Desde el 17 de octubre, la clase trabajadora y el pueblo libanés tomaron las calles para exigir el fin del régimen sectario. El impuesto sobre el envío de mensajes de Whatsapp fue la gota de agua frente a un régimen capitalista fracasado, incapaz de abastecer agua y energía eléctrica veinte y cuatro horas por días o incluso hasta de organizar la recolección de basura.

La juventud es obligada a emigrar para conseguir empleo. Las familias burguesas remitieron U$S 21.000 millones para fuera del país. La moneda se desvalorizó 80%. Los bancos limitan los saques. Hoy, a mitad de la población vive bajo la línea de pobreza.

Esa revolución presentó una novedad. Además de la presencia extraordinaria (se calculan dos millones de manifestantes en un país de seis millones de habitantes, de los cuales dos millones son refugiados sirios y palestinos), la población participó sin distinción religiosa. La pandemia del nuevo coronavirus llevaría a la suspensión de las movilizaciones, que ahora retornan.

Poder dual y partido revolucionario

Entre las principales debilidades de la revolución libanesa está la falta de organismos de poder obrero y popular que centralicen las fuerzas de la revolución y representen un poder alternativo al régimen sectario burgués.

La falta de un poder alternativo, como fueron los soviets (consejos) en la Revolución Rusa de 1917, abre el espacio para alternativas burguesas y pequeñoburguesas que se limitan a proponer reformas de fachada como “gobierno teocrático sin partidos políticos”, un juez honesto como presidente o nuevas elecciones.

No obstante, para reconstruir el Líbano, son necesarias medidas radicales, como la expropiación de las familias millonarias que remitieron U$S 21.000 millones para fuera del país y la nacionalización de los bancos. La clase trabajadores es la única interesada en llevar adelante estas medidas contra la clase capitalista.

Otra debilidad de la revolución es la falta de un partido revolucionario. El Líbano tiene una gran tradición marxista, representada por diversos partidos socialistas y comunistas que ganaron fuerza en los años ’70 del siglo pasado, por la izquierda palestina, y también por intelectuales como Mahdi Amel. No obstante, el principal partido de izquierda, el Partido Comunista Libanés, se transformó en apéndice del partido burgués Hezbollah desde el fin de la guerra en 1990, principalmente luego de 2005, con la expulsión de las tropas sirias del país.

En el calor de la revolución, es necesario construir un nuevo partido revolucionario totalmente independiente del régimen sectario y de sus partidos burgueses, para luchar por un poder obrero y popular en el Líbano, solidario a la resistencia palestina y a las revoluciones en el mundo árabe.

Qué es un régimen sectario

Impuesto por el colonialismo francés en 1926, el régimen político está basado en la representación política a partir de las 18 religiones reconocidas por el Estado. El parlamento y el gobierno son formados por representantes de cada secta religiosa, de ahí el nombre sectario. Las principales familias burguesas del país dirigen los grandes partidos políticos sectarios y dividen el aparato del Estado y las concesiones públicas entre sí.

¡Abajo el régimen burgués sectario! ¡Trabajadores y pueblo al poder!

Artículo publicado en www.pstu.org.br

Traducción: Natalia Estrada.