El título de este artículo presenta una tesis central: ortodoxia y dogmatismo son cosas distintas. Cotidianamente observamos una gran confusión. Muchas personas tratan estos dos conceptos como si fuesen sinónimos; queremos aquí colaborar para la comprensión de estas dos palabras (conceptos). Ser ortodoxo no es lo mismo que ser dogmático. Esta confusión acaba contribuyendo para un entendimiento erróneo, principalmente sobre ortodoxia en una perspectiva marxiana. Veamos las diferencias.

 

La palabra ortodoxia tiene su origen griego en orthodoxos, que significa opinión correcta, cierta, verdadera, recta. Ya la palabra dogmatismo, sustantivo masculino, viene de dogma, en griego dogmátikos, que significa fundamentos, principios fundamentales. El dogmatismo filosófico en Sócrates, Platón y Aristóteles posee significado contestador, absolutamente diferente de la atribución religiosa que se dio en la Edad Media e incluso hasta los días de hoy, cuando dogmatismo trata de fundamentos incuestionables, absolutos y eternos.

En esta breve presentación etimológica, la diferencia ya se hace evidente. Observe que también llamé estas palabras de conceptos, o sea, significa que ellas también están dotadas de significados históricos y están en constantes movimientos. Todavía, ¡el movimiento histórico no autoriza la falsificación de sus significados! Y eso ocurre tanto con el significado de ortodoxia como con el de dogmatismo.

Ser ortodoxo significa, por ejemplo, defender una tesis fuertemente, con toda fuerza, hasta que se pruebe y se convenza de que determinada tesis está equivocada. Vea que el ortodoxo se permite la transformación desde que haya elementos sólidos de que su tesis es un error. Argumentar a partir de lo que cree y defiende no es ser ciego o ignorante frente al proceso histórico, sino tener firmeza en garantizar el sostenimiento de una tesis, justamente por ser construida con fundamentos concretos, reales, sólidos, y por esta tesis encontrar respaldo en la sociabilidad.

Ser dogmático significa (lejos de la clave griega), por su parte, defender una tesis sin cuestionamientos, fijarla en el tiempo y no permitir la contestación, y aún, refutar cualquier antítesis que se presente. El dogmático ignora las contradicciones de su tesis y busca sostenerla de todas las formas, muchas veces aislándose en pequeños grupos que podrían ser llamados seguramente sectas. El dogma se presenta como la verdad en sí, siendo suficiente, impenetrable y sordo frente a la crítica.

Estas breves palabras ya alcanzarían para responder al título del artículo, pero insistiré en plantear estos conceptos en una situación histórica determinada. Actualmente, es posible depararse con la siguiente afirmación contra el pensamiento de Marx y el marxismo (la tradición marxista no es de responsabilidad de Marx, quedémonos aquí apenas con Marx): “Marx es muy ortodoxo, muy cerrado en sí mismo. Es un pensamiento dogmático de verdades únicas”. O, incluso, como escribió el economista de la Universidad de Viena, Eugen von Böhm-Baerk, acerca de la teoría de la plusvalía y de la explotación capitalista en Marx: “[…] Él (Marx) creía en su tesis como un fanático cree en un dogma. […] Sin duda fue dominado por ella […]. Y él, ciertamente, jamás alimentó la menor duda en cuanto a la corrección de esa tesis”.

El caro lector ya debe haber percibido el conjunto de barbaridades que las afirmaciones arriba presentan. En ellas, ortodoxo se relaciona con circuito cerrado, dogmatizado, a fanatismo y monolitismo teórico. Entonces, veamos (…).

El pensamiento de Marx, o sea, su praxis, no hace coro con cualquier tipo de teoría cerrada, absoluta, suficiente en sí misma. Muy a diferencia de eso, la crítica de Marx no trabaja con verdades eternas, inmutables. Marx no opera con dogmatismo en el sentido de sistemas cerrados y absolutos. El motivo: la vida no es así, las personas no son así, las formas de relacionarse tampoco lo son. Querer que lo sea ya es otra historia.

Cuando el ascenso revolucionario de 1848, es verdad que hay en Marx una expectativa de victoria del proletariado europeo, pero frente a los hechos lo que Marx nos legó fue un análisis duro del propio movimiento, como diríamos: un balance negativo del período. No hay espacios para autoengaño en la perspectiva marxiana. En 1852, en el 18 de Brumario de Luis Bonaparte, una vez más lo que nos es planteado es un análisis histórico del balance de las perspectivas de los revolucionarios frente a la crisis del movimiento y el ascenso del bonapartismo como fenómeno político. Si el pensamiento de Marx operase con dogmas, lo que tendríamos sería un análisis de autoengaño, ignorando la realidad de los hechos de aquel tiempo presente, frente a postulados absolutos e incuestionables de que la victoria del socialismo sobre el capitalismo se está concretando. En realidad, lo que se observa es de una honestidad intelectual admirable, no solo moral, sino la necesidad de trabajar en una perspectiva lógica/dialéctica. En ella, no hay espacios para cualquier tipo de dogmatismos. Pensar la crítica de Marx en una clave dogmática es la mayor demostración de que no se conoce más que algunos pasajes recortados y vulgarizados. ¡Eso no vale!

Siendo así, no creo que sea posible sostener esta característica para el pensamiento marxiano. Todavía, pensamiento marxiano y pensamiento marxista puede poseer un abismo tremendo. Frente a toda tradición marxista encontramos el marxismo dogmático y este sí repleto de verdades absolutas, eternas e incuestionables, el estalinismo es el mayor ejemplo de este tipo de deformidad en relación con el pensamiento marxiano.

Frente a este cuadro, se presenta el marxismo ortodoxo. ¿De qué se trata? Aquí tenemos el palco de las confusiones más lamentables. Normalmente, se confunde marxismo dogmático con marxismo ortodoxo y, normalmente, poniendo el segundo en pie de igualdad con el primero, tratando ortodoxia como sinónimo de dogmatismo. No lo son.

Para aclarar todavía más, tomemos el ejemplo de un marxista ortodoxo: Lenin. Vladimir Ilych Ulianov, conocido por Lenin, fue un marxista ortodoxo. ¿Qué significa eso?

Comencemos por aquello que no significa. El marxismo ortodoxo no aplica recetas y reglas fijas; no trabaja con verdades eternas y absolutas y tampoco se ocupa de repetir aquello que Marx dijo o hizo como militante revolucionario. Lenin, al ser ortodoxo, está buscando en la fuente la crítica de la economía política desarrollada por Marx; busca lecciones del movimiento revolucionario mundial; aprende con las formas de organización de Marx; estudia a Marx, estudia la Comuna de París de 1871 y la Primavera de los Pueblos de 1848, cuestiona, reflexiona, concuerda y está en desacuerdo. Se trata de un “marxismo vivo”. No se trata de una simple adaptación o modelaje de la crítica marxiana, sino la aprehensión del método y de los análisis para entender la realidad rusa en la cual estaba inserto. Nunca hubo recetas. Era necesario trabajar con lo que existía de concreto, así como propone el pensamiento marxiano. El uso de las categorías marxianas son los fundamentos para entender determinadas realidades donde se instala el modo capitalista de vivir; sin embargo, la lectura del capitalismo en Rusia era tarea de los revolucionarios rusos de aquel período.

Considerando la vulgarización absurda del pensamiento de Marx por parte de la Socialdemocracia alemana, adaptando el carácter revolucionario al reformismo pacifista de Eduard Bernstein y Karl Kautsky, incluso con la resistencia de Rosa Luxemburgo, ser ortodoxo en ese momento era retomar las fuentes, retornar a Marx era una necesidad imperiosa del movimiento revolucionario que tenía en el partido alemán el mayor ejemplo de degeneración y desvío del pensamiento marxiano. El marxismo reformista del Partido Socialdemócrata alemán no era ejemplo para ningún tipo de cambio radical de las estructuras sociales, o sea, para la revolución. De esta forma, cuando Lenin se organiza a partir del pensamiento marxiano, está reafirmando la crítica de Marx en sus términos, sin adornar las categorías, deteniéndose en aquello que Marx hizo, en aquello que determinado dirigente cree que tiene que ser hecho. En el marxismo ortodoxo no debe haber espacios para invenciones de moda o incluso para poner en la palabra de Marx lo que nunca fue suyo, por ejemplo, el dogmatismo en el sentido feudal que ya presentamos.

Ser ortodoxo no es ser dogmático, al contrario, se trata de combatir los dogmatismos, se trata de atacar hasta su raíz el marxismo dogmático/vulgar. La ortodoxia, o incluso, el marxismo ortodoxo es vivo, abierto, y defiende a Marx como él es, sin adaptaciones y ablandamientos del pensamiento revolucionario. En este sentido ser ortodoxo es combatir cualquier tipo de dogmatismo y trabajar con seriedad a partir de una perspectiva (marxiana) considerando la síntesis de múltiples determinaciones que cada momento histórico nos presenta.

Para finalizar, ortodoxia marxiana es algo necesario si deseamos entender el modo de producción capitalista en crisis para superarlo, no es un conjunto de dogmatismos el que contribuirá para una revolución social. En este campo político, no hay más espacio para conciliación de clases. Nuestras necesidades nunca cupieron en las urnas. Ninguna esperanza en avatar, sino en la clase trabajadora internacional.

Traducción: Natalia Estrada.