Hay una leyenda que dice que Lenin, en diciembre de 1916, le comentó a unos compañeros jóvenes que «él no vería la revolución». Un lince, si señores; Lenin en diciembre de 1916 decía que no vería lo que, justo un año después, estaría dirigiendo con el Partido Bolchevique, la primera revolución obrera triunfante, y con recorrido temporal, de la historia.

Por Roberto Laxe

Viene a cuento esta anécdota, porque este año que entra va a haber artículos de todos los tipos para conmemorar, criticar, denostar y mentir, sobre esos días que cambiaron el mundo les guste o no a los burgueses y sus apologistas de cualquier color.

La revolución de octubre no se entiende sin esa figura, sin Lenin, y su gran obra, el Partido Bolchevique.

Lenin hizo grandes aportaciones al marxismo; completó de una manera magistral el análisis del Capital, al definir el Imperialismo, en su fase actual, como la superior (y de decadencia) del capitalismo, cuya esencia es el dominio del mundo por el capital financiero. También hizo aportaciones en la economía, en el análisis de las crisis económicas, tan de moda ahora, en obras como Sobre el Problema de los Mercados. Polemizó con los primeros populistas, los que dan origen al nombre, los narodniki rusos, en Quienes Son los Amigos del Pueblo.

Derivado de la caracterización del imperialismo, la definición de naciones opresoras y oprimidas, permite tener claridad en la lucha por el derecho de las naciones a la autodeterminación.

Asimismo, junto con Rosa Luxemburgo, Trotski, y una treinta más de revolucionarios, comprendieron el verdadero carácter de la I guerra, como Interimperialista, y levantaron la política correcta de «guerra a la guerra» en la Conferencia de Zinmerwald, de donde surgiría la III Internacional.
Sin lugar a dudas cometió errores, como el que corrigió con las Tesis de Abril del 17; pues antes de ellas, Lenin consideraba que la revolución rusa era esencialmente burguesa, que solo una alianza entre la clase obrera y el campesinado pobre podría llevar adelante.

Pero lo que da a Lenin ese carácter de individuo que la burguesía no puede mercantlizar, como ha hecho con otros revolucionarios, es la comprensión de la necesidad del partido para el triunfo de la revolución; un partido que no transige con los oportunistas.

«La época imperialista no tolera la coexistencia en un mismo partido de elementos de vanguardia del proletariado revolucionario y la aristocracia semipequeño burguesa de la clase obrera, que se beneficia de la migajas, de los privilegios proporcionados por la condición ‘dominante’ de ‘su’ nación. La vieja teoría de que el oportunismo es un ‘matiz legítimo’ dentro de un partido único y ajeno a los ‘extremismos’ se ha convertido hoy en día en el engaño más grande a la clase obrera, en el mayor obstáculo para el movimiento obrero» (El socialismo y la guerra)

Para Lenin, a diferencia de la inmensa mayoría de los marxistas de aquél momento, y de los progresistas de hoy, el capitalismo imperialista no «fomenta» la paz y la democracia, sino la guerra y las dictaduras -sea su forma dura, militar o fascista, sea su forma blanda de la reacción democrática-.

Lenin caracterizaba el siglo XX -y por lo que vemos del XXI, seguimos en las mismas- como el «de las guerras y las revoluciones». Por eso no podía transigir con los oportunistas, porque éstos, al final, siempre claudican a lo más atrasado de la sociedad y, como su base social la aristocracia obrera (la que vive de las migajas del capital), se pondrá de parte del capital y sus estados.

Por eso, para él el partido no podía transigir; porque la esencia y el fin, si se quiere hasta teleológico, de ese partido era hacer la revolución; es decir, guerra a los que fomentan la guerra. Y por eso, la gran obra de Lenin fue el Partido Bolchevique, pues a pesar de todos los errores, incomprensiones y dudas, fue el único capaz de entender hasta el final que en 1917 solo la expropiación de la burguesía y la revolución obrera podían parar la guerra.