Cuando uno entra en una casa normal española, ¿qué encuentra?; pues prácticamente todo el mundo dentro de ella.

Más allá de lo necesario para la vida de una persona (dormitorio, baño, etc.), se puede ver “un cine en casa”, en forma de TV de un montón de pulgadas; una lavadora, un lavavajillas, un tendedero, un horno y un microondas, una cocina totalmente montada. Es decir, todo lo que una persona podría hacer de forma colectiva, y no hace tanto como el cine, solo que a escala «familiar».

Porque este es el fondo de la cuestión, la construcción de la “unidad familiar” como “célula” básica de la sociedad, transformada en una “unidad de consumo”.

De la unidad de producción a la de consumo

Antes del capitalismo la familia era una unidad de producción de lo que necesitaba para vivir (vivienda, alimento, vestimenta, etc.); el excedente de esta producción lo llevaba al mercado para poder comprar aperos y herramientas y así mantener el proceso reproductivo, con un jefe al frente, el padre (páter familias del derecho romano) con autoridad total sobre toda la unidad, mujer, hijos y si podía esclavos o siervos.

El capitalismo en sus orígenes separa a los componentes de esa familia destruyendo la «unidad de producción», las «proletariza» y las envía a trabajar a las fábricas, donde de manera masiva se produce lo que antes se hacía a escala familiar (artesanal). Ahora, separados de sus medios de producción (tierra, herramientas, etc.) lo que antes producía a nivel familiar, ahora se lo venden los capitalistas. Las familias convertidas en «unidades de consumo», tienen que comprar lo imprescindible para reproducirse como seres humanos.

Por si fuera poco tener que cubrir las necesidades “biológicas” con el salario, el desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo ha generado nuevas necesidades culturales, intelectuales y desde hace unas décadas, virtuales.

Marx dice en El Capital que “mercancía es todo producto del trabajo del ser humano destinado a cubrir sus necesidades, reales o creadas”. Para el capitalismo la “familia” es un verdadero saco sin fondo de estas últimas, pues ha construido toda una industria del consumo que se vendría abajo si en vez de que cada casa tenga un aparato electrodoméstico, una TV / cine en casa, ordenadores, cocinas, etc., este trabajo y ocio fueran colectivos.

El capitalismo, en su ansia de aumentar los sectores productivos con los que contrarrestar la tendencia decreciente de la tasa de ganancia ampliando su base económica, tiene la necesidad imperiosa de mantener artificialmente este consumo desaforado (los llamados “nichos de mercado”), con lo que supone para la relación del ser humano con la naturaleza.

Si el trabajo doméstico (limpieza, comida, etc.) fuera colectivizado en vez de una lavadora/horno/cocina por hogar existieran los necesarios para atender las necesidades de cada barrio, edificio, etc., ¿no caería en picado la necesidad de fabricar esos electrodomésticos al nivel actual?.

Acaso, ¿no es esto lo que se pone de manifiesto con la extensión de las lavanderías automáticas en los barrios, o la existencia de cadenas de comida rápida para los cada vez más millones de seres humanos que viven en los barrios de las ciudades?

El problema es que la “colectivización” de este trabajo doméstico se está haciendo a la manera capitalista; son capitalistas los que los ponen en marcha, con el beneficio privado como objetivo, no resolver una necesidad social; dicho de otra forma, utilizan una necesidad social para hacer negocio. De hecho, a las necesidades sociales los capitalistas les llaman “nichos de mercado”.

Decrecimiento o colectivización

Es una falsa disyuntiva, puesto que, si la “colectivización” se diera bajo la mano del estado obrero, desde la planificación democrática de la economía, con el control obrero de la producción en los barrios, centros de trabajo y de estudio, con la construcción masiva de guarderías, de comedores y lavanderías comunales, … ¿Cuántos objetos de consumo que hoy destruyen la naturaleza desaparecerían?

En este sentido la revolución socialista es “decrecentista”, pues destruye las bases económicas de la llamada “sociedad de consumo”, redefiniendo las formas de resolver las necesidades sociales. Entre el “tener” que define el capitalismo y el “ser” que caracteriza el socialismo, es obvio que la reducción del “tener” a las necesidades reales, no creadas por el capital, del “ser” es un decrecimiento económico evidente.

Esta concepción del “decrecentismo” no tiene nada que ver con las tesis neo anarquistas y decrecentistas que no rompen con el modelo capitalista, solo los modifican en función de las ilusiones de sectores sociales que no tienen la perspectiva en el camino revolucionario, cuando el problema se sitúa como ninguno en el terreno de la revolución y la lucha por el poder.

Para estos sectores esta cuestión del poder en general, y del poder político en concreto, no tiene ninguna relación con la construcción social; y por ello levantan todo tipo de elaboraciones teóricas que separan la “sociedad” del “poder”, como la “revolución sin tomar el poder” de Holloway, el “mandar obedeciendo” de los zapatistas, o la disyuntiva de Carlos Taibo de “¿Tomar el poder o construir la sociedad desde abajo?”. ¡No se puede construir la sociedad desde abajo sin tomar el poder por arriba!, es un camino de doble circulación.

Bajo la sociedad socialista la reconciliación entre el “tener” y el “ser “significa adecuar el desarrollo humano y la tenencia de “cosas” no al reflejo del capitalista, que acumula más capital del que le es necesario para reproducirse como individuo, sino las que le permitan desarrollar todas sus capacidades como seres humanos.

Esta contradicción entre el “tener” y el “ser” en la sociedad capitalista es una de las manifestaciones de la alienación y la cosificación de las relaciones sociales que castran el desarrollo de los seres humanos, obsesionados en el “tener” para aparentar “ser” más que el resto, llevándolos a actuar como definía Hobbes; “el hombre es un lobo para el hombre”.

El individualismo exacerbado (“el lobo” de Hobbes) es lo contrario del desarrollo del individuo como persona, puesto que para acumular ese “tener” le lleva a una competencia enfermiza con el resto de las personas, y si no lo consigue -que bajo el capitalismo es lo que sucede en la mayoría de las ocasiones- se cae en la frustración y la depresión.

Por el contrario, en la sociedad socialista el colectivo proveerá y cubrirá todas aquellas necesidades que impida ese desarrollo, el “ser”, el individuo, y no el “tener” será el centro de la actividad humana. Pero para conseguirlo hay que hacer justo lo contrario de lo que dicen los “decrecentistas” oficiales: acabar con el capitalismo a través de la revolución socialista.

La combinación de crisis social, económica, ecológica e individual (el aumento de los suicidios es su manifestación más trágica) generada por las relaciones de producción capitalistas que fomentan el “tener” como la única manera de “ser” en la sociedad, demuestra que solo acabando con ellas el individuo se reencontrará con su ser.