La lucha de los trabajadores y las trabajadoras de Alcoa y Vestas ha puesto en el centro de la discusión, de cara a buscar una solución a la amenaza sobre los puestos de trabajo, cuál puede ser la perspectiva que garantice un futuro a la población de toda la comarca.

Es una discusión que, aun surgiendo en una comarca aparentemente alejada de todo, es central frente a la reconversión industrial que bajo el rótulo de “lucha contra el cambio climático”, se va a llevar a cabo en todo el mundo, y para lo que cuentan ya con promesas de financiación: 140.000 millones de euros de la Unión Europea.

Vayamos por partes:

1º.- ¿Por qué la venta no es solución?

La contestación a esta pregunta sería muy fácil si el mundo no llevara 40 años siendo bombardeada con el mantra, “el socialismo fracasó, viva el capitalismo”; por ello hay que comenzar casi con el ABC del funcionamiento del sistema capitalista.

La respuesta es más que obvia, el sistema dominado por el capital solo tiene una lógica, acumular capital, que en términos sociales se traduce en que los ricos propietarios de ese capital son cada vez más ricos y aumentan las desigualdades. Esto se hace patente cuando se analizan los datos de estos años en los que la liberalización de los mercados, incluido el laboral, la finacierización de la economía y las burbujas especulativas de todo tipo han enriquecido a unos miles de multimillonarios, de manera insultante para el conjunto de la población.

Pero vayamos a los conflictos que se están dando, y a los que vendrán fruto de esa “reconversión industrial”. ¿Por qué vender una empresa a otro capitalista no es la solución?

El primer argumento es el ya dado y de él se derivan los mecanismos de funcionamiento del capital. Cuando un capitalista pone en marcha una empresa nunca sabe si lo que va a producir va a ser rentable o no, si va a tener éxito o no; va a ser “la mano oscura del mercado” la que decida el resultado de su “emprendimiento”.

Un capitalista por sí mismo no es otra cosa que una idea y un capital; lo demás, el trabajo productivo, lo ponen personas a las que implica en su aventura emprendedora. De donde venga el capital para ponerlo en marcha es indiferente, puede ser por herencia, por préstamos bancarios o por un delito (no sería el primer caso en que la piratería, el comercio ilegal de esclavos o el narcotráfico están detrás de grandes inversiones), la cuestión es que alguien tiene un capital y una idea.

Pero el pensamiento sin acción es estéril, entonces, esa persona/s pasa a la acción y con el capital compra medios (naves, maquinaria, etc.) y contrata trabajadores para mover esas máquinas, ellas solas todavía son inertes. Aunque el nivel de desarrollo del capitalismo ha conseguido que muchas de esas máquinas sean movidas por un solo ser humano a través de la informatización, sigue siendo trabajo de ese ser humano programándolas los que hacen que esas máquinas actúen.

Una vez en marcha todo el aparato, es decir, la empresa, el producto sale al mercado para cubrir lo que llaman “nichos de mercado”, y que no son otra cosa que las necesidades del ser humano, sean biológicas (vivienda, alimentación, vestido) o virtuales (ocio, cultura, así sea “cultura basura”, etc.).

Inexorablemente, empujado por las leyes del mercado y la acumulación de capital, el capitalista busca siempre aumentar los beneficios que le permitan competir en ese mercado de la manera más rentable aumentando la productividad de la empresa, mejorándola técnicamente que suele redundar en despidos, o empeorando las condiciones de trabajo (salarios, jornada, etc.) que también redunda en que los trabajadores y trabajadoras pierden. El lema del capital es “camina o revienta”.

No es un problema ético ni moral, es una fuerza objetiva, el mercado que, si no se adecua a él y a sus condiciones, el capitalista se ve abocado a la quiebra y el cierre, porque no es capaz de competir. Y en el mercado rige la ley de la selva, solo sobrevive el más fuerte, el más hábil y astuto convirtiendo a los seres humanos en “lobos para los demás seres humanos”, como dijera Hobbes.

Si se da esta variante, la aventura del “emprendedor” termina en que sus “colaboradores” engrosan las filas del paro. Lo que le pase al “emprendedor” es relativamente secundario, pues dependerá de su entorno social y de cómo consiguiera el capital inicial para su “aventura” emprendedora; unos tendrán el respaldo social para seguir con otras iniciativas y otros se arruinarán; pero lo cierto es que el pato lo pagarán los miles de trabajadores y trabajadoras que sufren las consecuencias de esa “mano oscura del mercado”.

Por ello, la venta de una empresa a otra diferente no es una solución, sino, en el mejor de los casos, “pan para hoy, pero hambre para mañana”, porque no está escrito en ningún lado que la nueva propietaria no haga exactamente lo mismo que la vendedora dentro de 5, 10 o 20 años; además, no hay ninguna garantía de que esa “mano oscura del mercado” no hunda al comprador y vaya al cierre. En el peor de los casos, y no sería la primera vez, es que esa empresa sea vendida a empresas liquidadoras, como sucedió con Alcoa Coruña y Avilés con Parter y Riesgo.

2º.- La intervención, una solución a medias.

Al comienzo del conflicto en Alcoa San Cibrao se vieron pancartas levantadas por trabajadores que ponían claramente, “nacionalización”; a partir de un momento dado esa consigna fue sustituida desde las cúpulas sindicales por otra que es más ambigua; “intervención”.

Está claro que es sutil la diferencia entre “nacionalización” e “intervención”; en los dos casos se exige que el estado “entre” en la empresa en crisis para evitar su quiebra y cierre, pero frente a la claridad de la propuesta de “nacionalización” que es que el estado se haga cargo de la propiedad de la empresa, la de “intervención” solo supone su entrada en el accionariado.

Este es el ejemplo de la ENEL italiana (la eléctrica propietaria de Endesa, de la que extrae pingues beneficios, por cierto), donde el estado tiene el 24% de las acciones, o de la EDF francesa, donde es mayoritario. En ambos casos el estado, a través de su intervención, comparte consejo de administración con bancos y empresarios privados; lo que le convierte en un “capitalista colectivo”, de tal suerte que no modifica para nada el carácter privado de la empresa, solo introduce un cierto control público en una empresa privada.

Lo mismo sucede con la cogestión sindical en muchas de las grandes empresas alemanas y del norte de Europa, o la incorporación de ONGs en el accionariado de multinacionales como Inditex. No cambia su contenido fundamental, capitalista dependiente de la “mano oscura del mercado” quien determinará su papel como explotadora de la mano de obra y de saqueo de las riquezas de otras naciones (repito, el caso de Endesa en el Estado Español y la Enel Italiana); solo se introduce un relativo control sobre las condiciones de trabajo en la empresa que sigue sujeta a las leyes de la explotación capitalistas que vimos en el primer caso.

En el caso de Alcoa y Vestas, la “intervención” tiene un sentido incluso más limitado; es una “intervención temporal” con el único objetivo de venderlas. Y surge, la pregunta, venderlas ¿para qué?; ¿para qué sigan los pasos de Alcoa Coruña y Aviles, es decir, caer en manos de liquidadores y así quitarse el marrón de encima? ¿O venderlas para que los coja un competidor de Alcoa y Vestas, y dentro de 10 años los trabajadores y trabajadoras estén otra vez lucha contra los cierres?

Porque si algo está claro es que si una empresa quiere deslocalizar y marcharse a otro lugar donde sus inversiones sean más rentables, lo va a hacer esté “intervenida” o no: hoy por hoy, el derecho de propiedad que significa el “yo hago con mi negocio lo que me da la gana” es sagrado en todos los estados del mundo.

3º.- La nacionalización, ¿la solución?

Está claro que la “nacionalización” en abstracto no es la solución definitiva al problema como demuestra la misma experiencia de la “vieja” INESPAL, que fue vendida a un postor privado, como fue Alcoa, y con ello llegar a la situación actual. No obstante, es un primer paso para la solución definitiva, pues supone sacar de la lógica del beneficio capitalista la propiedad de la empresa, que comenzará a regirse por otros criterios más ligados a la “utilidad pública”.

Mientras el mercado, sus leyes de oferta y demanda ligados al beneficio (la “mano oscura”), sean dominantes el mundo toda empresa, sea estatal o no, dependerá para su futuro de esas leyes; sin embargo, las nacionalizadas tendrán un colchón de defensa en sus condiciones de trabajo que es el propio estado. Si en una empresa privada las cuentas de resultados no acompañan sus inversiones se ve abocada a la quiebra, en el caso de una estatal, es este el que garantiza su supervivencia. Y esto, de cara al empleo es clave.

Como demuestra la experiencia, en el primer caso a los primeros síntomas de retroceso en las finanzas, de caída de beneficios -no hace falta que haya pérdidas-, empiezan las rebajas de salarios, los EREs, el aumento de la jornada laboral. Un capitalista privado considera un gasto las condiciones de los trabajadores, por lo que esos “gastos” serán los primeros en sufrir las consecuencias de la crisis.

Son dos dinámicas opuestas por el vértice, mientras en la empresa estatalizada se tenderá a mantener el empleo, en la privada la reacción de cualquier capitalista será el de “reducir los gastos” y “aumentar la jornada” para recuperar los beneficios.

Que sean dos lógicas diferentes determinadas por el papel que cada una cumple en la sociedad, no quiere decir que en la empresa estataliza no haya retrocesos en las condiciones de trabajo; mientras el estado sea capitalista, y por muy respaldada que esté la empresa nacionalizada, al final no le quedará más remedio que adecuarse a las condiciones que impone el mercado mundial.

En el estado español esta dinámica se pudo comprobar, dramáticamente, en los 80 cuando fue reconvertida el grueso de la industria estatal, de la que INESPAL hacia parte. La competencia internacional junto con las imposiciones de los capitalistas europeos para la entrada en la CEE (actual UE), llevaron al desmantelamiento de gran parte de esa industria (siderurgia, minería, astilleros, etc.) o a su venta y privatización (aluminio, refinerías, etc.).

En definitiva, aunque la nacionalización en sí misma, aunque sitúa la lucha en mejores condiciones para defender los puestos de trabajo, no es la solución definitiva al problema si no va a acompañada de otras medidas que la complementen. Este es el quid de la cuestión.

Los ejemplos concretos de Alcoa y de Vestas

En ambos casos son decisiones estratégicas de las empresas las que les ha llevado a la situación actual. Alcoa podrá poner todas las excusas que quiera, que “si la energía”, que, si no es rentable, o lo que quiera, pero lo cierto es que cierra porque tiene otros centros de trabajo que le resultan más beneficiosos, en concreto la fábrica abierta en Arabia Saudí. Vestas ni siquiera pone excusas; es una decisión en función de la rentabilidad, reconociendo expresamente que el centro de Viveiro es productivo. Que miles de trabajadores y trabajadoras se vayan al paro o a la emigración ni les importa ni les quita el sueño.

En la actualidad todos los medios informan de que fruto de las descompensaciones del mercado mundial por la crisis -se ha roto uno de los mantras del sistema capitalista, la tendencia al equilibrio entre “oferta y demanda” bajo el principio de que “a toda oferta le corresponde una demanda igual”-, hay un déficit social de materias primas, en concreto, aluminio.

¡No olvidemos nunca que el mercado es la manera que tiene el capitalismo de resolver las necesidades sociales, llamadas “nichos de mercado” para hacer negocios con ellas!

Pues bien, en estas condiciones, Alcoa cierra San Cibrao, A Coruña y Avilés, no para perder el mercado español, sino para venderle al mercado español el aluminio producido en condiciones de explotación más duras (la dictadura de Arabia Saudí).

Si realmente los gobiernos tuvieran presentes las necesidades sociales no dudarían ni un minuto en nacionalizar Alcoa y ponerla a producir en función de esas necesidades. Pero esto sería otro tipo de gobierno, el de los trabajadores; porque los gobiernos actuales solo ven de favorecer a las empresas que los “nichos de mercado” sean rentables para sus dueños; y como a ellas, que miles de trabajadores y trabajadoras se vayan al paro o a la emigración no les quita el sueño.

En el caso de Vestas (que se liga a otro cierre reciente, el de Siemens Gamesa) es más sangrante, si cabe. Galiza vive una verdadera burbuja especulativa en torno a los parques eólicos, oh casualidad, lo que se fabrica en Vestas y se fabricaba en Siemens Gamesa, cerrada hace unos meses en la comarca de Ferrol.

De nuevo, si los gobiernos tuvieran en cuenta las necesidades sociales y no los beneficios empresariales, nacionalizarían inmediatamente Vestas (y Siemens), y la pondrían al servicio de un verdadero plan industrial adecuado a la resolución de esas necesidades y no de mejorar los beneficios de las grandes empresas, las fabricantes de las máquinas y las eléctricas. Pero este sería otro tipo de gobierno, no el de la patronal que gobierna para ella; sino el de los trabajadores y trabajadoras que gobierne para la mayoría social, la población trabajadora.

De esto se deduce que la solución es política: la nacionalización al servicio de las necesidades sociales, sobre la base de un plan industrial democráticamente decidido por los trabajadores y trabajadoras y el pueblo en su conjunto no sólo no está en la agenda de estos gobiernos (Xunta y Central), sino que tampoco lo está en la de las cúpulas sindicales que prefieren una “intervención” para su venta posterior, que encarar la resolución de las necesidades sociales.

Es política la solución porque la decisión de defender los puestos de trabajo nacionalizando viene dada por un “decreto ley” sea de la Xunta o del Central; y no lo van a hacer, salvo que la decisión de los trabajadores y trabajadoras se lo imponga.

Solo la lucha hasta el final por la nacionalización puede evitar que las victorias parciales que se puedan dar a lo largo del proceso (sentencias del TS, o retraso en la presentación del ERE en el caso de Vestas) se conviertan en el “mercadeo” de los puestos de trabajo. O hay una perspectiva a medio plazo a favor de la nacionalización, o las cúpulas sindicales impondrán su infernal lógica de negociar “bajas incentivadas”. Desde los años 80 que las cúpulas de CCOO y UGT vienen haciéndolo, y la lista de víctimas de esta nefasta política de pacto y paz social es interminable, solo en Galiza: Sidegasa, Mafriesa, Astano, Cros, en los 80; y en la actualidad Alcoa Coruña y Avilés, que fueron vendidas con el acuerdo de esas cúpulas sindicales.

De ahí que a lo largo de la lucha desaparecieran las exigencias de “nacionalización”, sustituidas por la ambigua “intervención” como una manera de suavizar su verdadera intención, que sean vendidas; y aquí paz y después gloria. Así, frente a esta “crónica de una muerte anunciada” la única perspectiva que puede garantizar todos los puestos de trabajo en el futuro pasa por la lucha por la nacionalización bajo control de los/as trabajadores/as.