Acabo de enterarme de la muerte del uruguayo Eduardo Galeano. Y no puedo dejar de sentirme triste.

Mi primer contacto con sus trabajos fue cuando yo era un joven estudiante de Ciencias Económicas en la Universidad de Buenos Aires, y su libro “Las venas abiertas de América Latina” era un texto obligatorio de estudio en la materia Sociología.

Me gustó mucho y lo sentí parte de “mi sector” de lucha contra el imperialismo y por el socialismo. No fui el único, para muchos jóvenes de izquierda de la época fue una referencia.

Después leí alguna de sus novelas (como “El libro de los abrazos”) y  sus deliciosos libros menores sobre el fútbol y la pasión que despertaba. También tuve la oportunidad de conocerlo personalmente en alguno de los foros de Porto Alegre.

Galeano fue sin dudas un intelectual de izquierda honesto y, al mismo tiempo, por su época de pobreza y de trabajos obreros, muy sensible a los problemas de los trabajadores y el pueblo.

Pero esta definición visceral de su honestidad (y la tristeza que siento ante su muerte) no pueden ocultar que no comparto la evolución (para mí negativa) que tuvo en sus ideas políticas.

Él comenzó ubicándose dentro de una izquierda radical que consideraba que sin revolución no habría cambio posible de la sociedad. Representaba, en el campo de las ideas, algo similar a lo que otro uruguayo (Daniel Viglietti) expresaba en el canto. Más allá de las diferencias que ya en esa época tenía con sus opciones partidarias, me unía a ellos la rebeldía y la bronca.

Después la vida fue dura con la izquierda, especialmente en los 90, y la caída de la URSS y del  Muro de Berlín golpeó con fuerza a gran parte de los rebeldes revolucionarios de las décadas anteriores.

Lamentablemente, Galeano (sin perder su sensibilidad ni su honestidad), junto con muchos, giró a la derecha en sus propuestas, hacia el “posibilismo”. Al igual que Viglietti, pasó a ser parte del ala izquierda del “otro mundo es posible” sin liquidar al capitalismo ni construir el socialismo, que expresaba la tendencia central que impulsaba el Foro Social Mundial.

Llegó incluso a renegar de su mejor libro: «No volvería a leer Las venas abiertas de América Latina, porque si lo hiciera me caería desmayado. No estoy arrepentido de haberlo escrito, pero ya es una etapa superada».

Ese posibilismo lo llevó a integrar una lista interna del Frente Amplio (ya en tiempos recientes), el mismo que desde el gobierno de su país, entre otras cosas, pactó con los militares el “olvido” de los crímenes de la dictadura uruguaya. O que “convive” sin contradicciones con el imperialismo que Galeano llamaba a combatir en los 70.

No puedo dejar de estar triste por su muerte. Pero me quedo con aquel Galeano rebelde y revolucionario de mi juventud (o con aquel que siguió siendo sensible a los sufrimientos de las masas) y no con el que abandonó esa lucha, aunque lo haya hecho con total honestidad. Es una doble tristeza porque como revolucionario ya lo habíamos perdido antes.

Al escribir estas líneas empezaba el juicio a la banda fascista/criminal Amanecer Dorado. En su apertura se han organizado manifestaciones y protestas: el sindicato de funcionarios convocó una huelga de tres horas y los profesores, marineros y metal realizaron paros. Las comunidades de inmigrantes y los estudiantes se concentraron ante los juzgados.

Estas protestas son un paso importante para lograr la unidad de los trabajadores griegos contra la amenaza fascista. Una unidad que debe seguir para luchar por la inmediata suspensión del pago de la deuda y la ruptura con el Memorándum.