Se acerca el 1 de diciembre, y a muchas personas, sobre todo los más jóvenes, no les dirá gran cosa esa fecha. Pero no hace tanto -¡no es historia, sino presente, como luego veremos!-, en el 2002, cientos de miles de personas ocuparon las calles de Compostela, bajo el grito de ¡Nunca Máis!; en uno de los procesos de revuelta social más importante de los últimos años.

Porque fue eso, una revuelta social que no se volvería a repetir en el Estado Español hasta el 1 / 3 de Octubre del año pasado en Catalunya. Después de 15 días de peregrinaje del petrolero Prestige por las costas gallegas, dejando un reguero de petroleo, el pueblo gallego dijo BASTA, y el 1D todos y todas a Compostela.

El gobierno del PP, el de Aznar, de aquella fue el responsable directo de que un accidente habitual en las costas gallegas, un barco con problemas, se convirtiera en un acontecimiento político de primer orden que dio la vuelta al mundo. La bandera de Nunca Mais, que es la gallega teñida de negro, dio la vuelta al mundo, desde Canadá hasta los pueblos de Castilla la Mancha.

Fue la mezcla de incompetencia de un gobierno que ahora sabemos, era la madre de todas las corrupciones, con el desprecio histórico del Estado Español por el pueblo gallego, lo que provocó que un accidente se convirtiera en un atentado político contra un sector central en la economía gallega -pero no la española, y aquí comienzan los problemas-, la pesca y el marisqueo.

Para la mentalidad centralista madrileña, el pescado y el marisco que llega a sus mesas debe ir volando desde el mar hasta los mercados; porque cuando vienen de turismo aquí miran a las rederas como objetos de fotografía -en un puerto, el de Lorbé (Oleiros), han tenido que poner un cartel diciendo: «estamos trabajando, no hagan fotos»-, o los puertos como zonas de paseo, cuando son zonas industriales donde se produce y trabaja… Nadie va a pasear a las fábricas y los polígonos industriales; pues eso y no otra cosa son los puertos.

Ese desprecio por un sector productivo central, el mar, se une al ancestral desprecio del Estado por el pueblo gallego; ese que es considerado como sumiso y carne de emigración -no olvidemos que Galiza en el primer censo de población del siglo XX tenía tres veces más población que Madrid, y hoy tiene escasamente la mitad-.

Un pueblo que históricamente ha sido considerado como atrasado, ¿cómo iba a tener razón frente a las mentes preclaras del PP y de la corte de Madrid?, con cipayos al frente (el ínclito sr de los hilillos, Rajoy). Si ellos decían que el petrolero había que enviarlo al «quinto pino» (Alvarez Cascos dixit), y que no había «marea negra» (Rajoy dixit), ¿cómo se atrevían las mariscadoras y los marineros de Arousa a contradecirles? Si ellos decían que no había marea negra, no la había, y punto.

Lo que ocultaba esa incompetencia, grito masivo en NM, era la inexistencia en Galiza de una política frente a los accidentes marítimos recurrentes. La Ria de A Coruña tiene el dudoso honor de haber sufrido dos de los 10 accidentes más graves de petroleros… ¡de todo el mundo!; una ría concentra el 20% de los accidentes de petroleros: el Urquiola, que explotó en medio de la ría, y el Mar Egeo, que encalló en su entrada.

Pero no solo eso, la ria de Vigo sufrió el Policommander, Fisterra el Casón y su mercancía explosiva, que provocó la desbandada de miles de habitantes de la zona.

Galiza no contaba, ni cuenta todavía, con remolcadores de altura con fuerza suficiente para mover las moles de los petroleros y los grandes buques que pasan por el corredor de Fisterra; el que tiene más tráfico del mundo; cuando el Prestige, el más cercano lo había trasladado pocos meses antes a Gijón. Las barreras oceánicas que impidieran la entrada del chapapote en las rías, vinieron de Zaragoza. Y así sucesivamente.

Contra este desprecio y marginación fue que el pueblo gallego dijo «NUNCA MÁIS». No fue sólo una reacción contra un atentado ecológico, tuvo una profundidad de más calado, fue el cuestionamiento de toda la estructura del Estado. Un Estado cuyas instituciones desaparecieron cuando se las necesitaban, lo que provocó que los trabajadores y trabajadoras del mar, los estudiantes de las universidades e institutos, la veciñanza,… se autoorganizara para combatir el chapapote.

El 1D, y todas las movilizaciones que la siguieron hasta la histórica Marcha a Madrid del 23 F, cuando más de 120 mil gallegos y gallegas, contra viento y marea, tomaron las calles de la capital del «imperio», fue la reacción del pueblo gallego que, desgraciadamente, no encontró un vehículo político claro.

Se puede afirmar con rotundidad que lo sucedido entre el 1 de diciembre del 2002 y el 23 F del 2003, Galiza vivió una revuelta social que no se transformó en un proceso abiertamente soberanista porque las fuerzas que lo dirigieron, encaminaron todos los esfuerzos sociales en la vía electoral. La potencia demostrada entre en el 1D y el 23 F fue puesta al servicio del proyecto electoral de una fuerza que se negó rotundamente a poner el centro la lucha contra el régimen que causó la indefensión del pueblo gallego frente al chapapote.

Si Galiza no tenía ni medios ni capacidad de decisión frente unos accidentes recurrentes, desde el Policommander hasta el Prestige, pasando por el Urquiola, Cason, Mar Egeo, etc., no es por una maldición divina, sino por la política consciente de un Estado que considera a Galiza su «marisquería», y a su pueblo, fuerza de trabajo barata carne de emigración. Aquí es donde había que haber puesto todas las fuerzas; y no en intentar desviar toda la fuerza social de la calle en el voto a una fuerza política, que a la larga solo ha generado decepción.

La desaparición del estado ante el accidente del Prestige tenía que haberse resuelto, no llamando a «exigir al Estado que cumpliera con Galiza», como se hizo al final desde NM, que escondía el «vótame» para arreglar los problemas; sino a sustituir al estado, autoorganizando a la población trabajadora, abriendo una lucha consciente por la soberanía nacional que conquistara, entre otras, la capacidad de decisión de Galiza ante los accidentes recurrentes en sus costas.

La orientación final de la Plataforma Nunca Mais en la vía de la «exigencia» y no en el de la «soberanía nacional», está en el fondo de la derrota tan profunda que sufrió el pueblo gallego en lo que fue, una de sus grandes luchas contra un Estado que a día de hoy sigue manteniendo esa relación de opresión.

El paso del Bipartito por la Xunta sólo vino a ratificar esa derrota, cuando acepta de buen grado que se cierre sin responsabilidades la Comisión de Investigación del accidente. Tan cómplices fueron del PP con ese cierre, que uno de los principales responsables del atentado del Prestige, el sr Rajoy se convirtió en presidente del gobierno, y bajo su mandato han sido destruidas muchas de las conquistas sociales en sanidad, educación, derechos laborales y derechos políticos.

La derrota del pueblo gallego ante el proceso de Nunca Mais, allanó la llegada del PP al gobierno, puesto que le permitió irse de rositas ante un atentado que había provocado con su política. Si el Bipartito hubiera tenido la mitad de dignidad que el pueblo gallego demostrara el 1 D, otro gallo nos cantaría.

No fue así, y debemos aprender del pasado para no cometer los mismos errores; y el fundamental es que una crisis política y social del calibre de la generada por el Prestige, como la que de manera aumentada ha provocado el Proces Catalán tras el 1/3 de octubre, no se puede desviar al pantano de las elecciones y el «fair play» seudo democrático.

El 1D el estado desapareció en Galiza, y surgió el pueblo trabajador organizado en Nunca Mais, en los comités de crisis, en la Plataforma contra la Burla Negra, etc.; tres meses después de lucha fue derrotado, y tras el interregno decepcionante del Bipartito, el estado se reafirmó en Galiza a través de Feijoo y nuevamente el PP, al que el Bipartito había salvado la cara de sus responsabilidades ante el atentado.

Ahora nos encontramos, tras la crisis del 1 y 3 de Octubre de Catalunya, ante una nueva oportunidad; una crisis social y política corregida y aumentada. El pueblo gallego se adelantó a la crisis del régimen, imaginemos un Nunca Mais con el régimen del 78 cómo está ahora; porque ahora no solo es un pueblo, el gallego, el catalán o el vasco, el que enfrenta al régimen, es la mayoría de la población española (el 60% está por la reforma de la constitución y el 50% por un referendo sobre el tipo de estado).

Aprender de los errores tiene una consecuencia fundamental que la izquierda gallega, nacionalista o no, no ha sacado: no limitar las respuestas a una crisis social a un proceso electoral. Tras el 1D todo se recondujo a las elecciones, al «votame», y acabó como acabó. Ahora, de nuevo, asistimos a la versión actual del «vótame», sea BNG o En Marea, o Podemos, o como se llame.

La crisis del régimen, de la que NM fue uno de sus comienzos, tiene un calibre del que ningún proceso electoral, desde el municipio más pequeño hasta las Elecciones Europeas, puede escapar: no existen burbujas «locales». Cualquier medida, desde contratación de más personal hasta obras de infraestructuras, están atravesadas por los recortes impuestos desde el gobierno central y la UE: son como un Prestige dirigido por el sr de los hilillos. No hablar de estos recortes, convierte cualquier alternativa por mucho del «cambio» que diga ser, en un mero gestor de la miseria y de esos recortes, dando por bueno la propaganda del sistema: «veis, todos son iguales». Y tendrían razón, pues en los hechos, todos hacen lo mismo, recortar; la diferencia es unos lo hacen a regañadientes, los del «cambio», y otros porque les va a en la esencia.

El 1D el pueblo gallego tomo un camino, el de la dignidad en la lucha en la calle; ante la crisis del mismo régimen que provocara el 1D, debe retomar el mismo camino y olvidarse de los cantos de sirena del ¨votame» para arreglar los problemas que solo se pueden resolver rompiendo abiertamente con ese régimen.