Algunos años, en la época de la primavera, en el desierto de Atacama (Chile) se produce un espectacular fenómeno natural. Las áridas arenas del desierto se cubren de un colorido manto de flores que a cualquier observador incauto le podrían hacer suponer, equivocadamente, que esos paisajes se corresponden a un vergel, y en ningún caso a uno de los desiertos más áridos del planeta.
Cuando comencé a escribir este artículo sobre la “recuperación de la economía española”, pregonada por el gobierno de Mariano Rajoy, se me vino a la mente el inusual fenómeno del desierto de Atacama; no por el hecho de que la economía española a estas alturas de 2015 se asemeje a un colorido paisaje floral, sino por la manera en que un superficial análisis de la realidad económica nos puede hacer ver una fértil vega donde sólo hay una llanura desértica.
En un año cargado de citas electorales el gobierno del Partido Popular trata de seducirnos con un discurso triunfalista, que se sustenta en un crecimiento del PIB del 1,4% en el año 2014, tras largos años de recesión económica, en unas previsiones de crecimiento del PIB de 2015 superiores al 2% (2,5% según el pronóstico del FMI), en un incremento del número de ocupados de más de 400.000 personas en el año 2014, y en la previsión de que en este año 2015 la cifra total de ocupados volverá a aumentar en más de 400.000 personas.

Sin embargo, si profundizamos más allá de la epidermis económica nuestra caracterización de la realidad será completamente diferente.

En primer lugar, debemos señalar que la llamada “recuperación económica” está “cogida con pinzas”. Los factores que están impulsando la recuperación son coyunturales, provisorios, y de alcance limitado: la bajada del precio del petróleo, la política monetaria expansiva del BCE que ha reducido los tipos de interés y ha depreciado el tipo de cambio del euro, y el repunte de la obra pública en España en pleno año electoral. Respecto a la caída en el precio del petróleo se debe tener en cuenta que, aunque el precio del barril haya disminuido drásticamente en los últimos meses, el petróleo es un recurso natural no renovable, que dejó de ser barato desde la crisis del petróleo de los años 70, y cuyo destino insoslayable es el crecimiento irregular del precio a medida que se avanza hacia el total agotamiento del recurso. En cuanto a la depreciación del euro no debemos olvidar que tan sólo un tercio, aproximadamente, de las exportaciones españolas se dirigen fuera del Área Euro. Y, por último, en lo que respecta al repunte de la obra pública, a nadie se le escapa que esto no es más que un pequeño paso atrás en la carrera austericida del PP, con la única intención de tratar de ganar las próximas elecciones y coger impulsos renovados para su política de recortes.

En segundo lugar, la recuperación española, con su consabido crecimiento del PIB y aumento del número de ocupados, se está apoyando en una fuerte pérdida de poder adquisitivo de los asalariados, en un empeoramiento generalizado de las condiciones de trabajo, y, en definitiva, en un severo empobrecimiento de la clase trabajadora y los sectores populares. Como escribía recientemente Joaquín Estefanía en El País: “La recuperación económica consiste en pasar del desempleo al subempleo. (…) Los puestos de trabajo que se crean son, en su mayor parte, temporales, a tiempo parcial y mal pagados. Y los que no encuentran empleo (parados estructurales) se van quedando atrás, por decenas de miles, porque se les acaba la protección del seguro, que estaba calculado para crisis más cortas” (*1). José Carlos Díez hablaba en este mismo periódico de “una recuperación extraña”: “Hay deflación salarial y el tipo de empleo que se está creando es extremadamente precario. Se concentra en jóvenes y mayores de 50 años donde la desesperación les fuerza a aceptar salarios de subsistencia” (*2).

En tercer lugar, quien quiera consolarse con la recuperación económica le ocurrirá lo mismo que al desafortunado conductor que perdió los frenos en una pronunciada cuesta abajo, y cuando pilló un badén que se encontraba en pleno tramo de descenso pensó: “¡Por fin empezamos a subir, se acabó la bajada!”. El capitalismo ha creado un mundo interdependiente en el que la evolución de cualquier economía está condicionada por el contexto económico global, y, a su vez, lo que le suceda a un país en particular influye en el resto. En las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial la economía internacional disfrutó de la edad de oro del capitalismo, en la que en el mundo desarrollado se pudo compatibilizar un fuerte crecimiento económico, rentabilidad para las inversiones de capital, y mejoras salariales y sociales para los trabajadores (plasmadas en el Estado del Bienestar). España, como decía el ministro franquista Manuel Fraga, era diferente. No teníamos democracia (ni real, ni formal), tampoco Estado del Bienestar, pero el PIB de España, arrastrado por la virtuosa corriente económica internacional, crecía al 7% en la década de los 60. El paradigma de posguerra se quebró en la década de los 70, y desde entonces hasta ahora estamos inmersos en plena etapa neoliberal, caracterizada por los intentos infructuosos de los poderes establecidos por recuperar el dinamismo económico de antaño. En la segunda mitad de los 80, una vez que las economías occidentales lograron superar parcialmente la crisis de los 70, España volvió a disfrutar de una etapa de expansión económica, pero esta vez las tasas de crecimiento del PIB español oscilaban en torno al 5%, dos puntos porcentuales menos que en la anterior etapa de crecimiento de los años 60. La crisis internacional de los primeros años de la década de los 90 tuvo su reflejo en España en forma de “reseca del 92” y, tras la paralización del crecimiento, la economía (internacional y nacional) no se reactivó hasta la segunda mitad de los años 90. En esta nueva etapa expansiva, enmarcada en el modelo neoliberal, la economía española volvió a aprovechar el viento de cola de la economía internacional, pero a tasas de crecimiento de entre el 3% y el 4%, significativamente inferiores a las de la segunda mitad de los 80, y alcanzando tan sólo la mitad del ritmo de crecimiento al que se llegó en plena edad de oro del capitalismo.

La conclusión de todo esto es que en los últimos 50 años el crecimiento económico en las principales economías occidentales está dando muestras de agotamiento. Con el agravante de que el modo de funcionamiento del sistema capitalista es como el de una bicicleta: una vez que nos montamos en ella y levantamos los pies del suelo, la única forma de mantener el equilibrio es no parar de pedalear. Pero, ¿por qué se viene produciendo este proceso de desertificación de la economía capitalista?, ¿responde a algún tipo de maldición divina?, ¿se trata de una larga racha de mala suerte?, ¿tal vez sea debido a una concatenación de errores de política económica por parte de nuestros gobernantes? Antes de seguir devanándonos los sesos con esta sucesión de preguntas, veamos lo que dice un organismo especializado en la materia: el Fondo Monetario Internacional. En el peculiar lenguaje que a veces utilizan los economistas, el FMI reconoce que la economía mundial encara una larga etapa de débil crecimiento, denominándola “nueva mediocridad”. Esta es la ventaja de los altos funcionarios del FMI, como no se tienen que enfrentar al veredicto del sufragio universal, se pueden permitir el lujo de ser más sinceros que los políticos electos. Ahora bien, lo que más nos llama la atención de los análisis del Fondo Monetario es el factor que señalan como principal causante de esta “nueva mediocridad”: el envejecimiento de la población. No es nueva la pretensión de teorizar que los problemas económicos son consecuencia de factores demográficos. Thomas Malthus (1766 – 1834), uno de los grandes economistas clásicos, explicaba en su obra “Ensayo sobre el principio de población” que la población crece en progresión geométrica y los alimentos sólo aumentan en progresión aritmética, por lo que, a largo plazo, resulta imposible que todos los miembros de una sociedad puedan proveerse de los medios de subsistencia. Malthus, que fue ordenado ministro de la Iglesia de Inglaterra, afirmaba que la causa del hambre y la miseria era el insaciable deseo libidinoso de los pobres, que los hacía multiplicarse sin cesar, y proponía como solución para los males económicos la “moderación moral”. Más de dos siglos después de la publicación de la obra de Malthus, el FMI vuelva a apuntar a los factores demográficos como los causantes de los problemas económicos, eso sí, adoptando un nuevo enfoque malthusiano “volteado”. La culpa de la larga etapa de bajo crecimiento que estamos sufriendo no recaería en la incontenible lujuria de los harapientos, sino, más bien, en su falta de deseo, o en el uso “irresponsable” de los métodos anticonceptivos. Bromas aparte, no nos parece que el envejecimiento de la población sea el principal factor explicativo de la debilidad en las tasas de crecimiento, máxime cuando son los jóvenes el grupo de población que presenta los porcentajes más elevados de desempleo.

Quizás otro economista y filósofo del siglo XIX nos ayude a entrever las razones del marasmo en que están sumidas las economías capitalistas. Karl Marx (1818 – 1883) analizó meticulosamente el modo de producción capitalista, y aportó una teoría bien fundamentada que explica por qué el sistema capitalista presenta tendencias autodestructivas. El filosofo alemán formuló “la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia”, que explica como el mecanismo de la competencia lleva a los capitalistas a sustituir hombres por máquinas en todos los sectores productivos, con el grave inconveniente de que el beneficio, la ganancia, de los capitalistas proviene de la explotación de la fuerza de trabajo humana, pero no de la utilización de las máquinas durante el proceso productivo. Digamos que un grupo de hombres pueden explotar a otros hombres, incluso podemos fantasear con un mundo donde las máquinas exploten a los hombres (como en la película de Matrix), pero lo que no pueden conseguir los capitalistas es obtener excedente económico de las máquinas. De ahí que, según la teoría marxista, el sistema capitalista se vea abocado, en un horizonte de largo plazo, a un escenario de bajas ganancias y débil inversión en la esfera de la economía productiva, pobre crecimiento, y fuerte desempleo. Sin embargo no podemos esperar que este proceso de desmoronamiento económico sea gradual y progresivo, al igual que existe la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, también se producen fenómenos económicos, sociales, políticos, etc. que pueden actuar como contratendencias. Haciendo un paralelismo con lo que dijimos más arriba de los precios del petróleo, podemos afirmar que de la misma forma que es concebible una caída drástica del precio del barril en un intervalo temporal inserto en una larga trayectoria de incremento del precio del oro negro, también es posible que se produzcan incrementos vigorosos de la tasa de ganancia capitalista que después serán compensados por caídas aún más vertiginosas, para dar lugar a una tendencia decreciente en el largo plazo.

Así que este es el panorama que tenemos por delante: una recuperación “cogida con pinzas”, que trata de avivar el ritmo de crecimiento económico arreando a la clase trabajadora con más palo que zanahoria, y que se ve abocada a una “nueva mediocridad” caracterizada por el bajo crecimiento económico. Por si esto no fuera suficiente, también debemos contabilizar en el debe de la recuperación económica el hecho de que la economía española intenta remontar el vuelo con una pesada carga a su espalda: casi 5,5 millones de desempleados, una deuda pública que representa cerca del 100% del PIB, y una deuda privada de hogares y empresas no financieras que alcanza el 193% del PIB. Así que si los trabajadores y la gente del pueblo no nos organizamos para revertir las políticas económicas neoliberales y superar el modelo económico que nos está llevando a la ruina, dentro de 20 años es posible que las paredes de la Moncloa sean testigos de la siguiente conversación entre el presidente del Gobierno y su ministro de Economía:

Sr. Ministro.- ¡Presidente, Presidente! ¡Por fin, ya han salido los datos de la EPA del primer trimestre de 2035! ¡Hemos conseguido acabar con todo el paro que se generó en la Gran Recesión de 2009!

Sra. Presidente.- ¡Excelente noticia! Supongo que ya no volverán a incomodarnos los gritos de los manifestantes con sus continuas quejas y reclamaciones.

Sr. Ministro.- En realidad, Sr. Presidente, yo no estaría tan seguro.

Sra. Presidente.- ¿Cómo es eso Sr. Ministro? Pero si ya hemos solucionado el problema del desempleo. ¿Qué quieren esa panda de insaciables? Explíquese, Sr. Ministro.

Sr. Ministro.- Bueno, Sr. Presidente, es que no contentos con trabajar, también quieren comer.

(*1) http://economia.elpais.com/economia/2015/04/12/actualidad/1428860568_738815.html

(*2) http://economia.elpais.com/economia/2015/04/23/actualidad/1429780288_802638.html

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